miércoles, 21 de septiembre de 2011

José Hernández, de soldado federal a poeta nacional

José Hernández, de soldado federal a poeta nacional
José Hernández, el autor del “Martín Fierro” nació en lo que entonces se conocía como las Chacras de Perdriel, en el actual partido de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, el 10 de noviembre de 1834. Era hijo de una familia de vieja prosapia criolla, vinculada a las luchas políticas de la Independencia. Su madre, Isabel de Pueyrredón era prima hermana del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón.


Como tanto jóvenes de su época tuvo una formación autodidacta, en la que su abuela jugó un papel destacado. A los 19 años recibió su bautismo de fuego en la batalla de San Gregorio, donde actuó como soldado de las tropas porteñas, contra las federales comandadas por Hilario Lagos. El enfrentamiento fue una catástrofe para las fuerzas de Buenos Aires y el joven José Hernández fue tomado prisionero. Será su primera y única participación en el bando unitario, a la que seguramente se unió sin clara conciencia política.

Poco después abandonó Buenos Aires y pasó a militar en el gobierno federal de Paraná. Allí se casó con Carolina González del Solar, una joven entrerriana con quien tuvo siete hijos. Fue soldado de Urquiza en Cepeda y Pavón, contra las fuerzas porteñas de Mitre y destacado político de la Confederación Argentina, de la que se había secesionado la provincia de Buenos Aires. Formó parte de los hombres que jamás perdonaron a don Justo José de Urquiza la capitulación ante Bartolomé Mitre en Pavón. Acompañó a Ricardo López Jordán en su enfrentamiento con Don Justo y participó activamente en el levantamiento de 1870, contra el presidente Domingo Faustino Sarmiento. 

Con la derrota de las fuerzas jordanistas, Hernández acompañó a su jefe al destierro en Brasil. Regresó al país al año siguiente y continuó su lucha política y su prédica federal, ahora a través del periodismo. 

En 1863, ante el alevoso asesinato del General Angel Vicente Peñaloza, el Chacho, en la provincia de la Rioja, el soldado federal Hernández dio a conocer su libro “Vida del Chacho”. El libro es un ejemplo de periodismo militante y de investigación sobre la verdadera historia de ese respetado caudillo a quien los diarios porteños calificaban de “bandolero”. 

Su obra cumbre “El gaucho Martín Fierro” (1872) y su continuación “La vuelta de Martín Fierro” (1879) fueron, entonces, no sólo el resultado de su genio literario, su conocimiento de la vida rural de entonces y, sobre todo, su cercanía con el verdadero protagonista de las luchas civiles, el gaucho, sino también de sus convicciones federales, de su resistencia a entregar al país al capital extranjero y su denuncia al saqueo y desamparo en que caían las provincias históricas y su población criolla frente a la predación mitrista. 

Su última gran actuación política fue el memorable discurso con el que, en 1880, defendió la federalización de la ciudad y el puerto de Buenos Aires, en áspero debate con el dirigente de la Unión Cívica, Leandro N. Alem. Con la aparición del roquismo y la federalización del puerto de Buenos Aires, José Hernández se sumó al nuevo momento de pacificación que vivía el país y fue elegido, en 1879, diputado provincial en el Congreso de la provincia de Buenos Aires. En 1881 publicó su Instrucción del Estanciero, notable intento de introducir alguna forma de producción capitalista en la estancia argentina. En 1885, José Hernández fue elegido senador nacional. 

Murió al año siguiente, el 21 de octubre de 1886

21 de septiembre de 2011

domingo, 11 de septiembre de 2011

Juan y Eva, la fuerza irresistible del amor

Juan y Eva, la fuerza irresistible del amor

La historia de amor más trascendente de la historia argentina del siglo XX, el romance entre Juan Perón y Eva Duarte, ya tiene su película. Y esa película es maravillosa.

En efecto, “Juan y Eva” de Paula de Luque, estrenada el jueves 15 en Buenos Aires, es un filme singularmente bello, con actuaciones descollantes, con un encuadre y una fotografía que realza y pone dramatismo a la historia, con una notable reproducción de época y con un guión y una dirección que, en todo momento, evita el lugar común, el estereotipo o la “machietta”.

Paula de Luque, en su tercer largometraje, retoma, en cierto sentido, aquellas historias de mujeres en la historia que la actriz Eva Duarte interpretaba por Radio Belgrano y cuenta ese romance de un año y medio, enmarcado en dos acontecimientos de inmensa trascendencia: el terremoto de San Juan del 15 de enero de 1944 y el terremoto social del 17 de octubre de 1945.

La propuesta era sumamente riesgosa. La gran mayoría de los argentinos tenemos en nuestro cerebro una imagen de Perón y Evita. Para casi todos es muy difícil separar sus personas del proceso político que encarnaron, de las pasiones que movilizaron y de las transformaciones que su paso por el poder dejaron en la Argentina. El abismo de un panfleto altisonante, de un ejercicio de cine histórico especular al Billiken o de un melodrama edulcorado se abría a los pies de la realizadora. La posibilidad de hacer una película puramente partidaria que encendiese a propios y alejase a ajenos era otro de los peligros que encerraba el proyecto.

