Todos los 8 de junio, desde hace veinte años, una llamada telefónica, alrededor de las 10 de la mañana, inicia mi día de cumpleaños. Mario Granero, el gordo Granero, llama para saludarme, así como lo ha hecho con todos sus amigos de quienes sabe y jamás olvida el día de su nacimiento. Ayer a la hora de siempre la inconfundible y algo aguardentosa voz del gordo me volvió a saluda. -¡Julito! ¡Feliz cumpleaños, querido!. El gordo Granero, Mario, confirmaba que efectivamente ayer era 8 de junio. Nos hicimos algunas bromas, hablamos mal de algunos y bien de otros, nos cambiamos unos chismes y nos prometimos una cena con amigos comunes.
A la noche, en otro cumpleaños, Mario Granero se desplomó, muerto para siempre.
Así como hay tipos que en una vida son capaces de acumular millones y millones de dólares, como Bill Gates, o millones y millones de enemigos, como Bush, el gordo solamente sabía acumular amigos. Era dueño de la más amplia, heterogénea y rica agenda, con datos que iban desde los agregados de las más ignotas embajadas, hasta presidentes de la Nación, senadores, gobernadores, periodistas y chicas generosas y divertidas.
Quien no estuviera en la agenda del gordo no formaba parte del campo nacional y popular, aún cuando en la misma se encontraban nombres de las más diversas tradiciones e historias.
Peronista de toda la vida, se había iniciado, como tantos otros, en las huestes peinadas para atrás a la gomina de Tacuara. Se contaba de él que una noche, a la salida de un restaurante, en los primeros sesentas, vació el cargador de una pistola entre los pies del ex presidente Arturo Frondizi, en un atentado que le habría costado una estadía en Devoto.
Mario Granero nunca ocupó el centro de la escena, pero siempre estuvo en la escena, como una especie de Zelig, de testigo permanente de los principales sucesos políticos posteriores a los setenta.
En su mesa, a la noche, en la Biela de la Recoleta uno podía encontrar, junto con una gran cantidad de vasos de whisky, a Cafiero, a Ginés García, al Tati Vernet, a Telerman, a Silvia Mercado, a algún periodista de Ambito y uno que otro juez. Alguna vez se lo presenté a Spilimbergo y a partir de aquel día el gordo lo integró definitivamente a su lista de amigos. El día que Spili falleció el gordo me llamó para expresarme su dolor y evocar algunos recuerdos, siempre festivos.
El gordo Granero era un incorregible bohemio, trasnochador y sibarita. Nunca ganó mucho dinero y tuvo una admirable capacidad para gastarlo. Al irse la política argentina ha perdido uno de sus encantos, se ha vuelto más aburrida, más gris.
Y ya no me despertaré el día de mi cumpleaños con su entrañable llamada, que ya he comenzado a extrañar.
Una Chacarera en memoria de un Amigo
Acabo de llegar de un singular homenaje a un muerto.
Vengo de la cena en homenaje y recuerdo a Mario Granero, el Gordo Granero.
Fue en un restaurante de Palermo Viejo con un nombre con resonancias criollas. Estaba repleto. Unas doscientas personas, hombres y mujeres entre los treinta y los setenta años, ocupaban la casi totalidad de las mesas.
Había de todo. Desde Ginés García hasta Radamés Marini. Desde quien esto escribe hasta el Mono Grassi Sussini. Incluyendo a la familia del homenajeado, su esposa y sus hijos.
Hace muchos años, cuando era un adolescente, leí una biografía de Louis Armstrong, el genial hijo de New Orleáns. Me sorprendió el relato de los entierros de los negros. Contaba el trompetista que las oportunidades para tocar su instrumento eran, entre otras, las procesiones rumbo a la Quinta del Ñato, acompañando con el estrépito del dixieland los restos del “brother” a su descanso eterno. Fue en esas dolorosas y festivas columnas donde nació y se hizo célebre el clásico “When the saints go marching in”, convertido, gracias a la creatividad de los descendientes de esclavos, en una de las representaciones arquetípicas de la cultura popular norteamericana.
