sábado, 11 de febrero de 2012

10 de febrero: 1912

La Primera Inclusión Política:

La ley Saenz Peña


Cuando el 10 de febrero de 1912 el presidente Roque Saenz Peña sanciona la ley 8.871 -que lleva su nombre- e impone el sufragio secreto, universal y obligatorio, había recorrido ya un largo camino en la política argentina. Había nacido en 1851, en el seno de una familia de federales de la provincia de Buenos Aires, y desde muchacho tuvo una activa y destacada actuación política, opuesta frontalmente al mitrismo porteño.

El partido que enfrentaba en la provincia de Buenos Aires -recuérdese que la ciudad de Buenos Aires formaba parte de la misma y era su capital- a Bartolomé Mitre era el encabezado por Adolfo Alsina, el Partido Autonomista, heredero de los llamados chupandinos, los liberales nacionales que en la década del 60 se enfrentaban con los “pandilleros” de la secesionista burguesía comercial porteña. Don Adolfo era hijo de Valentín Alsina, pero no pensaba igual que su padre, expresión destilada y pura del unitarismo liberal de la ciudad puerto. Su público se reclutaba en los sectores humildes de la ciudad, en las pulperías de la campaña y en las viejas familias de tradición federal. A este partido se unió el joven Roque Saenz Peña, después del conato de golpe de Estado de Mitre en 1874.

Y es en ese partido donde conoció a otro joven porteño un año menor, plebeyo, silencioso y astuto: Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Irigoyen Alem, don Hipólito, sobrino de otro autonomista, Leandro N. Alem.

General Roque Sáenz Peña Lahitte
Héroe del Morro de Arica

Ambos serán los personajes centrales y excluyentes en la lucha y gestación de esa Ley del 10 de febrero de 1912.

Como tantos políticos de la época, Saenz Peña también empuñó la espada -y el fusil- cuando fue menester. En 1879 Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú, por la zona del desierto de Atacama, rica en yacimientos de guano y salitre. Saenz Peña, en crisis con la política del autonomismo, ofreció sus servicios al Perú, en cuyo ejército actuó con el grado de teniente coronel. Fue herido en combate y cayó prisionero de los chilenos. Su entrega a la causa peruana le valió un lugar de honor en el país andino que lo ha considerado un héroe patrio.

Ya de vuelta en una Argentina que ha federalizado el puerto y la ciudad de Buenos Aires, Roque Saenz Peña tuvo una destacada actuación en la Conferencia de Washington, en 1889, en la cual se opuso a la Doctrina Monroe, con su célebre “América para la humanidad”. El enfrentamiento a la Doctrina que justificaba el expansionismo yanqui sobre el continente le valió la admiración de los países más amenazados por esta política. El mexicano Carlos Pereyra escribió: “La corriente de los estadistas profundos, que tienen la prudencia de los hombres prácticos y la videncia de los poetas, Su numen es Bolívar; su hombre de Estado, Sáenz Peña. Ellos saben que los norteamericanos no llevan a la América del Sur sino el propósito de la absorción económica y de la dominación política, y que ayudarles en esta obra es un suicidio...”. Que el Imperio Británico protegiese a la Argentina de entonces no impidió que latinoamericanos patriotas reconociesen la importancia de las palabras de Saenz Peña.

Este era el hombre que sancionó la ley que estableció la democracia de masas en la República Argentina. Don Hipólito Yrigoyen había confrontado con el “régimen falaz y descreído”, en varias revoluciones cívico-militares. Sus artes de conspirador, la atracción irresistible que su fama provocaba en los argentinos excluídos de la política, su astucia táctica y sus inflexibilidad estratégica habían creado las condiciones para que uno de los hombres más sinceros y justos del viejo patriciado permitiese, con la ley, lo que el caudillo venía exigiendo con las armas y la abstención. El voto secreto, universal y obligatorio permitió el triunfo de Yrigoyen y un nuevo país comenzaba. Los antiguos peones federales y los nuevos ciudadanos hijos de la inmigración habían encontrado un lugar.

