lunes, 19 de septiembre de 2022

Cantaclaro y Santos Vega entre Escobar y Caballito

Pasé el domingo con amigos en Escobar. Tenía que estar en Buenos Aires al mediodía, por un turno en una dependencia oficial que tenía reservado desde hace tiempo y que implica algunos ingresos mensuales. De modo que reservé un auto en una de las plataformas. A las 10 de la mañana me avisan por el celular que el auto está a un minuto del lugar donde debía recogerme.

Josué se llamaba el conductor. A poco de subir me di cuenta, por el acento y su tipología, que el hombre era venezolano. Ningún descubrimiento, por otra parte, ya que esa actividad está semimonopolizada por los compatriotas del norte. Hablaba con el simpático tono de los caraqueños, siempre con una “vaina” en los labios o, como ellos mismos dicen, “mamador de gallos”.

La conversación comenzó sobre las bellezas de su tierra, sobre Morrocoy y Los Roques. De ahí pasamos a Mérida y Trujillo y las posibilidades que les da a los venezolanos, tropicales como son, de ver y conocer la nieve. Y el hombre tenía una conversación educada y conocía bien su tierra.

Para meterme más en el tema de la música le comento que que un par de días atrás había estado mirando por Youtube un concierto homenaje de Joseph Amado -un joven salsero venezolano- al gran Héctor Lavoe. No lo conocía a Joseph Amado, pero inmediatamente me dice que su prima el otro día lo llamó para contarle que había estado en el Teresa Carreño en un recital de Oscar D'León, que a sus 80 años había estado cantando y bailando durante tres horas, con tres cambios de ropa. Oscar D'León es el cantor de salsa venezolana por excelencia. Nacido en Antímano, que es como decir una mezcla de San Telmo y Mataderos, desde 1972, que formó su primer grupo, es el ídolo de la música caribeña en su país y ha sido el primer venezolano en ganar el Grammy, a principios del siglo. A Josué se le iluminaba el rostro hablándome de Oscar D'Leon.

Entonces le menciono al Tío Simón, a Simón Díaz, y le cuento que me gustan mucho, además de su himno Caballo Viejo, su hermoso tierno tema “La vaca Mariposa tuvo un terné” y sobre todo, le digo ese cuyo nombre no recuerdo en donde el cantor ve a la bella mujer de su amigo, desnuda bañándose en el río.

- Ah, me dice, “Mercedes” se llama. Vamos a escucharla.

Y toca algunos botones y empiezan a sonar el arpa, el cuatro y las maracas del típico trío llanero que acompañó siempre a Simón Díaz. Y ahí canta el Tío Simón:

Mercedes se esta bañando en las orillas de un río.
Mis ojos la están mirando, pero es de un amigo mío.
Yo no quisiera mirarla pero no tengo la culpa.
Me parece una esmeralda con flores de chupa chupa.
Que yo le avise a mi amigo, muy difícil me resulta.


Y ahí el hombre se ilumina y me cuenta que en Venezuela hubo un escritor que se llamaba Rómulo Gallegos que escribió sobre Florentino Coronado, Cantaclaro, me dice el hombre. Y entonces recordè las noches que, en Caracas, leía la maravillosa novela de Gallegos, su pintura del llano, de sus calores y sus ríos refrescantes y cantarines. De los chinchorros tendidos en la noche a la luz de la luna llanera.

- Y Florentino le gana al diablo en un contrapunto, me dice.


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Desde el asiento trasero le cuento, entonces, que acá lo tenemos a Santos Vega, el gaucho payador a quien también retó Juan Sin Ropa, el diablo. Y le digo:

Juan Sin Ropa (se llamaba

Juan Sin Ropa el forastero)

comenzó por un ligero

dulce acorde que encantaba.

Y con voz que modulaba

blandamente los sonidos,

cantó tristes nunca oídos,

cantó cielos no escuchados,

que llevaban, derramados,

la embriaguez a los sentidos.

- Ah, me dice, no sabía nada de esto. - ¿Como se llamaba?

- Santo Vega, le repito.

- Lo voy a anotar para buscarlo después en internet. Lo que yo leí en el colegio, me dice, fue el Martín Fierro.

Y ahí celebré mentalmente que los programas de Venezuela tuvieran al gaucho Fierro, como los nuestros tenían a Doña Bárbara.

- Y uno en el colegio no le daba importancia. Lo leía porque lo obligaban. Pero después uno se daba cuenta de lo que esos libros eran, me dice el ya amigo caraqueño. - Me pasó con Cien Años de Soledad. Lo leí en el colegio y no me pasó nada. Pero claro, si uno a esa edad está pensando en las muchachitas y los senos que le están creciendo. Pero después... lo leí tres veces, me dice mirándome por el espejo.

Así fuimos llegando a mi destino. El viaje había sido un maravilloso encuentro entre un venezolano, cuya hija ha comenzado a estudiar arquitectura en la UBA, me dijo orgulloso y sonriente, y un argentino que, posiblemente no coincidan en muchas cosas, pero coincidieron en un sorprendente diálogo literario entre Escobar y Caballito.

Buenos Aires, 19 de septiembre de 2022

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