viernes, 28 de octubre de 2022

Con Violeta en el Colón

Como ya dije, fui al Teatro Colón con Violeta. La ópera era Los Pescadores de Perlas, del pobre George Bizet, muerto a los 36 años, de un misterioso ataque al corazón, que se sumó a su depresión y fracaso económico. Esta ópera se representó una sola vez en vida del autor y fue considerada un fracaso. La historia tiene ese exotismo medio ridículo que atacó a Europa en la segunda mitad del siglo XIX, ambientada en algún impreciso lugar de la India, en una aldea de pescadores de perlas. Pero como se sabe, el argumento no es lo más importante de una ópera. Lo importante es la música, la voz, el volumen, los coros, los tintineos increíbles de la soprano, el vozarrón del barítono y los gorjeos del tenor, que, como le expliqué en voz baja a Violeta, es siempre el "muchachito", el protagonista masculino. Bueno, aquí comparte su protagonismo con el barítono, por el amor de Leila, la soprano. Excelentes los tres.

Ir al Colón es siempre agradable y placentero, por el mero hecho de ir al Colón, sus luces, su neoclasicismo italianizante, sus techos y la experiencia única de oír y ver a músicos, cantores y bailarines. E ir al Colón con mi nieta Violeta es una experiencia irremplazable.

Teníamos un palco central. Entramos y ya había sentada en una de las sillas una mujer que, inmediatamente, se me representó como una hermana astral de "la vecina de Cristina". Su empaque, su peinado, su "outfit" me recordó de inmediato a la susodicha. No tardaríamos en darnos cuenta que mi impresión no estaba desencaminada.

A poco de estar ya sentados entraron dos chicas muy jóvenes, que se acomodaron en las sillas detrás de las nuestras en el pequeño palco.


Las escuché hablar. Paré la oreja, hablaban muy bajito, pero algo había titilado en mi oído. Una palabra, un sonido, una pronunciación.

Me acerco a la oreja de Violeta y le digo:

- Esta chicas hablan sueco.

- Julio, estás flasheando, me respondió la irrespetuosa.

- Ok, dije. Y pensé, sí, por ahí me pareció.

Y seguí parando la oreja.

No las podía oír con precisión, escuchaba algunos sonidos que no llegaban a formar una palabra que significase algo, pero los sonidos eran familiares.

No aguante más. Me di vuelta y con una sonrisa de oreja a oreja pregunté:

- Ursäkta, tjejer, pratar ni svenska? (Disculpen, chicas, ¿ustedes hablan sueco?)

De inmediato las chicas, no tenían más de 22 años, abrieron grandes sus ojos y sus bocas se iluminaron en un sonrisa.

- Nei, men vi snakker norsk. Hvorfor snakker du svensk?, er du svensk? (No, pero hablamos noruego. ¿Por qué hablás sueco? ¿Sos sueco?)

Así es, Elisabeth y Ada (se pronuncia Oda) eran dos chicas noruegas de visita en Buenos Aires. Me contaron que vivían en San Telmo, donde el padre de Ada tenía un departamento, ya que había vivido y trabajado acá. Elisabeth era la primera vez que venía a Latinamerika, como ella mismo dijo, y estaba fascinada. Era la segunda vez que venían al Colón. La primera habían venido para escuchar a la Filarmónica. Una era de Bergen y otra de Oslo. Al escuchar dónde vivían comprendí de inmediato su fascinación. Son dos ciudades donde después de las 18.30 muy difícilmente puedas hacer algo como ir al teatro o comer en un restaurante.

A todo esto, Violeta ya estaba convencida que lugar a donde yo vaya aparecerá siempre alguna niña nórdica con la que pueda hablar en sueco delante de ella. Todos los martes vemos, cada uno en su casa, Wallander por Films & Arts y la comentamos por whatsapp.

Las chicas champurreaban algo de español de modo que al ratito Violeta se había sumado a la conversación.

La hermana astral de la "vecina de Cristina" es un capítulo aparte.

Durante todo el primer acto se manifestó muy molesta con los ruidos de la sala. Incluso, en un momento, llegó a sonar un celular, pese a la recomendación de apagarlo, antes de empezar la función. Comenzó a cabecear airada hasta que se mandó un chistido.

En el entreacto, y viendo que yo hablaba en "idioma" con las chicas -lo de "idioma" es un viejo chiste de Catita, el muñeco inolvidable de Nini Marshall. Llamaba "idioma" a toda lengua que no fuese el castellano con fuerte pronunciación galaica- comenzó a hablar conmigo. Me contó que venía al Colón desde los dos años. Que antes era otra cosa. La gente venía de gala. Se respetaba. Que hoy la gente es muy ignorante. Que en ningún teatro del mundo la gente no apagaba el celular. La miré a Violeta. Violeta me miró. Nos callamos. Cuando apagaron las luces me acerqué a su oreja.

- Está hecha con el mismo lápiz que la vecina de Cristina, le dije.

- Re, fue la lacónica y asertiva respuesta que recibí.

En suma, una gran noche. De ahí nos fuimos a comer rabas a Lalo.

¡Viva Perón!

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