viernes, 26 de marzo de 2021

Los Larreta y los Herrera

 



En 1904, se produce, en la República Oriental del Uruguay, la última revolución blanca, de hombres a caballo acaudillados por Aparicio Saravia. El encargado de negocios del Uruguay en los EE.UU. y Canadá, el joven Luis Alberto de Herrera envía una carta al presidente de la República, José Battle y Ordónez, renunciando a su cargo, para plegarse al levantamiento de Saravia. Se convierte en una especie de secretario privado del caudillo y lo acompaña en toda la campaña. Ante la muerte de Aparicio, como consecuencia de las heridas recibidas en combate, el treintañero Luis Alberto de Herrera intenta impedir la desbandada de los insurrectos blancos y se convierte en el redactor de la llamada Paz de Aceguá, en septiembre del mismo año, que pone fin al levantamiento. 

Es en medio de estos sucesos que comienza a circular en Montevideo el rumor de que el joven Herrera tenía amores secretos con Celia Rodríguez Larreta, una joven de veinte años, perteneciente al patriciado montevideano. Ocurre que la muchacha estaba casada con el teniente Adolfo Latorre, otro joven de 27 años, miembro de otra familia de apellido presidencial en el Montevideo de principio del siglo XX. Celia y Adolfo ya tenían un hijo y en febrero de ese año 1904 había nacido otro, en este caso una niña.

Cuando la relación extramarital de Celia comienza a hacerse público, el matrimonio se separa. Como es de imaginarse toda la historia es la comidilla del momento. Ante la separación aparece un abogado llamado Teófilo Díaz, muy relacionado con la familia Rodríguez Larreta, quien se propone como intermediario para un reencuentro de la pareja. Después de idas y venidas, Teófilo Díaz logra su cometido: Adolfo y Celia se han reconciliado. Ya ha llegado la Navidad de ese tormentoso año de 1904. Adolfo invita a Celia a celebrar el reencuentro con una cena en el Hotel “El Recreo del Prado”, donde los recién casados solían tomar su luna de miel. Después de la cena, los jóvenes se retiraron a su habitación.

A eso de las dos y media de la mañana, dos disparos rompieron el bucólico silencio de El Recreo del Prado. En la habitación de Latorre yacía, asesinada por su marido, Celia Rodríguez Larreta. Según su declaración, una discusión había terminado en un rapto de furia a la que pusieron fin dos balazos.

Pero no termina aquí la historia. Cuando en la misma noche, la noticia llega a oídos de Teófilo Díaz, sintiendose culpable de ese encuentro, corre hasta el hotel y se encuentra con el cadáver, aún tibio, de la joven Celia Rodríguez Larreta. Mientras tanto, la policía escolta al teniente esposado hacia el carruaje que lo conducirá detenido. Teófilo Díaz, totalmente fuera de sí, corre hacia Adolfo Latorre y, sin que nada pueda detenerlo, le descerraja un tiro en el vientre y lo mata. Los amores de Celia con Luis Alberto se habían cobrado ya dos víctimas.

Al día siguiente Celia fue velada en la casa de sus padres. Al atardecer, apareció en el velatorio la extravagante figura de Roberto de las Carreras, el “enfant terrible” de la sociedad uruguaya finisecular. Angel Rama ha dejado un retrato inigualable de este dandy uruguayo. Hijo bastardo, adjetivo que convertía en una distinción, del secretario de Leandro Gómez, el héroe de Paysandú, se desplazaba por Montevideo, acompañado por sus dos secretarios. Entró teatralmente en el velorio y comenzó a leer a viva voz su poema “Oración Pagana”, mientras dejaba caer, una a una, las hojas manuscritas sobre el ataúd abierto de Celia. Hecho esto y sin que medie ninguna otra palabra, de las Carreras se retiró majestuosamente del lugar, acompañado, obviamente, por sus secretarios. Como muestra va aquí el comienzo de la verborragia del vate uruguayo:

¡Yo te arrojo todas mis rosas helénicas, oh, amante arrebatada a la gloria del Beso!

¡No se concibe que una mano sacrílega haya podido herirte! ¡Si algo existe con un derecho supremo a la Vida es la Belleza inviolable, dispensadora de las lágrimas y de las sonrisas!

El ara de los dioses ha sido profanada y el Olimpo está triste.

Enmudece de congoja mi corazón de amante y perlan sobre ti ¡oh flor pagana! mis lágrimas de esteta.

A todo esto, no hubo ninguna respuesta o actitud significativa por parte del tercero en discordia, el prometedor político blanco, Luis Alberto de Herrera.

