jueves, 27 de noviembre de 2008

Monteiro Lobato y Hussein Obama

La agencia noticiosa norteamericana Bloomberg publicó hace unos días un
artículo presentando como una curiosidad el libro O Presidente Negro, del brasileño José Bento Monteiro Lobato, donde profetiza la elección de un afronorteamericano a la presidencia de su país. La nota fue rebotada por Clarín, con su debida traducción (ver).

El artículo, firmado en Río de Janeiro por el corresponsal de la agencia, abunda en quejas y protestas de académicos norteamericanos sobre el supuesto racismo del autor y en elogios a la visión comercial de los editores, que rescataron el libro escrito 1926 y que tuviera escasa repercusión en el público, al momento de su aparición. Pero, tanto Bloomberg como Clarín –y este último con mayor responsabilidad, ya que el autor residió en Buenos Aires entre 1945 y 1947- omiten toda referencia a este gran brasileño, uno de los más grandes creadores de literatura infantil del mundo, sólo comparable, quizás, al Mark Twain de Tom Sawyer o a la sueca Astrid Lindgren de Pippi Mediaslargas.

Recuerdo como si fuera hoy el hechizo que me produjera, hace más de cincuenta años, abrir el primer tomo de la traducción al español de O Sítio do Picopau Amarelo para internarme en las historias que Doña Benta, la anciana dueña del fundo, contaba a sus nietos, Naricita y su hermano Pedrito, el mundo mágico de la vieja aya negra Tía Natacha, creadora del Vizconde de Sabugosa, un locuaz muñeco hecho con marlo de maíz, y de Emilia, la andariega muñeca de paño lenci. A partir de ese momento, las aventuras de la pandilla del fundo del Pájaro Carpintero Amarillo en el bosque encantado, que comenzaba un poco más allá de la espaciosa vivienda, fueron mi exclusiva lectura durante aproximadamente un año. Mientras Doña Benta, una culta señora blanca, explicaba en cálidas noches paulistas, los misterios y encantos de la mitología griega, la Tía Natacha me internaba en el mundo de las creencias de los negros brasileños, su mundo de duendes y aparecidos, como el misterioso Saci-Pererê, un ser de una sola pierna, gorra en punta y un eterno cachimbo en la boca, que vive en los huecos de los árboles del bosque encantado.

Posiblemente Monteiro Lobato sea el primero, en lengua latina, en escribir una inmensa saga infantil que constituye un sistema de enseñanzas enciclopédicas que pasan por la historia, la geografía, la física, la cultura occidental, a la vez que hace conocer la transculturación, el mestizaje cultural del Brasil (ver Darcy Ribeiro o Gilberto Freyre), que no es otra cosa que parte del gran mestizaje cultural del continente. Todo ello, en un delicioso estilo capaz de hipnotizar, aún hoy, a los niños y niñas de todas partes, mezclando novelas clásicas, cine, dibujos animados y demás elementos que conforman el imaginario infantil.

Además, Monteiro Lobato fue un nacionalista, defensor del petróleo de su país y sufrió una de las habituales paradojas que suelen vivirse en esta tierra paradojal. En 1941, el general Horta Barbosa, presidente del Consejo Nacional del Petróleo, lo manda a prisión por seis meses, a raíz de las críticas que formula a la política petrolera del presidente Getulio Vargas. Seis años después, el mismo general Horta Barbosa sería quien asumiendo las mismas ideas que habían llevado a Monteiro Lobato a la cárcel, inicia la gran política nacionalista petrolera que terminaría con la creación de Petrobras.

En 1926 escribió O Presidente Negro, donde deja entrever algunas de las típicas convicciones étnicas que caracterizaban al pensamiento positivista, al cual adscribía como buen intelectual blanco brasileño de aquella época.

Con la creación de su personaje Jeca Tatu, el ignorante y embrutecido campesino del estado de Sao Paulo, denunció el atraso que el latifundio mantenía en el campo brasileño y ya, al final de su vida, se acercó al Partido Comunista de Brasil, sin llegar a afiliarse y rechazando, en su momento, el ofrecimiento de una candidatura a diputado. No obstante, fue director del Instituto Cultural Brasil-URSS, con puntos de vista políticos cercanos a los del norteamericano Henry George, expresión éste de los intereses de los productores agrarios de aquel país, cercados por la voracidad de los bancos y el estado plutocrático.

Este es nuestro compatriota brasileño que hace ochenta y dos años previó la posibilidad de un presidente negro en los EE.UU. que era asesinado el día de su asunción.

Es de desear que esta última profecía sea sólo un producto de la imaginación de don José Bento Monteiro Lobato, una leyenda más del Sítio do Picopau Amarelo.

Caracas, 27 de noviembre de 2008.





miércoles, 19 de noviembre de 2008

América Profunda

de Rodolfo Kusch


jueves, 4 de septiembre de 2008

Fragmento de Aló Presidente del domingo 31 de agosto de 2008

De ahí tomé este fragmento. Estaba esperando el resultado de la tesonera labor de Mónica Chalbaud -lo que está haciendo es un trabajo de un valor histórico incalculable, porque no creo que lo esté haciendo nadie más y debería hacer un back up y hasta imprimir estas transcripciones que formarán parte del Archivo nacional- para volver a vivir este momento singular.
No creo que haya presidente en el mundo capaz de tener en su discurso un fragmento como éste. Ahí está para que lo aprecien. Si lo firmase García Márquez nos admiraríamos de su enorme creatividad y talento. Y, amigos, no es literatura. Es arte retórico, el más fugaz de todos junto con la danza. Y un notable torrente memorioso que transmitió y mostró a todos los que estábamos viendo al presidente treinta años de historia venezolana.
No dejo de admirarme.
Como en las novelas o en el cine o el teatro, empieza con un recuerdo y con una reflexión sobre por qué ese recuerdo y no otro. Y así se interna en un monólogo memorable. Pero dejaré de contarlo para permitir que lo lean.

