jueves, 3 de noviembre de 2022

Arturo Jauretche en octavas reales


Arturo Jauretche fue aquel gigante

que atravesó el siglo pasado,

con gesto y actitud siempre rampante

ante el cipayo y el inglés odiado,

dejando tras de sí, en prosa vibrante,

de argentino patriotismo un legado.

La Patria no es la tumba que se llora,

sino la cuna del hijo que se adora.


Descubrió con Hipólito Yrigoyen

al caudillo que Manzi le contara,

al hombre que hasta su silencio oyen

las multitudes en su justa algara.

Y mientras las multitudes lo apoyen

la Patria brillará alta y clara.

Su voz se alzó en el momento oscuro

del traidor, del tirano, del perjuro.


En Paso de los Libres fue el fusil

que habló con su voz atronadora.

Duro fue el combate, dolorosa y vil

la metralla y su lluvia destructora.

Preso y bajo la luz de un candil,

contó en verso la hazaña redentora.

El régimen falaz y descreído

nunca tuvo enemigo más fornido.


Durante la década fraudulenta

llamó al yrigoyenismo en derrota.

La pluma y el mitín fueron la incruenta

forma de evitar el sino de ilota

que amenazaba al país en venta

por una oligarquía antipatriota.

En FORJA se forjó el batallón

de la intransigencia y la abstención.


Junto a Raúl Scalabrini Ortiz,

entrerriano, poeta y militante,

intentaron encontrar la matriz

del atraso y la pobreza angustiante

y en los trenes ingleses, la raíz

de un saqueo brutal y extenuante.

Que el ferrocarril fuese nacional

fue el combate aguerrido y cabal.


Un golpe militar le puso fin

a la trampa del fraude electoral

y empezó a escucharse un cornetín

que acompañaba al reclamo social.

De la Argentina en todo el confín

crecía el movimiento sindical.

Nuestro héroe vislumbró con certeza

que llegaba una hora de grandeza.


Y fue en aquella tarde inolvidable

del pueblo en las calles y en los puentes,

pidiendo al General preso que hable,

descansando sus patas en las fuentes,

aquella tarde soleada y afable

de un pueblo trabajador y valiente,

que el hombre vio que algo empezaba,

que el sol de Mayo de nuevo brillaba.


Su pluma y su enjundia se ofrecieron

del gobierno de Perón, al servicio.

Por seis años sus esfuerzos fueron

del general Mercante, sano oficio

que los bonaerenses compartieron

en los años del popular bullicio.

La envidia y la intriga se juntaron.

Nuestro héroe y sus amigos se marcharon.


Ni una palabra salió de su pluma,

afilada como era en el combate.

Prefirió el silencio que abruma

a comenzar un interno debate

que solo al enemigo fuerzas suma.

Ya vendría la hora del rescate

cuando subiese la enemiga espuma.

Callado se mantuvo don Arturo

hasta el golpe criminal y oscuro.


Cuando en el septiembre de la traición

el sol de Mayo volvió a eclipsarse,

cuando el odio impío de la reacción

comenzó cruelmente a desplegarse,

cuando prohibieron nombrar a Perón,

entonces volvió Jauretche a pelearse.

Publicó “El Retorno al Coloniaje”

y ordenó la cabeza del gauchaje.


No conoció una tregua la pelea

y enfrentó a cipayos y tilingos,

de gorilas, a una inmensa ralea,

y sin dejar afuera a los gringos,

que al nativo ponen, como albacea,

a cumplir sus deseos, sin respingos.

Jauretche fue la voz de los callados,

sus libros, luz para los desastrados.


Fue en los años de golpe y proscripción,

de Aramburu, Frondizi y generales,

cuando Arturo volcó su pasión

en libros y revistas, vendavales

de ideas para una generación

que despertaba a las luchas sociales,

que no vivió la gesta peronista

y a la historia se sumaba idealista.


El Medio Pelo en la Sociedad

Argentina, Los profetas del Odio

se transformaron en la novedad

literaria y llegó su nombre al podio

de las ventas y la publicidad.

En su vida empezó otro episodio:

su Manual de Zonceras Argentinas

desmanteló las mentiras supinas.


“Civilización y Barbarie” era

la matriz de todo ese pensamiento.

Lo propio era herencia sucia y rastrera

y lo ajeno legítimo portento.

El creador famoso de esta zoncera

no fue otro que Domingo Sarmiento.

Tanto comunistas como oligarcas

se embarraron juntos en esta charca.


Y así hubo argentinos que supieron

que Sarmiento había faltado a la escuela,

que La Prensa y La Nación construyeron

y sostuvieron una opinión lela,

que don Bartolo y su diario cumplieron

papel de guionistas en la zarzuela.

La “historia oficial” fue la herramienta

de una Argentina rica y hambrienta.


Esto y muchas otras cosas más

nos enseñó Arturo en esos años:

luchar por una Argentina capaz

de enfrentar a propios y a extraños

y que florezcan los jacarandás

bajo un cielo azul blanco, sin amaños.

Sus palabras no eran para el parnaso.

Fueron combustible del Cordobazo.


Por fin, el Proscripto pegó la vuelta.

El pueblo argentino pudo traerlo

por su voluntad firme y resuelta.

La dictadura quiso detenerlo.

El pueblo contestó con la revuelta.

Y Lanusse ya no pudo vencerlo.

Arturo celebró la gran victoria

que tuvo de ayuda su memoria.


Fue un tiempo borrascoso y duro.

