miércoles, 2 de septiembre de 2009

Los Robertos aparecieron en San Telmo

El lunes fue una gran cena la de la Oesterheld. El Torcuato Tasso, centro tanguero de San Telmo, rebalsó con más de 250 amigos y amigas que vinieron a saludar y a escuchar a Gabriel Mariotto, el interventor del Comité Federal de Radiodifusión y autor del proyecto de la nueva Ley de Servicios Audiovisuales, que Cristina presentó al Congreso el jueves pasado. La ley pondrá fin a la vigencia de una ley de radiodifusión dictada por Videla y Martínez de Hoz y, sobre todo, al monopolio que Clarín ejerce sobre los medios audiovisuales. Su texto propone que el espectro mediático sea repartido en tres partes iguales entre el Estado, el sector empresarial y las organizaciones sin fines de lucro. La multiplicación de las frecuencias, como resultado del desarrollo técnico, no significará entonces una nueva y más totalitaria monopolización empresaria.

Pero todo esto no es más que un introito, aburridamente politizado, a lo que en realidad importa.

Esas cenas se caracterizan por el hecho de que se come muy poco y se toma mucho. La condición del módico precio que se obtiene no es la cantidad, y mucho menos la calidad, de la comida sino una continua provisión de Vasco Viejo en todas las mesas hasta que se acabe la reunión. De manera que después de gritar, discutir, echar vainas, piropear a las muchachas y dar millones de besos y abrazos, a eso de las dos de la mañana me fui con Vivi, una buena chica, a tomar una última botellita de malbec en algún bodegón de San Telmo.

Encontramos abierto el Seddon, un amplio pub irlandés, atendido por una Molly argentina, amiga desde hace muchísimos años. El lugar tiene una gigantesca pantalla de televisión en la que, al momento de sentarnos a la mesa, estaba cantando Silvio Rodríguez.

Brindamos Vivi y yo por los fantasmas de los ingleses muertos en la zona cuando la invasión de 1806 y de pronto escuchamos que Silvio está cantando Te recuerdo Amanda. Curiosamente esa es la canción que cantaba el entonces marido de Molly, un sueco llamado Rolf Hansson, en la película Mirta de Liniers a Estambul, que tiene Roberto Hernández Montoya y que tendrá que devolverme cuando yo le devuelva la Ferrari. Miro hacia la pantalla y veo que Silvio está dando un recital en Caracas, con una maravillosa profusión de banderas mirandinas.

Y de pronto, amigos, en el medio de la noche porteña, aparece Roberto Hernández Montoya, diciendo, como de costumbre sus consabidas intrascendencias. Ahí estaba uno de los Robertos, mientras los pocos parroquianos que quedaban en el lugar no entendían mis gritos y mi alborozo.

Pero inmediatamente, detrás de este Roberto aparece el otro Roberto, el holandés errante, pronunciando sus habituales verdades y sus profundas observaciones.

También recuerdo que había un argentino que gritaba: "Ahí están mis panas, ahí están mis panas". Recuerdo también que Vivi sacó unas fotos y que Molly llamó a un patrullero.

Después no recuerdo más nada.

Pero las fotos quedaron como testimonio de la noche en que se aparecieron los Robertos en San Telmo.



Buenos Aires, 2 de setiembre de 2009

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