viernes, 31 de enero de 2025

Ida y vuelta con Ramiro Marra

Hace un año y medio escribíamos

Anda un truhán liberal

Ramiro Marra llamado,

pretendiendo ser votado

alcalde, en la Capital.

Su pinta es funcional

a la estafa que maquina:

con filomisho de esquina

nos engrupe sin piedad,

hablando de libertad

mientras nos deja en la ruina.

Este Marra ya probó

suerte en otros campamentos.

Fallaron esos intentos

hasta que al fin encontró

lo que con afán buscó:

un gran engatusador,

sacado y chamuyador,

que le diera un buen cobijo,

y entrar en el revoltijo

del toco mocho mayor.

Y hoy nos vemos obligados a decir

Es el tal Ramiro Marra

pelotudo de renombre

que con los brazos en jarra

y sin que nada lo asombre

se convirtió en la chatarra

del, hasta entonces, su hombre.


Gran amante del atún,

gran inversor en sus latas,

cubierto fue de betún

de la cabeza a las patas.

Karina guiñó y cataplún:

Marra quedó en alpargatas.


Hoy el pibe se achaparra,

jura y perjura lealtad.

Chilla como una chicharra:

- ¡Yo estoy por la libertad!

Todo en vano, viejo Marra,

te ahogaste en tu oquedad.


31 de enero de 2025



martes, 28 de enero de 2025

El hallazgo de un libro olvidado

Desde hace unos días busco en vano en mi biblioteca un libro con el que deseaba reencontrarme. No lo he encontrado. Pero hallé, en un lugar que no le correspondía -algo parecido debe haber sucedido con mi libro fugitivo-, otro que me significó una hermosa sorpresa.


Ramón Prieto
                    Marcos Merchensky                                                       Ramón Prieto

Penúltima Palabra (1989) es un pequeño libro de poemas de Luis Alberto Murray, aquel nacionalista trosko-chestertoniano que fuera compañero de colegio, y de expulsión del mismo, y amigo de toda la vida de Jorge Abelardo Ramos y autor de dos obras históricas imprescindibles: Pro y contra de Alberdi (1960) y Pro y contra de Sarmiento (1972).

La mayor sorpresa fue descubrir -no digo recordar, porque estaba totalmente borrado de mi memoria- que el librito esta dedicado y autografiado por Luis Alberto.

La poesía de Murray está notoriamente determinada por su radical catolicismo, por su admiración por el siglo de oro español y su vibrante pasión argentina. Prácticamente no hay poema que no evoque y convoque a construirla, como en el poema Abanderado, dedicado a su nieto que acaba de izar la bandera en el acto del 9 de Julio:

“Señor: por los colores de cielo de la Enseña;

por lo que dicta el Himno, promisión y mandato;

por las manos fraternas que el Escudo ennoblecen,

tenga Patria este niño, porque quiera tenerla

firmemente,

y la deje más grande en su interior;

más bella por altiva y generosa

de la que sus mayores dejaremos;

acaso sin vergüenza,

pero también, ¿sin gloria?”

Pero de todos los hermosos poemas que el pequeño tomo encierra hay uno que llamó mi atención por su milagrosa actualidad. El poema esta dedicado “A la muy querida memoria de Ramón Prieto y Marcos Merchensky”. Pocos recuerdan hoy quienes fueron Prieto y Merchensky.