Paula de Luque ha logrado sortear esos escollos, esas acechanzas y ha dado al cine argentino la que posiblemente sea la mejor película con trasfondo histórico que se haya filmado jamás entre nosotros. Miradas que se cruzan, pequeños gestos de complicidad, espejos que muestran la imagen aún no visible, silencios y preguntas sin respuesta son los materiales con que construye el mundo de Juan y Eva.

Además de su inteligencia y exquisito gusto, de su sobriedad y buen criterio cinematográfico, de Luque contó con la ayuda de un elenco a la altura de su desafío. Julieta Díaz muestra su talento actoral y compone una Evita en la que cada gesto, cada mirada, cada silencio parece observado por el ojo de una cerradura imaginaria. Osmar Núñez, por su parte, ratifica el talento actoral que ha hecho conocer en el teatro, y ofrece un Juan Perón que no es una imitación de su voz o de sus gestos, tan conocidos por el público mayor de cincuenta años. El Perón de Núñez es -como lo fue el Julio César. el Napoleón o el Emiliano Zapata de Marlon Brando- una creación, una interpretación, el Perón pensado por de Luque y pasado por el tamiz creativo del actor. El resultado de ello son una Eva celosa y tenaz, enfurecida y dulce y un Juan luchador y sereno, paciente e irreductible, enamorados el uno del otro en un mundo que se derrumba y otro que, silenciosamente, se está construyendo.

Paula de Luque, afortunadamente, no intenta ninguna teoría. Sólo pretende hacer una película bella, emocionante y conmovedora. Y con ello consigue hacer una película deslumbrante.

¡Dónde la llevo, Eva?”, pregunta Juan, la noche en que se conocen. Eva no responde y la historia todavía no ha terminado de responder.

María Luisa Bemberg filmó “Miss Mary”, a mi gusto su mejor película. Las últimas escenas de su filme trascurren en la noche del 17 de octubre, mientras sus padres se casaban en el Santísimo Sacramento y la multitud se desperdigaba por las calles de Buenos Aires de vuelta a sus casas. “Juan y Eva” es como el contracampo de la película de la Bemberg. Paula de Luque ha iluminado con su talento, con su fina sensibilidad y su delicada inteligencia ese contracampo. Es una mirada femenina, que ve cosas que los hombres muchas veces soslayamos, que pone el acento en inflexiones que nos suelen pasar inadvertidas, que convierte un primer plano en un texto de mil posibles lecturas.

Paula de Luque se ha convertido con “Juan y Eva” en una realizadora insoslayable de nuestro cine.

Buenos Aires, 9 de septiembre de 2011

¿Qué será de Borinquen, mi Dios querido que será de mis hijos y de mi hogar?


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El 12 de octubre de 1891 nació, en Ponce, Puerto Rico, el gran patriota borincano y adalid de la lucha por la independencia nacional de su país en manos de los Estados Unidos, Pedro Albizu Campos.