JFB

(De la transcripción realizada por Mónica Chalbaud)

Se me ocurrió recordar a Maisanta! ¿Por qué surgió…?
Hace cien años… el abuelo de mi madre llegó a Sabaneta. Cargaba este escapulario… Este tiene como 150 años, aproximadamente… Era de Pedro Pérez Delgado… y antes de Pedro Pérez Pérez, ¡que era un indio!
¡Vean! Apenas se ve… una cruz de espadas. Es cosido a mano. Y el escudo de la Virgen del Socorro.
¿Quién fue Pedro Pérez Pérez? Yo estuve recorriendo, preguntando… ¡Yo tenia 50 casettes de cuentos de aquellos viejos! De comienzos del siglo pasado… Yo, hace treinta años… Pedro Pérez Pérez era un indio guariqueño. Se fue a la guerra Pedro Pérez Delgado… ¡detrás de Zamora!
¿Y Zamora por qué se fue a la Guerra? Consecuencia del fracaso del Programa de Bolivar… ¡En 1860 matan a Zamora! Y Pedro Pérez Pérez se fue a Ospino. Y se casó con Josefa Delgado, y tuvieron dos hijos, Petra y Pedro Pérez Delgado.
Pedro Perez Delgado fue como Emiliano Zapata…¡Machete en mano… ! ¡Viva la Patria!
Tu abuelo, mamá! El padre de Pedro Infante. Catire pelo amarillo.
Mi madre es blanca! Le decían cuando joven la Americana.
Me lo contaba Chucho Navas…Y tío Julián…
Yo tenia esa cinta… grabada. Tío Julián me contó en Sabaneta… testigo fue Miguelito González… Hablaban de los perros de Maisanta… Y de su caballo negro… ¡Bala!
Él vivía en La Marqueseña… ¡Era hombre de Cipriano Castro!
Uno oía de niño… de un guerrillero… ¡de un abuelo malo! Y mucho después yo descubrí que no era un bicho malo.
Por Cipriano Castro… en 1899 fue ascendido a Coronel. Maisanta en Sabaneta. Habia un Coronel Macías, de Ospino… Maisanta, carajito de 15 años, ¡le metió 4 tiros! Por empreñar a su hermana…
En 1896, se alzó el General José Manuel… El Mocho… Hernández! Le decían El Mocho por faltarle dos dedos, que perdió en una batalla… Es Venezuela buscando camino… El Mocho ganó las elecciones. Y lo metieron preso… ¡Se salió y armó un Ejército…! Y armó la Revolución de Queipa. Y allí Maisanta… se metió en las carreteras… 1898… Allí comenzó con Julio Arrache…
Todo esto por aquí era montaña con tigres, y jaguares…
Yo me fui consiguiendo con el fuego… Conciencia de lo que llevo en la sangre… Y yo, con un fusil. ¡Es para defender al pueblo!
Cuando Cipriano Castro, gran caudillo liberal, en 1897… Se alza el Mocho Hernández… Maisanta se va a la guerra. Luis Loreto Lima… ¡lo llaman La Lanza Libre! ¡Luis Loreto Lima se fue a la guerra con 25 hijos a caballo! Se unieron al Mocho, contra Joaquín Crespo, traidor.
Y Falcón… Ellos pelearon junto a Zamora en la batalla de Santa Inés. Y luego… 1860… matan a Zamora. Y los que eran los compañeros de Zamora… entregan la Revolución… pactando con la burguesía.
Por eso, yo digo… ¡No hay pacto con la burguesía! ¡No! Y te lo digo Adán… ya hubo mucho pacto aquí. Detrás de cada pacto… ¡100 traiciones! ¡Nuestro pacto es con el pueblo! ¡Con la mayoría del país!
Joaquín Crespo es el Presidente… por 5 años…¡Se vuelve rico!
Guzmán Blanco… lo mismo… ¡rico!
Páez… traicionó a su gente… ¡Rico!
¡Bolívar! Al contrario… murió pobre… ¡pata en el suelo!
Así… ¡con Bolívar! Y no como Páez… Ni como Joaquín Crespo. Ni como Guzmán Blanco… ¡Ricos! ¡Y en Miraflores!
Al Palacio de Miraflores se le mete el agua…Hay que estar recogiendo agua… Como en la casa de mi abuela Rosa Inés… se metía el agua por todos lados…
En esa colina… le mandó a hacer el palacio de Miraflores… Misia Jacinta… la Primera Dama, la esposa de Joaquín Crespo…
Le robaron al Mocho Hernandez sus elecciones… E Ignacio Andrade fue impuesto. Joaquín Crespo quedó de Jefe del Ejercito… Y hubo una batalla y en los primeros tiros cayó muerto Joaquín. Él iba en una mula. Se bajó de la mula y se estaba montando en el caballo blanco… y cayó muerto de un tiro… el Jefe del Ejército, y ex presidente.
Surgen caudillitos… Y es cuando vienen… ¡como 4 Guerras! ¡Venezuela era un maremagnun.…! Y surgen, entonces, Cipriano Castro y Gómez.
Castro es el líder …y Gómez el hombre del dinero. Y se unió a ellos Pedro Pérez Delgado… estamos en 1899.
A los pocos meses, Castro envía a Pedro Pérez Delgado a Sabaneta. Como Jefe Civil y militar de toda esta zona. Pedro Pérez Delgado se arrejuntó con tu abuela…Y ya en 1903… nacía Rafael.
Por eso yo soy Rafael… por mi abuelo… Pedro se llamaba Pedro Rafael. Tienen dos hijos, Pedro Infante y Rafael Infante… No les dio el apellido. Les escribía: ¡Firmen Pérez! Pero ellos se quedaron Infante.
1904… 1906… 1907… Y la oligarquía contra Cipriano Castro…
1908… ¡ Rompen relaciones Caracas y Washington. Se enferma Castro en 1908… ¡De esto hacen 100 años! Castro se fue a operarse… ¡Y los yankis se adueñaron del petroleo!
En Sabaneta hubo una reunión… de Pedro Pérez Delgado… con el italiano Maurielo… A Maurielo lo matan macheteado.
Vino alguien a avisarle a Pedro Pérez Delgado… Y salen … ¡40 de a caballo! ¡Y con machetes! Emboscó a Colmenares, que era de Gómez… a pelea de machetes… Se disfrazó con taparas de miel… ¡Y más nunca volvió a Sabaneta…! Cogió hacia Apure… y comenzó la leyenda… ¡20 años!
Cayó preso… Y con 50 años muere envenenado en el Castillo de Puerto Cabello.
Hay recuerdos de quienes estaban con él presos… Parece que apareció tambaleante… Se saca el escapulario y lo tira contra la pared… y exclama: ¡Maisanta! Pudo más Gómez!
¡Pudo más el Imperio…!
Y aquí la misma sangre… ¡Y el mismo camino!
Yo cuento esto… para mis amigos… para mí mismo… ¡y para los yankies!
¡Conciencia y fuego! Y mientras viva este fuego… ¡estaré al servicio de la Independencia de Venezuela! Ya basta de derrotas, compatriotas!
¡Llegó la hora definitiva de la gran Victoria!
No podemos optar entre vencer o morir…
¡Nosotros triunfaremos!
Terminé mi Historia. ¨
¡Esto es el llano!
No estaba en el guión…
Yo se lo dije a mi esposa Nancy… Faltaban días para el 4 de febrero… ¡Vine a despedirme…! Abracé a mis amigos… como despidiéndome. Le dije a Nancy Colmenares… Si me llega a pasar algo… ¡A mí que me entierren en esta sabana!

