Había conservado la manera de hablar del barrio de Wilde, donde había nacido, un poco arrabalera, con una “eses” convertidas en “eshes” que ya se han ido perdiendo en el habla popular porteña.
Su rostro recordaba increíblemente a Al Pacino –parecido del que era plenamente conciente- y le encantaba sacar a bailar a hermosas italianas con las que conversaba en su idioma, heredado por tradición familiar y por una larga residencia en Italia.
Elvio Vitali, ese buen amigo de voz ronca y de convicciones firmes, amante de la trasnoche y el whisky, ha muerto, después de darle pelea larga y cansadora a una enfermedad que lo obligó a alejarse de los largos vasos, del hielo tintineante y de la noche seductora.
Elvio, el de Juventud Universitaria Peronista, el argentino que en su exilio en México había creado la Librería Gandhi, que junto con él trasladara a Buenos Aires, convirtiéndola en un foco de radiación cultural en esa región de la avenida Corrientes que va desde Callao hasta Libertad, amaba el tango en todas sus expresiones. Aprendió a bailarlo de grande, en las clases que se daban en su librería, y había conseguido un estilo especial y distintivo: un poco encorvado, de pasos lentos, amurado fuertemente al torso de su compañera de ocasión.
Fue impulsor comprometido del Festival Internación de Tango. Fue uno de los responsables de que la avenida Corrientes se convirtiera una noche en una gran milonga a cielo abierto, en una babel de idiomas y estilos, donde la Orquesta Escuela era el atanor que mezclaba a todos los herederos del Cachafaz del ancho mundo en una sola multitud danzante. Y en la que la belleza de Geraldine hipnotizó a todos con el negro de su pelo, la desmesura de sus ojos y la voluptuosidad de su baile.
Fue, justamente, Elvio el que insistió que fuera ella la que, desde un elevado escenario, se convirtiera por una noche en la Afrodita porteña, ante la cual el Obelisco parecía más erguido que nunca.
Como ha recordado Leonardo Cofré, convirtió el bar de La Gandhi en un lugar de encuentro de tangueros que descubrieron, junto a sociólogos, antropólogos y toda la fauna académica que constituía su clientela, a Luisito Cardei, el cantor de la voz chiquita, de la entonación casera, de los tangos cantados en una cocina de extramuros con una enorme mesa de madera con cajones para guardar los cubiertos.
Lo conocí en la milonga y en la milonga aprendí a quererlo. Siempre con alguna hermosa mujer a su lado, siempre con la sonrisa de Pacino.
Elvio Vitali no va a caer esta noche de sábado por la Milonga de las Morochas, en El Beso, de Corrientes y Riobamba.
Y todos los tangos sonarán con más tristeza que nunca.
16 de febrero de 2008