sábado, 26 de marzo de 2011











Hay equipo y hay partido

La gente del Primer Festival de Cine Político (Rosana Salas, Osvaldo Cascella, Clara y Clelia Isasmendi), que se está realizando en Buenos Aires, me invitó gentilmente a ver la proyección de C'est parti (algo así como Hay partido). Lejos de referirse a algún enfrentamiento futbolístico, el documental dirigido por Camille de Casabianca (quien además es guionista y camarógrafa de la película) registra las reuniones, encuentros y congresos que dieron nacimiento al llamado Nuevo Partido Anticapitalista, en Francia, en 2009.

Para ubicar a los lectores de este lado del charco, el NPA fue un movimiento impulsado por la Liga Comunista Revolucionaria, un partido nacido al calor del mayo francés en 1968, uno de cuyos dirigentes ha sido Alain Krivine, quien aparece a menudo en el filme. La LCR fue un pequeño grupo de orientación trotskista hasta que en las elecciones presidenciales del 2002 obtuvo para su candidato Olivier Besancenot 1.200.000 votos que aumentan en el 2007 a 1.500.000 votos. El joven Besancenot es un típico producto de la clase media francesa. De padre profesor y madre psicólogo, Olivier estudió Historia en la Universidad de Paris X: Nanterre, enclave izquierdista desde los años '60. Carismático e inteligente, con la segura locuacidad de un bachiller francés, Besancenot logró superar las módicas cifras electorales de los partidos a la izquierda del PC francés. Esto llevó a la Liga a la propuesta de autodisolución en un partido más amplio, más democrático, más autogestionario. De ello da cuenta el documental.

Se inicia, con toda la simbología que ello tiene, con la limpieza general por refacciones de la sede de la LCR. Toneladas de papeles, folletos, apuntes, resoluciones e informes vuelan desde un cuarto piso hasta un container situado a la puerta del edificio. Todo el pasado del partido, cuarenta años de discusiones, propuestas, resoluciones, sanciones, expulsiones y tesis, van desapareciendo ante la necesidad de refaccionar el edificio.

Mientras tanto, los dirigentes jóvenes y los viejos sobrevivientes del '68 analizan y discuten la manera en que nacerá el nuevo partido. Las pretensiones iluministas del viejo socialismo resurgen en los discursos de cada una de las asambleas y reuniones, en un lenguaje que recuerda, para quien las haya conocido, las asambleas estudiantiles de Sociales o de Filosofía. Mucha democracia directa, mucha gestión comunal y descentralizada, muchos chicos y chicas bien alimentados y con la dentadura completa.

Hay, no obstante, en la película una muy simpática figura, la de Abdel, un evidente francés norafricano, un “cabecita negra”, irrespetuoso y zumbón, que juega como personaje alternativo al frío y despasionado discurso racionalista de los jóvenes y viejos políticos franceses. Olivier Besancenot, a su vez, con su medida oratoria, su frialdad intelectual y su prolijidad gestual, despierta el recuerdo de aquel político menemista, hoy alejado de las luces, que fue Gustavo Béliz, apodado, como se recuerda, “Zapatitos Blancos” por sus conmilitones de entonces, quienes despreciaban con ello, su supuesto intento de pasar inmaculado por un gobierno barroso como pocos.

Los espectadores que me acompañaban deben haberse sorprendido, como lo hice yo, al apreciar la pulcritud y el orden que reinaba en los locales donde se realizaban las reuniones. Ningún sitio se parecía a nuestros muchas veces vetustos y mugrosos locales políticos. Una escena llama la atención. Cuando han terminado de llenar el container con carpetas, ficheros y archivos, uno de los dirigentes se pone a barrer alrededor del mismo. “Hay vidrios y nos pueden hacer una multa” explica a la cámara el veterano revolucionario que desde hace más de cuarenta años viene intentado abolir el régimen capitalista en la patria de Napoléon.

Después de una divertida discusión en la playa entre tres panzones dirigentes, uno de ellos en zunga, sobre Trotsky, Mao, Stalin y Lenin; después de visitar el picnic anual de L'Humanité, con debates sobre la revolución y el reformismo; después de los trabajos en comisión para determinar el nombre del nuevo partido, la película termina con una agorera imagen. Una joven militante sella, uno a uno y rítmicamente, los carnets de afiliación al nuevo partido. El trac, trac del sello acompaña como una percusión los títulos finales de la película. Nuevamente la sombra ominosa de la burocracia amenaza a la flamante y libertaria organización recién nacida.

Vale la pena ver esta película. Además de sus bondades como documental -buen encuadre, una cámara que muchas veces parece invisible-, nos permite escudriñar como por el ojo de la cerradura el debate político del progresismo europeo. Sus problemas son distintos a los nuestros, sus sueños de una mejor patria para el hombre y la mujer, son muy similares.

Buenos Aires, 26 de marzo de 2011

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