sábado, 12 de julio de 2008

Olga, la novia comunista de Luis Carlos Prestes


Hoy tuve la posibilidad, gracias a la oportuna invitación de Roberto Hernández Montoya, de presenciar la premiere en Caracas de la película brasileña “Olga”, basada en el libro de Fernando Morais del mismo nombre, que es la biografía novelada de Olga Benario, la mujer y madre de la hija de Carlos Luis Prestes, el legendario Caballero de la Esperanza, el jefe de la columna que recorrió, sin ser derrotada, 25.000 kilómetros de territorio brasileño, muerta en un campo de concentración de Hitler por comunista y judía.
El siglo XX ha sido un siglo donde todas las tragedias de la historia de la humanidad se concentraron y multiplicaron. Ha sido –lo ha dicho Eric Hobsbawm mucho mejor de lo que yo podría explicarlo- un siglo de iniquidades, de espanto, de torrentes de sangre y dolor. La historia que cuenta esta película es particularmente dolorosa.
Vamos a tratar de ubicarnos. Una joven izquierdista berlinesa, hija de la burguesía progresista judía, ve crecer como un cáncer la bestia parda del nazismo: el resentimiento de la clase media alemana posterior al tratado de Versalles, que encuentra en el antisemitismo –el socialismo de los imbéciles, como lo caracterizó Friedrich Engels- la explicación de la humillación, la inflación y la decadencia de Alemania. El mesianismo mosaico, más “l’esprit du siecle” –el marxismo- la convierten en una apasionada militante de la revolución rusa, cuando ya el stalinismo se había hecho cargo de los últimos vestigios de democracia obrera en el Estado fundado por Lenin.
A mediados de la década del veinte, del siglo pasado, una revolución encabezada por la juventud militar pone en jaque a la República de los Fazendeiros del Brasil. En julio de 1924 estalla una sublevación en São Paulo, encabezada por oficiales del ejército de muy baja graduación –de ahí el nombre de “A Revolucião Tenentista”– que logra controlar la ciudad durante un mes. No fue un simple pronunciamiento militar en busca de algún cambio de gobierno, sino que pretendía un cambio de las estructuras políticas y económicas del Brasil “café con leche”. Y aunque el movimiento fue reprimido y vencido, tuvo coletazos de una enorme influencia en el estado de ánimo colectivo. El general Isidoro Dias, jefe de la sublevación, explicó de esta manera el levantamiento: “el Brasil esta casi en quiebra y no puede pagar las obligaciones de su deuda fabulosa (…) las clases pobres están acosadas por la miseria y por el hambre (…) los diputados, senadores, presidentes de los Estados y el Presidente de la República son designados o nombrados (…) por verdaderos trusts de la rendidora industria política”. Sobre el fondo histórico de ese levantamiento, Getulio Vargas gana las elecciones presidenciales de 1930.
La revolución de los Tenientes había tenido un resultado secundario, pero proteico: la columna del Capitán Luis Carlos Prestes, que al frente de unos mil hombres había recorrido unos 25.000 kilómetros, sin lograr modificar la relación de fuerzas políticas, pero sin sufrir una sola derrota militar. El pobrerío sin destino del Brasil fazendeiro había visto en el joven militar al Caballero de la Esperanza. Al ser derrotado, en 1927, tres años después del levantamiento tenentista, Luis Carlos Prestes se exilia en Buenos Aires. Y en la humilde pensión que le sirve de refugio comete un romántico error que signará toda su vida futura y la de su amada Olga: se afilia al partido Comunista argentino, uno de los perros más fieles al georgiano de sonrisa amarilla que por esa época se había hecho cargo de la omnímoda secretaría general del PCUS, Joseph Djugashvilli, alias Stalin.
El joven e idealista militar brasileño, en la soledad de la gran metrópolis platina, cree que el destino de su proeza brasileña, en lugar de emparentarse con las ideas del nacionalismo latinoamericano que comenzaban a plasmarse en Haya de la Torre en Perú, es el de las monsergas internacionalistas que surgen de la Komintern en manos de los verdugos de la generación de Lenin.
Y éste es el drama, abismal, torrentoso e incontenible, que cuenta la película que hemos visto anoche en el CELARG.
Moscú, los desconocidos y lejanos mecanismo de poder que susurran en el Kremlin, deciden que la Komintern debe fijar una excepción a su política. Los comunistas brasileños conseguirán de Moscú que no aplique para ellos la línea de Frente Popular Antifascista, lanzada por el organismo internacional y su jefe, Jorge Dimitrov, para los partidos stalinistas. Fundamentaron esta excepcionalidad en la creencia de que, con la presencia de Prestes, les sería fácil conquistar el poder. En 1935 se lanzaron, encabezados por Luis Carlos Prestes, a una intentona insurreccional que fracasó estrepitosamente. El fracaso no sólo desarticuló y destrozó al Partido Comunista, sino que, como sostiene Darcy Ribeiro, “el resultado principal de la cuartelada fue fortalecer enormemente a los integralistas (la derecha católica fascista), abriéndoles amplias áreas de apoyo en muchas camadas de la población, lo que les permitió realizar grandes manifestaciones con el fin de elegir a Plínio Salgado Presidente de la República. Getulio terminó por disolver el Partido Integralista, asumiendo el papel de Jefe de un ‘Estado Novo’, de naturaleza autoritaria. Quebró el separatismo aislacionista de los estados, centralizando el poder y enseñando el sentido de la ‘brasileidad’”.
La película “Olga” trata de estas jornadas y, centralmente, de la dramática vida de la custodia de seguridad que la burocracia soviética le pone a Luis Carlos Prestes, la alemana Olga Bentario, aquella muchacha que había entregado su vida a la causa soviética.
Qué tenían que hacer estos “expertos” soviéticos en el Brasil de la década del treinta del siglo pasado, es una pregunta que la película no contesta. La entrega militante, la consagración a la idea de la revolución mundial –ilustrada insistentemente con los acordes de “La Internacional”- había llevado a aquellos jóvenes a un país del que ignoraban todo, tan lejano a sus experiencias vitales como podrían serlo para nosotros las noches blancas moscovitas, a organizar y dirigir una insurrección obrera y militar que sólo existía en sus informes, exagerados y desvirtuados, y en su imaginación.
Pero la historia, la historia real, tiene un punto dramático que puso una mácula indeleble en la vida política de Getulio Vargas. Apresado Prestes y su compañera, ésta es entregada a la Gestapo alemana, a sabiendas del destino inmisericorde que le esperaba. Es éste un crimen que todo lo que Getulio ha hecho por la construcción del Brasil moderno, que toda su lucha titánica por convertir al gigante suramericano en la nación acorde a sus capacidades, que su propio suicidio y su testamento político, no alcanzan a compensar. Fue un crimen cruel e innecesario. El torbellino de sangre y odio que terminó en la Segunda Guerra Mundial, y al que el Brasil le entregó la vida de 465 brasileños muertos en Europa bajo la bandera de los aliados, lo llevó a esta miserable entrega de una militante joven y honesta. Su desatino moscovita ya se había convertido en pasión suramericana, en amor por nuestro pueblo y. en devoción a uno de sus grandes héroes.
La película “Olga” cuenta esta historia dramática de una mujer bella, fuerte y digna. Es imposible sustraerse al caudal emotivo que corre en sus fotogramas. La hermosa actriz que interpreta a Olga Bentario es de una belleza sobrecogedora. Sus ojos grises provocan interrogantes aterradores en sus captores y en la platea del CELARG. El llanto, tirada sobre las rejas de su prisión, cuando le arrancan a la hija suya y de Prestes del pecho materno, no se soporta sin que corran, todo lo disimulado que se pueda, las lágrimas por las mejillas.
Y la carta final, enviada a su hija y a su amado esposo, en el momento previo a la muerte en la cámara de gas, solo se equipara en grandeza, en belleza y en entrega humana a la de su verdugo, Getulio Vargas, a la hora de su orgulloso suicidio.
El siglo XX ha sido feroz.
Y tenemos que asumirlo sin derecho a inventario. Olga, Luis Carlos Prestes, Getulio y toda esa generación vive en nosotros. Por eso lloramos su tragedia.
Caracas, 11 de julio de 2008.

