Oí hablar de Isidoro Gilbert tan temprano como en el año 1970. Quien lo mencionó fue Jorge Abelardo Ramos y me explicó que era un agente soviético responsable de la agencia Tass en Buenos Aires. Y una mefistofélica sonrisa se le dibujaba en el rostro al decirlo y su pelo parecía aún más rojo. Durante esos años lo encontraba generalmente eh conferencias de prensa, reuniones políticas y, alguna vez, en el Tortoni o cerca de la redacción de La Opinión, en la calle San Martín.
Fue recién en 1984 que lo conocí personalmente. Radio Belgrano -bautizada humorísticamente Radio Belgrado, por su radicalizada programación- había organizado una fiesta en su sede en la calle Talcahuano, si la memoria no me falla, a metros de Santa Fe. Ese día acababa de salir de la imprenta el periódico Izquierda Nacional, que editaba el Partido de la Izquierda Nacional que dirigía Jorge Enea Spilimbergo. En esa edición había salido publicado un artículo de mi autoría, titulado "Los Modernos Macaneadores, De arbitristas, profetas, manosantas, curalotodos, santones y otros iluminados de la modernización", donde comentaba crítica y sarcásticamente los pujos modernizadores de Rodolfo Terragno. Con algunos ejemplares fui para la fiesta.
Al llegar me encontré, obviamente con un montón de gente conocida, desde Jorge Dorio a Enrique Vázquez. Pero, entre ellos estaba Jorge Asís con alguien que estaba de espaldas y no podía reconocer. Me acerqué a saludar a Jorge -en esa época del alfonsinismo Asís era un muerto civil del diario Clarín, acababa de publicar El Gran Diario de la Argentina y la furia del monopolio era infinita- con quien entonces mantenía una relación cercana a la amistad.
-Julio, te presento a Isidoro Gilbert, me dijo Asís al encontrarnos.
Todas las ocurrencias y motes de Ramos se me pasaron por la cabeza, le di la mano, mientras Asís le explicaba quien era yo, con la gran capacidad de adjetivar que caracteriza al Turco, en este caso de adjetivar positivamente.
En algún momento de la breve conversación le entregué un ejemplar del periódico que llevaba bajo el brazo, cumpliendo con una de las premisas esenciales de un militante leninista: distribuir la prensa partidaria.
Meses después volví a encontrarme con Jorge Asís en la calle. Recuerdo tan solo que me dijo:
- Ah, tenés que ver el libro de Isidoro Gilbert "La Ilusión del Progreso Apolítico". Te cita.
- ¿Me cita? ¿Me critica?, le pregunté ya en afán polémico.
- No, fundamenta su punto de vista con tus argumentos. Buscálo y leélo.
Que alguien que hasta ese momento era considerado un enemigo político me citara positivamente desmontaba una buena parte de mis prevenciones y preconceptos sobre el personaje.
Compré el libro, lo leí y, efectivamente, los argumentos que yo desplegaba en aquel hoy lejano artículo eran considerados como referencia y confirmación de los argumentos de Isidoro.
Ahí tomé clara conciencia que los textos sagrados que sustentaban el pensamiento de un comunista stalinista jruschoviano y un socialista trotskista peroniano eran más o menos los mismos, como la biblia que fundamenta a católicos, ortodoxos y protestantes. La misma Biblia.
Y hablando de Biblia, voy a prender el calefón para pegarme una ducha.
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