domingo, 16 de marzo de 2025

Canto por Pablo Grillo


¿Qué sencillo

es a quién tiene corazón de grillo

interpretar la vida esta mañana!

Conrado Nalé Roxlo (Chamico)

Pablo Grillo, con tu corazón de grillo

saliste esa mañana, como siempre.

Como un grillo fuiste a tu tarea:

que sean verdes como se merecen

los espacios verdes del Hospital Evita.

Y la cámara, el ojo que eterniza,

que detiene para siempre el instante,

colgada del hombro como todos los días.

Y el rojo de tu club en el pecho,

que también es el rojo de la lucha

que te esperaba, en la tarde.

El ojo polifemo de la cámara

iba a congelar el gesto de rebeldía,

el puño alzado al cielo,

los colores de las tribunas,

con que se solidariza el grillo,

el culatazo artero o el gaseo impune,

el atropello de uniforme

y la violencia de arriba

que el grillo repudia.

La vana música del grillo

vio el marco en llamas,

vio la formación criminal

en un fondo donde se recortaba

el Palacio del pueblo y de las leyes.

Y la humareda de los disparos y el gas

le daban el clima exacto

que Polifemo congelaría.

Y en ese preciso instante,

Pablo, se congeló tu horrible

caída hacia atrás,

sos vos el grillo congelado,

no el oscuro pelotón que te fusiló.

Corren los compañeros,

como grillos gritando su desesperación.

Y ahí estás, Pablo.

Tu extremado esfuerzo

para que el cielo sea de porcelana.

Para que siempre sea

una copa de oro el espinillo,

nos ha hecho grillos,

nos ha convertido en hermanos

que cantan con monotonía

para que la luna alumbre

el canto del grillo junto al camino.

Y que la violencia criminal,

que intentó aplastarte,

sea aplastada por un dulce

coro de grillos

que cante al amor, a la amistad,

a la dulce vida de los grillos.

Buenos Aires, 16 de marzo de 2025


viernes, 31 de enero de 2025

Ida y vuelta con Ramiro Marra

Hace un año y medio escribíamos

Anda un truhán liberal

Ramiro Marra llamado,

pretendiendo ser votado

alcalde, en la Capital.

Su pinta es funcional

a la estafa que maquina:

con filomisho de esquina

nos engrupe sin piedad,

hablando de libertad

mientras nos deja en la ruina.

Este Marra ya probó

suerte en otros campamentos.

Fallaron esos intentos

hasta que al fin encontró

lo que con afán buscó:

un gran engatusador,

sacado y chamuyador,

que le diera un buen cobijo,

y entrar en el revoltijo

del toco mocho mayor.

Y hoy nos vemos obligados a decir

Es el tal Ramiro Marra

pelotudo de renombre

que con los brazos en jarra

y sin que nada lo asombre

se convirtió en la chatarra

del, hasta entonces, su hombre.


Gran amante del atún,

gran inversor en sus latas,

cubierto fue de betún

de la cabeza a las patas.

Karina guiñó y cataplún:

Marra quedó en alpargatas.


Hoy el pibe se achaparra,

jura y perjura lealtad.

Chilla como una chicharra:

- ¡Yo estoy por la libertad!

Todo en vano, viejo Marra,

te ahogaste en tu oquedad.


31 de enero de 2025



martes, 28 de enero de 2025

El hallazgo de un libro olvidado

Desde hace unos días busco en vano en mi biblioteca un libro con el que deseaba reencontrarme. No lo he encontrado. Pero hallé, en un lugar que no le correspondía -algo parecido debe haber sucedido con mi libro fugitivo-, otro que me significó una hermosa sorpresa.


Ramón Prieto
                    Marcos Merchensky                                                       Ramón Prieto

Penúltima Palabra (1989) es un pequeño libro de poemas de Luis Alberto Murray, aquel nacionalista trosko-chestertoniano que fuera compañero de colegio, y de expulsión del mismo, y amigo de toda la vida de Jorge Abelardo Ramos y autor de dos obras históricas imprescindibles: Pro y contra de Alberdi (1960) y Pro y contra de Sarmiento (1972).

La mayor sorpresa fue descubrir -no digo recordar, porque estaba totalmente borrado de mi memoria- que el librito esta dedicado y autografiado por Luis Alberto.

La poesía de Murray está notoriamente determinada por su radical catolicismo, por su admiración por el siglo de oro español y su vibrante pasión argentina. Prácticamente no hay poema que no evoque y convoque a construirla, como en el poema Abanderado, dedicado a su nieto que acaba de izar la bandera en el acto del 9 de Julio:

“Señor: por los colores de cielo de la Enseña;

por lo que dicta el Himno, promisión y mandato;

por las manos fraternas que el Escudo ennoblecen,

tenga Patria este niño, porque quiera tenerla

firmemente,

y la deje más grande en su interior;

más bella por altiva y generosa

de la que sus mayores dejaremos;

acaso sin vergüenza,

pero también, ¿sin gloria?”

