domingo, 18 de noviembre de 2012

Un bellísimo recuerdo a Néstor Kirchner en un riguroso homenaje a Leonardo Favio


El estreno en el Luna Park

Un bellísimo recuerdo a Néstor Kirchner en un riguroso homenaje a Leonardo Favio


Después de sus películas El Vestido y Juan y Eva -ambas de ficción, aún cuando en el segundo caso se basa en figuras históricas-, Paula de Luque ha tenido la responsabilidad de dirigir un proyecto que podría caracterizarse como una difícil carrera de obstáculos.

Se trataba de narrar en imágenes básicamente documentales, la vida privada y política de un presidente argentino fallecido sólo hace dos años, cuyo paso por la presidencia duró sólo cuatro años y cuya desaparición generó la más multitudinaria y apasionada movilización popular, con un alto contenido juvenil, solo comparable a la dolorosa despedida al general Juan Domingo Perón. No había lugar para un relato ficcionado y el material audiovisual debía ser, en todo lo posible, el recopilado por la familia, los noticieros, los organizadores de los actos públicos y el pueblo en general, con cámaras de última generación, cámaras digitales, cámaras VHS y hasta viejos filmes en 16 y 8 mm. Pero, además, Paula de Luque sucedió al intento que otro reputado cineasta había iniciado, con la consecuencia de suspicacias, comentarios maledicentes y chismes tan propios del ambiente cinematográfico -y de todos los ambientes, por otra parte-. Según ha contado la directora en diversos reportajes, reinició todo el trabajo. Hizo, desde el principio, otra película a la propuesta por Israel Caetano, el primer director, y, con gran delicadeza, omitió todo comentario sobre ese proyecto.

Todas estas dificultades estaban presentes al momento de ver la proyección en la avant premiere del Luna Park, el sábado 17 de noviembre.

Y todas estas dificultades se disolvieron a los pocos minutos de iniciarse la proyección. Paula de Luque ha hecho una película muy bella, impregnada de un sentimiento y una emoción que logra no desbordarse por un eficaz y certero uso del propio lenguaje cinematográfico. Los duros paisajes patagónicos adquieren una nueva luz y sirven, junto con hermosas secuencias de flores y trigales, como trazos de unión entre los distintos momentos del documental. No tiene un tratamiento rigurosamente cronológico, sino que el relato avanza y retrocede como suelen hacerlo los recuerdos. El uso de la cámara lenta le permite, con acierto y sin exageración, resaltar algunos gestos, algunos momentos que el ojo suele no ver. La selección de reportajes y voces en off colaboran, sin superponerse ni reiterarla, con la imagen, evitando uno de los puntos más aburridores del cine documental.

Uno puede, desde una mirada más exclusivamente política, intentar alguna crítica sobre la ausencia de testimonios de trabajadores sindicalizados, de nuevos trabajadores fabriles que se incorporaron a la producción y una relativa reiteración de testimonios vinculados a los movimientos sociales y las cooperativas. Pero es posible que este aspecto no sea del todo atribuible a la directora.

Pero lo que sí se hace evidente en la película Néstor Kirchner es el espíritu, la estética y el sentimiento que el gran director argentino Leonardo Favio puso en cada una de sus películas.
Hace unos días, con motivo de su fallecimiento, escribí:

...cómo concebía Leonardo Favio al peronismo y a sus enemigos: como un milagroso enfrentamiento entre el amor y el odio. Esta convicción fue la columna vertebral que organizó su mundo y su arte prodigioso”.

La película de Paula de Luque logra expresar justamente el amor como el motor inmóvil de toda la pasión que movía a Néstor Kirchner en su vida privada y en su vida pública, en su amor conyugal y filial y su amor a la causa que abrazó a los veinte años. Y si en las películas de Leonardo Favio el sentimiento popular, el sentido de la belleza de los argentinos se transmite en imágenes cargadas de sentido, Paula de Luque logra recrear con precisión ese certero mecanismo para movilizar la emoción de sus espectadores. No hay golpes bajos, como dijo CFK. Hay un exacto manejo de la sensibilidad popular mezclada con un inteligente uso de los instrumentos retóricos del cine. Ello ha dado como resultado una notable película, que evita la propaganda sin renunciar a una visión militante y comprometida.

Néstor Kirchner tiene un merecido homenaje en la cinematografía argentina y Leonardo Favio ha encontrado una continuadora de su arte, tan argentino como universal.

Buenos Aires, 18 de noviembre de 2012

domingo, 11 de noviembre de 2012

El escultor de los sueños argentinos

Ha muerto Leonardo Favio
El escultor de los sueños argentinos
El muchacho del interior, de origen inmigrante, que en sus películas expresó sin filtros ideológicos el mundo de historias e imágenes que bullían en la cabeza del pueblo argentino, ya no está con nosotros.

Un joven carilindo y atrevido, al que Leopoldo Torre Nilsson le sacó su mejor perfil actoral, llegó a Buenos Aires, dejando atrás un hogar en el que la radio -los macarrónicos radioteatros de Héctor Bates y Juan Carlos Chiappe- y el cine nacional que llegaba a la plateada pantalla de Luján de Cuyo lo habían introducido en una mitología nacional que circulaba en lo más profundo del pueblo argentino. Nada de eso dejaba traslucir el joven de negra y sedosa melena, de rostro apolíneo y mirada profunda. Posiblemente ignoraba que su contacto con la producción cinematográfica, como actor buen mozo, lo convertiría, en el correr de los años, en el mejor director de cine que vio esta tierra, pletórica de engreídos, altisonantes y pretenciosos directores de cine.