Más allá del Ande un héroe cayó

y el enemigo, falaz y oscuro,

el golpe traicionero comenzó.

Al año del triunfo se fue Arturo.

El 25 de Mayo murió.

Nunca fue tan triste esa jornada.

Nunca tan lluviosa y tan llorada.


Esta fue la historia de un argentino

cuyo nombre debe ser recordado.

Sus libros advirtieron el destino

de pobres, sin patria y condenados,

sujetos a un extranjero mezquino,

en una país injusto y endeudado.

La idea de su prosa campechana:

la patria justa, libre y soberana.


Buenos Aires, 2 de noviembre de 2022



viernes, 28 de octubre de 2022

Con Violeta en el Colón

Como ya dije, fui al Teatro Colón con Violeta. La ópera era Los Pescadores de Perlas, del pobre George Bizet, muerto a los 36 años, de un misterioso ataque al corazón, que se sumó a su depresión y fracaso económico. Esta ópera se representó una sola vez en vida del autor y fue considerada un fracaso. La historia tiene ese exotismo medio ridículo que atacó a Europa en la segunda mitad del siglo XIX, ambientada en algún impreciso lugar de la India, en una aldea de pescadores de perlas. Pero como se sabe, el argumento no es lo más importante de una ópera. Lo importante es la música, la voz, el volumen, los coros, los tintineos increíbles de la soprano, el vozarrón del barítono y los gorjeos del tenor, que, como le expliqué en voz baja a Violeta, es siempre el "muchachito", el protagonista masculino. Bueno, aquí comparte su protagonismo con el barítono, por el amor de Leila, la soprano. Excelentes los tres.

Ir al Colón es siempre agradable y placentero, por el mero hecho de ir al Colón, sus luces, su neoclasicismo italianizante, sus techos y la experiencia única de oír y ver a músicos, cantores y bailarines. E ir al Colón con mi nieta Violeta es una experiencia irremplazable.

Teníamos un palco central. Entramos y ya había sentada en una de las sillas una mujer que, inmediatamente, se me representó como una hermana astral de "la vecina de Cristina". Su empaque, su peinado, su "outfit" me recordó de inmediato a la susodicha. No tardaríamos en darnos cuenta que mi impresión no estaba desencaminada.

A poco de estar ya sentados entraron dos chicas muy jóvenes, que se acomodaron en las sillas detrás de las nuestras en el pequeño palco.


Las escuché hablar. Paré la oreja, hablaban muy bajito, pero algo había titilado en mi oído. Una palabra, un sonido, una pronunciación.

Me acerco a la oreja de Violeta y le digo:

- Esta chicas hablan sueco.

- Julio, estás flasheando, me respondió la irrespetuosa.

- Ok, dije. Y pensé, sí, por ahí me pareció.

Y seguí parando la oreja.

No las podía oír con precisión, escuchaba algunos sonidos que no llegaban a formar una palabra que significase algo, pero los sonidos eran familiares.

No aguante más. Me di vuelta y con una sonrisa de oreja a oreja pregunté:

- Ursäkta, tjejer, pratar ni svenska? (Disculpen, chicas, ¿ustedes hablan sueco?)

De inmediato las chicas, no tenían más de 22 años, abrieron grandes sus ojos y sus bocas se iluminaron en un sonrisa.

- Nei, men vi snakker norsk. Hvorfor snakker du svensk?, er du svensk? (No, pero hablamos noruego. ¿Por qué hablás sueco? ¿Sos sueco?)

Así es, Elisabeth y Ada (se pronuncia Oda) eran dos chicas noruegas de visita en Buenos Aires. Me contaron que vivían en San Telmo, donde el padre de Ada tenía un departamento, ya que había vivido y trabajado acá. Elisabeth era la primera vez que venía a Latinamerika, como ella mismo dijo, y estaba fascinada. Era la segunda vez que venían al Colón. La primera habían venido para escuchar a la Filarmónica. Una era de Bergen y otra de Oslo. Al escuchar dónde vivían comprendí de inmediato su fascinación. Son dos ciudades donde después de las 18.30 muy difícilmente puedas hacer algo como ir al teatro o comer en un restaurante.

A todo esto, Violeta ya estaba convencida que lugar a donde yo vaya aparecerá siempre alguna niña nórdica con la que pueda hablar en sueco delante de ella. Todos los martes vemos, cada uno en su casa, Wallander por Films & Arts y la comentamos por whatsapp.

Las chicas champurreaban algo de español de modo que al ratito Violeta se había sumado a la conversación.

La hermana astral de la "vecina de Cristina" es un capítulo aparte.

Durante todo el primer acto se manifestó muy molesta con los ruidos de la sala. Incluso, en un momento, llegó a sonar un celular, pese a la recomendación de apagarlo, antes de empezar la función. Comenzó a cabecear airada hasta que se mandó un chistido.

En el entreacto, y viendo que yo hablaba en "idioma" con las chicas -lo de "idioma" es un viejo chiste de Catita, el muñeco inolvidable de Nini Marshall. Llamaba "idioma" a toda lengua que no fuese el castellano con fuerte pronunciación galaica- comenzó a hablar conmigo. Me contó que venía al Colón desde los dos años. Que antes era otra cosa. La gente venía de gala. Se respetaba. Que hoy la gente es muy ignorante. Que en ningún teatro del mundo la gente no apagaba el celular. La miré a Violeta. Violeta me miró. Nos callamos. Cuando apagaron las luces me acerqué a su oreja.

