José Hernández, el autor del “Martín Fierro” nació en lo que entonces se conocía como las Chacras de Perdriel, en el actual partido de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, el 10 de noviembre de 1834. Era hijo de una familia de vieja prosapia criolla, vinculada a las luchas políticas de la Independencia. Su madre, Isabel de Pueyrredón era prima hermana del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón.
Publico aquí algunos textos a medio camino entre el intento de permanencia de la literatura y la realizada fugacidad del periodismo.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
José Hernández, de soldado federal a poeta nacional
José Hernández, el autor del “Martín Fierro” nació en lo que entonces se conocía como las Chacras de Perdriel, en el actual partido de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, el 10 de noviembre de 1834. Era hijo de una familia de vieja prosapia criolla, vinculada a las luchas políticas de la Independencia. Su madre, Isabel de Pueyrredón era prima hermana del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Juan y Eva, la fuerza irresistible del amor
La historia de amor más trascendente de la historia argentina del siglo XX, el romance entre Juan Perón y Eva Duarte, ya tiene su película. Y esa película es maravillosa.
En efecto, “Juan y Eva” de Paula de Luque, estrenada el jueves 15 en Buenos Aires, es un filme singularmente bello, con actuaciones descollantes, con un encuadre y una fotografía que realza y pone dramatismo a la historia, con una notable reproducción de época y con un guión y una dirección que, en todo momento, evita el lugar común, el estereotipo o la “machietta”.
Paula de Luque, en su tercer largometraje, retoma, en cierto sentido, aquellas historias de mujeres en la historia que la actriz Eva Duarte interpretaba por Radio Belgrano y cuenta ese romance de un año y medio, enmarcado en dos acontecimientos de inmensa trascendencia: el terremoto de San Juan del 15 de enero de 1944 y el terremoto social del 17 de octubre de 1945.
La propuesta era sumamente riesgosa. La gran mayoría de los argentinos tenemos en nuestro cerebro una imagen de Perón y Evita. Para casi todos es muy difícil separar sus personas del proceso político que encarnaron, de las pasiones que movilizaron y de las transformaciones que su paso por el poder dejaron en la Argentina. El abismo de un panfleto altisonante, de un ejercicio de cine histórico especular al Billiken o de un melodrama edulcorado se abría a los pies de la realizadora. La posibilidad de hacer una película puramente partidaria que encendiese a propios y alejase a ajenos era otro de los peligros que encerraba el proyecto.
Paula de Luque ha logrado sortear esos escollos, esas acechanzas y ha dado al cine argentino la que posiblemente sea la mejor película con trasfondo histórico que se haya filmado jamás entre nosotros. Miradas que se cruzan, pequeños gestos de complicidad, espejos que muestran la imagen aún no visible, silencios y preguntas sin respuesta son los materiales con que construye el mundo de Juan y Eva.
Además de su inteligencia y exquisito gusto, de su sobriedad y buen criterio cinematográfico, de Luque contó con la ayuda de un elenco a la altura de su desafío. Julieta Díaz muestra su talento actoral y compone una Evita en la que cada gesto, cada mirada, cada silencio parece observado por el ojo de una cerradura imaginaria. Osmar Núñez, por su parte, ratifica el talento actoral que ha hecho conocer en el teatro, y ofrece un Juan Perón que no es una imitación de su voz o de sus gestos, tan conocidos por el público mayor de cincuenta años. El Perón de Núñez es -como lo fue el Julio César. el Napoleón o el Emiliano Zapata de Marlon Brando- una creación, una interpretación, el Perón pensado por de Luque y pasado por el tamiz creativo del actor. El resultado de ello son una Eva celosa y tenaz, enfurecida y dulce y un Juan luchador y sereno, paciente e irreductible, enamorados el uno del otro en un mundo que se derrumba y otro que, silenciosamente, se está construyendo.
Paula de Luque, afortunadamente, no intenta ninguna teoría. Sólo pretende hacer una película bella, emocionante y conmovedora. Y con ello consigue hacer una película deslumbrante.
“¡Dónde la llevo, Eva?”, pregunta Juan, la noche en que se conocen. Eva no responde y la historia todavía no ha terminado de responder.
