sábado, 5 de mayo de 2007

Una suave tarde de invierno,
Una plaza, una hamaca,
Una niña.
Tu presencia a mi lado,
Tu verdeclara mirada,
-tu mirada ver declara-
y todo el desasosiego, la inquietud,
el torbellino, la ansiedad, el insomnio
se disuelven en la paz del mundo restaurado.
Ahora sí salir a la calle es recorrer un paisaje conocido.
Ahora sí puedo desafiar los elementos,
enfrentar las embestidas del dolor y sus compinches.
Es que el vacío se ha llenado,
y el pedazo de mí, que en vos se aloja,
y el pedazo de vos, que en mí faltaba,
se han encontrado en esta suave tarde de invierno,
en esta plaza, junto a esta hamaca,
Con esta niña.

Lunes, 21 de junio de 1999



Gloria a ti, heroico Compañero Presidente

Gloria a ti,
heroico Compañero Presidente




Estas líneas fueron escritas en la noche misma del golpe de estado en Chile, hace cuarenta y cinco. Perón había vuelto a su Patria y el pueblo, volcado en las calles, celebraba su retorno a la presidencia. Había esperanza, incluso esa triste noche.


Ha caído Salvador Allende.

Víctima del verdugo oligárquico
que regó con sangre patriota
la tierra americana
ha muerto
el Compañero Presidente.

Chile se alzaba en un puño
contra el bárbaro asesino de Vietnam.
Después del sacrificio de Camilo,
cuando las entrañas de tu amigo,
Ernesto,
se confundían ya
en el estaño altoperuano,
cuando el soldado boliviano,
ya sin posible defensa,
se retiraba del trágico altiplano,
Chicho,
tus obreros
abrían un tajo en el futuro
y ya Cuba no estaría
tan sola en su isla verde.

¿Cómo fue tu muerte solitaria?
¿Con qué gesto soberbio
enfrentaste
tú única derrota?

Sólo cuando triunfan
las revoluciones
merecen ser cantadas.

Que el coro de lloronas
que asola a toda América
plaña por ti los llantos
que vos
nunca derramaste.

Y que los organizadores
de eternas derrotas
industrialicen tu nombre
por necesidad
de mártires,
si no de victorias.

El viejo Trotsky volverá
a retorcerse en su tumba cercana.
Los ojos de Vladimir Illich
volverían a encenderse de ira.
Una raza de enanos
que reemplazó
a los héroes,
ha convertido a la paz
en una palabra obscena.

¡Gloria a Tí, Compañero Presidente!

Hoy nuestra Patria Grande
sufre un amargo duelo.
Pero Fidel
sigue en Cuba y hace lo que puede.
En la tierra del Inca
ya no están
los gamonales.
En mi Argentina,
bárbara e ilustrada,
mi pueblo ha vuelto a conquistar
su destino.

¡Gloria a tí,
Heroico Compañero Presidente!



11 de septiembre de 1973
Un soneto




“La imaginación es la espuela del deseo,
su reino es inagotable e infinito como el fastidio,
su reverso y gemelo”.
Octavio Paz


A Ana María Maradei















Espuela furibunda de la noche,
aguijón del deseo ebrio e infinito
que en altares de un soñado rito
sacia y colma la angustia en su derroche;

Caballos desbocados, ciego coche
que convierte la imaginación en mito
y la abandona, insaciable, ahíto
a la oscura condena del reproche:

que el cuerpo, pura ansiedad y anhelo
encontraba en el placer su pena.
Revelados fantasmas del desvelo,

nada sois, sino memoria, arena:
el límite físico de su vuelo
da al cuerpo su libertad y su duelo

Jakobsberg, agosto de 1981.