- Está hecha con el mismo lápiz que la vecina de Cristina, le dije.

- Re, fue la lacónica y asertiva respuesta que recibí.

En suma, una gran noche. De ahí nos fuimos a comer rabas a Lalo.

¡Viva Perón!

lunes, 26 de septiembre de 2022

"Gozos y Dolores entre dos siglos es torrentoso, vital y agradecido"

Esta fue la participación del crítico literario Rodolfo Edwards en la presentación del libro "Gozos y Dolores entre dos Siglos", de mi autoría. Fue el jueves 22 de septiembre del 2022, en el Centro Cultural Borges.



Pasaron apenas dos siglos de independencia, pero las garras imperiales nunca dejaron de afilarse: su voracidad sigue intacta. Por eso, el estado de alerta, de aquellos países que fuimos colonia, debe ser constante. Como decía un viejo refrán: camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Vivimos arriba de un volcán que en cualquier momento nos arrasa. Por instinto histórico, debemos defender lo nuestro, porque existe un largo historial de expoliación. No se puede dejar solo al lobo con las gallinas. Las aves carroñeras giran en círculo, proyectando sus sombras irregulares sobre el terruño, sobre las cosas amadas. A río revuelto, ganancia de pescadores. En esto momentos confusos, es menester poner las barbas en remojo para saber de qué lado estamos. Aquellos que nos quieren vender un paraíso republicano en cómodas cuotas, cantan como las sirenas con el son del engaño y la mentira. Otra vez estamos viviendo una encrucijada histórica, donde debemos definir el destino de la Patria, nada más y nada menos que nuestro futuro.

Y aquella disyuntiva que planteó el General Perón, cuando dijo que “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”, hoy debemos leerla bajo otra luz; los tiempos son más veloces, todo parece deshacerse en el aire, lo efímero y superficial se impone, nos inunda por doquier, con esa constante prédica mediática y globalizadora. No hay tiempo demás. Las particularidades de los pueblos están cada vez más subsumidas bajo las lógicas del mercado y del consumo: nos taponan el alma con celulares, tablets y televisores que siempre repiten la misma canción: aquí, allá y en todas partes, como si todo diese lo mismo, como si nada importara.

Pasamos los días atrapados en un caleidoscopio, girando sin sentido: juega el gato maula con el mísero ratón. Nos desnudan y nos visten a todos con la misma ropa como soldados involuntarios de un ejército de zombies. Esta uniformidad es una plaga que debemos conjurar inventándonos día tras día, poniendo semillas por todas partes, germinando hasta en lo más nimio. Porque las grandes cosas empiezan en las pequeñas cosas, en el obrar cotidiano. Con sólo raspar la coraza que nos separa de la verdad, habremos hecho un acto bautismal, un comienzo.

Julio Fernández Baraibar escribió un libro necesario y estas reflexiones me surgieron después de leer Gozos y dolores entre dos siglos. La potencia de los versos invitan a refundarnos en nuestras convicciones, despiertan a los pájaros dormidos del pensamiento para que vuelen hacia el origen, donde pertenecemos, aunque nos nieguen tres veces todos los Pedros que andan por ahí, fingiendo lo que no son, hipócritas de salón, con esa verba inflamada de sofistas de cartón.

Gozos y dolores entre dos siglos es torrentoso, vital y agradecido. Hay un orgullo que se derrama generosamente sobre el territorio en cuestión. El libro de Julio se reconoce en una tradición que se remite al Songorocosongo de Nicolás Guillén y al Canto General de Pablo Neruda, cartografías que unen en hermandad poética y militante, minerales andinos y frutas tropicales.

Con un profundo sentido musical y pictórico, Julio desgrana una épica profundamente americanista, honrando el legado de aquellos que marcaron el camino: Simón Bolívar, Hugo Chávez, Eva Duarte, Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Lula Da Silva, desfilan ante nuestros ojos como tótems vivientes, porque el legado pervive en los predicadores, en aquellos que aguantan las banderas como un profundo acto de fe. Como decía Raúl Scalabrini Ortiz al comienzo de El hombre que está solo y espera: “¡CREER! He allí toda la magia de la vida”. Y Julio cree, por eso nos habla del cuatro (ese mágico instrumento) para ponerle música a Venezuela, baila rumba y se llena la boca de naturaleza bienhechora. Y las palabras parecen arrancadas desde el fondo de la tierra: no sólo suenan, también huelen y son nuestras. Pero Gozos y dolores entre dos siglos también denuncia las políticas extractivas del Invasor, el desprecio y la cultura del descarte, donde casi nadie parece tener ciudadanía plena. Julio señala el lugar de la herida y no se olvida de los olvidados, de los invisibles, de los perseguidos. La “irrupción brutal de lo moderno” sólo puede ser combatida con una conciencia continental, por una lucha mancomunada. Aquel viejo continentalismo que soñaba el General Perón, todavía es posible:

“y Viva Chávez gritaba el bahiano de los orixás,

y el carioca de los morros

y la gorda peronista del comedor en La Matanza

y la morena limeña

y la mujer de pollera en Potosí o Cochabamba”

“Los hombres que se ponen a la cabeza de un pueblo

deberían ser inmortales, como ese mismo pueblo.”