miércoles, 2 de julio de 2008

En lo alto de la noche, usted brilla, mi amor



En lo alto de la noche, usted brilla, mi amor.
Usted no lo sabe,
-o tan sólo lo supone-
la cosa es que se encontró
-me encontré-
con alguien que la estaba buscando.
Mejor dicho, y para que nos entendamos,
con alguien que quería poner todo
en el deseo,
en el brillo en lo alto de la noche,
en la posibilidad absoluta de los cuerpos
y en la ternura íntima de lo que queda después del cuerpo.

¿Y qué es lo queda?




La confianza infinita,
la intimidad desvergonzada,
la ley del deseo como razón última,
la posibilidad de entregar,
-de entregarse-
sin pensar,
sin dudar,
sin arrepentimiento.

Un hombre puede pasar toda su vida
sin encontrarlo
-en realidad, la mayoría de los hombres
jamás lo han encontrado-

Pero, para mí,
en lo alto de la noche
usted brilla, mi amor,
sin melancolía,
con la alegría de la vida
convertida en deseo,
en ese extravío del cuerpo que brilla,
del cuerpo que es sólo la necesidad
del otro cuerpo que brilla
en lo alto de la noche.

17 de Agosto de 2003

jueves, 13 de marzo de 2008

Un Gardel de piernas ágiles y elegantes

Un Gardel de piernas ágiles y elegantes 

Yo quería bailar Carlos Gavito, vida, pasión y tango Ricardo Plazaola Editorial Dunken, Buenos Aires, 2008
Se trata de un pequeño volumen que no llega a 115 páginas. Cuenta las etapas de la vida de un argentino que, pocos años antes de su muerte, se convirtió en el más sutil y exquisito de los bailarines de tango, el singular Carlos Gavito.
El milonguero es, siempre, un personaje que hay que conocer y aceptar. Se trata de un hombre que no ha recibido ningún tipo de formación académica, que no sabe lo que es un “plié”, que ignora la diferencia entre un “semi-plié” y un “grand-plié”, que sería incapaz, por respeto a su propia dignidad de varón, de calzarse un maillot y que, sin embargo, ha dedicado toda su vida, a partir de los quince años, a bailar el tango, a ganarse la vida bailando el tango y a continuar bailando el tango, en un salón de milonga, un par de horas después de haber bajado del escenario, en cualquier parte del mundo. El libro de Plazaola cuenta, en flash-backs que reproducen el testimonio directo de los recuerdos del propio Gavito, el origen, la azarosa vida, el pensamiento, las reflexiones y las generalizaciones filosóficas de este milonguero fallecido en el 2005, que convirtió, a lo largo de su vida, al baile en una práctica metafísica.
Dice Gavito, y Plazaola transcribe: “Yo bailo el silencio. Bailo lo que hay antes de la música y los que hay después. Bailo nada, bailo eso que es como una intención”.
Y para llegar a esta conclusión última y extrema, Plazaola nos cuenta, con una carga de sentimiento que muchas veces lo lleva a soslayar cierta bien intencionada preceptiva literaria, la vida de este criollito de la Avellaneda de la época del peronismo que bailó ante reyes, jeques, sháes, cappomaffias, narcotraficantes, Howard Hughes y Richard Nixon.
La vida de Carlos Gavito, contada básicamente a partir de su postrer testimonio, nos permite una mirada sobre esa estrecha franja entre la mala vida y el delito del Buenos Aires de los años 60 y de la atmósfera del show internacional en los grandes hoteles y casinos del ancho mundo.
Gavito se hizo desde muy abajo. O desde muy lejos, que es otra manera de decir lo mismo. De obrero en la industria del petróleo en la Patagonia del paralelo 48 en tiempos de Frondizi al gigantesco, solitario y final bailarín inmóvil de sus último años, el recorrido vital de Gavito es el de un joven que, muy temprano, decidió que el baile sería su contribución personal al desarrollo de la humanidad.
Y de un tipo que desde la humildad del barrio logró reflexionar sobre lo que hacía, al modo de un existencialista heideggeriano que afirma: “La pausa es como el semáforo. Verde, todos los autos andan. Amarillo, se van deteniendo. Rojo, todos parados. Pero el motor sigue encendido, la vida no se detiene. La pausa es necesaria para la buena marcha. Como para hablar: hay que hacer una pausa para pensar”.
Pero que volcado a la introspección de su arte maravilloso se encuentra con Sartre y afirma: “La pausa es pausa, no hay que rellenar. No es un vacío, es un silencio, una tensión, un puente, la pausa es el motor que está en funcionamiento, que no se ha detenido, el motor se siente encendido. En el tango esto es fundamental. A veces rellenamos una pausa con cualquier cosa, con cualquier movimiento. ¿Por qué? Porque tenemos miedo. ¡Qué te pasa? ¿Estás enfermo? ¿Por qué enfermo? Porque te quedaste quieto. ¡No macho! ¡Estoy haciendo una pausa!
Desde la reflexión sobre su arte ensimismado –el baile es relación con el propio cuerpo- Gavito había descubierto el miedo de la sociedad moderna al silencio, a la introspección, a ese bostezo de la nada que antecede a la crisis, al grito, al estallido del propio vacío del ser.
En un libro breve y pletórico de sentimientos, Ricardo Plazaola nos hace conocer el alma postrera de este artista contemporáneo, de este Nijinsky criollo que dio respuesta a la paradoja indescifrable del motor inmóvil. Al hacerlo, eleva a Carlos Gavito a la altura de uno de nuestros grandes mitos populares, una especie de Martín Fierro del dos por cuatro, un Gardel de piernas ágiles y elegantes.
Es difícil sustraerse a los torrentes de emoción que el libro despliega. Pero es un sentimiento que no avergüenza. Porque detrás de ello se expresa un país que ha encontrado en esa danza extraña su más alto grado de universalidad, y en la que Carlos Gavito, el protagonista excluyente del relato, ha jugado un papel que la posteridad deberá reconocerle. El libro ha sido comentado en el diario Clarín. Cliquear acá.