Pero de todos los hermosos poemas que el pequeño tomo encierra hay uno que llamó mi atención por su milagrosa actualidad. El poema esta dedicado “A la muy querida memoria de Ramón Prieto y Marcos Merchensky”. Pocos recuerdan hoy quienes fueron Prieto y Merchensky.

Ramón Prieto mismo se ha presentado así: “escritor y político argentino, nació en Ciudad Rodrigo, provincia de Salamanca, España en 1902 y llegó a Buenos Aires dos años después. Miembro de una familia de militares (su padre lucho en Filipinas, su abuelo en la guerra de Cuba), a los 20 años fue periodista en “La Protesta” y en 1925 se incorporó a la célebre Columna Prestes en la Guerra Civil del Brasil. Entre 1937 y 1939, luchó en España, primero en la 100º Brigada del Vº Cuerpo de Ejército de Lister y luego en la XIIº Brigada, como Comisario”. Participó de la famosa batalla del Ebro, donde fue herido en la cabeza. Terminó en un campo de concentración en Francia, de donde lo rescata Pablo Neruda, a la sazón cónsul honorario de Chile en Francia. Éste logra embarcar a Prieto y unos 170 españoles más en un paquebote con destino a Buenos Aires. Al llegar, la prédica de Natalio Botana, desde Crítica, logra que la mayoría de los refugiados puedan instalarse en Buenos Aires, entre ellos Ramón Prieto. Rápidamente se vincula a la, en ese momento, floreciente industria editorial y después del 17 de Octubre se vincula al peronismo. Forma parte esencial de los cuadros intelectuales del gobierno e integra la redacción con cargos de responsabilidad del diario Democracia. Más adelante se vincula a Cooke y será uno de los responsables periodísticos y políticos del semanario De Frente, la primer revista argentina que adopta el formato de la revista Time: tamaño A4 y tres columnas por página.

En 1958, con el Pacto Perón-Frondizi, en el que Prieto fue activo operador, el viejo miliciano republicano se convierte en uno de los intelectuales que rodean al antiguo radical correntino y, especialmente, a Rogelio Frigerio, el antiguo comunista convertido en ideólogo de algo que comenzó a llamarse desarrollismo.

Marcos Merchensky fue un indelectual y político iniciado, en su juventud, en el socialismo y como tal llegó a ser Secretario General de la FUA, en 1943. De activa oposición al golpe de estado de 1943, Merchensky pasó un tiempo en la cárcel. Un par de años después comienza su actividad periodística en La Razón y, posteriormente, en la revista Qué y en Clarín.

En 1952 entra en crisis con el acérrimo antiperonismo de la dirección del Partido Socialista y es expulsado. Caído el gobierno de Perón, Merchensky vuelve a la revista Qué, ya a cargo de Rogelio Frigerio y, a partir de ahí, forma parte, junto con Prieto, Isidro Ódena, Emilio Perina y otros, de lo que se conoció como “la usina desarrollista”. En 1973 fue diputado nacional por el FreJuLi, en representación del MID.

A estos dos políticos dedica Murray su poema cuyos versos, como podrán ver, tienen mucho que ver, justamente, con la concepción desarrollista. A los grandes objetivos productivistas del desarrollismo, Murray les agrega, como necesarios, una visión humanizante y social. Los invito a leer a mi querido amigo, el indoblegable irlandés Luis Alberto Murray:


SOBRE ALGUNOS ASPECTOS CARISMATICOS

DEL DESARROLLO SOSTENIDO Y AUTONOMO

A la muy querida memoria de

Ramón Prieto y Marcos Merchensky.

No hay viento de verdad sin barrilete,

ni jazmín, en rigor, sin luz de luna.

El mar no delibera, ni gobierna,

sino por intermedio de la espuma.


Téngase en cuenta, en la cuestión del trigo,

con qué frecuencia surge la amapola,

y que los trenes rinden más, si lucen

nombres, no cifras, las locomotoras.



Ninguna nave flota si no cuenta

con el previo permiso del albatros,

ni en orden un avión despega o baja

sin que la Cruz del Sur le preste amparo.



Pues ha de florecer la siderurgia,

lingote alguno salga sin su rosa.

Duro, negro petróleo: ten presente

que fuiste blanco hueso, y tiernas hojas.



Y bien: como se sabe que la usina

requiere el canto isócrono del grillo,

con zambas, chacareras y triunfos

se vea nuestro uranio enriquecido.



