De nuevo en Paris.
Después de una
semana en el mundo campesino suizo, con sus vacas, sus pasturas
naturales, sus quesos y su Unión de Bancos Suizos en la Place de
Saint Francis en Lausanne, o sea la oficina de los usureros mundiales
en la plaza bautizada en memoria del Poveretto -pobre Bergoglio,
tiene una lucha más dura que la nuestra-, estamos en Paris.
Nuestro amigo
parisino, David, un saxofonista que habla perfectamente portugués de
Bahia y español de La Boca, nos ha llevado a una fiesta de
cumpleaños en un boliche ubicado en un hermoso parque cuya entrada
lleva el nombre de Avenue Jacques de Liniers.
Empezamos bien. El
franchute realista que se enfrentó a los ingleses tiene un homenaje
en Paris. No me lo había esperado. Pobre Santiago. Al final lo
fusilamos por realista, pero su defensa de Buenos Aires le ha
reservado un lugar en la historia de la Patria.
Pero esta
disgresión histórica es secundaria. Llegamos David, Fran y yo al
boliche al aire libre en una hermosa noche veraniega. Saludamos a
Peggy, la cumpleañera y nos dedicamos a escanciar lo que la casa
tenía para ofrecernos.
Imaginen un
boliche en el medio de un bosque de Cariló, una barra al aire libre
y dos más en el interior de una antigua construcción convertida en
pista de baile, con un DJ africano y ciento de hombres y mujeres
jóvenes hablando en muy diversos idiomas como si se tratara de una
reunión de personal en las Naciones Unidas. Fran y David se sientan
a la mesa de la cumpleañera y yo arrimo mis posaderas al borde de un
cantero de ladrillos.
Y, como suele
ocurrir los viernes a la noche en lugares así, comienzan a suceder
cosas. Aunque estoy cercano a Francilene, no se hace evidente que
estoy con ella. Pasa una rubia francesa, me mira fijamente y le
devuelvo la mirada a sus ojos. Tensión, hasta que por fin sonríe.
Sonríó.
David ha estado
mirando la escena y comienza a aplaudir, mientras en portugués le
comenta a Francilene lo que ha sucedido. Fran, muerta de risa,
comienza a hacerme bromas y le informa a su amigo David que yo me
creo la reencarnación de Vinicius de Moraes, razón por la cual me
llama “o embaixador”.
(Mientras estoy
escribiendo esto, Felisa Micheli me informa por Whatsapp: “Recesión
más profunda e inflación en alza. Ambos ya incorporados en el
acuerdo con el FMI”. Me acuerdo del Titanic.)
De pronto veo, a
unos pasos, una silla vacía. Me acerco para llevarla a nuestra mesa.
La tomo y aparece una princesa nubia: alta, con una melena que le cae
en finas trenzas terminadas en bolitas de acero, todo alrededor de la
cabeza y el corto flequillo de la frente, rasgos finos, vestida de
negro con un gran escote, elegante como una modelo del Vogue. Me
habla en francés, mirandome a los ojos y me explica que esa silla la
quería para sentarse frente a su amigo. Miro al amigo. Un joven
inglés, muy elegante y a la última moda, con pantalones chupines y
un saco corto y ajustado, quien, también muy gentilmente me explica
en su idioma que pensaba sentarse con su amiga y si no tenía
problemas en dejarle la silla.
- Por favor, digo ya no sé en que idioma, posiblemente en rosarigasino. No podría hacer otra cosa. Je suis un chevalier, creo haber dicho o pensado.
El joven ingles
sigue pidiendo disculpas y me pregunta:
- Are you angry?
- Angry for this?, respondo. Angry estoy por las Islas Malvinas, por el General Belgrano. Por esto no estoy angry, estoy envidioso, pero puedo controlarlo.
Le digo, mientras
vuelvo a mirar a la princesa nubia que ha arrimado la bendita silla a
la del inglés colonialista.
Vuelvo, sin silla,
pero con una sonrisa de satisfacción adonde están Fran y David,
riéndose como cosacos ebrios.
- Le salvé la noche al inglés, les digo como resumen de mi aventura.
París, 16 – 18
de junio de 2018.
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