Empezó a filmar para ganarse el amor de una hermosa muchacha veinteañera, María Vaner. Le hizo creer -él mismo lo contó- que tenía un proyecto. Y la lealtad a sus propias palabras le hizo filmar su primer corto, en el que Marilín, por supuesto, era la protagonista.

A partir de ese momento se inició la carrera del realizador más trascendente de la historia del cine argentino.
Nuestra actividad cinematográfica empezó muy temprano. Entre las acartonadas y escolares imágenes de Mario Gallo, con los chicos y chicas de la alta sociedad del Buenos Aires del Centenario, hasta los experimentos de los jóvenes egresados de la miríada de escuelas de cine que han brotado en los últimos veinte años, las películas de Leonardo han conformado el álbum de las historias, las imágenes y la estética del pueblo argentino profundo. 

Desde Crónica de un niño solo, sus películas han expresado en imágenes el momento histórico, la cotidianeidad, la sensibilidad, la preocupación y la angustia de su permanente y único interlocutor: esos argentinos sin nombre y sin rostro, sin pretenciones y sin dinero en el bolsillo, con los cuales conversó a lo largo de casi cincuenta años.

La historia de ese niño de correccional espejaba su infancia de carencias y encierros, pero reflejaba también la creciente preocupación social que brotaba de una Argentina proscripta en los años '60. El encuadre expresionista, los matices irremplazables del blanco y negro, los angustiantes planos-secuencia, el ojo crítico y penetrante de una cámara impiadosa, la mirada de ese pibito pobre que desesperadamente descubre el mundo de la injusticia y del sexo fueron recibidos, en aquellos años, por un público juvenil que se debatía en un “barullo de ideas delirantes”.

Nadie como Leonardo Favio, una especie de Ingmar Bergman plebeyo y periférico, reflejó los romances dolorosos, machistas y trágicos de esos muchachos y muchachas pobres y provincianos, en los que un tango en una noche de carnaval clavaba la estaca de la infidelidad, de la pasión, del abandono y el desprecio. 
El melodramatismo de los folletines radiales, la sobrecarga de sentido, como alguien definió el arte popular, peyorativamente denominado “kitsch” por esos críticos académicos, le dio al cine de Leonardo Favio una impronta única, singular, en la que la composición meticulosa del fotograma se integraba a una forma determinada por su contenido: el arte concebido desde la fusión cultural del sentimiento popular.

Juan Moreira, el folletín de fines del siglo XIX, le sirvió para expresar cien años después, la rebelión que hervía en cientos de miles de jóvenes, que en esos años '70 formaban las largas columnas de la “juventud maravillosa”. Las antenas de la prodigiosa sensibilidad de Favio habían establecido una impalpable comunicación entre aquel cuchillero de extramuros, rodeado por la partida en brazos de un amor alquilado, y la amenaza que el regímen oligárquico cernía sobre aquellas juveniles huestes.

En el momento en que extrañas y oscuramente sobrenaturales teorías impregnaban una parte del poder popular -aquel rasputinismo que definió Jorge Abelardo Ramos-, la rara percepción de su genio artístico le permitió encontrar en la leyenda del lobizón y el descenso a un infierno criollo y reconocible una versión poética del averno en el que pronto se despeñaría la sociedad argentina.

La trayectoria dramática de José María Gatica, el boxeador paradigmático del primer peronismo, hizo entrar a Favio, con ternura y afecto, en los claros y oscuros de un muchacho de provincia, pobre y simple, que se convierte, con la fuerza de sus puños y la resistencia de su mandíbula, en un ídolo millonario y engreído. El apogeo y la caída del Mono Gatica se transformó, por el genio de Favio, en la paráfrasis del gran movimiento popular al que fue leal hasta el último momento de su vida. Le permitió también imaginar y filmar de modo sobrecogedor el velorio más trascendental de la memoria argentina: el de Evita.

La historia del peronismo, Sinfonía de un Sentimiento, constituye no sólo el más elocuente documento de lo que las dos primeras presidencias de Perón significaron para la Argentina y, sobre todo para su pueblo. Fue también, en su contenido y en su forma, el testimonio de cómo concebía Leonardo Favio al peronismo y a sus enemigos: como un milagroso enfrentamiento entre el amor y el odio. Esta convicción fue la columna vertebral que organizó su mundo y su arte prodigioso. Incluso su paso por la canción -que lo convirtió en un ídolo popular en toda Latinoamérica- estuvo signada por esa concepción amorosa, una especie de romanticismo autóctono, que empapó toda su obra.

El argentino Leonardo Favio fue nuestro cineasta universal. Su cine, la fantasmagoría de sus imágenes, la lealtad a ese expresionismo popular de los viejos radioteatros y del circo, la sobrecarga de sentido de muchos de sus encuadres, los primeros planos de sus personajes, su modo de dirigir a los actores, sin Stanislavsky ni memoria sensorial, han expresado y cristalizado lo que los argentinos tenemos en nuestra imaginación, en nuestra fantasía, en nuestro modo de entender la vida y la belleza.

Ni más ni menos que eso fue Leonardo Favio.

Buenos Aires, 11 de noviembre de 2012.