lunes, 17 de agosto de 2009

Tete me contó que lloró por Pina Bausch



Cuando hace unas semanas apareció la noticia sobre el fallecimiento de Pina Bausch, la genial coreógrafa alemana que puso su marca a la danza de fines del siglo XX, con su mezcla de virtuosismo corporal, expresionismo alemán y aliento universal, lo primero que pensé fue en el Tete.


En otro lugar he hablado de este bailarín porteño, de sus prodigiosos valses y de su eterna juventud. Además de ello es, posiblemente, el mejor maestro de tango, el único, o uno de los pocos, que enseña a bailar, a escuchar la música, a mover el cuerpo de acuerdo a ello. Es de los pocos, en suma, que considera que el tango es como todas las otras danzas populares, algo donde la música manda. No hay pasos extraños en sus lecciones, nadie sale sabiendo hacer un gancho o un sandwichito. Pero todos, sin excepción, aprenden a caminar al ritmo que manda la orquesta. Ninguno sabe nada del otro mundo. Nadie ha aprendido ninguno de esos prodigiosos voleos que despiertan la admiración en el mundo entero. Pero todos hemos salido bailando al piso, siguiendo el tiempo que marca la música, caminando.

Y eso es en realidad bailar el tango. Sabido eso no habrá necesidad de aprender pasos, que desvelan a los aprendices europeos o norteamericanos. Cada uno irá encontrando sus propios pasos. Cada uno irá inventando su propia coreografía improvisada. Cada uno descubrirá que aquí, en este tiempo, puede poner su pie derecho al lado del pie derecho de su compañera, detener el paso y lograr que el solo impulso, la mera inercia, saque en ella un gancho con su pierna izquierda enroscada en la propia pierna derecha y lograr, luego, que esa misma pierna pase entre medio de ambos, suavemente, insinuándose al rozar la pantorrilla del varón, hacia un nuevo paso. Pero para eso, lo único que hay que saber es bailar con la música, caminar, transmitir a la ocasional compañera la seguridad de estar pisando exactamente en el momento justo.

Eso es lo que enseña el Tete.

Y eso debe ser lo que encontró Pina Bausch cuando lo vio bailar, hace años, en el Sunderland, la legendaria milonga de Villa Urquiza.

Hoy lo encontré a Tete en Porteño y Bailarín. Lo invité a mi mesa y conversamos de esto que yo quería hablar con él desde el día que salió en los diarios que Pina Bausch había muerto.

- Yo estaba allá, en Colonia- me cuenta el Tete. – Quise ir, pero la mina que me había contratado no me dejó, aunque Wuppertal quedaba bastante cerca.

Se pone serio Tete.

- Cuando llegué a Buenos Aires, fui a mi pieza y revisé las fotos, los libros, los vídeos en donde estoy con Pina. La lloré mucho. Yo estuve durante cuatro años en su compañía enseñándole tango a ella y a todos sus bailarines. Yo siempre me pregunté porque me había elegido a mí, de todos los bailarines que encontró en Buenos Aires. Uno de sus colaboradores, Dominic, me lo contó. Me dijo que Pina le había dicho que yo tenía una orquesta en la cabeza. ¡Mirá vos! ¡Una orquesta! No es que tenga una orquesta, es que escucho la música. En realidad, es lo único que sé hacer.

Y se pone serio y melancólico Tete. Sabe, es perfectamente conciente, que su amistad con Pina Bausch, el respeto y la admiración de la alemana por su modo de bailar y de enseñar, lo vincularon, sin habérselo propuesto, a un momento de la historia de la danza occidental. Y que ese tango que había aprendido a bailar de otros hombres, haciendo de mujer hasta que estuviera en condiciones de dar los pasos del hombre, se había integrado a la corriente universal del arte contemporáneo.

- Yo bailé con ella, me cuenta, en el Theatre de la Ville de París. Era en su obra Nur Du, y había un tango. Yo le propuse otro distinto al que ella había elegido. Le dije que pusiera Pavadita, por Pugliese. Y después, dentro de la misma danza, algo de, no me acuerdo, Biaggi o Varela. Y bailé con ella en París. Nadie sabía que Pina había aprendido a bailar el tango, ni siquiera su compañía. Fue maravilloso…

Esto me cuenta el Tete, a la madrugada en Porteño y Bailarín, después que yo le dije que el día que leí en el diario que había fallecido Pina Bausch pensé en él.

- Tengo las fotos, tengo los videos, tengo todos los recuerdos. No necesito que salga en el diario que el Tete Rusconi fue el maestro de tango de la compañía de Wuppertal. ¿Para qué? Pero te juro que cuando volví a mi pieza y empecé a mirar todo eso, lloré, de verdad lloré.

Y se va el Tete a bailar un vals con una hermosa italiana de vestido verde, de pelo renegrido que se emociona con la sola invitación. Y nuevamente, como todas las noches, otra bella mujer se pierde en los giros que Teté marca con su panza, con su torso, con su pensamiento.

Buenos Aires, 17 de agosto de 2009