También el Colorado Jorge Abelardo Ramos y el querido Jorge Coscia se hacen palabra en la evocación emocionada. Porque todo esto es una larga cadena y no podrán cortarla tan fácilmente. Somos los todos, la mayoría, la que anda entre gozos y dolores, atravesando el tiempo y las distancias.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Cantaclaro y Santos Vega entre Escobar y Caballito

Pasé el domingo con amigos en Escobar. Tenía que estar en Buenos Aires al mediodía, por un turno en una dependencia oficial que tenía reservado desde hace tiempo y que implica algunos ingresos mensuales. De modo que reservé un auto en una de las plataformas. A las 10 de la mañana me avisan por el celular que el auto está a un minuto del lugar donde debía recogerme.

Josué se llamaba el conductor. A poco de subir me di cuenta, por el acento y su tipología, que el hombre era venezolano. Ningún descubrimiento, por otra parte, ya que esa actividad está semimonopolizada por los compatriotas del norte. Hablaba con el simpático tono de los caraqueños, siempre con una “vaina” en los labios o, como ellos mismos dicen, “mamador de gallos”.

La conversación comenzó sobre las bellezas de su tierra, sobre Morrocoy y Los Roques. De ahí pasamos a Mérida y Trujillo y las posibilidades que les da a los venezolanos, tropicales como son, de ver y conocer la nieve. Y el hombre tenía una conversación educada y conocía bien su tierra.

Para meterme más en el tema de la música le comento que que un par de días atrás había estado mirando por Youtube un concierto homenaje de Joseph Amado -un joven salsero venezolano- al gran Héctor Lavoe. No lo conocía a Joseph Amado, pero inmediatamente me dice que su prima el otro día lo llamó para contarle que había estado en el Teresa Carreño en un recital de Oscar D'León, que a sus 80 años había estado cantando y bailando durante tres horas, con tres cambios de ropa. Oscar D'León es el cantor de salsa venezolana por excelencia. Nacido en Antímano, que es como decir una mezcla de San Telmo y Mataderos, desde 1972, que formó su primer grupo, es el ídolo de la música caribeña en su país y ha sido el primer venezolano en ganar el Grammy, a principios del siglo. A Josué se le iluminaba el rostro hablándome de Oscar D'Leon.

Entonces le menciono al Tío Simón, a Simón Díaz, y le cuento que me gustan mucho, además de su himno Caballo Viejo, su hermoso tierno tema “La vaca Mariposa tuvo un terné” y sobre todo, le digo ese cuyo nombre no recuerdo en donde el cantor ve a la bella mujer de su amigo, desnuda bañándose en el río.

- Ah, me dice, “Mercedes” se llama. Vamos a escucharla.

Y toca algunos botones y empiezan a sonar el arpa, el cuatro y las maracas del típico trío llanero que acompañó siempre a Simón Díaz. Y ahí canta el Tío Simón:

Mercedes se esta bañando en las orillas de un río.
Mis ojos la están mirando, pero es de un amigo mío.
Yo no quisiera mirarla pero no tengo la culpa.
Me parece una esmeralda con flores de chupa chupa.
Que yo le avise a mi amigo, muy difícil me resulta.


Y ahí el hombre se ilumina y me cuenta que en Venezuela hubo un escritor que se llamaba Rómulo Gallegos que escribió sobre Florentino Coronado, Cantaclaro, me dice el hombre. Y entonces recordè las noches que, en Caracas, leía la maravillosa novela de Gallegos, su pintura del llano, de sus calores y sus ríos refrescantes y cantarines. De los chinchorros tendidos en la noche a la luz de la luna llanera.

- Y Florentino le gana al diablo en un contrapunto, me dice.


å€

Desde el asiento trasero le cuento, entonces, que acá lo tenemos a Santos Vega, el gaucho payador a quien también retó Juan Sin Ropa, el diablo. Y le digo:

Juan Sin Ropa (se llamaba

Juan Sin Ropa el forastero)

comenzó por un ligero

dulce acorde que encantaba.

Y con voz que modulaba

blandamente los sonidos,

cantó tristes nunca oídos,

cantó cielos no escuchados,

que llevaban, derramados,

la embriaguez a los sentidos.

- Ah, me dice, no sabía nada de esto. - ¿Como se llamaba?

- Santo Vega, le repito.

- Lo voy a anotar para buscarlo después en internet. Lo que yo leí en el colegio, me dice, fue el Martín Fierro.

Y ahí celebré mentalmente que los programas de Venezuela tuvieran al gaucho Fierro, como los nuestros tenían a Doña Bárbara.

- Y uno en el colegio no le daba importancia. Lo leía porque lo obligaban. Pero después uno se daba cuenta de lo que esos libros eran, me dice el ya amigo caraqueño. - Me pasó con Cien Años de Soledad. Lo leí en el colegio y no me pasó nada. Pero claro, si uno a esa edad está pensando en las muchachitas y los senos que le están creciendo. Pero después... lo leí tres veces, me dice mirándome por el espejo.

Así fuimos llegando a mi destino. El viaje había sido un maravilloso encuentro entre un venezolano, cuya hija ha comenzado a estudiar arquitectura en la UBA, me dijo orgulloso y sonriente, y un argentino que, posiblemente no coincidan en muchas cosas, pero coincidieron en un sorprendente diálogo literario entre Escobar y Caballito.

