lunes, 26 de septiembre de 2022

"Gozos y Dolores entre dos siglos es torrentoso, vital y agradecido"

Esta fue la participación del crítico literario Rodolfo Edwards en la presentación del libro "Gozos y Dolores entre dos Siglos", de mi autoría. Fue el jueves 22 de septiembre del 2022, en el Centro Cultural Borges.



Pasaron apenas dos siglos de independencia, pero las garras imperiales nunca dejaron de afilarse: su voracidad sigue intacta. Por eso, el estado de alerta, de aquellos países que fuimos colonia, debe ser constante. Como decía un viejo refrán: camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Vivimos arriba de un volcán que en cualquier momento nos arrasa. Por instinto histórico, debemos defender lo nuestro, porque existe un largo historial de expoliación. No se puede dejar solo al lobo con las gallinas. Las aves carroñeras giran en círculo, proyectando sus sombras irregulares sobre el terruño, sobre las cosas amadas. A río revuelto, ganancia de pescadores. En esto momentos confusos, es menester poner las barbas en remojo para saber de qué lado estamos. Aquellos que nos quieren vender un paraíso republicano en cómodas cuotas, cantan como las sirenas con el son del engaño y la mentira. Otra vez estamos viviendo una encrucijada histórica, donde debemos definir el destino de la Patria, nada más y nada menos que nuestro futuro.

Y aquella disyuntiva que planteó el General Perón, cuando dijo que “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”, hoy debemos leerla bajo otra luz; los tiempos son más veloces, todo parece deshacerse en el aire, lo efímero y superficial se impone, nos inunda por doquier, con esa constante prédica mediática y globalizadora. No hay tiempo demás. Las particularidades de los pueblos están cada vez más subsumidas bajo las lógicas del mercado y del consumo: nos taponan el alma con celulares, tablets y televisores que siempre repiten la misma canción: aquí, allá y en todas partes, como si todo diese lo mismo, como si nada importara.

Pasamos los días atrapados en un caleidoscopio, girando sin sentido: juega el gato maula con el mísero ratón. Nos desnudan y nos visten a todos con la misma ropa como soldados involuntarios de un ejército de zombies. Esta uniformidad es una plaga que debemos conjurar inventándonos día tras día, poniendo semillas por todas partes, germinando hasta en lo más nimio. Porque las grandes cosas empiezan en las pequeñas cosas, en el obrar cotidiano. Con sólo raspar la coraza que nos separa de la verdad, habremos hecho un acto bautismal, un comienzo.

Julio Fernández Baraibar escribió un libro necesario y estas reflexiones me surgieron después de leer Gozos y dolores entre dos siglos. La potencia de los versos invitan a refundarnos en nuestras convicciones, despiertan a los pájaros dormidos del pensamiento para que vuelen hacia el origen, donde pertenecemos, aunque nos nieguen tres veces todos los Pedros que andan por ahí, fingiendo lo que no son, hipócritas de salón, con esa verba inflamada de sofistas de cartón.

Gozos y dolores entre dos siglos es torrentoso, vital y agradecido. Hay un orgullo que se derrama generosamente sobre el territorio en cuestión. El libro de Julio se reconoce en una tradición que se remite al Songorocosongo de Nicolás Guillén y al Canto General de Pablo Neruda, cartografías que unen en hermandad poética y militante, minerales andinos y frutas tropicales.

Con un profundo sentido musical y pictórico, Julio desgrana una épica profundamente americanista, honrando el legado de aquellos que marcaron el camino: Simón Bolívar, Hugo Chávez, Eva Duarte, Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Lula Da Silva, desfilan ante nuestros ojos como tótems vivientes, porque el legado pervive en los predicadores, en aquellos que aguantan las banderas como un profundo acto de fe. Como decía Raúl Scalabrini Ortiz al comienzo de El hombre que está solo y espera: “¡CREER! He allí toda la magia de la vida”. Y Julio cree, por eso nos habla del cuatro (ese mágico instrumento) para ponerle música a Venezuela, baila rumba y se llena la boca de naturaleza bienhechora. Y las palabras parecen arrancadas desde el fondo de la tierra: no sólo suenan, también huelen y son nuestras. Pero Gozos y dolores entre dos siglos también denuncia las políticas extractivas del Invasor, el desprecio y la cultura del descarte, donde casi nadie parece tener ciudadanía plena. Julio señala el lugar de la herida y no se olvida de los olvidados, de los invisibles, de los perseguidos. La “irrupción brutal de lo moderno” sólo puede ser combatida con una conciencia continental, por una lucha mancomunada. Aquel viejo continentalismo que soñaba el General Perón, todavía es posible:

“y Viva Chávez gritaba el bahiano de los orixás,

y el carioca de los morros

y la gorda peronista del comedor en La Matanza

y la morena limeña

y la mujer de pollera en Potosí o Cochabamba”

“Los hombres que se ponen a la cabeza de un pueblo

deberían ser inmortales, como ese mismo pueblo.”