Publicada en Telam el 10 de febrero de 2012

viernes, 10 de febrero de 2012

Las colinas de España están sembradas de muertos

Las colinas de España están sembradas de muertos

España, obviamente, está muy cerca de los argentinos. Además de los lazos seculares y los derivados de la inmigración, de la que tantos somos descendientes, la facilidad de los viajes y una cierta democratización del turismo han hecho que la llevemos no sólo en el corazón, sino en la memoria de sus paisajes y su gente.

Todo lo cerca que está de nuestro corazón lo pude experimentar este jueves al presenciar el estreno de la obra “Granos de uva en el paladar””, interpretada por Arantza Alonso, Lucía Andreotta, Marta Cuenca, Clara Díaz, Sauce Ena y Ruth Palleja y dirigida por Susana Hornos y Zaida Rico, todas ellas españolas.

Y experimenté, con una emoción contenida para que no desbordase en llanto, lo malditamente cerca que la Guerra Civil Española, ese drama irresuelto que la actual crisis española y europea ha vuelto abrir con toda su espantosa parafernalia de espectros y banderas irrealizadas, está de nuestra conciencia. Mi generación y la generación anterior a la mía y la anterior a ésta tuvimos con la Guerra Civil y con la Revolución Española algo como una iniciación. Formó parte del ingreso a la vida política conciente, a la militancia y a un afán de cambiar el mundo, que a muchos no nos ha abandonado.

Si me quieres escribir

ya sabes mi paradero

en el frente de Gandesa

primera línea de fuego.

En el tren que va a Madrid

se agregaron dos vagones

uno para los fusiles

y otro para los cojones

cantábamos también aquí en los '60, junto con Zamba de mi Esperanza y Tonada del Viejo Amor. Y las fechas de nacimiento que los personajes de la obra recitan al presentarse hacen evidente a la conciencia que esos muertos, esos jóvenes fusilados, esas muchachas violadas, tenían -días más, días menos- la edad de nuestros padres.

La obra, con un desarrollo coral de gran inteligencia y con una notable precisión escénica, cuenta varias historias de amor, de revolución y de muerte que tienen su inicio en los días revueltos de la República.

Las actrices, de ascético vestuario -esas mujeres de negro que poblaban los campos de España, sentenciosas, secas, de amargo realismo- se transforman, a lo largo de un poco más de una hora, en jóvenes parejas, en madres imperativas y asexuadas, en furtivos y adolescentes amantes prohibidos, en presas republicanas, en pelotones de fusilamiento, en hombres y mujeres concretos, víctimas y victimarios de una guerra que está para siempre en nuestra memoria y en nuestra congoja.

A los largo de esas escenas, fuertes, sobrecogedoras, de una casi insoportable carga emocional, un cuerpo caído e inmóvil en un costado del escenario acompaña la historia con una presencia ominosa. Sobre el final, el muerto, uno de los miles de los muertos sin lápida y sin tumba de aquellos años que han quedado inmortalizados en himnos y poemas, se levanta, con notable prestación corporal de actriz. El encuentro con los que lo sobrevivieron, con las mujeres que fueron su madre y sus hermanas, es de una belleza arrasadora y vincula aquel pasado, tan reciente y tan lejano, con el presente.

La dirección y la puesta de Susana Hornos y Zaida Rico es impecable. Las actrices, todas y cada una de ellas, actúan con una precisión y un convicción que nos llevan, tan sólo con recursos interpretativos a los campos de Soria de Machado, a los olivares altivos de Hernández, a la Cataluña de Nin, regados de sangre plebeya que aun clama por su memoria.

Del modo de morir, del modo de dormir por toda la eternidad habla esta pieza formidable que se siente nombrada en la vieja canción popular

"Cuando yo me muera tengo ya dispuesto

en el testamento que me han de enterrar

en una bodega, dentro de una cuba

con un grano de uva en el paladar"

Granos de uva en el paladar, interpretada por Arantza Alonso, Lucía Andreotta, Marta Cuenca, Clara Díaz, Sauce Ena y Ruth Palleja, se presentará a partir del próximo jueves y durante dos meses, todos los jueves a las 21 en la Sala Raúl González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543, Capital).