Buenos Aires, 19 de septiembre de 2022

lunes, 15 de agosto de 2022

Un ejemplo de lo que fue el Año Sanmartiniano

En 1950, al cumplirse los cien años de su desaparición, el gobierno de Juan Domingo Perón declaró el Año Sanmartiniano y puso a su disposición todo el aparato comunicacional de su gobierno, el primero en incorporar esa actividad, hoy imprescindible, a la acción estatal. La imagen del Libertador se multiplicó en estampillas -cuando el correo postal era de uso cotidiano en todas las relaciones humanas-, en concursos literarios, en obras de teatro, en referencias retóricas, en publicaciones, en revistas y diarios. Los manuales de lectura infantiles se iniciaban con el retrato de San Martín envuelto en la bandera argentina, ese cuadro tan familiar y que nadie a ciencia cierta puede afirmar quién es su autor. Julio Perceval dirigía en el Cerro de la Gloria, en Mendoza, El Canto de San Martín, de Leopoldo Marechal, donde el elenco del Teatro Colón cantaba:

CORO 1°

Y era guerra de amor

la que traía el hombre

del Atlántico verde.

CORO 2°

¡Y era guerra de amor!”

Detrás de todo ese despliegue no había solamente una intención hagiográfica. El presidente Perón preparaba, además, el terreno espiritual para el lanzamiento de lo que sería su más ambicioso proyecto estratégico: la actualización de los ideales sanmartinianos de unidad continental en la propuesta de alianza estratégica con el Brasil, proyecto que el propio Perón llamó “el Nuevo ABC”.

Era imprescindible, en aquellos años, traer al presente la epopeya suramericana de San Martín -y obviamente de Bolívar- para que una invitación al Brasil para conformar una alianza estratégica destinada a unificar el subcontinente no fuese considerada un delirio expansionista, como de hecho lo fue por parte de los tradicionales sectores oligárquicos de los países involucrados, Brasil y Chile.


Como un ejemplo de lo que fueron aquellos festejos del Año Sanmartiniano, esta película del Archivo Prisma – el canal del Archivo Histórico de RTA – , fue el producto de la alianza de las tres grandes productoras de noticias cinematográficas de aquel año 1950. San Martín, Antorcha de Libertad se llamó y cuenta los homenajes que se realizaron a lo largo de todo el país.

En el nuevo siglo nuestro Libertador encontró nuevamente un terreno propicio para su vieja concepción que no era otra que la Unidad y la Independencia. Habían logrado, entre su acción y la de Simón Bolívar, asegurarnos la segunda, pero las fuerzas centrífugas de los puertos y sus burguesías comerciales, ávidas de la quincalla europea, habían hecho fracasar la primera. Doscientos años después, Caracas, Buenos Aires y Quito, los mismos pueblos de los versos no cantados de nuestro himno patrio, volvían por la tarea inconclusa.

Y entonces don José de San Martín volvió a brillar con la luz que siempre había merecido. Volvió a escribirse su biografía. Su nombre volvió a cabalgar, junto con el caraqueño y el del oriental José Artigas, en la imaginación de nuestros pueblos y sus gobernantes. Se hicieron nuevas películas. Su marcial exigencia, “Seamos libres, lo demás no importa nada”, volvió a imponerse como imperativo moral a las nuevas generaciones.

Mientras quienes fueron sus enemigos políticos y atentaron contra su empresa se hundían en el olvido y, muchas veces, en el desprecio populares, el correntino no ha hecho otra cosa que agigantarse, hasta convertirse en el ideal de las nuevas generaciones que se han incorporado a la política.

Aquel hombre fue descripto por Mary Graham, la amante del aventurero inglés Cochrane, con los siguientes rasgos: “Es alto y bien constituido, tiene una apuesta e inteligente prestancia pero sus ojos oscuros y grandes tienen una expresión muy singular, quizás debiera decir siniestra. Son oscuros y bellos, pero inquietos; nunca se fijan en un objeto más de un momento, pero en ese momento expresan mil cosas. Su rostro es verdaderamente hermoso, animado, inteligente; pero no abierto. Su modo de expresarse, rápido, suele adolecer de oscuridad; sazona a veces su lenguaje con dichos maliciosos y refranes. Tiene grande afluencia de palabras y facilidad para discurrir sobre cualquier materia”. Curiosamente, es el retrato más cercano y preciso que tenemos del General, pero como se aleja del retrato piadoso y ñoño que nos ofreció Mitre, ha sido ocultado por la historia oficial.

Ojos siniestros, inquietos y que expresan mil cosas, un rostro hermético, palabra fácil, pero oscura, maliciosa y abundosa en refranes, capacidad para opinar sobre cualquier tema dan la idea de un hombre astuto, que no confía a nadie todos sus pensamientos, seductor y calculador. Dan la idea vulgar de un político, algo que la lavandina mitrista quiso sacar de la memoria de nuestro héroe.

El renacer de los tiempos históricos, el nuevo impulso continental de nuestros pueblos han desenterrado este José de San Martín del mausoleo plástico con que recubrieron su acción y su pensamiento los herederos de Rivadavia y el partido directorial. Su voluntad política adamantina para independizar y unir a estas tierras es el legado sanmartiniano que hoy resplandece.


 

Diez años sin Leonardo Favio


Estuve en la función de homenaje a Leonardo Favio, en el Gaumont, y junto con un millar de compatriotas, vi Nazareno Cruz y el Lobo.

Un joven carilindo y atrevido, al que Leopoldo Torre Nilsson le sacó su mejor perfil actoral, llegó a Buenos Aires, dejando atrás un hogar en el que la radio -los macarrónicos radioteatros de Héctor Bates y Juan Carlos Chiappe- y el cine nacional que llegaba a la plateada pantalla de Luján de Cuyo lo habían introducido en una mitología nacional que circulaba en lo más profundo del pueblo argentino. Nada de eso dejaba traslucir el joven de negra y sedosa melena, de rostro apolíneo y mirada profunda. Posiblemente ignoraba que su contacto con la producción cinematográfica, como actor buen mozo, lo convertiría, en el correr de los años, en el mejor director de cine que vio esta tierra, pletórica de engreídos, altisonantes y pretenciosos directores de cine.

