martes, 21 de enero de 2020

La vez que Mario Bofill me invitó a su escenario





Me preguntan los amigos cómo fue y que hice en esa gentil invitación del maravilloso Mario Bofill a participar de su escenario y de su público.
Yo había viajado a Corrientes, a presentar en la Feria del Libro mi Crónicas de la Integración Continental. Fue a la mañana, alrededor de las 11 horas y tuvo un numeroso público y honrado con la presencia de quien en ese momento era el intendente de la ciudad de Corrientes.
Me entero, porque los amigos que me reciben me cuentan, que se está realizando en paralelo el Festival del Chamamé y les dije que me encantaría ir a la noche.
A eso de las nueve de la noche llegamos al festival y me cuentan que la estrella de la noche sería Marío Bofill. La noticia me alegró porque yo había vista el año anterior a Bofill en el Festival de Cosquín, junto con mi amiga Claudia Giaccone y su esposo, un artista que no conocía y que me deslumbró. Después de Cosquín y al volver a Buenos Aires busqué en youtube todos los registros que encontré y mi admiración no hizo sino crecer.
Al enterarme de la actuación de Bofill les cuento a mis anfitriones de mi admiración y que me encantaría conocerlo personalmente.
Cuando se acerca la hora de su presentación, mis amigos me invitan a pasar atrás del escenario y allí me presentan a Mario Bofill, quien estaba acompañado del enorme Raúl Alonso, el acordeonista que también aparece en la foto y creador del Los Alonsitos. Ahí nos saludamos y cambiamos algunas amables y divertidas palabras.
En un momento, Bofill me pregunta:
-¿El amigo canta?
La prudencia me indicó contestar negativamente.
- No, pero sé recitar, le contesté. Porque siempre desfachatado, nunca indesfachatado.
- Bueno, entonces lo voy a invitar a que suba al escenario a recitar lo que sabe. ¿Qué quiere recitar?
Pensé, recorrí mentalmente mi memoria de Lorca, Nicolás Guillén, Tejada Gómez, hasta que llegué al poema de Celedonio Flores, que en mi adolescencia había hecho conocer Julio Sosa, ese que comienza diciendo: "Pido permiso, señores, / que este tango habla por mí. Se lo dije, entonces, a Boffil.
- Bien, acá Raúl lo va a compañar con un tanguito de fondo, me dijo.
Y se despidió para dar inicio a su presentación.
Su show fue maravilloso, como de costumbre, y acentuado por un público coterráneo que lo adoraba y conocía todo su repertorio. Eran aproximadamente unas 8.000 personas las que participaban de esa hermosa noche del Festival del Chamamé.
Al promediar la presentación, Bofill me invita a subir al escenario y me presenta como un visitante ilustre y otras linduras que me sonrojaron. Subo al escenario y, amigos, no les voy a ocultar que las piernas me temblaban. Ahí estaba yo, un porteño amante del tango y del jazz, frente a 8000 chamameceros que, confiados en la palabra de su ídolo, se disponía gentilmente a escucharme. Y llegó el momento de la verdad.
Raúl Alonso comenzó a hacer sonar algunos acordes tangueros en su bandoneona y comencé mi recitado.
Al terminar, lo digo no sin vergüenza, un estruendoso aplauso me hizo el pago más emocionante de toda mi vida.
Agradecí, lo abracé a Bofill y a Alonso e hice mutis por el foro.
Al volver a mi lugar entre el público los amables y tolerantes correntinos querían sacarse fotos conmigo como si fuera Charly García.
Mario Bofill es un tipo maravilloso. Me entregó uno de los momentos Viva Perón de mi vida.
Buenos Aires, 21 de enero de 2020

