Entre 1957 y 1959,
en la Argentina, se publicó por primera vez en una revista de
distribución masiva, Hora Cero Semanal, la historieta El Eternauta.
Era en las
postrimerías de la llamada Revolución Libertadora, el golpe
oligárquico imperialista que derrocó al gobierno de Juan Domingo
Perón en 1955. Ese miserable y criminal gobierno cívico militar
estaba llegando a su fin. Ya se habían anunciado elecciones para el
año 1958, en las que el movimiento popular mayoritario del país
estaría proscripto y su jefe exiliado.
La llamada clase
media argentina, ese vasto sector social que creció a la sombra de
las políticas industrialistas, de altos salarios y de fomento del
mercado interno del peronismo, se ilusionaba con la posibilidad de un
gobierno que mantuviera algunos de los logros del peronismo derrocado
y proscripto, pero que impidiera lo que consideraba los desbordes
plebeyos, el autoritarismo sindical y el empecinamiento nacionalista
del régimen depuesto, como La Nación llamaba al peronismo.
El autor literario
de El Eternauta integraba y expresaba esa clase media urbana, culta y
politizada que veía en la figura de Arturo Frondizi la posibilidad
de un “peronismo” sin obreros exigentes y huelguistas, sin
universidades obreras ni comisiones internas respondonas. Pero, como
suele ocurrir en ese impalpable, sutil y evanescente mundo de la
creación artística, el autor literario de El Eternauta, Héctor G.
Oesterheld, no sabía que a través de su pluma se expresaban también
corrientes subterráneas, invisibles, impulsadas, también
inconcientemente, por el propio proceso histórico. Así como el
monarquismo de Balzac escondía la presencia inexorable e
irreversible de una nueva formación social en la Francia de 1830, la
burguesía orleanista, el “desarrollismo” de Oesterheld ocultaba
la presencia de fuerzas sociales latentes y reprimidas que en su
creación encontraban expresión involuntaria.
Hay en los
personajes de el primer El Eternauta algunos de los mitos de aquella
clase media de mediados de los cincuenta: la familia celular, el
barrio de Vicente López, el profesor de física como manifestación
barrial de la tecnología y la ciencia, la aparición del historiador
Mosca y su tozuda convicción de que todo eso debe quedar registrado
para las futuras generaciones. Y el propio héroe, Juan Salvo, un
pequeño burgués arquetípico que, en algún momento, se encuentra
con Franco, un obrero metalúrgico, de nombre poco habitual en la
clase obrera de aquellos años.
Sabido es que El
Eternauta se convirtió, con el paso de los años y las generaciones,
en una extraña y reinterpretada representación de la historia del
peronismo a partir, justamente, de 1955. El propio autor y su
compromiso final terminaron por convertir la historieta en una
especie de “Chanson de Rolande” del peronismo posterior a la
dictadura cívico militar de 1976.
Pero todo esto es
sabido y se han escrito resmas y resmas de reflexiones, comentarios y
escolios. Lo interesante es que, hoy, en el año 2020, el mundo
entero está viviendo una situación similar a la que describió
magistralmente Oesterheld en su obra maestra. El mundo entero no
puede salir a la calle porque algo desconocido, nuevo y letal ha
ocupado el aire que respiramos. Y aquellos puntos del mapa de Google
que no prohiben la salida a las calles ocupadas por el ignoto e
invisible enemigo aparecen en las pantallas de todos los televisores
del mundo encabezando el ránking de los países con más contagiados
y más víctimas.
Un escritor
argentino, de profusa imaginación y de sincera y profunda reflexión
social, previó, describió y advirtió este escenario hace ya más de cincuenta
años. Desde una Argentina donde el pueblo había sido derrotado y se
encontraba perseguido y proscripto, un intelectual advertía con una
gigantesca y genial metáfora, la crisis general de todo un sistema
global.
Bien. Pero resulta
que no hace más de dos meses, una gran empresa imperialista de
comunicación global, Netflix, anuncia la próxima producción de una
serie basada en la obra de Héctor G. Oesterheld, El Eternauta.
Y eso no es todo.
En
el prólogo de la obra “La
historieta argentina. Una historia”, editado en 2000,
escrito por el propio Oesterheld afirmó:
“El
héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo
humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo:
el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe
individual, el héroe solo”.
Y
resulta que un cura nacido en el barrio de Flores, de pasado obrero,
como Franco, el metalúrgico de El Eternauta, ya convertido en obispo
de Roma y, por ende, en Papa de la Iglesia Católica, afirma en una
lluviosa Plaza de San Pedro, desierta porque las multitudes temen la
nevada letal que se ha descargado sobre el mundo:
“Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos (..) En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: 'perecemos', también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos”.
“Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos (..) En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: 'perecemos', también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos”.
Y tan solo un día
antes, el presidente de la Argentina, Alberto Fernández, había
mencionado al propio Francisco en su llamado a la unidad de todos los
seres humanos.
La Argentina deriva
su nombre de argentum, de esa plata que buscaban con avidez azorada
aquellos toscos españoles, pero mejor que nadie se lo ha dicho
Leopoldo Marechal a su discípulo Josef, detrás de quien se ocultaba
José María Castiñeira de Dios. Que el poeta complete su profecía
y que la historia realice lo que se cifra en el nombre:
5
No te adelantaría mi Didáctica,
si no supiese yo lo que se incuba,
por vocación, en esta provincia de los hombres.
Josef, un ciclo amargo da su fruta en el mundo:
la oscuridad nos miente ya la forma de un dios.
Pero un Rey no visible todavía
está plantando almendras en suelos favorables.
¿Qué me dirías tú si brotara un almendro junto al río
y sus crines de león?
Estudia mis palabras que harán reír a muchos:
yo siempre fui un patriota de la tierra
y un patriota del cielo.
6
El nombre de tu Patria viene de argentum. ¡Mira
que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principial.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas,
y verdaderamente serás un argentino.
No te adelantaría mi Didáctica,
si no supiese yo lo que se incuba,
por vocación, en esta provincia de los hombres.
Josef, un ciclo amargo da su fruta en el mundo:
la oscuridad nos miente ya la forma de un dios.
Pero un Rey no visible todavía
está plantando almendras en suelos favorables.
¿Qué me dirías tú si brotara un almendro junto al río
y sus crines de león?
Estudia mis palabras que harán reír a muchos:
yo siempre fui un patriota de la tierra
y un patriota del cielo.
6
El nombre de tu Patria viene de argentum. ¡Mira
que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principial.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas,
y verdaderamente serás un argentino.
Buenos Aires, 28 de Marzo de 2020
Pero un Rey no visible todavía
ResponderEliminarestá plantando almendras en suelos favorables
Gracias Julio.
profeticas palabras que todavía no vieron la luz.
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