Empezó a filmar para ganarse el amor de una hermosa muchacha veinteañera, María Vaner. Le hizo creer -él mismo lo contó- que tenía un proyecto. Y la lealtad a sus propias palabras le hizo filmar su primer corto, en el que Marilín, por supuesto, era la protagonista.

A partir de ese momento se inició la carrera del realizador más trascendente de la historia del cine argentino.

Desde Crónica de un niño solo, sus películas han expresado en imágenes el momento histórico, la cotidianeidad, la sensibilidad, la preocupación y la angustia de su permanente y único interlocutor: esos argentinos sin nombre y sin rostro, sin pretenciones y sin dinero en el bolsillo, con los cuales conversó a lo largo de casi cincuenta años.

La historia de ese niño de correccional espejaba su infancia de carencias y encierros, pero reflejaba también la creciente preocupación social que brotaba de una Argentina proscripta en los años '60. El encuadre expresionista, los matices irremplazables del blanco y negro, los angustiantes planos-secuencia, el ojo crítico y penetrante de una cámara impiadosa, la mirada de ese pibito pobre que desesperadamente descubre el mundo de la injusticia y del sexo fueron recibidos, en aquellos años, por un público juvenil que se debatía en un “barullo de sueños delirantes”, para citar a don Francisco García Jiménez y su inolvidable tango “Mariposita”.

Nadie como Leonardo Favio, una especie de Ingmar Bergman plebeyo y periférico, reflejó los romances dolorosos, machistas y trágicos de esos muchachos y muchachas pobres y provincianos, en los que un tango en una noche de carnaval clavaba la estaca de la infidelidad, de la pasión, del abandono y el desprecio.

El melodramatismo de los folletines radiales, la sobrecarga de sentido, como alguien definió el arte popular, peyorativamente denominado “kitsch” por esos críticos académicos, le dio al cine de Leonardo Favio una impronta única, singular, en la que la composición meticulosa del fotograma se integraba a una forma determinada por su contenido: el arte concebido desde la fusión cultural del sentimiento popular.

Juan Moreira, el folletín de fines del siglo XIX, le sirvió para expresar cien años después, la rebelión que hervía en cientos de miles de jóvenes, que en esos años '70 formaban las largas columnas de la “juventud maravillosa”. Las antenas de la prodigiosa sensibilidad de Favio habían establecido una impalpable comunicación entre aquel cuchillero de extramuros, rodeado por la partida en brazos de un amor alquilado, y la amenaza que el regímen oligárquico cernía sobre aquellas juveniles huestes.

En el momento en que extrañas y oscuramente sobrenaturales teorías impregnaban una parte del poder popular -aquel rasputinismo que definió Jorge Abelardo Ramos-, la rara percepción de su genio artístico le permitió encontrar en la leyenda del lobizón y el descenso a un infierno criollo y reconocible una versión poética del averno en el que pronto se despeñaría la sociedad argentina.

Favio crea, en esta película, no solo un relato dramático o, mejor dicho, trágico. Crea un modo de percibir la tragedia, el designio de los dioses. Escapa de todo realismo adocenado y ejerce una mirada profética, como hizo en cada uno de los momentos de la historia argentina que le tocó vivir.

Nazareno es, además, el mundo que los viejos radioteatros despertaban en nuestra fantasía, la mezcla de vertientes de nuestra cultura y nuestras imágenes, donde Ieronimous Bosch, Goya, Brueghel el viejo, los impresionistas franceses se unen en un revoltijo visual incomparable y singular.

Los claroscuros de Goya


Los retratos de Johannes Vermeer


Goya y las lavanderas


La sombra de Brueghel


La fatalidad de la inexorable tragedia


El joven condenado a no amar so pena de morir asesinado por sus vecinos, el destino inexorable en el que los padres terminan asesinando a sus hijos, con la intención de eliminar al maldito, las brujas de Shakespeare en clave criolla, los encuadres irreales propios del cómic, la cultura popular como savia nutriente son los elementos de un filme que fue durante años el más visto de la historia argentina, sucediendo en el puesto a Juan Moreira, también de Favio.

La trayectoria dramática de José María Gatica, el boxeador paradigmático del primer peronismo, hizo entrar a Favio, con ternura y afecto, en los claros y oscuros de un muchacho de provincia, pobre y simple, que se convierte, con la fuerza de sus puños y la resistencia de su mandíbula, en un ídolo millonario y engreído. El apogeo y la caída del Mono Gatica se transformó, por el genio de Favio, en la paráfrasis del gran movimiento popular al que fue leal hasta el último momento de su vida. Le permitió también imaginar y filmar de modo sobrecogedor el velorio más trascendental de la memoria argentina: el de Evita.

