Muy temprano, el 21 de septiembre del año 2012 escribí este pequeño relato. Todavía me emociona.
Esta madrugada tengo otra historia. Hace unos quince días regresé a mi oficina en la Casa Nacional del Bicentenario a buscar mi notebook. Me abrió la puerta un compatriota de seguridad. Al salir me dijo algo que todavía me conmueve.
- Don Julio, quisiera donar dos libros que he leído a la Casa.
- ¿Eh?
- Que me gustaría donar dos libros de Eduardo Galeano, que ya he leído a la Casa Nacional del Bicentenario, para que otros los puedan leer.
Me fui conmovido pensando qué carajo pasaba en este país para que un muchacho del conurbano, con, posiblemente un secundario más o menos bien hecho, se le ocurriese donar dos libros que eran de su preferencia a una entidad del Estado que se dedica a la cultura.
No se trataba de Beatriz Sarlo que donaba su biblioteca. Se trataba de un robusto agente de seguridad que quería que esos libros que a él le habían conmovido fuesen también leídos por otros argentinos.
Hoy volví a buscar mi portafolio a las doce de la noche. Me encontré con el hombre. Me abrió la puerta y me dijo:
-Don Julio, que suerte que lo veo, porque traje los libros
-¿Como te llamás?, le pregunto.
-Miguel Aguirre, me dice.
Pensé inmediatamente en Klaus Kinsky interpretando "Aguirre, la ira de Dios", con su locura fundacional en el medio del Amazonas, rodeado de monos y su famélica hueste.
-Bueno, vení conmigo y trae los libros.
El hombre fue a su lugar de trabajo y sacó dos libros, leídos, ajados, con la tapa doblada al medio, de Eduardo Galeano. Ni siquiera pude leer los títulos. Las lágrimas me empañaban la vista.
-Muchas gracias Miguel.
-Yo ya los leí varias veces y me gustaría que otros los lean.
-Bueno, está bien, pero quiero que sepas que la Secretaría de Cultura de la Nación valora mucho tu actitud.
-No, por favor, aquí se hace mucho por la cultura de todos nosotros.
Y me dio la mano, mientras me franqueaba la puerta.
¿Que mierda pasa o, mejor dicho, qué cosa grande está pasando en nuestra Argentina para que esto no sea un relato, sino una nota periodística. Algo inmenso, sin duda.
Miguel Aguirre cobra un sueldo para evitar que nadie robe en la Casa del Bicentenario. Y resulta que no le alcanza. Considera que su responsabilidad social incluye donar libros que le parecen importantes para que la Secretaría de Cultura pueda cumplir con su cometido. Con argentinos así aguanto cualquier parada.
Miguel Aguirre es, desde ahora, la idea que tengo en la cabeza de un argentino bien nacido.
Ojalá que Miguel Aguirre pudiera leer esto. Es uno de los momentos más Viva Perón que he experimentado en mi vida.
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