Ramón Prieto mismo se ha presentado así: “escritor y político argentino, nació en Ciudad Rodrigo, provincia de Salamanca, España en 1902 y llegó a Buenos Aires dos años después. Miembro de una familia de militares (su padre lucho en Filipinas, su abuelo en la guerra de Cuba), a los 20 años fue periodista en “La Protesta” y en 1925 se incorporó a la célebre Columna Prestes en la Guerra Civil del Brasil. Entre 1937 y 1939, luchó en España, primero en la 100º Brigada del Vº Cuerpo de Ejército de Lister y luego en la XIIº Brigada, como Comisario”. Participó de la famosa batalla del Ebro, donde fue herido en la cabeza. Terminó en un campo de concentración en Francia, de donde lo rescata Pablo Neruda, a la sazón cónsul honorario de Chile en Francia. Éste logra embarcar a Prieto y unos 170 españoles más en un paquebote con destino a Buenos Aires. Al llegar, la prédica de Natalio Botana, desde Crítica, logra que la mayoría de los refugiados puedan instalarse en Buenos Aires, entre ellos Ramón Prieto. Rápidamente se vincula a la, en ese momento, floreciente industria editorial y después del 17 de Octubre se vincula al peronismo. Forma parte esencial de los cuadros intelectuales del gobierno e integra la redacción con cargos de responsabilidad del diario Democracia. Más adelante se vincula a Cooke y será uno de los responsables periodísticos y políticos del semanario De Frente, la primer revista argentina que adopta el formato de la revista Time: tamaño A4 y tres columnas por página.

En 1958, con el Pacto Perón-Frondizi, en el que Prieto fue activo operador, el viejo miliciano republicano se convierte en uno de los intelectuales que rodean al antiguo radical correntino y, especialmente, a Rogelio Frigerio, el antiguo comunista convertido en ideólogo de algo que comenzó a llamarse desarrollismo.

Marcos Merchensky fue un indelectual y político iniciado, en su juventud, en el socialismo y como tal llegó a ser Secretario General de la FUA, en 1943. De activa oposición al golpe de estado de 1943, Merchensky pasó un tiempo en la cárcel. Un par de años después comienza su actividad periodística en La Razón y, posteriormente, en la revista Qué y en Clarín.

En 1952 entra en crisis con el acérrimo antiperonismo de la dirección del Partido Socialista y es expulsado. Caído el gobierno de Perón, Merchensky vuelve a la revista Qué, ya a cargo de Rogelio Frigerio y, a partir de ahí, forma parte, junto con Prieto, Isidro Ódena, Emilio Perina y otros, de lo que se conoció como “la usina desarrollista”. En 1973 fue diputado nacional por el FreJuLi, en representación del MID.

A estos dos políticos dedica Murray su poema cuyos versos, como podrán ver, tienen mucho que ver, justamente, con la concepción desarrollista. A los grandes objetivos productivistas del desarrollismo, Murray les agrega, como necesarios, una visión humanizante y social. Los invito a leer a mi querido amigo, el indoblegable irlandés Luis Alberto Murray:


SOBRE ALGUNOS ASPECTOS CARISMATICOS

DEL DESARROLLO SOSTENIDO Y AUTONOMO

A la muy querida memoria de

Ramón Prieto y Marcos Merchensky.

No hay viento de verdad sin barrilete,

ni jazmín, en rigor, sin luz de luna.

El mar no delibera, ni gobierna,

sino por intermedio de la espuma.


Téngase en cuenta, en la cuestión del trigo,

con qué frecuencia surge la amapola,

y que los trenes rinden más, si lucen

nombres, no cifras, las locomotoras.



Ninguna nave flota si no cuenta

con el previo permiso del albatros,

ni en orden un avión despega o baja

sin que la Cruz del Sur le preste amparo.



Pues ha de florecer la siderurgia,

lingote alguno salga sin su rosa.

Duro, negro petróleo: ten presente

que fuiste blanco hueso, y tiernas hojas.



Y bien: como se sabe que la usina

requiere el canto isócrono del grillo,

con zambas, chacareras y triunfos

se vea nuestro uranio enriquecido.



Juegue el niño del Norte con las dulces,

esbeltas fibras de la celulosa.

Cese el subdesarrollo con un beso

en la mejilla de la Soda Solvay.



Lave el llanto, mordiente insuperable,

lo que tienen los números de sucio,

y, ya sin más dolor, pueda el trabajo

curar su llaga del valor injusto.



Grabad en los informes un "Te quiero";

un corazón y su condigna flecha.

En el ítem Amor, es prioritario

igualar la demanda con la oferta.