Don Pedro Albizu Campos es el gran patriota portorriqueño, cuyo lento asesinato en las cárceles norteamericanas -donde fue contaminado con radiactividad- lo ha convertido en el gran mártir de los pueblos latinoamericanos para liberarse del yugo yanqui.
Fue hijo natural de Alejandro Albizu y de doña Juana Campos y su padre no lo reconoció hasta que el niño terminó su escuela secundaria. Becado por una logia masónica, que descubre su natural inteligencia, el joven va a estudiar ciencias a la Universidad de Vermont, si bien al poco tiempo se trasladó a Harvard donde se recibió en leyes con excelentes calificaciones. Fue en esta universidad donde tomó contacto con Subhas Chandra Bose, un dirigente del nacionalismo hindú que, posteriormente, acompañará a Mahatma Gandhi en la independencia de la India, y con el célebre Éamon de Valera, el primer presidente de la Irlanda libre del yugo inglés..
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, donde participó como soldado del ejército norteamericano, Albizu Campos se muda a Puerto Rico y comienza la intransigente labor por la independencia borincana que lo ocuparía hasta su dolorosa muerte. Ingresó al Partido Nacionalista Portorriqueño, donde, al poco tiempo, fue reconocido como una de sus principales figuras. Después de una gira por otros países latinoamericanos, para extender la causa independentista, es elegido presidente del partido. Su dirección le imprimió una fuerte impronta revolucionaria, si bien alejado de las corrientes marxistas que venían de Moscú. Asume una posición de abstención frente a las amañadas elecciones coloniales y plantea el no acatamiento al servicio militar obligatorio, que, obviamente, era en las FF.AA. ocupantes. En 1936 recibe su primer arresto por una acusación de conspirar contra el gobierno yanqui de la isla y al año siguiente, después de la masacre de Ponce, cuando la policía dispara contra una manifestación de los nacionalistas, es trasladado a la cárcel de Atlanta, junto con los principales jefes del partido.
Recién es liberado en 1947 y vuelve a su isla -¿Dónde vas, Puerto Rico, tú de socio asociado en sociedad?, cantaba entonces el cubano Nicolás Guillén- para iniciar una lucha política armada contra la ocupación yanqui. El 30 de octubre de 1950 se produce el levantamiento conocido como Grito de Jayuya y se proclama la Segunda República de Puerto Rico. Por primera vez, bajo la tiranía norteamericana, flamea la bandera blanca y roja con su estrella en triángulo azul, creada en Nueva York, en el siglo XIX, por patriotas de Borinquen. Nuevamente “El Maestro”, como lo llamaban sus compatriotas, es puesto prisionero, junto a otros compañeros de lucha.
El gobernador del Estado Libre Asociado -como llama EE.UU. a la situación colonial del país- lo indulta, ante la enorme presión popular, pero en 1954 se revoca la medida. A partir de ese momento, “el Último Libertador de América”, como también se lo llamara, comienza su lento martirio. El régimen carcelario yanqui denuncia que sufre de locura y, posteriormente, sufre un derrame cerebral. Es trasladado a un hospital en San Juan de Puerto Rico , bajo una fuerte vigilancia. Los médicos que lo vieron, después de cinco días de no recibir atención, declararon que su cuerpo sufría de horribles quemaduras y otros síntomas de radiación. No obstante continúa en prisión hasta 1964. Sale en libertad -bajo las protestas del imperialismo norteamericano y sus secuaces locales- víctima de un doloroso cáncer y llagas en todo su cuerpo, como resultado de los experimentos radioactivos a los que fue sometido por sus carceleros.
Don Pedro Albizu Campos murió el 21 de abril de 1965. El pueblo portorriqueño lo acompañó masivamente a su tumba. Bajo la presidencia de Bill Clinton, el Departamento de Energía de los EE.UU. reconoció haber realizado, en los años '50 y '60, experimentos humanos con radiación, sin el conocimiento de los prisioneros. Una de sus víctimas fue el gran político, orador, poeta y patriota Pedro Albizu Campos. Puerto Rico continúa siendo una colonia yanqui. Latinoamérica tiene aún una deuda con el pueblo jibarita.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Confieso que he estado en el Glaciar Perito Moreno

Confieso que he estado en el Glaciar Perito Moreno

Una amiga venezolana envió a una lista un hermoso pps con fotos del Glaciar Perito Moreno. Le respondí así:

Muchas gracias por estas maravillosas postales.

No sé si les conté, pero en el mes de junio, unos días antes de mi cumpleaños, viajé por cuestiones políticas a Río Gallegos, la capital de la provincia de Santa Cruz. Los amigos de allá nos habían preparado, a mí y a mi amigo Hugo Barcia, un viaje al Calafate para ver el Glaciar Perito Moreno. Fuimos en auto, en una ruta cubierta de hielo, pasamos por el Calafate -calafate es una riquísima baya de la región, agridulce y pequeña, de color rojo fuerte- y seguimos hasta el maravilloso glaciar.

He estado muchas veces en las Cataratas del Iguazú y cada vez que voy se apodera de mí una especie de congoja que me atenacea el estómago, ante la belleza, fuerza y magnificencia del espectáculo de la Garganta del Diablo. Pero el impacto de una visita personal no es muy distinta a la que produce una buena película o una gran fotografía de los saltos.

Con el glaciar pasa otra cosa.

Sólo el contacto personal, en vivo y en directo, como dice la vulgaridad televisiva, proporciona a nuestra pequeña humanidad la magnitud, la abrumadora magnitud de este milagro. El glaciar Perito Moreno es una especie de gigantesca, polifémica broma, un chiste de dimensiones ciclópeas que la naturaleza nos brinda tan solo para demostrarnos el tamaño de este señorío que, dispendiosamente, tenemos sobre sus dominios. Uno queda con la boca abierta. Recibe, al llegar a la hermosamente gélida pasarela que permite admirar el frente del glaciar, una trompada en el plexo solar y se le corta la respiración. No es posible, esto no es posible, es lo único a lo que atina a pensar el pobre hijo de Adán ante la capacidad creativa de los dioses, ante su rampante sentido del humor, ante el blanco virginal, el celeste de las alturas, el esmeralda de esos témpanos milenarios, el turquesa que surge de las grietas profundas como catedrales. Amigos, el espectáculo del glaciar no se puede ver en una fotografia. Hay que visitarlo y pasar el resto de la vida pensando cómo describir lo que han visto.

Les cuento que al volver, esa misma noche al Calafate nos enteramos que los vuelos a Buenos Aires estaban suspendidos sin fecha, a causa de las cenizas de un volcán en la frontera con Chile. De modo que tuvimos que quedarnos diez días en la pequeña villa.

También les cuento que pasé mi cumpleaños número 64 en ese lugar, comiendo un cordero patagónico y bebiendo un excelente malbec de la región con mi amigo entrañable Hugo Barcia.

No lo había contado hasta ahora y el envío de Legda, como las galletas Madeleine a Proust, desataron mi memoria.