Un par de años después, se produce un grave enfrentamiento entre el presidente Pepe Battle y el diputado de Herrera. Battle detiene a de Herrera, pese a sus fueros de diputado nacional y ante la presión de todo el sistema político se ve obligado a dejarlo en libertad. Desde su diario, La Democracia, el dirigente blanco acusa al presidente de la República de cobarde. El presidente de la República le responde inmediatamente desde El Día, su diario, con un artículo de su autoría titulado “¿Quién dijo miedo?” y allí dice Battle y Ordóñez:

Oh tú, bellísima e irreflexiva niña, que no tuviste a tu lado a un varón fuerte en los días de peligro, como lo habrías tenido débil en los días de la falta….”

Inmediatamente, Luis Alberto de Herrera reta a duelo al presidente, quien, declina, justamente por ser presidente de la República. No obstante un hijo de un primer matrimonio de su mujer, Ruperto Michaelson Pacheco, toma el reto y, finalmente se enfrenta con de Herrera sin consecuencias para ninguno de los dos duelistas.

De la tragedia que se iniciara con los amores entre Luis Alberto y Celia, quedaron los versos del “flaneur” montevideano:

Amaste fuera de la Ley y de los torpes moldes... ¡Por eso tu cadáver hostigan! ¡Por eso aúllan los fieros chacales del Prejuicio!”

Buenos Aires, 26 de marzo de 2021

miércoles, 3 de marzo de 2021

Guadalupe cumple 50 años

 
En el mes de noviembre del año 1969, estos dos jóvenes se casaron en la Basílica del Sagrado Corazón, en la avenida Vélez Sarsfield, en pleno Barracas. Él tenía 22 años y ella 23. Ella era una hermosa muchacha de pelo negro y ensortijado, trabajaba como maestra en una escuela de Avellaneda y estudiaba sociología. El estudiaba Derecho y venía con su “barullo de sueños delirantes, en un mundo engañador”. Pero ella, contradiciendo a García Jiménez, no venía con un “arrullo de sedas palpitantes” sino que traía la firme decisión de enfrentar la vida en común con la voluntad de hacer de este mundo algo digno de ser vivido. El vestido de novia corto, aunque lleno de encajes y perlitas, expresaba, en esos años, una rebeldía de la que no abjuró nunca.

En pocos meses, la hermosa novia quedó embarazada. En un pequeño departamento en el barrio La Mosca, a media cuadra de la avenida Galicia, en Avellaneda, vivieron un hermoso romance de noches tórridas y días de discusión y combate.

El embarazo era algo que la muchacha había deseado. Había en su historia familiar el fantasma de la esterilidad, de la imposibilidad de ser, como ella temía, una mujer completa. Fue un dulce y amoroso embarazo. Él llegaba, de sus combates cotidianos, con sus poemas y sus manifiestos, y ella, dulcemente, lo acompañaba, le daba fuerzas y orgullo de sentirse amado por la mujer más bella, que había aceptado ser su compañera.

La panza crecía y en su seno se estaba formando una pequeña mujer, una niña. Entre los dos decidieron que se llamaría María Guadalupe, porque el nombre era bello y eufónico y porque así se llamaba la muchacha de Chuquisaca que había esperado en vano que su hombre, Mariano Moreno, volviera de ese viaje fatal que lo sepultó en el Atlántico.

El 3 marzo de 1971, muy temprano, tomaron un taxi al Instituto del Diagnóstico, donde sería el parto. Los dolores y las contracciones habían empezado en la madrugada y todo indicaba que había llegado el momento. Para ella era un prueba de fuego. Para él, una situación en la que poco y nada podía hacer.

Llegaron a la clínica y la parturienta marchó en una camilla a la sala de partos. Él se quedó solo, esperando. Desde la sala de espera podía oír gritos desgarradores de la primeriza muchacha. Había descontrol, miedo e incertidumbre en esos gritos.

Después de una larga hora de espera llegó la noticia que alejaba el miedo, había nacido Guadalupe.

De esas horas han pasado 50 años. Y María Guadalupe, mi hija y la hija de Isabel, es una maravillosa mujer, una insuperable artista plástica y una amiga y confidente que la vida me ha dado para siempre.

Hoy celebro la vida de esta mujer, fuerte, dulce y creativa, y brindo por el amor que alguna vez tuvimos de modo inolvidable con María Isabel, su madre, que no nos acompaña porque la vida, amigos, suele ser bastante injusta y se fue tan llena de ilusiones y voluntad de combate como cuando nos conocimos a los veinte años.

Feliz cumpleaños, Guadalupe. La vida ha sido generosa conmigo.


3 de marzo de 2021.