viernes, 4 de mayo de 2007

Réquiem sin lágrimas

Para Fernando García Della Costa
Hace nueve años, en pleno invierno de la Patria, fallecía el veterano militante y periodista. Fue al despertarse que saludo a su hija, como todas las mañanas e, inmediatamente, su cuerpo redondo quedó dormido para siempre. Esa noche, antes de verlo por última vez, escribí estas líneas.

“La muerte es un producto del uso.
De un lado uso del cuerpo, del otro, uso del alma”.
León Trotsky

La vida, compañero, siempre lo supiste,
es un valor de uso.
Y todo el misterio de la libertad
con el que se han llenado inútiles anaqueles,
es usar la vida como es debido.
El bife de chorizo a caballo con papas fritas,
una botella de cabernet sauvignon.
La diatriba, el retruécano,
una buena metáfora bien puesta,
la hipérbole, la desmesura,
un brulote que hace temblar a un ministro,
una cita de Perón,
una justa trompada en el mentón,
explicar a los que vienen,
llamar a la huelga,
tirarle un adoquín al de la guardia de infantería.
Esas son las cosas que constituyen
una vida bien usada.

Viejo amigo viejo, esta mañana el resultado del uso
-para usar la fórmula del profeta agnóstico-
te gastó la vida.
Y te fuiste, seguramente, contento.
El Sancho Panza de tu cuerpo
se debía sacudir con la carcajada,
y el Quijote de tu alma buscaba
los molinos de vaya a saber dónde
para seguir la pelea.

Si una buena muerte toda una vida honra
Una buena vida te honra la vida y la muerte, Fernando.

Nadie te doblegó.
Viviste como quisiste.
Sólo te inclinaste
-si lo hacías, a más de petizo eras agachado-
ante el dolor del humillado,
ante la soledad de la viuda,
ante el desamparo del huérfano,
como si fueras el alto y flaco anciano
de algún lugar de la Mancha.

Elegiste con quién pelear:
sólo contra los que eran más poderosos.
Elegiste junto a quién pelear:
sólo con los que no tenían nada para darte.

No les diste tregua
-tampoco te la dieron, es verdad-
y gozaste de cada pequeña victoria
y te reíste como un dios pagano
en cada profunda derrota.

Lo único que tiene de desgraciado
que hayas terminado de usar tu vida,
don Fernando Caballero de la Alegre Figura,
es que nosotros te perdimos,
que ya nunca vamos a pelear juntos,
que tus ojos no volverán a brillar
ante una desvergonzada ocurrencia
que ridiculiza la braguetuda seriedad
del buen pensar cipayo.
Y esto es todo.

¿Llorar tu muerte?
Reír, gozar, admirarnos de tu vida.
Y seguir en la pelea por una Patria más justa,
por una Patria más libre.
Por una Patria.

Buenos Aires, 11 de agosto de 1998