La felicidad, esa inalcanzable sensación
El Vestido, la segunda película de Paula de Luque, es extraña y sutilmente femenina. Cuenta una historia de amor frustrado, donde la cobardía impide a un hombre enamorado separarse de su esposa y el compromiso de una mujer con un hombre y la pequeña hija de éste convierten en dulce y dolorosa memoria los momentos de íntima amistad con aquél.
De Luque decidió contar esta historia en una especie de rompecabezas narrativo en el que el presente, el pasado, los recuerdos y los sueños se mezclan en un vertiginoso caleidoscopio que la inteligencia del espectador armará definitivamente en el momento mismo de la palabra fin. El resultado es un torrente, nunca desbordado, de emociones, de suaves y fugaces momentos, de pequeñas miserias y traiciones, de inteligentes diálogos y de bellísimas imágenes y armoniosos encuadres. El Vestido es una película femenina que deja la sensación de que de esa manera, aparentemente arbitraria, sin orden ni sentido finalista, es como la mitad del cielo vive y siente el amor, la entrega, el abandono, la traición y la fidelidad: una especie de fragmento de un discurso amoroso contado por una mujer.
No obstante ello, no hay culpas ni víctimas en la historia que cuenta Paula de Luque. Hay, simplemente, la evidencia de que así es la vida, así somos los hombres y las mujeres: seres desgarrados, tironeados, transidos, que sólo buscan, muchas veces infructuosamente, un poco de felicidad compartida. Si el padre del protagonista la encontró en el amor de un hombre que llora femeninamente su muerte y la joven heroína en la amistad con la hija de su pareja, el protagonista masculino de la película parece partir, al final del filme, sin haberlo logrado. Una sombra de infelicidad, de tristeza viril e irremediable, lo acompaña.
La propuesta, en su sorprendente originalidad, mantiene una estructura gramatical de notable solidez en la que el espectador encuentra indefectiblemente respuesta a sus interrogantes y desconciertos. La belleza deslumbrante de la protagonista, Antonella Costa, y la masculinidad rotunda de Eduard Fernández ayudan, sin duda, a enfatizar cierto carácter paradigmático de la película de Paula de Luque. La fotografía es, como dije, bellísima e impecable. Con este filme, la hermosa bailarina de Nucleodanza se ha convertido definitivamente en una gran directora de cine.
Buenos Aires, 16 de setiembre de 2009
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