Ese recuerdo apareció en mi memoria en la cena en homenaje y recuerdo al Gordo Granero.
Leopoldo Marechal, el vate de la alegría combativa que, como el homenajeado, supo enlazar la pasión de la Patria con la de su pueblo y el futuro, definió, con un chiste, ese oscuro paso:
Cierta vez, en un ancho cañadón de Maipú,
le pregunté a una rana que tañía
su vihuela de junco
si era dable y sensible comparar a la muerte
con un sistema refrigerador.
Y ella me dijo, punteando
su cordaje verdecaña:
“Morir es partir un poco.”
Luego, Elbiamor, no es justo dedicar elegías
a lo que apenas es un motivo de vals.
Y no hubo, pese a la supuestamente llorosa naturaleza de nuestros compatriotas, elegías esta noche. Hubo vino, alegría de compañeros, música y canto.
Un tipo cuyo tarea en la vida fue hacerse de amigos, e intentar hacer amigos a quienes muchas cosas enfrentaban, fue despedido, a dos meses de su partida, con una fiesta inolvidable, en la que la zambas y chacareras, los poemas de amor de las zambas y las cuartetas zumbonas de las chacareras, daban combate a la melancolía, a la irreparable pérdida, con la alegría que el divertido muerto brindó a sus seres queridos, su familia y sus amigos. Había algo de indoblegable argentinidad en el ambiente. Devolver al ausente lo que éste había repartido a manos llenas en su fugaz, como el de todos, paso por la vida.
Muchas reflexiones cruzaban mi aturdida cabeza. Entre ellas, una que me acompañó hasta la computadora: el amor a la patria, a su pueblo y su tierra es capaz de generar tantas pasiones como la solidaridad con los desposeídos, con su lucha milenaria por su incorporación al género humano.
En una y en otra visión del mundo la muerte, esa desconocida, es capaz de convertirse en alegría de los que quedan en el campo de lucha. La muerte se puede convertir, sino en vals como pedía Marechal, en zambas seductoras y en festivas chacareras.
Y esto es una ventaja que tenemos con el enemigo.
Un tipo cuyo tarea en la vida fue hacerse de amigos, e intentar hacer amigos a quienes muchas cosas enfrentaban, fue despedido, a dos meses de su partida, con una fiesta inolvidable, en la que la zambas y chacareras, los poemas de amor de las zambas y las cuartetas zumbonas de las chacareras, daban combate a la melancolía, a la irreparable pérdida, con la alegría que el divertido muerto brindó a sus seres queridos, su familia y sus amigos. Había algo de indoblegable argentinidad en el ambiente. Devolver al ausente lo que éste había repartido a manos llenas en su fugaz, como el de todos, paso por la vida.
Muchas reflexiones cruzaban mi aturdida cabeza. Entre ellas, una que me acompañó hasta la computadora: el amor a la patria, a su pueblo y su tierra es capaz de generar tantas pasiones como la solidaridad con los desposeídos, con su lucha milenaria por su incorporación al género humano.
En una y en otra visión del mundo la muerte, esa desconocida, es capaz de convertirse en alegría de los que quedan en el campo de lucha. La muerte se puede convertir, sino en vals como pedía Marechal, en zambas seductoras y en festivas chacareras.
Y esto es una ventaja que tenemos con el enemigo.
Gostaria de saber noticias sobre o Mario e sua familia, sou do Brasil, um amigo, voce poderia me ajudar???
ResponderEliminarEspero resposta!!!
Oi Andre
ResponderEliminarSou a filha do Mario, o meu e-mail é florenciagranero@yahoo.com.ar.
Se voce desejar pode me escrever. Obrigada. Abracos. Florencia
Olá Florência, sou do Brasil e estou de Vacacion em Buenos Aires, sou amiga de um grande amigo do seu Pai Maurício Braun.. Você chegou a conhecer-lo?
ResponderEliminarOlá Florência, sou do Brasil e estou de Vacacion em Buenos Aires, sou amiga de um grande amigo do seu Pai Maurício Braun.. Você chegou a conhecer-lo?
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