Hoy cumpliría 102 años María Baraibar, la Negra.
Había nacido en el campo, en una chacra cercana a la localidad de Uriburu en La Pampa. Era hija de una pareja de vascos del valle de Lecumberri, don Pedro Baraibar y doña Carmen Echeveste, llegados al Plata a fines del siglo XIX. Eran 14 hermanos, de los cuales solo sobrevivieron hasta edad adulta diez de ellos. Don Pedro falleció cuando María, la menor, tenía dos años. A excepción de ella que fue bastante longeva, todos murieron en edad relativamente temprana.
La Negra, mi mamá, fue una mujer signada por su firme determinación de huir de la horrible vida en el campo ajeno, de las dificultades que abrumaron su infancia y, posiblemente, parte de su juventud. Como don Julio, mi padre, no tuvo una gran educación escolar. Pero era inteligente, determinada y bastante manipuladora. Logró, junto con don Julio, huir de aquellas condiciones que recordaba como una pesadilla: el viento, el sulky, los cardos rusos que atravesaban eternamente la estepa. Odiaba el viento como a una maldición. Le recordaba permanentemente una niñez dura, de la que poco hablaba.
Los años peronistas, ya lo he dicho, les permitieron a don Julio y doña María un importante ascenso social. Y María amó siempre esa nueva situación de ser amiga de las señoras encumbradas del Tandil de los años 60. Se invitaban a tomar el té y nunca pudo aprender a jugar a la canasta como le hubiera gustado para poder participar también de esa actividad social, muy de moda en aquellos años.
Era delgada y elegante. Siempre dijo adolecer de una frágil salud que, curiosamente, mejoró con los años. Nunca le gustó el cine ni el teatro, aunque lamentó toda su vida el despotismo de sus hermanos varones que le impidieron venir a Buenos Aires como modelo de Gath y Chaves, que quedó como una de sus aspiraciones truncas.
Estaba convencida de que los hombres, es decir los varones, eran seres manejables y que las mujeres que se quejaban de sus maridos eran responsables por no haberlos sabido manejar. Lo peor fue que intentó convencer de lo mismo a quien fue la madre de mis hijas, en los primeros meses de casamiento.
La Negra era bastante intolerante con quienes no se sometían a sus designios. Odiaba la rebeldía y tenía una particular aversión por lo que llamaba el resentimiento. Nunca supe exactamente a qué se refería pero lo consideraba algo verdaderamente deleznable. Todo su antiperonismo podría sintetizarse en su definición de los peronistas como "resentidos". Profesaba una gran admiración y cariño por Mirtha Legrand.
Tuve con ella algunas peleas memorables. Recuerdo tres. Una fue el día que le dije que me casaba. Empezó a actuar un ataque de nervios. Apretó los puños, comenzó a temblar y a morderse la lengua. Otra fue en Suecia, cuando vino a visitarme acompañada por mi suegra. En el medio de un almuerzo con otros amigos comenzó a defender empecinadamente a la dictadura, diciendo que dónde verdaderamente había inseguridad era en Italia con las Brigadas Rojas. La tuve que amenazar con echarla de mi casa. La tercera tuvo que ver con el embarazo de mi hija y por ello no entro en detalles. Pero dejé de verla casi por un año.
Nunca tuve con ella una conversación cercana, íntima. Era mi madre y, obviamente, la quería. Pero siempre hubo una distancia que aún el afecto filial nunca pudo achicar.
Bueno, hoy cumpliría 102 años.
Buenos Aires, 9 de septiembre de 2020.
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