viernes, 4 de mayo de 2007

El topo



El topo

Fue hace casi veinte años,
en el más inesperado recodo de la historia
-ese maldito topo jamás nos ha dado seguridad alguna,
simplemente aparece,
cuando no lo esperamos.
y, carajo, no nos damos cuenta que es el topo,
el de la historia,
el que sale de su laberíntica cueva
y nos indica que todo ha vuelto a empezar-
apareció nuevamente la historia,
¿qué historia?
esa historia, ese gran relato del que todos fuimos relatores,
que todos nos contamos,
que todos contamos alrededor del fuego,
en la cama durmiendo al hijo,
la historia que nos contaba a cada uno de nosotros,
que nos convertía en sujetos,
que abolía la esclavitud,
que nos enfrentaba al amo
y que nos sumió en una pasión de meses
y nos hizo sentir de pie,
erguidos,
no acostados.
Fue hace casi veinte años.
Entramos al nuevo siglo
con esta historia.
Digamos,
entramos a la historia
con esta historia.
Y ahí quedaron nuestros muertos.
Y ahí quedo el cimiento para seguir siendo historia.
Fue hace casi veinte años.
Y es el maldito topo
Que aparece cada año
El 2 de abril.
Con los muertos,
con los baldados,
con los que jamás pudieron reponerse,
con los vencidos,
con los que pelearon,
con los que dejaron sus miembros,
con los que, más ciegos que el topo,
ni siquiera lo vieron.
Fue el topo,
que apareció, dio un brinco, corrió por el abierto potrero
y volvió a enterrarse.
Hace casi veinte años.

Bien podría volver a aparecer
el maldito topo.


Buenos Aires, 2 de abril de 2001.
Réquiem sin lágrimas

Para Fernando García Della Costa
Hace nueve años, en pleno invierno de la Patria, fallecía el veterano militante y periodista. Fue al despertarse que saludo a su hija, como todas las mañanas e, inmediatamente, su cuerpo redondo quedó dormido para siempre. Esa noche, antes de verlo por última vez, escribí estas líneas.

“La muerte es un producto del uso.
De un lado uso del cuerpo, del otro, uso del alma”.
León Trotsky

La vida, compañero, siempre lo supiste,
es un valor de uso.
Y todo el misterio de la libertad
con el que se han llenado inútiles anaqueles,
es usar la vida como es debido.
El bife de chorizo a caballo con papas fritas,
una botella de cabernet sauvignon.
La diatriba, el retruécano,
una buena metáfora bien puesta,
la hipérbole, la desmesura,
un brulote que hace temblar a un ministro,
una cita de Perón,
una justa trompada en el mentón,
explicar a los que vienen,
llamar a la huelga,
tirarle un adoquín al de la guardia de infantería.
Esas son las cosas que constituyen
una vida bien usada.

Viejo amigo viejo, esta mañana el resultado del uso
-para usar la fórmula del profeta agnóstico-
te gastó la vida.
Y te fuiste, seguramente, contento.
El Sancho Panza de tu cuerpo
se debía sacudir con la carcajada,
y el Quijote de tu alma buscaba
los molinos de vaya a saber dónde
para seguir la pelea.

Si una buena muerte toda una vida honra
Una buena vida te honra la vida y la muerte, Fernando.

Nadie te doblegó.
Viviste como quisiste.
Sólo te inclinaste
-si lo hacías, a más de petizo eras agachado-
ante el dolor del humillado,
ante la soledad de la viuda,
ante el desamparo del huérfano,
como si fueras el alto y flaco anciano
de algún lugar de la Mancha.

Elegiste con quién pelear:
sólo contra los que eran más poderosos.
Elegiste junto a quién pelear:
sólo con los que no tenían nada para darte.

No les diste tregua
-tampoco te la dieron, es verdad-
y gozaste de cada pequeña victoria
y te reíste como un dios pagano
en cada profunda derrota.

Lo único que tiene de desgraciado
que hayas terminado de usar tu vida,
don Fernando Caballero de la Alegre Figura,
es que nosotros te perdimos,
que ya nunca vamos a pelear juntos,
que tus ojos no volverán a brillar
ante una desvergonzada ocurrencia
que ridiculiza la braguetuda seriedad
del buen pensar cipayo.
Y esto es todo.

¿Llorar tu muerte?
Reír, gozar, admirarnos de tu vida.
Y seguir en la pelea por una Patria más justa,
por una Patria más libre.
Por una Patria.

Buenos Aires, 11 de agosto de 1998