Yo quería bailar
Carlos Gavito, vida, pasión y tango
Ricardo Plazaola
Editorial Dunken, Buenos Aires, 2008
Se trata de un pequeño volumen que no llega a 115 páginas. Cuenta las etapas de la vida de un argentino que, pocos años antes de su muerte, se convirtió en el más sutil y exquisito de los bailarines de tango, el singular Carlos Gavito.
El milonguero es, siempre, un personaje que hay que conocer y aceptar. Se trata de un hombre que no ha recibido ningún tipo de formación académica, que no sabe lo que es un “plié”, que ignora la diferencia entre un “semi-plié” y un “grand-plié”, que sería incapaz, por respeto a su propia dignidad de varón, de calzarse un maillot y que, sin embargo, ha dedicado toda su vida, a partir de los quince años, a bailar el tango, a ganarse la vida bailando el tango y a continuar bailando el tango, en un salón de milonga, un par de horas después de haber bajado del escenario, en cualquier parte del mundo. El libro de Plazaola cuenta, en flash-backs que reproducen el testimonio directo de los recuerdos del propio Gavito, el origen, la azarosa vida, el pensamiento, las reflexiones y las generalizaciones filosóficas de este milonguero fallecido en el 2005, que convirtió, a lo largo de su vida, al baile en una práctica metafísica.
Dice Gavito, y Plazaola transcribe: “Yo bailo el silencio. Bailo lo que hay antes de la música y los que hay después. Bailo nada, bailo eso que es como una intención”.
Y para llegar a esta conclusión última y extrema, Plazaola nos cuenta, con una carga de sentimiento que muchas veces lo lleva a soslayar cierta bien intencionada preceptiva literaria, la vida de este criollito de la Avellaneda de la época del peronismo que bailó ante reyes, jeques, sháes, cappomaffias, narcotraficantes, Howard Hughes y Richard Nixon.
La vida de Carlos Gavito, contada básicamente a partir de su postrer testimonio, nos permite una mirada sobre esa estrecha franja entre la mala vida y el delito del Buenos Aires de los años 60 y de la atmósfera del show internacional en los grandes hoteles y casinos del ancho mundo.
Gavito se hizo desde muy abajo. O desde muy lejos, que es otra manera de decir lo mismo. De obrero en la industria del petróleo en la Patagonia del paralelo 48 en tiempos de Frondizi al gigantesco, solitario y final bailarín inmóvil de sus último años, el recorrido vital de Gavito es el de un joven que, muy temprano, decidió que el baile sería su contribución personal al desarrollo de la humanidad.
Y de un tipo que desde la humildad del barrio logró reflexionar sobre lo que hacía, al modo de un existencialista heideggeriano que afirma: “La pausa es como el semáforo. Verde, todos los autos andan. Amarillo, se van deteniendo. Rojo, todos parados. Pero el motor sigue encendido, la vida no se detiene. La pausa es necesaria para la buena marcha. Como para hablar: hay que hacer una pausa para pensar”.
Pero que volcado a la introspección de su arte maravilloso se encuentra con Sartre y afirma: “La pausa es pausa, no hay que rellenar. No es un vacío, es un silencio, una tensión, un puente, la pausa es el motor que está en funcionamiento, que no se ha detenido, el motor se siente encendido. En el tango esto es fundamental. A veces rellenamos una pausa con cualquier cosa, con cualquier movimiento. ¿Por qué? Porque tenemos miedo. ¡Qué te pasa? ¿Estás enfermo? ¿Por qué enfermo? Porque te quedaste quieto. ¡No macho! ¡Estoy haciendo una pausa!
Desde la reflexión sobre su arte ensimismado –el baile es relación con el propio cuerpo- Gavito había descubierto el miedo de la sociedad moderna al silencio, a la introspección, a ese bostezo de la nada que antecede a la crisis, al grito, al estallido del propio vacío del ser.
En un libro breve y pletórico de sentimientos, Ricardo Plazaola nos hace conocer el alma postrera de este artista contemporáneo, de este Nijinsky criollo que dio respuesta a la paradoja indescifrable del motor inmóvil. Al hacerlo, eleva a Carlos Gavito a la altura de uno de nuestros grandes mitos populares, una especie de Martín Fierro del dos por cuatro, un Gardel de piernas ágiles y elegantes.
Es difícil sustraerse a los torrentes de emoción que el libro despliega. Pero es un sentimiento que no avergüenza. Porque detrás de ello se expresa un país que ha encontrado en esa danza extraña su más alto grado de universalidad, y en la que Carlos Gavito, el protagonista excluyente del relato, ha jugado un papel que la posteridad deberá reconocerle.
El libro ha sido comentado en el diario Clarín. Cliquear acá.