miércoles, 27 de febrero de 2008

El Manco de Teodolina

El Manco de Teodolina
Me ha llegado en un correo originado en La Gazeta Federal, una breve historia del juego de pelota paleta en la Argentina.
Deporte verdaderamente popular en la paisanada y el peonaje de los pueblos del interior de las provincias pampeanas, ha sido -ignoro cómo es ahora, con tanto Halloween y boludeces semejantes- una actividad habitual en Tandil, en los años en que viví en aquella ciudad. Yo mismo he practicado desde muy chico el deporte del frontón, y aun recuerdo la paleta marca Guastavino con la que le daba a la pelotita en la cancha del Club Hípico, vestido de blanco con una faja negra o colorada y corriendo para salvar los envenenados tambores que me tiraba el rival, evitando pegar bajo de la chapa cantarina que marca el error.
Y envió este pequeño texto porque ocurre que yo vi jugar al Manco de Teodolina, en la cancha del Hípico y al día siguiente en la cancha de Ferro Carril Sur, club que como podrán imaginar quedaba cerca de la Estación. Yo tendría unos once años y mi padre me llevó a ver al legendario Manco de Teodolina, cuya presencia se había anunciado en los diarios varias semanas antes. Todo el ambiente pelotari tandileño estaba movilizado alrededor de la visita.
El hombre tenía la mano derecho levemente deformada en la muñeca, lo que lo obligaba a jugar solamente con la zurda (en la pelota paleta está permitido usar ambas manos). Tendría unos treinta y cinco o cuarenta años, flaco y alto, con rostro de gringo chacarero. Jugaba asombrosamente y vivía de ello, puesto que la pelota paleta es un deporte vinculado al juego por plata. Se juega por plata y se apuesta a distintos jugadores o parejas. Y el Manco vivía de las apuestas y del ansia de ganarle que generaba en ciudades, pueblos y puestos camperos. Jugaba con una mano atada, o tomando la paleta del lado ancho y pegando con la empuñadura. Jugaba solo contra una pareja o cualquier tipo de dificultad, para poder extremar la apuesta y llevarse el contenido de los bolsillos de sus contendores y del público que apostaba en su contra.
Y después lo vi en un asado. Borracho como un cosaco era el centro de atención de todos los comensales. Contaba cuentos e historias de campo y, como dice la nota, recitaba esos notables dramones camperos de hijos que encuentran a su padre en el momento en que lo acaban de acuchillar en duelo criollo o versos picarescos de doble sentido que hoy hace conocer ese gran artista popular que es el Gato Peters, un recitador criollo de notable gracia y decir, que, según me informa Roberto Bardini es originario de Carhué, veterinario recibido en La Plata y casado y afincado en Las Flores, provincia de Buenos Aires.
Yo lo vi jugar al Manco de Teodolina y escuché sus recitados. No será mucho, pero tampoco es poco.
Buenos Aires, julio de 2007

domingo, 24 de febrero de 2008

Snabba Cash de Jens Lapidus

Llegaron a Buenos Aires, hace un par de semanas, tres matrimonios suecos, mayores que yo, médicos ellos a punto de jubilarse y jubiladas ya las damas. Todos de Gotemburgo. Una de las damas es amiga de mi entrañable Annagreta Segerberg, una indomable comunista de espíritu artesano, juntadora de cosas usadas a las que convierte en supuestas obras de arte. Fue, entonces, Annagreta quien me envió este contingente para que les hiciese conocer el tango y esas cosas.

Además de varias botellas de brännvin, condimentado con distintas especies, y unas cuantas latas de arenque en escabeche, también con distintos gustos -presentes que, advierto, ya han pasado a mejor vida- recibí una novela policial que se llama Snabba Cash, escrita por un joven autor, Jens Lapidus, que se ha convertido en la revelación literaria sueca de los últimos dos años.
El título podría ser traducido como Efectivo Rápido, y se refiere a lo que parece la primera necesidad de todos los protagonistas centrales, que son básicamente tres: la obtención urgente de dinero en efectivo y libre de impuestos.

