Snabba Cash de Jens Lapidus
Además de varias botellas de brännvin, condimentado con distintas especies, y unas cuantas latas de arenque en escabeche, también con distintos gustos -presentes que, advierto, ya han pasado a mejor vida- recibí una novela policial que se llama Snabba Cash, escrita por un joven autor, Jens Lapidus, que se ha convertido en la revelación literaria sueca de los últimos dos años.
El título podría ser traducido como Efectivo Rápido, y se refiere a lo que parece la primera necesidad de todos los protagonistas centrales, que son básicamente tres: la obtención urgente de dinero en efectivo y libre de impuestos.
Suecia tenía un gran novelista policial, que en realidad era una pareja: Maj Sjöwall y Per Wahlöö, y hasta la muerte del último, en 1975 -producto de una irreversible cirrosis causada por la excesiva ingesta de whisky, vodka, gin, coñac, aquavit y todo cuanto saliese de un alambique- escribieron una larga serie de novelas siempre con Martín Beck, como personaje central. Martín Beck es un inspector de la División Homicidios de la Central de Policía de Estocolmo. Divorciado, cincuentón, honesto y simple, como los suecos gustan de verse a sí mismo. Inteligente y despierto encarna los valores de una sociedad que pretendió hacer más suave y llevadera la vida sobre la tierra y a la que la tarea se le hace cada vez más difícil, según pasan los años. En el país de Sjöwall y Wahlöö, la gente es básicamente buena, los políticos hacen sus enjuagues y negocios con empresarios inmorales hasta que un asesinato obliga al viejo Beck a remover todo lo que se ha ido escondiendo bajo la alfombra. Pero subyace en sus novelas el espíritu del Välfärdstaten, el Estado de Bienestar. Su novela póstuma, Terroristerna (Los Terroristas) escrita en el año del fallecimiento de Wahlöö, describe un magnicidio: el asesinato de un primer ministro sueco, famoso por su oposición a la guerra de Vietnam, un socialdemócrata culto y refinado que convirtió el neutralismo sueco en una política activa de defensa de los movimientos de liberación nacional, Olof Palme. Diez años después, en 1985, los disparos de un revolver en manos de un hasta hoy desconocido asesino, acabaron con su vida en pleno centro de Estocolmo, a la salida de un cine y en los brazos de su esposa, Lisbet.
En una de sus novelas, no recuerdo cuál, una anciana sueca, con su característico sombrerito y su sobrio conjunto de falda, blusa y cárdigan, le dice, muy sorprendida, a alguien al entrar en su casa: “En el tranvía venía un señor hablando en inglés”. Tal era la estupefacción que en aquello dulces años causaba que en la calle hubiera gente que no hablase el sueco.
En la novela de Jens Lapidus muy poca gente habla un sueco correcto o decente. Los personajes son yugoslavos que se pasan el día en un gimnasio entrenando sus músculos para estar en condiciones de apretar gente por la noche. Mafiosos que ganan fortunas con la plata en negro de los guardarropas de los locales nocturnos, turcos que venden cocaína, chilenos que trafican con alcohol ilegal, asirios que manejan negocios para lavar dinero, suecos que se pagan su carrera vendiendo cocaína a las chicas y chicos ricos que gastan sus noches en las discotecas de Stureplan, patos vicas, rubios y de ojos celestes, que custodian las entradas de los lugares de moda, chicas de provincia que abandonan su aldea para convertirse en prostitutas de lujo en el Grand Hotel. Y la policía brilla por su ausencia. Snabba Cash es una novela policial sin policías.
Es otra la Estocolmo y la Suecia de Lapidus. La globalización, la Unión Europea y el neoliberalismo han arrasado con aquel concepto de folkhem (hogar popular) que caracterizó la política socialdemócrata desde los tiempos de Per Albin Hansson. Es una sociedad cruda, fría, indiferente y brutalmente escindida entre los que hablan el sueco debidamente y los que no saben hacerlo, tanto sea por su origen inmigratorio o su escaso nivel de escolaridad. No se necesita ser extranjero para hablar lo que el autor llama el sueco de Rinkeby. Rinkeby es una ciudad dormitorio situada al norte de Estocolmo y poblada por inmigrantes de todos los rumbos y suecos pobres. Toda persona, sueca o no, que haya nacido, se haya criado y viva en Rinkeby, va hablar un sueco mal pronunciado, con escaso vocabulario, expresivamente pobre y lleno de vulgaridades. Quien así hable seguramente no podrá entrar en las discotecas de moda ni en la universidad, habida cuenta que, con toda seguridad, ni siquiera terminó el secundario.
Y Lapidus ha logrado escribir esta notable novela en un idioma casi dialectal, con frases muy cortas, a veces sin verbo, lo que le da a la novela una electrizante tensión, una crudeza en el estilo que recuerda al Jim Thompson de “Población: 1280”.
La sociedad de clases ha impuesto su rigor en toda la línea, a excepción de un pequeño grupo de privilegiados que envían a sus hijos a estudiar en Londres y a sus hijas a Suiza, todo el mundo está buscando el Efectivo Rápido que le permita abandonar el frío infierno en que se ha convertido la ciudad que cobijó a Mirta, en viaje a Estambul.
Buenos Aires, 24 de febrero de 2008
Llegaron a Buenos Aires, hace un par de semanas, tres matrimonios suecos, mayores que yo, médicos ellos a punto de jubilarse y jubiladas ya las damas. Todos de Gotemburgo. Una de las damas es amiga de mi entrañable Annagreta Segerberg, una indomable comunista de espíritu artesano, juntadora de cosas usadas a las que convierte en supuestas obras de arte. Fue, entonces, Annagreta quien me envió este contingente para que les hiciese conocer el tango y esas cosas.
