Fui a ver “Terrenal”, la obra de Mauricio Kartun, en el
Teatro del Pueblo. Fui porque lo que había leído sobre ella me había despertado
la curiosidad y, sobre todo, porque trabaja en ella mi viejo amigo Claudio
Rissi.
Pero primero quiero contar quien es Claudio Rissi.
Claudio ha sido actor durante toda su vida después de la
adolescencia, que ha quedado por cierto bastante atrás. Lo conocí a través de
Jorge Coscia, durante la filmación de “Cipayos”, aquella comedia musical que
hicimos nada menos que a fines de 1989, cuando el mundo cambió de arriba para
abajo -y nosotros quedamos abajo, sin haber estado nunca arriba-. En “Cipayos”,
Rissi interpretó a un chofer hindú, que durante toda la película se la pasa
afirmando que no es hindú, que ha nacido en Londres. Sobre el final, cuando se
pasa al bando de los argentinos tangueros que se han rebelado contra el invasor
inglés, Rissi hace uno de los mejores chistes del filme. Es cuando le explica
su actitud a la periodista francesa: “I was born in London… Londres… Catamarca”,
dice con un esdrújulo acento catamarqueño. Y agrega: “Como París, Texas”, en lo
que constituye un guiño cinéfilo. Posteriormente, en “El General y la Fiebre”,
prestó su voz y su acento al general Facundo Quiroga. Y también se lo puede ver
en “Cómix, cuentos de amor de video y de muerte” y en “Canción Desesperada” de
Coscia.
Durante todos esos años forjamos una amistad de muchas
trasnoches y largas conversaciones a puro café y whisky, cuando Pernambuco, en
Corrientes al 1500, era el centro de reunión de actores, actrices, insomnes y desvelados
de todo pelaje y profesión, en los ’80. Claudio no era un triunfador fácil.
Fueron años de correr la coneja sin alcanzarla, intentando preservar sus
condiciones, sus habilidades y su aprendizaje para no caer en la tentación de
la superficial fugacidad televisiva o, simplemente, soportando una fortuna
esquiva que no reconocía sus condiciones. Esto lo obligó a cambiar muchas veces
de domicilio, a postergar una vida más mullida. Era en esas noches que Claudio
afirmaba, con un énfasis sobreactuado que él era el mejor actor de Buenos
Aires.
“La vida, esas cosas, quien sabe lo qué” hizo que su
compañera se fuera en larga gira y, por fin, Claudio se refugió de mucha
penuria en el lejano sur del conurbano. Allá, en un yermo Monte Grande, siguió
con tenacidad su vocación y, así como el gitano Melquíades llevó el hielo a
Macondo, Claudio llevó el teatro a Esteban Echeverría, inició a cientos de
chicos y chicas en la pasajera insania de creerse otro, en ese juego sagrado de
inventarse un espacio propio, de imaginarse ser bello y querido o feo y
despreciado, o feo y querido o bello y despreciado, que son las infinitas
posibilidades que ofrece la memoria emotiva, o esa fina percepción de los
incalculables matices que tienen los sentimientos y las sensaciones. Fueron
esos años, en su exilio granbonaerense, cuando dejamos de vernos tan a menudo,
mientras cada uno por su lado buscaba el lugar que la vida adulta le tenía
destinado.
Tuve una gran alegría cuando lo vi en televisión haciendo
hermosos papeles, papeles de interpretación, luciendo ese rostro de Jean Reno,
que le descubrimos sus amigos cuando vimos “El perfecto asesino” de Jean Luc
Besson. Y mucho más cuando me contaron y leí sobre la repercusión que su
trabajo en “Terrenal”, la última obra de Kartun, había tenido sobre el público
y la crítica, coincidentes esta vez en sus elogios.
“Terrenal” es una obra prodigiosa, tersa y crujiente como un
pastelito de dulce de membrillo. Es un texto admirable, que se desmenuza como
una cebolla en capa tras capa, hasta llegar a un centro luminoso y oscuro,
donde la teología, el relato bíblico, la antropología, las luchas sociales y la
pura naturaleza humana encuentran un vórtice revelador. El gran Mauricio Kartun
ha logrado crear una pieza universal a partir de un paisaje referencial que
solamente puede ser argentino, donde Dios y sus criaturas juegan, con un humor
de teatro de variedades, con citas a lo más plebeyo de la cultura popular
argentina -donde Luis Sandrini se da la mano con Pepe Marrone- con los textos
consagrados de la cultura occidental, la culposa relación entre el hombre y su
Creador.
Claudio Da Passano y Claudio Martinez Bel son esas
abandonadas criaturas que inexorablemente -lo sabemos- protagonizarán el primer
asesinato de nuestra cultura, Caín y Abel, los hermanos que expresan en el
relato bíblico el paso de la cultura transhumante, recolectora y pastoril a la
sedentaria y agrícola. Un Abel recolector de isocas, irresponsable, bebedor y
noctámbulo, compite con un Caín cultivador de morrones, madrugador, laborioso y
obsesionado por la propiedad privada, por el amor de Tatita, el Yahvé criollo,
jodón, bailarín y mujeriego, interpretado por Claudio Rissi.
El resultado es desopilante y sobrecogedor. La actuación es
deslumbrante y la maldición de Tatita será para siempre un ejercicio obligado
en toda clase de arte dramático. Rissi logra con Tatita, un catamarqueño de
bombachas y botas, carajeador y despótico, demostrarnos, por fin, lo que nos
aseguraba hace dos o tres lustros, que es el mejor actor de Buenos Aires. Por
supuesto no puedo decir cómo sería Terrenal sin él. Pero con él, con sus chistes
de doble intención, con sus visajes al público, con sus ojos saltones de cómico
de circo criollo, logra convertir la genialidad de Kartun en un clásico del
teatro argentino de todos los tiempos.
Salí del viejo teatro de Barletta, como salimos todos los
que colmábamos la sala, en estado de gracia. Habíamos sido testigos de uno de
los misterios litúrgicos más milagrosos de la modernidad. Habíamos participado
de la creación pura de belleza y perfección.
En la puerta lo abracé a Claudio emocionado de que la vida
me haya permitido ser su amigo.
Buenos Aires 29 de septiembre de 2015.