viernes, 17 de enero de 2020

Un sorprendente regalo

Un amigo acaba de hacerme un sorprendente regalo.
Me avisa que me va a enviar dos poemas míos que acaba de encontrar entre los papeles de otra vieja y querida amiga, poeta y militante, que nos dejó hace ya muchos años. No se le pueden quitar a un hombre sus poemas”, me escribe y me avisa que es algo que escribí en Jakobsberg, en Estocolmo.
Espero ansioso su envío y, por fin, recibo estos dos textos de hace treinta y nueve años. Al leerlos recordé de inmediato el momento en que había escrito cada uno de ellos , las circunstancias que atravesaba y hasta el lugar, la disposición de los muebles y el paisaje que veía por la ventana cuando los escribí. Es muy curiosa la memoria. Se me vinieron bandadas de recuerdos, ramalazos, fragmentos de escenas y situaciones de cosas que ocurrieron hace, como digo, casi cuarenta años. En 1981 yo tenía 34 años, hacía cuatro años que vivía en Suecia, y, en el mes de diciembre, cuando están fechados comienza el largo invierno boreal, donde todo se vuelve blanco, tan blanco que ilumina las interminables noches de diecisiete horas que comienzan alrededor de las tres de la tarde.
La amiga a la cual está dedicado el primer poema vive aún en Suecia, aunque ya no en Jakobsberg, donde sí viven aún sus hijas.
La otra mujer, la madre de mis hijas, Isabel, se fue hace ya varios años, después de haber estado separados durante veinte años. No obstante, sigo encontrándola en mis sueños, joven y hermosa, muchas más noches que las que me esperaba.

a Pilar Rodríguez Larreta
Los días luminosos se marcharon
en las alas negras de las gaviotas.
Dejan el manto oscuro de su ausencia
en la blanca noche que resplandece
con la punzante angustia de una pena,
con el fuego muerto de una nostalgia.
(El suburbio nórdico se adormece,
el rincón de las frutillas silvestres
memorizado en fotos y en recuerdos
se muere desnudo de luz y soles)
La vela no se apaga en la ventana
que husmea amistosa en mis papeles.
Una hoguera palpita en la distancia:
la pasión sobrevive a la tristeza.
Jakobsberg, 8 de diciembre de 1981

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Esta mujer que yace a mi lado,
completamente desnuda,
resplandesciente la espalda suave,
embriagante la ansiosa curva de sus caderas,
dominando el territorio de sábanas arrugadas,
hundido el rostro en una almohada fresca de telas
y caliente de abrazos dormidos;
esta mujer, digo,
cuyos tobillos pueden cercar mis manos,
cuyos muslos brillantes pueden sitiar mi cintura
hasta la capitulación definitiva y sin condiciones,
esta hembra, este árbol, esta visión permanente
que, por el momento, duerme a mi lado,
existe. Ha parido, con dolor y anhelo,
mujeres pequeñitas que cantan y se enojan.
Existe, y eso es lo increíble, más allá de los delirios nocturnos.
Sus vestidos vacíos cuelgan ahora de un picaporte.
Sus zapatos cayeron, graciosos y ridículos, debajo de la silla.
Algunos collares conserva, dormida, enredados,
cambiando caricias con su pelo.
Oigo su respiración profunda y rítmica,
segura como el corazón dentado de un péndulo de caoba.
Ese cuerpo innegable de mujer
que descansa a mi lado irradia todavía
el calor y la ferocidad con que sus pechos
-no frutas, no cuencos generosos-
indomesticables animales de ternura furiosa,
se negaron, se ofrecieron, se acariciaron
tensos como en un grito,
en la fantasía de los ritos que practica.
Verla dormida a mi lado
-las piernas entreabiertas, húmedas aún
sus enigmáticas comisuras-
produce la sensación contundente de su existencia,
más acá de las transfiguraciones.
Así es, esta mujer existe,
puede despertarse, fumar, pasarse la mano por la cabeza,
apartarse el pelo de los ojos,
incorporarse y, desnuda como está,
hacer lo que se le dé la gana.
Quizás se conforme con una taza de café bien fuerte.
Lo dicho,
por extraño que parezca,
esta mujer existe.
Jakobsberg, 14 de diciembre de 1981