Suecia tenía un gran novelista policial, que en realidad era una pareja: Maj Sjöwall y Per Wahlöö, y hasta la muerte del último, en 1975 -producto de una irreversible cirrosis causada por la excesiva ingesta de whisky, vodka, gin, coñac, aquavit y todo cuanto saliese de un alambique- escribieron una larga serie de novelas siempre con Martín Beck, como personaje central. Martín Beck es un inspector de la División Homicidios de la Central de Policía de Estocolmo. Divorciado, cincuentón, honesto y simple, como los suecos gustan de verse a sí mismo. Inteligente y despierto encarna los valores de una sociedad que pretendió hacer más suave y llevadera la vida sobre la tierra y a la que la tarea se le hace cada vez más difícil, según pasan los años. En el país de Sjöwall y Wahlöö, la gente es básicamente buena, los políticos hacen sus enjuagues y negocios con empresarios inmorales hasta que un asesinato obliga al viejo Beck a remover todo lo que se ha ido escondiendo bajo la alfombra. Pero subyace en sus novelas el espíritu del Välfärdstaten, el Estado de Bienestar. Su novela póstuma, Terroristerna (Los Terroristas) escrita en el año del fallecimiento de Wahlöö, describe un magnicidio: el asesinato de un primer ministro sueco, famoso por su oposición a la guerra de Vietnam, un socialdemócrata culto y refinado que convirtió el neutralismo sueco en una política activa de defensa de los movimientos de liberación nacional, Olof Palme. Diez años después, en 1985, los disparos de un revolver en manos de un hasta hoy desconocido asesino, acabaron con su vida en pleno centro de Estocolmo, a la salida de un cine y en los brazos de su esposa, Lisbet.

En una de sus novelas, no recuerdo cuál, una anciana sueca, con su característico sombrerito y su sobrio conjunto de falda, blusa y cárdigan, le dice, muy sorprendida, a alguien al entrar en su casa: “En el tranvía venía un señor hablando en inglés”. Tal era la estupefacción que en aquello dulces años causaba que en la calle hubiera gente que no hablase el sueco.

En la novela de Jens Lapidus muy poca gente habla un sueco correcto o decente. Los personajes son yugoslavos que se pasan el día en un gimnasio entrenando sus músculos para estar en condiciones de apretar gente por la noche. Mafiosos que ganan fortunas con la plata en negro de los guardarropas de los locales nocturnos, turcos que venden cocaína, chilenos que trafican con alcohol ilegal, asirios que manejan negocios para lavar dinero, suecos que se pagan su carrera vendiendo cocaína a las chicas y chicos ricos que gastan sus noches en las discotecas de Stureplan, patos vicas, rubios y de ojos celestes, que custodian las entradas de los lugares de moda, chicas de provincia que abandonan su aldea para convertirse en prostitutas de lujo en el Grand Hotel. Y la policía brilla por su ausencia. Snabba Cash es una novela policial sin policías.

Es otra la Estocolmo y la Suecia de Lapidus. La globalización, la Unión Europea y el neoliberalismo han arrasado con aquel concepto de folkhem (hogar popular) que caracterizó la política socialdemócrata desde los tiempos de Per Albin Hansson. Es una sociedad cruda, fría, indiferente y brutalmente escindida entre los que hablan el sueco debidamente y los que no saben hacerlo, tanto sea por su origen inmigratorio o su escaso nivel de escolaridad. No se necesita ser extranjero para hablar lo que el autor llama el sueco de Rinkeby. Rinkeby es una ciudad dormitorio situada al norte de Estocolmo y poblada por inmigrantes de todos los rumbos y suecos pobres. Toda persona, sueca o no, que haya nacido, se haya criado y viva en Rinkeby, va hablar un sueco mal pronunciado, con escaso vocabulario, expresivamente pobre y lleno de vulgaridades. Quien así hable seguramente no podrá entrar en las discotecas de moda ni en la universidad, habida cuenta que, con toda seguridad, ni siquiera terminó el secundario.
Y Lapidus ha logrado escribir esta notable novela en un idioma casi dialectal, con frases muy cortas, a veces sin verbo, lo que le da a la novela una electrizante tensión, una crudeza en el estilo que recuerda al Jim Thompson de “Población: 1280”.

La sociedad de clases ha impuesto su rigor en toda la línea, a excepción de un pequeño grupo de privilegiados que envían a sus hijos a estudiar en Londres y a sus hijas a Suiza, todo el mundo está buscando el Efectivo Rápido que le permita abandonar el frío infierno en que se ha convertido la ciudad que cobijó a Mirta, en viaje a Estambul.