Colme Dios a la tierra y a la patria

de pingües dones, de soberanía.

Esta tierra fecunda, nuestra madre.

Esta patria difícil, nuestra hija.


28 de enero de 2025 

domingo, 26 de enero de 2025

Mi encuentro con Olof Lagerkrantz


En 1979 se publicó en Suecia la biografía de August Strindberg escrita por Olof Lagerkrantz. El libro se llamaba simplemente August Strindberg. Fue, de inmediato, un éxito de ventas.

El autor era muy conocido por sus permanentes columnas de crítica literaria y, en general, crítica cultural y había sido secretario de redacción del diario Dagens Nyheter, el matutino de mayor circulación del país, una especie del Clarín en su mejor momento. Era, además, un miembro de la aristocracia, con un padre presidente de un banco y una madre condesa, cuyos orígenes familiares se remontan a las andanzas de la Orden Teutónica en Estonia. Su abuela era pariente, por ende, de Piotr Nikoláievich Wrangel, el Barón Negro, comandante del Ejército del Cáucaso en 1919 y jefe del contrarrevolucionario Movimiento Blanco en Ucrania durante el período final de la Guerra Civil Rusa.

La personalidad de Augusto Strindberg había despertado mi interés a poco de tener un conocimiento más o menos digno del idioma sueco y estudiando su literatura, por la importancia que el autor tenía en la cultura de su país. Sus libros eran, por así decir, de lectura obligatoria para quienes querían internarse en la literatura sueca. El Cuarto Rojo, su primera novela, tiene el lugar que en nuestra literatura podría ocupar La Maestra Normal o Nacha Regules, el de ser considerada como la primera novela moderna. Su drama La Señorita Julia sigue siendo, pese al tiempo transcurrido -fue escrita en 1888- una de las obras más influyentes en el teatro del siglo XX. De alguna manera, Eugene O'Neill, Tennessee Williams, Arthur Miller o Edward Albee, o Carlos Gorostiza o Roberto Cossa, en nuestro país, son herederos de esa obra.

Compré la biografía y la leí de corrido en un par de días. Me pareció fascinante. Strindberg, es necesario agregar, era un tipo por demás raro, rayano, en algunos momentos de su vida, en la más declarada esquizofrenia. Al contrario de su contemporáneo y vecino, veinte años mayor que él, Henrik Ibsen, Strindberg tenía una oscura mirada misógina sobre la mujer, además de una niñez signada por una tortuosa relación entre sus padres. De las muchas anécdotas de su vida, de las que da cuenta la biografía de Lagerkrantz, hay una que no he podido olvidar.

Parece que en algún momento de sus treinta años, cuando ya su nombre, después de la aparición de El Cuarto Rojo, comenzaba a ser conocido, alguien echó a rodar el chisme de que Strindberg era impotente, no tenía erección. Para un tipo de sus características emocionales esto era un palo en la nuca. ¿Qué hizo entonces? Se presentó ante un escribano público y le solicitó que se tomara acta de lo siguiente: el largo de su pene en estado de flaccidez; luego, junto con el notario, la concurrencia a un prostíbulo, donde una profesional realizaría lo necesario para que su pene adquiriera el estado que sus detractores decían que no alcanzaba; una vez alcanzado ese discutido estado, el notario procedería a medir su pene y poner todo ello en un acta que, con su firma, daría fe pública a lo allí escrito.

El procedimiento solicitado se realizó y Strindberg pudo exhibir a sus detractores su capacidad peneana con una escritura pública. Por esta razón, además, es que sabemos con toda certeza el tamaño del pene de Strindberg en situación de descanso y presto al placer o al trabajo, como se prefiera.

La lectura del libro me resultó tan impactante que me dieron ganas de traducirlo al español, pensando, por otra parte, que sería un buen reintegro económico a mis esfuerzos por aprender aquel idioma. De modo que me puse en contacto con Olof Lagerkrantz. Le escribí una carta al Dagens Nyheter, donde colaboraba asiduamente. Me presentaba, le hablaba del libro y de la escasa biografía en español sobre Strindberg y de mi deseo de traducirlo.

