viernes, 26 de febrero de 2021

Gardel, Rubén Juárez y un taxista


Después de cuatro meses de encierro, solo matizado por alguna visita al chino a nutrir la bodega, hoy salí. Barbijo, guantes de goma, alcohol, bufanda, gorra -mi hija me regaló un barbijo que hace juego con mi gorra-, todas las precauciones, para ir al genio de mi peluquero, el gran Miguel Ale Granado, que me había dado hora a las 11. Estaba inquieto como quien se prepara a bajar a una cámara séptica.

Tomé un taxi y llegué puntualmente, no sin antes discutir livianamente con el taxista que protestaba por los senegaleses que exhiben sus mantas con mercadería en la zona del Once. “Peor es Macri”, le dije para ponerle punto final a la conversación.

Alejandro llevó adelante todo el protocolo correspondiente: alcohol en las manos (guantes), en los zapatos, su barbijo, el salón -que forma parte de su propio departamento en un piso alto en Corrientes y Callao- con un grato olor a desinfectante. Me atendió con la gentileza de siempre, me contó lo feliz que se sentía en la cuarentena. De los torneos de truco y generala con su bella mujer y su hijo. Su descubrimiento de Netflix.

- Yo todas las noches tenía que salir a algún espectáculo teatral -Alejandro es también un fino productor de teatro-, si no no podía irme a la cama. Con Netflix encontré la solución. Netflix ha ocupado el lugar de Dios, me dijo, muerto de risa.

Cambiamos chimentos políticos y otros más picantes y salí convertido en otra persona, no sin antes brindar por la Pachamama con caña y ruda. Así es Alejandro.

En el viaje de vuelta, el taxista era un criollo en los cuarenta años, simpático y de muy buena onda. Distraído en mirar la ciudad a la que, como digo, no veía desde hace cuatro meses, me puse a cantar, con voz apagada por el barbijo, “Tirao por la vida de errante bohemio, / estoy, Buenos Aires, anclao en París”.

El morocho me mira y pregunta qué tango estaba cantando. Le cuento. Anclao en París se llama, es un tango de Cadícamo, le digo.

- ¿Quiere escucharlo?, me pregunta y comienza a manipular el teléfono celular que tenía sobre el tablero del coche. Encuentra una versión y me pregunta:

- ¿Por Gardel le gusta?

Inmediatamente me vienen a la memoria las imágenes de ese desgarrador Gardel cantando el mismo tango en la película El Exilio de Gardel de Solanas, y le digo que sí, con todo gusto.

Lo escuchamos y lo disfruté mientras recorríamos el Once por Rivadavia. Gardel grabó ese tema en el año 1931, es decir hace exactamente 89 años, y el dato tiene que ver con el diálogo que tuvimos a continuación.

- Habla de Corrientes y de Suipacha y Esmeralda, me dice el taxista.

Es decir, me dio la impresión de que era la primera vez que lo oía. La impresión se confirmó con lo que me dijo a continuación:

- No le entendí muy bien. Habla muy rápido. Hay partes que no sé qué dijo.

Me puse a pensar y a comparar mentalmente si los porteños de hoy hablan más lento que hace 90 años o pronuncian de otra manera. Por la memoria me pasaron los viejos noticieros cinematográficos, donde la voz del relator difiere en tonalidades y prosodia con la que hoy escuchamos por la radio o la televisión.

- Vamos a buscar otra versión, me propone y comienza a escribir nuevamente el nombre del tango y aparece una versión de Rubén Juárez.

- Esa, le digo, dejá esa.

Y el Negro Juárez comienza a cantar esta versión maravillosa de la queja porteña por excelencia. Mientras, le cuento que Rubén Juárez cantaba y tocaba el bandoneón, un bandoneón blanco.

- Ah, me dice, esto es otra cosa. Ahora entendí bien la letra. Y le pone dramatismo, agrega muy complacido.

Efectivamente, la distancia que hay entre la versión clásica de El Mudo y la de Rubén Juárez no es lingüistica, no es de prosodia. Es una diferencia de percepción, de orquestación, del modo de concebir la música porteña. La versión de Juárez podría haberse grabado ayer, pese a que tiene ya 49 años (es de 1971). Pero en esos cuarenta años entre una y otra el país, la ciudad, sus hombres y mujeres y su sensibilidad, cambiaron totalmente. Todo, incluso el tango, se hizo más complejo, la realidad tiene mayor orquestación que las guitarras de Barbieri y Julio Vivas. Todo tiene un más profundo dramatismo, para usar la metáfora de mi desconocido taxista al que le hice descubrir dos momentos paradigmáticos del tango.

Después me he pasado la tarde escuchando a Rubén Juárez y admirando su extraordinario talento.

Buenos Aires, 1° de Agosto de 2020


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