La historia del peronismo, Sinfonía de un Sentimiento, constituye no sólo el más elocuente documento de lo que las dos primeras presidencias de Perón significaron para la Argentina y, sobre todo para su pueblo. Fue también, en su contenido y en su forma, el testimonio de cómo concebía Leonardo Favio al peronismo y a sus enemigos: como un milagroso enfrentamiento entre el amor y el odio. Esta convicción fue la columna vertebral que organizó su mundo y su arte prodigioso. Incluso su paso por la canción -que lo convirtió en un ídolo popular en toda Latinoamérica- estuvo signada por esa concepción amorosa, una especie de romanticismo autóctono, que empapó toda su obra. Estuve en un maravilloso concierto en su homenaje, en el Centro Cultural Néstor Kirchner. La catarata de tonos menores, tanto de sus canciones, como de la música de sus películas, que brotaban del piano, de los violines, la viola de gamba y el contrabajo, de la flauta traversa, el corno y el clarinete de esa pequeña y muy afiatada orquesta, nos hacía correr las lágrimas, a la vez que corrían como imágeneslos momentos de nuestras vidas en las que, de una u otra manera, Leonardo estuvo presente.

Leonardo es nuestro máximo exponente en este arte que tuvo su momento de apogeo, a mi entender, entre las décadas del 50 al 80.

Leonardo está a la altura, y con características propias y argentinas, de Bergman, Fellini, Carol Reed, Ken Russell, Antonioni, Bertolucci, Bresson, Truffaut, Resnais, Buñuel o Saura, para nombrar tan solo los que me vienen a la memoria. Por supuesto, refulge casi en soledad, en el cine latinoamericano.

Favio emociona, pero además interpela intelectualmente, obliga a las asociaciones de pensamiento, es poesía desplegada como un torrente de metáforas e hipérboles.

Leonardo Favio ha dejado el más maravilloso legado visual de esta tierra. Todos los homenajes serán escasos en este décimo aniversario de su muerte que han llamado Año Faviano.

Buenos Aires, 14 de agosto de 2022.


 

viernes, 17 de junio de 2022

Octavas reales al General Martín de Güemes


 

Quisieron reducirlo a la defensa
de una frontera lejana del puerto.
El Norte era entonces una inmensa
amenaza y un fiero entuerto:
godos que buscan reparar la ofensa,
gauchos que ahora se sienten libertos.
Pero no es cierto, no había frontera,
esas tierras eran la Patria entera.
Con caballos, lanzas y guardamontes
los maturrangos no tuvieron paz.
En los americanos horizontes
aparecía una horda fugaz
de gauchos desarmando los aprontes
del tirano español, cruel y rapaz.
El jefe de esas huestes repartía
a sus hombres tierras y gallardía.
Martín Miguel de Güemes se llamaba
y era un hijo de la gente decente,
que, no obstante, contra él se amotinaba
y entregó al godo prepotente
la vida del hombre al que amaban
sus gauchos infernales por valiente.
En Las Higuerillas Martín cayó.
En la Patria Vieja un héroe nació.
Y pasaron más de doscientos años
de odios, traiciones y enfrentamientos,
y tu memoria, montada en engaños,
te reducía en fama y talentos.
De pronto sonaron clarines extraños
que a tu nombre dieron nuevos sustentos.
¡Héroe Nacional de la Patria Grande!
te saludamos desde el Plata al Ande.
Buenos Aires, 17 de junio 2022

martes, 31 de mayo de 2022

Décimas a una pérdida fatal

Ningún otro instrumento
más felicidad me ha dado
ni tampoco me ha dejado
su ausencia, mayor tormento.
Al pensar por un momento
su muerte definitiva
todo se hizo cuesta arriba,
se hizo un infierno la noche,
el ocio, mero derroche
y toda pasión, nociva.
Calmado, busqué suplirlo
con algo que haga su oficio,
pero tornóse un desquicio
la intención de excluirlo
y hubo, al fin, que admitirlo.
Con el pecho en alboroto
y el alma en terremoto
balbuceé, en voz muy baja,
envuelto ya en mortaja:
El sacacorchos se ha roto.
Buenos Aires, 30 de mayo de 2022



sábado, 28 de mayo de 2022

29 de Mayo de 1969


Después que el 25 había pasado

y empezaba de San Jorge la fiesta,

interrumpe la calma un pueblo alzado

y el grito se convierte en una gesta.


Estudiantes y obreros rebelados

dejan bien claro y en fuerte protesta,

que no son bestias para ser llevados

a sumarse dóciles a la mesta.


Ya corre el año 69

cuando en Córdoba se enciende la mecha

que a toda una generación conmueve.


Comienza el pueblo heroica cosecha

Que queda grabada en altorrelieve:

29 de Mayo fue la fecha.


Buenos Aires, 26 de mayo de 2022.

jueves, 28 de abril de 2022

Octavas reales para despedir al Ica Novo






Dio voz a un paisaje silencioso

aunque lleno de músicos y cantos.

Puso notas a un Ischilín cuantioso

en fiestas amorosas y en encantos.

Con guitarra y bombo cadenciosos,

y su versos hechos a calicanto,

compartió, en disputa muy sincera,

con Santiago, la alegre chacarera.


Poesía y música fueron su afán

y su pueblo y su patria la madera

que endureció su fibra de titán,

su entereza y su alma musiquera.

Puro cordobés era y vivirán

sus cosas en peñas festivaleras.

Fue además mi amigo muy querido.

Ica Novo se llamaba y se ha ido.


El Deán Funes, que se sumó a Mayo,

de Bolívar, astuto delegado,

ha de estar, sacándose el sayo,

zapateando con el recién llegado

que logró, para su pueblo tocayo,

tener fama y renombre en todos lados.

Ahí va el Ica buscando acordes raros

para cantar versos bellos y claros.


Buenos Aires, 28 de abril de 2022

jueves, 21 de abril de 2022

Alexander Blok, Los Escitas y un mensaje ruso a Europa.