A todo esto y para poder mostrar lo que estaba en condiciones de hacer, traduje por mi cuenta todo un capítulo.

Sorprendentemente, unos días después, recibo en mi casa una llamada telefónica de Olof Lagerkrantz. Con un muy agradable tono y con una exquisita pronunciación high class -en todos los idiomas las clases altas pronuncian de un modo particular, al igual que los sectores populares-, me invita a encontrarnos a tomar un café o una cerveza en Kungsträdgården, junto a la Ópera, en el centro de Estocolmo. Ya estábamos en el año 1980.

Unos días después me encontré con Olof Lagerkrantz. 

Era una situación extraña. Yo era un inmigrante latinoamericano de 32 años, que vivía en los suburbios del Gran Estocolmo, y que hablaba muy bien el sueco, pero con una fuerte pronunciación extranjera -el sueco tiene un sistema fonético que es muy difícil de adquirir de adulto-. Él era un reconocidísimo periodista, escritor y crítico literario de 68 años, cuyas raíces familiares en Escandinavia se remontaban al siglo XIV. 

Pero, debo decir, Olof Lagerkrantz -su apellido quiere decir Corona de Laurel- era un verdadero caballero. Charlamos alrededor de una hora, sobre diversos temas. Sobre todo estaba interesado en mi carácter de exilado político y en la situación general suramericana. Se interesó sobre cómo había aprendido a hablar el sueco, elogiando mi léxico y pronunciación. Hablamos sobre Strindberg y su biografía. Le entregué mi traducción de uno de sus capítulos. Le expliqué mi idea de traducirlo. Se manifestó relativamente interesado y pasamos a hablar de literatura latinoamericana. García Márquez aún no había recibido el Nóbel, ya que ello ocurrió en diciembre de 1982. Hablamos de Augusto Roa Bastos, que en esos días había visitado Estocolmo, de Vargas Llosa, de Cabrera Infante, de Octavio Paz y, obviamente, de Borges. Él estaba interesado en mi opinión sobre esos autores, o por lo menos era lo que intentaba manifestar. Y obviamente yo di rienda suelta a mi afán de alardear sobre mis conocimientos literarios.

En algún momento llegamos a Gabriel García Márquez y a lo que por acá se dio en llamar el “realismo mágico”. Cambiamos algunas ideas sobre eso hasta que Lagerkrantz me dice, no sin una sonrisa:

– A mi me parece que todo eso del realismo mágico y su importancia está un poco exagerado. No es para tanto. Creo que hay una gran operación de prensa alrededor de eso. Pero, bueno, son opiniones.

Quedé un tanto estupefacto, pero consideré que no era momento, ni había muchas razones, para ponerme a discutir eso con quien era, más o menos, el mandarín cultural de la Suecia socialdemócrata.

Nos despedimos muy cordialmente. Lagerkrantz era un hombre elegante, sencillo y atento. Establecía de inmediato una gran cercanía y confianza, es decir no ponía distancia de ningún tipo con su interlocutor. Por otra parte, pese a su origen social, Lagerkrantz se opuso a la guerra de Vietnam y apoyó abiertamente al Vietcong. Consideraba que la visión occidental sobre la política internacional sufría de "la dominación occidental sobre las noticias".

Unas semanas después recibí otra llamada de Lagerkrantz. Me contó que había hablado con su agente literario y que, hasta ese momento, no había interés en publicar su obra en español. Me agradeció el contacto y la charla y nunca más supe de él.
Busco en internet y no encuentro que su biografía de August Strindberg haya sido publicada en España.

Olof Lagerkrantz falleció en 2002, a los 91 años de edad.

Su hijo David Lagerkrantz es también un estimado escritor y ha sido quien terminó de escribir la saga de Millenium que comenzara el escritor Stieg Larsson, quien falleciera antes de conocer el éxito mundial de su obra.

26 de enero de 2025.