Anoche vi dos películas.
Una fue Jojo Rabbit. Una comedia un tanto zonza, con estética de cuento de Navidad. La idea de metaforizar todo el mal de la humanidad en la figura de Hitler, después de lo que hemos vivido desde 1945 hasta hoy, ya me resulta un tanto hinchapelotas. Si siguen así, el austríaco se va a convertir, como el rumano Vlad Dracul, en un interesante y, hasta, simpático personaje literario.
La otra que vi fue El Joker. Más allá del drama individual del pobre payaso fronterizo, abusado por su madre, fracasado hasta como payaso y el maltrato al que es sometido, todo el clima es un homenaje, quizás inconsciente, quizás previsto, a lo que ocurre en Chile, en Francia, en Colombia y amenaza ocurrir en cada país de occidente: una rebelión por hartazgo sin mucho programa ni rumbo.
Para la visión norteamericana, la psicosis se transforma así en epopeya social: la locura individual en locura colectiva, explicadas ambas por el maltrato.
La forzada vinculación de la película con el asesinato mitológico y litúrgico de los padres de Bruce Wayne, el futuro Batman, intenta convertir a los personajes de DC en una especie de módica teodicea norteamericana y se vuelve un tanto funambulesca.
Es una película para ver, pese a su abrumadora psicopatía.
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