martes, 30 de octubre de 2012

Un extraño despertador erótico

Un extraño despertador erótico

No llegué tan tarde como suelo hacerlo. No eran más de las dos de la mañana. Ciertas citas de la noche habían fracasado, la gente no estaba donde había dicho que estaba y dos y media después de la medianoche y yo ya estaba acostado mirando el final de una película con Gerard Philippe en la TV Pública. Era un gran actor y un tipo de una pinta espectacular. Pero era imposible descubrir la trama. Solo faltaban algunos minutos y, más allá de reconocer al actor, era imposible desentrañar de qué se trataba.
Pasé al 9 donde Viviana Canosa y el hijo de Martín García, entre otros, hablaban no sé qué del programa de Tinelli, que ignoro de qué se trata.
Al cabo de quince minutos decido que es suficiente y que habida cuenta de todo lo que tengo que hacer al día siguiente mejor es tratar de dormir. Había tenido un día lleno de buenas situaciones, de alentadoras reuniones. No había habido nada que empañara un hermoso día de primavera.
Como todo despertador me resulta agresivo y psicópata, desde hace años programo el televisor para que se encienda, con el volumen bajo y envolvente, a la hora en que quiero despertarme. Me ahorro así del agresivo chillido del teléfono o del reloj. El televisor comienza a hablar, en voz baja, con alguna propaganda o alguno de esos programas de la mañana que, supongo, la gente usa para despertarse sin violencia.
Lentamente voy entrando en el sueño. Mi cabeza pasa revista a las cosas que he vivido a lo largo del día. Voy rememorando, con los ojos cerrados, las entrevistas, las discusiones, las conversaciones, amistosas unas, menos amistosas otras, que he logrado enfrentar en la jornada. Y todo comienza a rodearse de una agradable y hospitalaria bruma hasta que, sin saberlo me duermo.
Si algo no ha cambiado radicalmente a lo largo de los años es la actividad durante el sueño. Sí, claro, es cierto, las poluciones nocturnas desaparecieron hace años -digamos, con el casamiento-, pero la actividad imaginaria de los sueños no es distinta hoy a la de hace cuarenta años. Hay, por supuesto, una marcada diferencia en quien sueña. Todas esas imágenes y situaciones, dramáticas, patéticas, ridículas y, sobre todo, viejas, ya no me generan la angustia, el sobrecogimiento o el miedo que solían producirme en años más mozos e inexpertos. Todavía sueño con mi madre.
Son en general los mismos sueños que a los veinte años me angustiaban. Ya no me angustian. Me despierto en el medio de la noche y, plácidamente, vuelvo a dormirme a poco que recapitulo la escena onírica.
Afortunadamente sigo teniendo sueños eróticos en los que distintas mujeres que he conocido -la madre de mis hijas suele aparecer a menudo- me despiertan un delicioso deseo, que nunca deja de sorprenderme, dado los años y la vida que han pasado. La infancia, enfrentamientos con mi padre y mi madre, odio, remordimiento, dolor y amor se mezclan en un sueño que se disipa como en un fundido a blanco, en el momento de despertarme.
Esa noche no fue distinta a otras. Todo eso me pasó por la dormida cabeza, más otras cosas que debo haber olvidado o que no pude reconstruir al despertar, como dicen que funciona el mecanismo de los sueños.
La cuestión es que una voz me arranca de mis fantasías y mis culpas. Suavemente, sin chillidos, comienzo a escuchar una voz femenina, cálida, jóven, bien modulada que dice:
- … también puede acariciar el clítoris con sus dedos y usar un gel lubricante que la vaya excitando para estar preparada para el acto sexual...
A medio camino entre el sueño y la vigilia lo que oía parecía una broma increíble. ¿Cómo era que mi televisor había decidido despertarme con esas imágenes? ¿A quién se le ocurre sacar a un hombre del sueño con semejante situación?
Rápidamente recapitulé la situación. Había dejado el televisor en Canal 7, a esa hora hay un programa dedicado a cuestiones de salud.
Una sexóloga, joven y bella, como pude ver, se había convertido en una extraña Scherezade matutina, con su lenguaje antiséptico y su impudicia técnica.
Comencé el día con una estruendosa y solitaria carcajada.