sábado, 19 de marzo de 2022

El descubrimiento del Partenón



Toda la tarde me ha acompañado un recuerdo de hace muchos años, más de treinta.

Estábamos en Europa filmando Mirta, de Liniers a Estambul. Esa mañana habíamos llegado a Atenas para filmar en la capital griega lo que no podíamos filmar en Estambul, ya que la dictadura militar que, entonces, gobernaba Turquía, nos había negado la visa. En otra parte he contado (link) que la llegada al aeropuerto de Atenas me permitió tener una muy productiva conversación telefónica con Melina Mercouri, a la sazón Ministra de Cultura del país.

Era un viernes. Inmediatamente de llegar alquilamos una “van” que seria el medio de transporte del equipo durante todo el fin de semana. Esa misma mañana, después de alojarnos en un hotel muy cercano a la Plaza Sintagma, en el centro de Atenas, salimos a buscar locaciones que nos permitieran, de alguna manera evocar, representar, hacer creer a los futuros espectadores que estábamos en Estambul. Alguien nos mencionó el barrio Plaka, cercano a la Acrópolis, y hacia allá fuimos y se decidió que la mayoría de las escenas se harían en esa locación. En el camino pasamos por el Ágora y recuerdo que nos detuvimos y bajamos a caminar entre aquellas ruinas milenarias. Nos embargaba una profunda emoción. Toda la situación de filmar una película en Buenos Aires, en Estocolmo y, ahora, en Atenas, contando una historia que tenía que ver con la espantosa noche de la dictadura que recién habíamos dejado atrás, y bajo el mismo sol que alumbró a Sócrates y a Lord Byron, recorrer esas piedras venerables, desató en todos nosotros un torrente emotivo inolvidable. Nos abrazamos, nos enjugamos los ojos llorosos, nos hicimos chistes y volvimos a subir a la van.

Y así se hizo la noche del viernes. Cuatro hombres jóvenes y una muchachita de 19 años no podían quedarse en el hotel, aún cuando a la mañana siguiente debieran comenzar muy temprano con la filmación. De modo que, a eso de las 9 de la noche, rumbeamos para el barrio donde, según nos habían contado, transcurría la movida de la noche ateniense. Y, efectivamente, caminamos un rato entre restaurantes, pubs, lugares con música y espectáculos en vivo. Cenamos en uno de ellos y salimos de ronda por diversos lugares, incluyendo una discoteca. Bebimos mucho, felices y emocionados, escuchamos canciones en un idioma que reconocíamos, pero ignorábamos. Nos cantaron tangos al preguntarnos de dónde veníamos, en algún lugar contamos desde el escenario que estábamos filmando una película. Alguien se acercó a Emilia Mazer para decirle, en un precario inglés, que la había visto en “The War's Children”, así dijo, refiriéndose a Los Chicos de la Guerra.

En algún momento, y este es el recuerdo que hoy me ha acompañado, estamos caminando nuevamente por las calles del barrio. Norberto Días me dice que tiene ganas de orinar. Que ya no se aguanta. Cruzamos la calle hacia la otra vereda que se veía arbolada y más oscura y discreta y, refugiados tras unos árboles comenzamos a orinar. El lugar era como el pie o el inicio de una colina. De pronto, Norberto levanta la vista y me grita, :

- Julio, ¡mirá ese templo, la puta que lo parió!

Levanto la vista e, iluminado y resplandeciente, veo que en la cima de esa colina brilla en toda su majestad y belleza el Partenón, el templo dedicado a Atenea Pártenon, diosa protectora de Atenas.

- Sì, le respondí a Norberto. -Es nada menos que el templo más importante de la cultura occidental.

Terminamos nuestra tarea. Nos quedamos unos instantes mirando la incandescente cima de la colina y volvimos con nuestros amigos.

Podíamos decir que nuestra micción estaba cumplida.

Buenos Aires, 19 de marzo de 2022

sábado, 5 de marzo de 2022

Leif y Jorge


Hoy he tenido un día de enorme emotividad.
Me levanté tarde y a poco de abrir el teléfono me encuentro con un mensaje de Linnea, la hija de Leif Hansson, mi hermano boreal, me cuenta que su padre no está bien. Sufre de Alzheimer y està internado en una clínica psiquiátrica. La palabra sueca que usó para ello fue “demensboende”, residencia para dementes. Posiblemente la raíz latina de la palabra no tenga, en sueco, el impacto que produce en un hispanohablante. Me cuenta, además, que los médicos, varias veces, han dicho que Leif está moribundo.

Hace un par de años conté quien era Leif, qué papel había cumplido en nuestra incorporación social a aquella Suecia de los fines del '70 (https://jfernandezbaraibar.blogspot.com/.../mi-hermano...), lo felices que fuimos aquellos jóvenes treintañeros, las cosas que hicimos juntos, los sueños que compartimos y la amistad para siempre que logramos crear, en medio del exilio, del desarraigo, de la extrañeza. Entre otras cosas maravillosas, compartimos, justamente, el nacimiento de Linnea y de Erik, los dos hijos de Leif.

Y también me cuenta Linnea que, pese a todo, Leif resiste y que ellos creen ver en él más períodos de claridad que lo que ha tenido en los últimos dos años. Y que están convencidos que este año podrá acompañarlos a la “sommarstuga”, la cabaña de verano.

Le escribí a Linnea con mis mejores deseos y explicándole el lugar que su papá ocupa en mi corazón y en mis recuerdos.
Una pena muy profunda me ha dominado desde ese momento.

Y recién, leyendo Twitter me encuentro con un amigo que escribe: “Dios es todo tan demente que mejor me voy a preparar la masa para las pizzas y el ferné para recibir a mis amigos imaginarios y ver Puerto Cultura con los gatos esta noche”.

Otro puñal en el corazón. Puerto Cultura era el programa que creó Jorge Coscia hace muchos años en diversos canales de cables y que logró que lo pusieran en la grilla del Canal 9 en los últimos años de su gestión como Secretario de Cultura.

“Me mataste con Puerto Cultura”, le escribí al amigo.

Me responde: “En tiempos más felices ese era el plan: veíamos Duro de Domar y a continuación Puerto Cultura. Ahora lo buscamos en en archivo de YouTube. Que viva Coscia para siempre”.

Todo tiene un alcanforado olor a fin de ciclo. De un período que empezó, posiblemente, el 29 de mayo de 1969, cuando los estudiantes y los trabajadores cordobeses le pusieron fin a once años de golpes y proscripciones.

O simplemente se trata tan solo de que aquellos entrañables compañeros y amigos que logramos poner a nuestra vera a lo largo de estos años han empezado a dejarnos solos.

Qué sé yo.

Lo que sí sé es que Leif y Jorge, cada uno a su manera y en su momento, me hicieron la vida más grata, más llevadera, hicieron que, si fuera el caso, quisiera volver a vivirla tal como fue.

Y eso no es poco, amigos.