sábado, 7 de febrero de 2015

El genio manco



Yo tendría unos diez años. Una noche, como de costumbre, mi padre volvió del trabajo a eso de las ocho. Pero, como no era costumbre, me dijo: 
-Copete (tal fue siempre mi sobrenombre familiar), vestite bien que vamos a salir.

Quienes conocen mi placer trasnochador se pueden imaginar mi alegría. Me preparé y mi papá, sin decirme qué íbamos a hacer, me llevó al Club Hípico de Tandil, sobre la calle Pinto, enfrente de la peluquería de Passo, nuestro peluquero y de las tres cuartas partes de los hombres de Tandil.
En el piso superior del Club estaban dispuestas las mesas, las arañas prendidas, como si fuera una noche de alguna gala fuera de lo común. De pronto se apagaron las arañas del salón, se encendieron las luces del escenario donde habitualmente se instalaba la orquesta de Don Vito para amenizar las fiestas y apareció un hombre joven, alto, delgado, vestido en negro frac y rematada su cabeza con una chistera, galera le llamábamos entonces, también negra. Un fino y cuidado bigote adornaba su labio superior. Y la mano derecha metida elegantemente en el bolsillo del impecable pantalón.Parecía la encarnación de Mandrake, el Mago, que salía en la página de las historietas del Eco de Tandil, y que con sus gestos hipnóticos realizaba proezas sin par.
Pero también noté que debajo del rutilante uniforme de mago estaba ese mismo señor que dos por tres pasaba por casa a conversar con mi padre y al que este llamaba Lavandera.
Andá a abrir, que debe ser Lavandera.
Siempre quedaba en mi la duda sobre si mi padre se había salteado el artículo determinante femenino -la lavandera- o realmente me decía la bandera. Porque ese muchacho, un poco menor que mi padre, no era ni lo uno lo otro. Y mi padre me explicaba entonces que el apellido era Lavandera, que trabajaba en el Banco Nación como cajero y que en un accidente había perdido su mano derecha.
 Tenés que ver cómo cuenta los billetes con una sola mano, me decía mi papá.
Y ahí lo tenía a Lavandera vestido de Mandrake, el Mago.
Esa noche descubrí que el héroe inventado por Lee Falk existía, vivía en Tandil y con una sola mano creaba un mundo fantástico donde los naipes volaban del mazo a un bolsillo y las monedas se multiplicaban con solo girar en sus dedos. Y que Narda y Lothar no existían, eran mentira.
Pero Mandrake sí, y se presentaba bajo el seudónimo de René Lavand y, como Clark Kent, disimulaba su personalidad detrás de los barrotes de la caja del Banco Nación.
Ese hombre fue la magia de mi niñez tandileña.
Ese mago, ese brujo manco, ese genio escondido en lo profundo de su chistera, ese convocador de sueños y fantasías se ha ido.
Al llegar, sacó una moneda de la boca de San Pedro. Y se sentó tranquilamente con los ángeles, que lo estaban esperando para ser fascinados por su mano omnipotente.