Buenos Aires, 24 de febrero de 2008

martes, 19 de febrero de 2008

Conjuntos de Ban Lon y chatitas

 “Estamos prisioneros, carcelero, / yo de estos pobres barrotes, /tú del miedo. / Como el que se prende fuego / andan los presos de miedo, / de nada vale que corran / si el incendio va con ellos”.
Esos versos son de Armando Tejada Gómez, un poeta mendocino, del sistema cultural del partido comunista, que llegó a ser diputado provincial por la UCRI en las elecciones de 1958, en las listas que la UCRI abrió al PC.
Se presentaba con Alberto Mathus, el primer marido de Mercedes Sosa, un tucumano que según cuentan la cagaba a palos a la gorda -no era tan gorda entonces- cuando se machaba.
Cruza putativa de Neruda y Nicolás Guillén, Tejada Gómez impregnó con sus poemas la década del 60.
En 1964, yo cursaba quinto año del bachiller, en el Colegio San José de Tandil e integraba un grupo llamado Pequeño Teatro Experimental (PTE) en el que también participaban, entre otros, un gordito empleado de Metalúrgica Tandil llamado Osvaldo Soriano y el hijo del relojero del pueblo, estudiante de la escuela Industrial y tornero llamado Víctor Andrés Laplace.
El grupo lo dirigía Juan Carlos Gargiulo, el bohemio tandilense más redomado de aquellos tiempos. Se levantaba a las doce del mediodía y las malas lenguas decían de él que jamás de los jamases había trabajado.
Fue quien me hizo conocer obras como Los de la Mesa 10 de Osvaldo Dragún o Cuando los Indios estaban Cabreros, de Agustín Cuzzani. Por Juan Carlos Gargiulo supe de la existencia de Nuevo Teatro y de Pedro Asquini y Alejandra Boero.
Con él, con el gordo Soriano, con Víctor, con Juan Campagnolle me introduje en un mundo formado por una mesa de café, largas charlas sobre los más diversos temas, una aburrida tacita llena de puchos de cigarrillo y los ojos brillantes por el descubrimiento de un nuevo mundo cuya seducción aún no me ha abandonado.
En esa mesa provinciana de la Confitería Rex esperábamos los miércoles a que llegara la revista Primera Plana y la leíamos con devoción y meticulosidad de exégetas y en la espera nos leíamos unos a los otros los poemas o los cuentos que habíamos borroneado durante la semana.
Mi vida se había dividido en dos: por un lado el colegio de curas, la misa del domingo, la libreta semanal de calificaciones, los “asaltos” de los fines de semana con las chicas del colegio de la Inmaculada Concepción o del Normal, los módicos ensueños eróticos “chapando” al compás de Ray Conniff con niñas vestidas con conjuntos de Banlon color rosa o amarillo y unos zapatitos imperceptibles que se llamaban “chatitas”, cuya capellada dejaba ver el nacimiento de unos pequeñísimos y suaves dedos, como si fueran pequeños y multiplicados escotes (el fetichismo corre por mi cuenta), el pedido de algo de plata a mi viejo para tomar algo y comprar cigarrillos Chesterfield de contrabando -con respecto a mi padre y al Estado Nacional-.
Y por otro el de esta bohemia que me integraba a un mundo, como digo, hasta entonces desconocido.
Ahí hablábamos de Aldous Huxley, cuyo libro Punto y Contrapunto, me había fascinado, de El Lobo Estepario y Siddarta de Herman Hesse, de Stanislavsky, de Cortázar, de Sábato, de Marcos Ana, de León Felipe, comentábamos las pocas películas que llegaban a Tandil de Ingmar Bergman, o El General Della Rovere, de y con Vittorio de Sica, repetíamos una y otra vez los gags de las películas de Carlos Chaplin, que había dejado de ser el Carlitos Chaplin de nuestra niñez para convertirse en un ídolo estético al que le descubríamos la genialidad a través de un ejercicio intelectual y ya no con la ingenuidad sensorial de la infancia.
Y también, un día, hablamos de Armando Tejada Gómez y alguien trajo un disco con poemas suyos.
A partir de allí todos mis poemas comenzaron a parecerse a los de Tejada Gómez y cuando los recitaba lo hacía con la entonación y hasta la prosodia mendocina de éste.
Y un día, no sé como, lo trajimos a Tejada a dar un recital a Tandil. Fue en el Club Ferro Carril Sur, si no me equivoco, sobre la avenida que llevaba a la estación.
Al recital vinieron los comunistas conocidos del pueblo, Juan Antonio Salceda, Nigro y un médico que había sido el último candidato a intendente por el PC, un tal Webbe, que no era oriundo de Tandil. Allí Tejada desgranó todo su repertorio, más o menos el mismo de su disco.
Nos baño con su torrente de adjetivos tipo “raigal”, que usaba profusamente, nos llenó de buenas intenciones con sus niños en la calle y sus señoras “que cambian de médico esta tarde, / de amantes esta noche, / porque el tedio que tienen / no cabe en todo el mundo”, nos mostró el sudor de sus obreros, nos salpicó con el agua de la bomba con que lavan sus fragantes axilas, vimos el vientre “fecundo” de sus mujeres y pasamos revista, en suma, a todos los tópicos de la poesía social de entonces en la versión un tanto adocenada del mendocino.
A la noche, Salceda, presidente de la Cooperativa Eléctrica -Lenin había dicho que el comunismo en Rusia era “soviets más electrificación”: los comunistas de Tandil habían logrado ambas cosas en una sola institución-, nos invitó a todos en su casa para comer unas empanadas, tomar vino y charlar con el poeta.
Recuerdo que esa velada me permitió sacarme de encima el peso de su influencia deletérea. El tipo me cayó francamente mal.
Su admiración sin límites a la Unión Soviética, su simplona idea del comunismo como solución a los problemas del alma -los principales problemas en un adolescente de clase media como yo- me desilusionaron.
Me pareció vulgar y ramplón.
Recuerdo con precisión un diálogo o discusión que tuve con él. Presumía ante nosotros, pajueranos de un pueblo del centro de la provincia de Buenos Aires, de su estadía en Moscú junto con don Osvaldo Pugliese.
Y se reía al recordar la admiración que, decía, les producía a los rusos la tristeza de la música que interpretaba el maestro.
Le pregunté entonces por qué les producía esa admiración y la respuesta que me espantó fue: “Porque en el socialismo no hay lugar para la tristeza. La tristeza es producto de la sociedad de clases y al desaparecer ésta, como en la URSS, ya no hay lugar para la tristeza, es una cosa del pasado”.
El adolescente con granitos en la cara, que se deleitaba con la dulce tristeza de no tener una novia, o con la angustia de no saber cuál era la vida que su propia vida le deparaba, salió rampante en defensa de la tristeza, rechazando abierta y frontalmente toda interpretación clasista de tan personal y ensimismado sentimiento.
La idea misma de que un ordenamiento social fuese capaz de erradicarla le parecía sencillamente delirante.
No necesito aclarar que, ya adulto, le sigue pareciendo.
Tejada Gómez había terminado para mí.
Seguiría durante un tiempo recitando algunos de sus poemas que había memorizado, acompañado por los pocos acordes que aprendí a sacarle a una guitarra, por razones puramente de conquista femenina. Tejada era, en ese sentido, enormemente entrador.
Pocas niñas se resistían a que uno les dijera, mirándolas a los ojos, “Acuérdate esta noche y guárdame en tu día, muchacha, continente de pájaros”.
Todavía lo puedo decir con cierto éxito, porque esas mismas niñas de hoy ni siquiera oyeron hablar de Tejada Gomez.
No tendrá el perfume de una magdalena mojada en un té de tilo, pero tu mención de aquellos versos descerrajó este vendaval de recuerdos grato.
Agradezco a Tamara Di Tella la imagen que ilustra este texto. La tomé sin pedirle permiso de su blog http://weblogs.clarin.com/tamaraditella/archives/2007/09/ustedes-me-entrevistan-a-mi.html puesto que era la única que en toda la web recordaba esa ingenua parte de nuestra adolescencia.