María Luisa Bemberg filmó “Miss Mary”, a mi gusto su mejor película. Las últimas escenas de su filme trascurren en la noche del 17 de octubre, mientras sus padres se casaban en el Santísimo Sacramento y la multitud se desperdigaba por las calles de Buenos Aires de vuelta a sus casas. “Juan y Eva” es como el contracampo de la película de la Bemberg. Paula de Luque ha iluminado con su talento, con su fina sensibilidad y su delicada inteligencia ese contracampo. Es una mirada femenina, que ve cosas que los hombres muchas veces soslayamos, que pone el acento en inflexiones que nos suelen pasar inadvertidas, que convierte un primer plano en un texto de mil posibles lecturas.
Paula de Luque se ha convertido con “Juan y Eva” en una realizadora insoslayable de nuestro cine.
Buenos Aires, 9 de septiembre de 2011
¿Qué será de Borinquen, mi Dios querido que será de mis hijos y de mi hogar?
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El 12 de octubre de 1891 nació, en Ponce, Puerto Rico, el gran patriota borincano y adalid de la lucha por la independencia nacional de su país en manos de los Estados Unidos, Pedro Albizu Campos.
lunes, 5 de septiembre de 2011
Confieso que he estado en el Glaciar Perito Moreno
Confieso que he estado en el Glaciar Perito Moreno
Una amiga venezolana envió a una lista un hermoso pps con fotos del Glaciar Perito Moreno. Le respondí así:
Muchas gracias por estas maravillosas postales.
No sé si les conté, pero en el mes de junio, unos días antes de mi cumpleaños, viajé por cuestiones políticas a Río Gallegos, la capital de la provincia de Santa Cruz. Los amigos de allá nos habían preparado, a mí y a mi amigo Hugo Barcia, un viaje al Calafate para ver el Glaciar Perito Moreno. Fuimos en auto, en una ruta cubierta de hielo, pasamos por el Calafate -calafate es una riquísima baya de la región, agridulce y pequeña, de color rojo fuerte- y seguimos hasta el maravilloso glaciar.
He estado muchas veces en las Cataratas del Iguazú y cada vez que voy se apodera de mí una especie de congoja que me atenacea el estómago, ante la belleza, fuerza y magnificencia del espectáculo de la Garganta del Diablo. Pero el impacto de una visita personal no es muy distinta a la que produce una buena película o una gran fotografía de los saltos.
Con el glaciar pasa otra cosa.
Sólo el contacto personal, en vivo y en directo, como dice la vulgaridad televisiva, proporciona a nuestra pequeña humanidad la magnitud, la abrumadora magnitud de este milagro. El glaciar Perito Moreno es una especie de gigantesca, polifémica broma, un chiste de dimensiones ciclópeas que la naturaleza nos brinda tan solo para demostrarnos el tamaño de este señorío que, dispendiosamente, tenemos sobre sus dominios. Uno queda con la boca abierta. Recibe, al llegar a la hermosamente gélida pasarela que permite admirar el frente del glaciar, una trompada en el plexo solar y se le corta la respiración. No es posible, esto no es posible, es lo único a lo que atina a pensar el pobre hijo de Adán ante la capacidad creativa de los dioses, ante su rampante sentido del humor, ante el blanco virginal, el celeste de las alturas, el esmeralda de esos témpanos milenarios, el turquesa que surge de las grietas profundas como catedrales. Amigos, el espectáculo del glaciar no se puede ver en una fotografia. Hay que visitarlo y pasar el resto de la vida pensando cómo describir lo que han visto.
Les cuento que al volver, esa misma noche al Calafate nos enteramos que los vuelos a Buenos Aires estaban suspendidos sin fecha, a causa de las cenizas de un volcán en la frontera con Chile. De modo que tuvimos que quedarnos diez días en la pequeña villa.
También les cuento que pasé mi cumpleaños número 64 en ese lugar, comiendo un cordero patagónico y bebiendo un excelente malbec de la región con mi amigo entrañable Hugo Barcia.
No lo había contado hasta ahora y el envío de Legda, como las galletas Madeleine a Proust, desataron mi memoria.