Además de varias botellas de brännvin, condimentado con distintas especies, y unas cuantas latas de arenque en escabeche, también con distintos gustos -presentes que, advierto, ya han pasado a mejor vida- recibí una novela policial que se llama Snabba Cash, escrita por un joven autor, Jens Lapidus, que se ha convertido en la revelación literaria sueca de los últimos dos años.
El título podría ser traducido como Efectivo Rápido, y se refiere a lo que parece la primera necesidad de todos los protagonistas centrales, que son básicamente tres: la obtención urgente de dinero en efectivo y libre de impuestos.
Suecia tenía un gran novelista policial, que en realidad era una pareja: Maj Sjöwall y Per Wahlöö, y hasta la muerte del último, en 1975 -producto de una irreversible cirrosis causada por la excesiva ingesta de whisky, vodka, gin, coñac, aquavit y todo cuanto saliese de un alambique- escribieron una larga serie de novelas siempre con Martín Beck, como personaje central. Martín Beck es un inspector de la División Homicidios de la Central de Policía de Estocolmo. Divorciado, cincuentón, honesto y simple, como los suecos gustan de verse a sí mismo. Inteligente y despierto encarna los valores de una sociedad que pretendió hacer más suave y llevadera la vida sobre la tierra y a la que la tarea se le hace cada vez más difícil, según pasan los años. En el país de Sjöwall y Wahlöö, la gente es básicamente buena, los políticos hacen sus enjuagues y negocios con empresarios inmorales hasta que un asesinato obliga al viejo Beck a remover todo lo que se ha ido escondiendo bajo la alfombra. Pero subyace en sus novelas el espíritu del Välfärdstaten, el Estado de Bienestar. Su novela póstuma, Terroristerna (Los Terroristas) escrita en el año del fallecimiento de Wahlöö, describe un magnicidio: el asesinato de un primer ministro sueco, famoso por su oposición a la guerra de Vietnam, un socialdemócrata culto y refinado que convirtió el neutralismo sueco en una política activa de defensa de los movimientos de liberación nacional, Olof Palme. Diez años después, en 1985, los disparos de un revolver en manos de un hasta hoy desconocido asesino, acabaron con su vida en pleno centro de Estocolmo, a la salida de un cine y en los brazos de su esposa, Lisbet.
En una de sus novelas, no recuerdo cuál, una anciana sueca, con su característico sombrerito y su sobrio conjunto de falda, blusa y cárdigan, le dice, muy sorprendida, a alguien al entrar en su casa: “En el tranvía venía un señor hablando en inglés”. Tal era la estupefacción que en aquello dulces años causaba que en la calle hubiera gente que no hablase el sueco.
En la novela de Jens Lapidus muy poca gente habla un sueco correcto o decente. Los personajes son yugoslavos que se pasan el día en un gimnasio entrenando sus músculos para estar en condiciones de apretar gente por la noche. Mafiosos que ganan fortunas con la plata en negro de los guardarropas de los locales nocturnos, turcos que venden cocaína, chilenos que trafican con alcohol ilegal, asirios que manejan negocios para lavar dinero, suecos que se pagan su carrera vendiendo cocaína a las chicas y chicos ricos que gastan sus noches en las discotecas de Stureplan, patos vicas, rubios y de ojos celestes, que custodian las entradas de los lugares de moda, chicas de provincia que abandonan su aldea para convertirse en prostitutas de lujo en el Grand Hotel. Y la policía brilla por su ausencia. Snabba Cash es una novela policial sin policías.
Es otra la Estocolmo y la Suecia de Lapidus. La globalización, la Unión Europea y el neoliberalismo han arrasado con aquel concepto de folkhem (hogar popular) que caracterizó la política socialdemócrata desde los tiempos de Per Albin Hansson. Es una sociedad cruda, fría, indiferente y brutalmente escindida entre los que hablan el sueco debidamente y los que no saben hacerlo, tanto sea por su origen inmigratorio o su escaso nivel de escolaridad. No se necesita ser extranjero para hablar lo que el autor llama el sueco de Rinkeby. Rinkeby es una ciudad dormitorio situada al norte de Estocolmo y poblada por inmigrantes de todos los rumbos y suecos pobres. Toda persona, sueca o no, que haya nacido, se haya criado y viva en Rinkeby, va hablar un sueco mal pronunciado, con escaso vocabulario, expresivamente pobre y lleno de vulgaridades. Quien así hable seguramente no podrá entrar en las discotecas de moda ni en la universidad, habida cuenta que, con toda seguridad, ni siquiera terminó el secundario.
Y Lapidus ha logrado escribir esta notable novela en un idioma casi dialectal, con frases muy cortas, a veces sin verbo, lo que le da a la novela una electrizante tensión, una crudeza en el estilo que recuerda al Jim Thompson de “Población: 1280”.
La sociedad de clases ha impuesto su rigor en toda la línea, a excepción de un pequeño grupo de privilegiados que envían a sus hijos a estudiar en Londres y a sus hijas a Suiza, todo el mundo está buscando el Efectivo Rápido que le permita abandonar el frío infierno en que se ha convertido la ciudad que cobijó a Mirta, en viaje a Estambul.
Buenos Aires, 24 de febrero de 2008