Norberto Acerbi se quedó en el 2006

Hace dos años falleció un extraordinario argentino, el doctor Norberto Acerbi. En aquella oportunidad escribí estas líneas en su memoria, que recién hoy subo a este blog. Se habían perdido en el fárrago de las cosas que se escriben para la red y la Nac & Pop, de Martín García, ayudó a su conservación.


Se nos fue el querido, el entrañable flaco Acerbi.


Militante de la Izquierda Nacional desde su juventud, sumó su pasión política a su formación médica, convirtiéndose en un admirador y continuador de la acción y las ideas del gran Ramón Carrillo.

Pese a que la desventura le pegó con la temprana muerte de uno de sus hijos, el flaco mantuvo hasta dónde lo traté y conocí un indoblegable optimismo, un humanismo revolucionario y un desopilante sentido del humor.

Las anécdotas acerca de sus salidas y sus ocurrencias son abundantes y han circulado entre nosotros alegrándonos las conversaciones entre compañeros.

Sólo voy a mencionar una, que no escuché de primera mano, sino que me fue contada por Jorge Spilimbergo a poco que llegué de Suecia.

El Centro Jauretche, en plena dictadura, había organizado una charla o una mesa redonda con destadas figuras del peronismo. El presentador era el flaco Acerbi. Poco a poco, el salón se va llenando de importantes personalidades: Fermín Chávez, Julio Bárbaro, Estevez Boero, diversos dirigentes del socialismo. Y era tarea de Acerbi ir mencionando por el micrófono estas presencias.
De pronto entra al local y se sienta entre el público un conspicuo dirigente de extraña apariencia. En ese mismo momento se oye la voz del flaco que dice estentóreamente: "Y acaba de entrar también a este acto un bicho raro..."

La estupefacción en el público presente fue como una descarga eléctrica.


Efectivamente flanqueado por sus, entonces, abundantes y espesas patillas, enfundado en su ajustado traje y empinándose sobre su corta estatura acababa de llegar ni más ni menos que Carlos Saúl Menem, por entonces un lider del peronismo.

Cuando ya parecía que el papelón era inevitable se escucha nuevamente la voz del flaco Acerbi, con una risueña y cariñosa impronta que dice: "Sí, compañeros, un verdadero bicho raro, un gobernador provincial que ha sido elegido por su pueblo y no es como los actuales usurpadores que azotan los presupuestos provinciales".

La ovación y el aplauso fueron la respuesta debida a la inesperada, hilarante, provocativa y oportuna capacidad de improvisación del querido Flaco Acerbi.

Fue uno de los artífices e impulsores del Juicio Político a la Deuda Externa y en ese carácter le tocó hablar en un acto organizado por el MTA, junto a Hugo Moyano, en la plaza del Congreso.
Fue autor de un hermoso libro dedicado a la figura de otro médico como él, de otro humanista laico como él, de otro político como él: Eduardo Wilde, el ministro de Interior de la primera presidencia de Julio Argentino Roca.

Echado de la dirección del Hospital de Avellaneda, por obra de la infamia menemista-duhaldista, Acerbi supo dar, también, una batalla política en la cuestión central de la salud de nuestro pueblo.

Norberto Acerbi, el flaco Acerbi, fue un gran compañero, un extraordinario amigo y un revolucionario cabal.

Que su memoria viva entre todos los compañeros que conocimos sus virtudes y gozamos de su admirable humanidad.

Que su mujer, paciente y cariñosa, que su hijo y sus nietos sepan que una comunidad militante lo llevará para siempre en su recuerdo y en su afecto.

Y que te diviertas donde sea que vayas, querido Flaco.

sábado, 16 de febrero de 2008

Elvio Vitali no baila esta noche en El Beso

Solía sentarse en alguna de las mesas de la primera fila que rodea la pista de baile, junto a otros milongueros con los que conversaba en voz baja. 
Había conservado la manera de hablar del barrio de Wilde, donde había nacido, un poco arrabalera, con una “eses” convertidas en “eshes” que ya se han ido perdiendo en el habla popular porteña. Su rostro recordaba increíblemente a Al Pacino –parecido del que era plenamente conciente- y le encantaba sacar a bailar a hermosas italianas con las que conversaba en su idioma, heredado por tradición familiar y por una larga residencia en Italia. 
Elvio Vitali, ese buen amigo de voz ronca y de convicciones firmes, amante de la trasnoche y el whisky, ha muerto, después de darle pelea larga y cansadora a una enfermedad que lo obligó a alejarse de los largos vasos, del hielo tintineante y de la noche seductora. 
Elvio, el de Juventud Universitaria Peronista, el argentino que en su exilio en México había creado la Librería Gandhi, que junto con él trasladara a Buenos Aires, convirtiéndola en un foco de radiación cultural en esa región de la avenida Corrientes que va desde Callao hasta Libertad, amaba el tango en todas sus expresiones. Aprendió a bailarlo de grande, en las clases que se daban en su librería, y había conseguido un estilo especial y distintivo: un poco encorvado, de pasos lentos, amurado fuertemente al torso de su compañera de ocasión. 
Fue impulsor comprometido del Festival Internación de Tango. Fue uno de los responsables de que la avenida Corrientes se convirtiera una noche en una gran milonga a cielo abierto, en una babel de idiomas y estilos, donde la Orquesta Escuela era el atanor que mezclaba a todos los herederos del Cachafaz del ancho mundo en una sola multitud danzante. Y en la que la belleza de Geraldine hipnotizó a todos con el negro de su pelo, la desmesura de sus ojos y la voluptuosidad de su baile. 
Fue, justamente, Elvio el que insistió que fuera ella la que, desde un elevado escenario, se convirtiera por una noche en la Afrodita porteña, ante la cual el Obelisco parecía más erguido que nunca. 
Como ha recordado Leonardo Cofré, convirtió el bar de La Gandhi en un lugar de encuentro de tangueros que descubrieron, junto a sociólogos, antropólogos y toda la fauna académica que constituía su clientela, a Luisito Cardei, el cantor de la voz chiquita, de la entonación casera, de los tangos cantados en una cocina de extramuros con una enorme mesa de madera con cajones para guardar los cubiertos. 
Lo conocí en la milonga y en la milonga aprendí a quererlo. Siempre con alguna hermosa mujer a su lado, siempre con la sonrisa de Pacino. 
Elvio Vitali no va a caer esta noche de sábado por la Milonga de las Morochas, en El Beso, de Corrientes y Riobamba. 
Y todos los tangos sonarán con más tristeza que nunca. 
16 de febrero de 2008