Nestor Gorojosvsky me escribió hoy, desbordado de emoción, porque la vocera oficial rusa María Zajárova había respondido a la agresividad occidental citando el poema Los Escitas del gran poeta revolucionario ruso Alexander Blok. El poema Los Escitas fue escrito en 1918, en un rapto de inspiración del poeta, en el medio de las dificultades de la revolución por estabilizarse y de las arduas negociaciones de paz de Brest-Litvosk, que, como se sabe, habían sido puestas, por el Soviet, en manos de Lev Davidovich Bronstein, más conocido como León Trotsky.

Alejandro Blok fue uno de los grandes poetas rusos de principios del siglo XX y junto con Esenin, Maiakovsky se sumaron a la revolución de 1917.


Después de muchas dificultades y buscando en distintos idiomas he logrado encontrar y traducir parcialmente el poema Los Escitas. Los escitas era un pueblo que fue llamado en la antigüedad “los guardianes del Cáucaso”. Era un pueblo de jinetes guerreros, creadores de una maravillosa orfebrería en oro y que, al parecer, realizaban sus creaciones bajo la influencia del hachís.

Esto es lo que el enojo poético de Alexander Blok le dijo a los Europeos, aquel año de 1918 y que hoy repitió la vocera del gobierno ruso.

Escitas

Vosotros sois millones; nosotros somos

legiones, legiones y legiones.

¡Intentad, pues, combatirnos!

¡Sí, somos escitas, sí, asiáticos,

una codiciosa tribu de ojos rasgados!

Para ti, son siglos, para nosotros, una sola hora.

Como esclavos, obedientes y despreciados,

hemos sostenido el escudo entre dos razas hostiles,

la de Europa y las feroces hordas mongoles.

Siglo tras siglo se forjó tu vieja fragua

y ahogó el trueno de las distantes avalanchas,

¡Y un cuento extraño de una tradición antigua

fueron para ti Lisboa y Messina!

Cientos de años miraron ustedes hacia el Este,

amontonando y extrayendo nuestras perlas,

¡Y burlándose, para apuntarnos con las bocas

de sus cañones que sólo esperaban el momento!

La hora ha llegado. El juicio rueda en alas batientes

y día tras día se multiplica el rencor

y llegará el tiempo en que no habrá rastro de cosa viva

donde una vez florecieron tus Paestums!

Oh, Viejo Mundo, antes de que tu cultura muera,

mientras una débil vida dentro de ti languidece,

haz una pausa y sé sabio, como Edipo fue sabio,

y resuelve el antiguo enigma de la Esfinge.

Esa Esfinge es Rusia. Afligida y exultante,

y llorando suficientes lágrimas negras y sangrientas,

te mira fijamente, adorándote e insultándote,

Con un amor como odio y un odio como amor.

Sí, ama como ama nuestra sangre,

¡Ninguno de ustedes ama por mucho tiempo!

Te has olvidado que hay amor en el mundo,

que quema y destruye!

Amamos todo, el calor de los números fríos,

Y el don de las visiones divinas

Todo está claro para nosotros,

el agudo significado galo,

Y el melancólico genio alemán...

Lo recordamos todo: el infierno de las calles parisinas,

Y la frescura de agua y piedra veneciana.

Un olor lejano de limoneros

Y los edificios de Colonia manchados de hollín.

Nos encanta la carne cruda, su color y su olor.

Nos encanta saborearla en nuestras fauces hambrientas.

¿Somos culpables si tu esqueleto cruje

Entre nuestras pesadas y tiernas garras?

Sabemos cómo jugar el juego cruel

de domar a los corceles más rebeldes;

Y a tercas criadas cautivas las domesticamos

Y las subyugamos, para satisfacer nuestras necesidades...

¡Ven y unete a nosotros. Deja los horrores de la guerra!

¡Estrecha la mano de la paz y la amistad!

Mientras haya tiempo,envainen la vieja espada,

Camaradas! ¡Nos convertiremos en hermanos!

Y si nos desprecias, no tenemos nada que perder.

¡Y también podemos pensar que la traición no es un crimen!

E infinitas generaciones por nacer

te maldecirán hasta el fin de los tiempos

Abandonaremos Europa y su encanto.

Recurriremos al arte y la astucia de los escitas.

-volveremos rápidos a los bosques y las selvas,

los miraremos y sonreiremos con nuestros ojos rasgados.

¡Vayan todos a los Urales! Ràpido dejen la tierra

despejen el campo para el juicio de la sangre y la espada.

Donde las máquinas de acero sin alma deben estar,

¡Y enfrenten la horda salvaje de Mongolia!

Sabed que de ahora en adelante no serviremos,

como secuaces sosteniendo el fiel escudo.

Miraremos de lejos el fragor de la batalla,

Y con ojos rasgados miraremos el combate mortal.

No intervendremos cuando los hunos salvajes

despojen los cadáveres y los dejen desnudos,

quemen las aldeas, reúnan el ganado en la iglesia

Y asen vivos a sus semejantes de piel blanca.

Por última vez, ¡recupera el sentido, viejo mundo!

Te llamamos a la fiesta ritual y al fuego,

¡De paz y fraternidad! Por última vez,

¡Oh, escucha la llamada de la lira bárbara!

De los horrores de la guerra volved a nosotros,

volved a nuestros plácidos brazos y descansad.

Camaradas, antes de que sea tarde, deponed las armas

y bienvenidos a la bendita fraternidad.