Los argentinos no tienen, en su gran mayoría, la menor idea de quién fue Evert Taube.
Su nombre tiene en Suecia la misma sonoridad que en nuestro país puede tener Atahualpa Yupanqui u Homero Manzi. Es el cantor popular por excelencia y el autor de los temas que todo sueco conoce, como nosotros conocemos "Lunita Tucumana" o "Malena". Como si esto no alcanzara, el hombre fue un buen escritor y un interesante pintor.
Era hijo de un marino que se desempeñaba como guardafaro en el archipélago de Gotemburgo en 1890, y descendiente de una familia de hombres vinculados al mar. Era el cuarto de los trece hijos de la familia. Al nacer, fue dejado sobre la mesa de la cocina, considerándolo muerto. Cuando el doctor Silfverskiöld llegó a la casa para firmar el certificado de fallecimiento, descubrió que el pequeño cuerpo de Evert tenía signos vitales.
Tuvo, según ha contado, una infancia feliz. Muy pronto manifestó una gran sensibilidad artística. La literatura, la música y la pintura eran las materias en las que Evert encontraba mayor afinidad. Con la intención de entrar en la Academia de Arte de Estocolmo, en 1906, con dieciséis años, el adolescente se escapa a la capital del reino. Allí es inmediatamente atraído por la vida bohemia y alterna entre la casa de un primo actor y la calle, donde debió dormir muchas noches por falta de amigos y dinero. Su padre, el guardafaro, preocupado por estos desvaríos, viaja a Estocolmo y, con el rigor de entonces, lo intima a entrar en un internado o a embarcarse en la marina mercante. El afán aventurero de Evert elige el mar y allí comienza su vida de trotamundos.
En 1910, Taube llega a Buenos Aires, en el barco de vapor inglés Princess of Wales, que la Great Eastern Railway había vendido a la compañía de Nicolás Mihanovich.
Y es aquí donde se entrevera Evert Taube con la Argentina.
El sueco decide instalarse en la Buenos Aires del Centenario y adquiere la ciudadanía argentina. Conoce al presidente Roque Sáenz Peña, de quien llega a ser un colaborador. Se interna en la provincia de Buenos Aires y se mezcla en las tareas rurales en la zona de Chascomús y la bahía de Samborombón. Y ahí, entre paisanos y cajetillas, comienza su carrera de compositor y cantor. El tango, las vidalas, las milongas sureras fueron los géneros que inspiraron su genio. Su tema "Fritiof y Carmencita" (Fritiof Andersson era su heterónimo musical) cuenta una historia de amor con la hija de una pulpera de Samborombón, que ha comprometido su casamiento con un rico estanciero.
Cinco años vive Taube en la Avenida de Mayo hasta que en 1915 decide volver al septentrión, no sin antes desembarcar en Brasil y en Cuba, lugares a los que también le dedica canciones que forman parte del acerbo popular sueco. Pero su paso por la Argentina sería constitutivo de su personalidad. Evert Taube falleció en 1976 y su partida fue un duelo nacional. Posiblemente ningún otro artista haya gozado de la popularidad y el cariño de su gente como Taube.
Su hijo Sven-Bertil se dedicó también a la canción, con una hermosa voz de tenor. Interpretó el repertorio de su padre y ha grabado incluso una versión sueca de Malena, con una muy porteña orquesta dirigida por Néstor Marconi.
En 1981, en una librería de viejo del barrio sur de Estocolmo, encontré una novela escrita por Evert Taube, cuya existencia ignoraba por completo. "Don Diego Karlsson de la Rosas" se llama y está ambientada en Buenos Aires y Chascomús en los años previos al triunfo electoral de Hipólito Yrigoyen.
El libro además tiene una dedicatoria autografiada por Sven-Bertil Taube.
Algunos párrafos de esa ignota novela tienen una especial agudeza sociológica. Veamos:
Esto pone Evert Taube en boca de un porteño :
Los criollos blancos, los porteños, tenían la ventaja del hombre rico y con educación académica por sobre la población rural analfabeta, y conquistaron propiedades tan grandes como ducados y condados, y así surgió el estanciero, que es un señor feudal medieval con la diferencia de que él es también burgués, financiero, exportador y académico. La más alta clase alta de estos estancieros no ha emigrado a otras partes de Argentina ni tiene intención de hacerlo y no somos similares a la clase alta y a los educados en otras ciudades universitarias y capitales de provincia de nuestro país. Formamos un pueblo al lado del pueblo y no queremos ser como los demás, y en ese sentido el porteño (con estancia en la pampa) es algo único y sólo puede compararse con el caballero de la Roma de Augusto. Los estancieron se instalan periódicamente en sus grandes propiedades, tal como Cicerón se instalaba en su Tusculum y Mecenas en Tibur y la Sabinas bajo Augusto.
Así veía un sueco de clase media a la oligarquía de la pampa húmeda en 1914.