viernes, 6 de octubre de 2017

Un Juego Serio. Un feminismo sin panfletos



Por gentileza de la Embajada de Suecia y de su agregado cultural Diego Schulman, fui invitado a la inauguración del ciclo Encuentro con el Nuevo Cine Sueco, inaugurado ayer en la sala Leopoldo Lugones del Teatro General San Martín. Hacía mucho que no visitaba la sala. Bueno, hacía mucho que estaba cerrada. Y volver a esa sala es un recorrido en mi memoria de más de cincuenta años viendo cine. Fue ahí donde ví por primera vez “El maquinista de la General”, la obra maestra de Buster Keaton y también “Juana de Arco” de Carl Dreyer. Estoy hablando de la época en que uno salía del Lorraine de ver “La Rebelión de los Boyardos” de Eisenstein y entraba de inmediato, enfrente, en la Lugones para ver “El Muelle de las Brumas” o “El General Della Rovere”.
El Encargado de Negocios de la Embajada -al parecer aún no hay un embajador designado1- contó brevemente que se trataba de una selección del cine sueco estrenado entre el 2015 y el 2016, mientras nos informaba que el Svenska Filminstitutet, el organismo oficial de promoción al cine, divide los créditos para los realizadores en un 50 % para hombres y un 50 % para mujeres, algo que quízas podría imitar nuestro INCAA, si sobrevive al feroz ataque que sufre bajo el régimen macrista y su comparsa paga de periodistas chantajistas.
Tengo por el cine sueco una predilección especial. Y por Ingmar Bergman en particular, un fanatismo casi religioso o, si se me permite, futbolístico. El exilio y la vida quisieron que además pudiera tener un contacto muy cercano con la literatura sueca. Pude leer en su idioma original al pesimista Pär Lagerkvist de “Barrabás” y de “El Enano”, a los proletarios Wilhelm Moberg de “Emigrantes” y Eyvind Johnson de “Ahora era 1914” y detrás de ellos al genial, torturado, tortuoso, retorcido y paranoico August Strindberg. Y también a Hjalmar Söderberg, autor justamente de “Un Juego Serio” (Den allvarsamma leken), un agudo y muy popular novelista que logró retratar, como en un viejo daguerrotipo, la vida y la moral de la burguesía de Estocolmo de principios del siglo XX, un poco en el estilo que con incontrastable genialidad, pintó Ingmar Bergman en su impecable “Fanny y Alexander”.
“Un Juego Serio” fue filmada por Pernilla August. Pernilla es una gran actriz de cine y teatro sueca y la ex esposa de Billie August, el gran director danés. Se conocieron filmando “Las Mejores Intenciones”, la película escrita por Ingmar Bergman y basada en la vida de los padres de, justamente, Ingmar Bergman: un torturado y pobre pastor de la iglesia luterana y una joven de la alta sociedad de Uppsala. Esa joven fue interpretada por Pernilla. Como lo apuntó el Encargado de Negocios en su presentación, Pernilla interpretó también a Shmi Skywalker, la madre de Anakin Skywalker en la “Guerra de las Galaxias I”.
La película que ha dirigido esta mujer es una delicia. La novela, que transcurría a lo largo de treinta años, ha sido reducida a una decena de años, pero ha logrado mantener una enorme fidelidad a la intención de Söderberg. Una historia de desencuentros amorosos, de matrimonios rotos por la miseria de la vida burguesa. Una burguesía y sus pequeños burgueses urbanos, con trasfondo campesino, la redacción de un diario, el maravilloso archipiélago que rodea a Estocolmo y que también enamoró a Strindberg a punto de convertirlo en pintor, la cobardía y el valor de hombres comunes, y una pena de amor que se prolonga en el tiempo y no encuentra nunca reposo son los materiales con que está hecha esta bella película, con dos hermosas y muy buenas actrices, Karin Franz Körlof y Liv Mjönes.
Pero hay además una notable defensa de la condición femenina, de su situación de extrema precariedad y de su profunda fortaleza interior. “El juego serio” es una película feminista, sin panfletos, sin provocaciones, triste y esperanzadora, con un lenguaje cinematográfico que Pernilla ha heredado de su maestro de Fårö. La triste danza del “Nu är det Jul igen” alrededor del árbol de Navidad en la casa de Lydia es una especie contraespejo de la misma jubilosa danza en “Fanny y Alexander”, y las hermosas imágenes del archipiélago recuerdan los cuadros impresionistas que le dedicara Strindberg a ese idílico paisaje.
El final, triste desde la perspectiva de la herida amorosa que no volverá a cerrarse, es también esperanzador en la imagen de Lydia, la infiel, la transgresora por amor y pobreza, que se ha reencontrado con su hijita y se pierde en el tumulto de la estación de tren.
Y para este humilde espectador la película ha significado la siempre grata sensación de escuchar un idioma que fue mío durante siete años y que me permitió conocer un país y una gente excepcional, idioma, país y gente que siguen formando parte de mi corazón y mi memoria.
Gran acierto la elección de esta película para inaugurar este Encuentro. El lunes 9 a las 19 horas vuelven a darla en la Sala Lugones.


Buenos Aires, 6 de octubre de 2017

1 Me escribe inmediatamente Diego Schulman y me dice: “Solamente una corrección, tenemos una embajadora, se llama Barbro Elm. Está en Uruguay por la visita de la Ministra Åsa Regner, por eso no podía estar”.