También el Colorado Jorge Abelardo Ramos y el querido Jorge Coscia se hacen palabra en la evocación emocionada. Porque todo esto es una larga cadena y no podrán cortarla tan fácilmente. Somos los todos, la mayoría, la que anda entre gozos y dolores, atravesando el tiempo y las distancias.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Cantaclaro y Santos Vega entre Escobar y Caballito

Pasé el domingo con amigos en Escobar. Tenía que estar en Buenos Aires al mediodía, por un turno en una dependencia oficial que tenía reservado desde hace tiempo y que implica algunos ingresos mensuales. De modo que reservé un auto en una de las plataformas. A las 10 de la mañana me avisan por el celular que el auto está a un minuto del lugar donde debía recogerme.

Josué se llamaba el conductor. A poco de subir me di cuenta, por el acento y su tipología, que el hombre era venezolano. Ningún descubrimiento, por otra parte, ya que esa actividad está semimonopolizada por los compatriotas del norte. Hablaba con el simpático tono de los caraqueños, siempre con una “vaina” en los labios o, como ellos mismos dicen, “mamador de gallos”.

La conversación comenzó sobre las bellezas de su tierra, sobre Morrocoy y Los Roques. De ahí pasamos a Mérida y Trujillo y las posibilidades que les da a los venezolanos, tropicales como son, de ver y conocer la nieve. Y el hombre tenía una conversación educada y conocía bien su tierra.

Para meterme más en el tema de la música le comento que que un par de días atrás había estado mirando por Youtube un concierto homenaje de Joseph Amado -un joven salsero venezolano- al gran Héctor Lavoe. No lo conocía a Joseph Amado, pero inmediatamente me dice que su prima el otro día lo llamó para contarle que había estado en el Teresa Carreño en un recital de Oscar D'León, que a sus 80 años había estado cantando y bailando durante tres horas, con tres cambios de ropa. Oscar D'León es el cantor de salsa venezolana por excelencia. Nacido en Antímano, que es como decir una mezcla de San Telmo y Mataderos, desde 1972, que formó su primer grupo, es el ídolo de la música caribeña en su país y ha sido el primer venezolano en ganar el Grammy, a principios del siglo. A Josué se le iluminaba el rostro hablándome de Oscar D'Leon.

Entonces le menciono al Tío Simón, a Simón Díaz, y le cuento que me gustan mucho, además de su himno Caballo Viejo, su hermoso tierno tema “La vaca Mariposa tuvo un terné” y sobre todo, le digo ese cuyo nombre no recuerdo en donde el cantor ve a la bella mujer de su amigo, desnuda bañándose en el río.

- Ah, me dice, “Mercedes” se llama. Vamos a escucharla.

Y toca algunos botones y empiezan a sonar el arpa, el cuatro y las maracas del típico trío llanero que acompañó siempre a Simón Díaz. Y ahí canta el Tío Simón:

Mercedes se esta bañando en las orillas de un río.
Mis ojos la están mirando, pero es de un amigo mío.
Yo no quisiera mirarla pero no tengo la culpa.
Me parece una esmeralda con flores de chupa chupa.
Que yo le avise a mi amigo, muy difícil me resulta.


Y ahí el hombre se ilumina y me cuenta que en Venezuela hubo un escritor que se llamaba Rómulo Gallegos que escribió sobre Florentino Coronado, Cantaclaro, me dice el hombre. Y entonces recordè las noches que, en Caracas, leía la maravillosa novela de Gallegos, su pintura del llano, de sus calores y sus ríos refrescantes y cantarines. De los chinchorros tendidos en la noche a la luz de la luna llanera.

- Y Florentino le gana al diablo en un contrapunto, me dice.


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Desde el asiento trasero le cuento, entonces, que acá lo tenemos a Santos Vega, el gaucho payador a quien también retó Juan Sin Ropa, el diablo. Y le digo:

Juan Sin Ropa (se llamaba

Juan Sin Ropa el forastero)

comenzó por un ligero

dulce acorde que encantaba.

Y con voz que modulaba

blandamente los sonidos,

cantó tristes nunca oídos,

cantó cielos no escuchados,

que llevaban, derramados,

la embriaguez a los sentidos.

- Ah, me dice, no sabía nada de esto. - ¿Como se llamaba?

- Santo Vega, le repito.

- Lo voy a anotar para buscarlo después en internet. Lo que yo leí en el colegio, me dice, fue el Martín Fierro.

Y ahí celebré mentalmente que los programas de Venezuela tuvieran al gaucho Fierro, como los nuestros tenían a Doña Bárbara.

- Y uno en el colegio no le daba importancia. Lo leía porque lo obligaban. Pero después uno se daba cuenta de lo que esos libros eran, me dice el ya amigo caraqueño. - Me pasó con Cien Años de Soledad. Lo leí en el colegio y no me pasó nada. Pero claro, si uno a esa edad está pensando en las muchachitas y los senos que le están creciendo. Pero después... lo leí tres veces, me dice mirándome por el espejo.

Así fuimos llegando a mi destino. El viaje había sido un maravilloso encuentro entre un venezolano, cuya hija ha comenzado a estudiar arquitectura en la UBA, me dijo orgulloso y sonriente, y un argentino que, posiblemente no coincidan en muchas cosas, pero coincidieron en un sorprendente diálogo literario entre Escobar y Caballito.

Buenos Aires, 19 de septiembre de 2022