Juegue el niño del Norte con las dulces,

esbeltas fibras de la celulosa.

Cese el subdesarrollo con un beso

en la mejilla de la Soda Solvay.



Lave el llanto, mordiente insuperable,

lo que tienen los números de sucio,

y, ya sin más dolor, pueda el trabajo

curar su llaga del valor injusto.



Grabad en los informes un "Te quiero";

un corazón y su condigna flecha.

En el ítem Amor, es prioritario

igualar la demanda con la oferta.



Colme Dios a la tierra y a la patria

de pingües dones, de soberanía.

Esta tierra fecunda, nuestra madre.

Esta patria difícil, nuestra hija.


28 de enero de 2025 

domingo, 26 de enero de 2025

Mi encuentro con Olof Lagerkrantz


En 1979 se publicó en Suecia la biografía de August Strindberg escrita por Olof Lagerkrantz. El libro se llamaba simplemente August Strindberg. Fue, de inmediato, un éxito de ventas.

El autor era muy conocido por sus permanentes columnas de crítica literaria y, en general, crítica cultural y había sido secretario de redacción del diario Dagens Nyheter, el matutino de mayor circulación del país, una especie del Clarín en su mejor momento. Era, además, un miembro de la aristocracia, con un padre presidente de un banco y una madre condesa, cuyos orígenes familiares se remontan a las andanzas de la Orden Teutónica en Estonia. Su abuela era pariente, por ende, de Piotr Nikoláievich Wrangel, el Barón Negro, comandante del Ejército del Cáucaso en 1919 y jefe del contrarrevolucionario Movimiento Blanco en Ucrania durante el período final de la Guerra Civil Rusa.

La personalidad de Augusto Strindberg había despertado mi interés a poco de tener un conocimiento más o menos digno del idioma sueco y estudiando su literatura, por la importancia que el autor tenía en la cultura de su país. Sus libros eran, por así decir, de lectura obligatoria para quienes querían internarse en la literatura sueca. El Cuarto Rojo, su primera novela, tiene el lugar que en nuestra literatura podría ocupar La Maestra Normal o Nacha Regules, el de ser considerada como la primera novela moderna. Su drama La Señorita Julia sigue siendo, pese al tiempo transcurrido -fue escrita en 1888- una de las obras más influyentes en el teatro del siglo XX. De alguna manera, Eugene O'Neill, Tennessee Williams, Arthur Miller o Edward Albee, o Carlos Gorostiza o Roberto Cossa, en nuestro país, son herederos de esa obra.

Compré la biografía y la leí de corrido en un par de días. Me pareció fascinante. Strindberg, es necesario agregar, era un tipo por demás raro, rayano, en algunos momentos de su vida, en la más declarada esquizofrenia. Al contrario de su contemporáneo y vecino, veinte años mayor que él, Henrik Ibsen, Strindberg tenía una oscura mirada misógina sobre la mujer, además de una niñez signada por una tortuosa relación entre sus padres. De las muchas anécdotas de su vida, de las que da cuenta la biografía de Lagerkrantz, hay una que no he podido olvidar.

Parece que en algún momento de sus treinta años, cuando ya su nombre, después de la aparición de El Cuarto Rojo, comenzaba a ser conocido, alguien echó a rodar el chisme de que Strindberg era impotente, no tenía erección. Para un tipo de sus características emocionales esto era un palo en la nuca. ¿Qué hizo entonces? Se presentó ante un escribano público y le solicitó que se tomara acta de lo siguiente: el largo de su pene en estado de flaccidez; luego, junto con el notario, la concurrencia a un prostíbulo, donde una profesional realizaría lo necesario para que su pene adquiriera el estado que sus detractores decían que no alcanzaba; una vez alcanzado ese discutido estado, el notario procedería a medir su pene y poner todo ello en un acta que, con su firma, daría fe pública a lo allí escrito.

El procedimiento solicitado se realizó y Strindberg pudo exhibir a sus detractores su capacidad peneana con una escritura pública. Por esta razón, además, es que sabemos con toda certeza el tamaño del pene de Strindberg en situación de descanso y presto al placer o al trabajo, como se prefiera.

La lectura del libro me resultó tan impactante que me dieron ganas de traducirlo al español, pensando, por otra parte, que sería un buen reintegro económico a mis esfuerzos por aprender aquel idioma. De modo que me puse en contacto con Olof Lagerkrantz. Le escribí una carta al Dagens Nyheter, donde colaboraba asiduamente. Me presentaba, le hablaba del libro y de la escasa biografía en español sobre Strindberg y de mi deseo de traducirlo.

A todo esto y para poder mostrar lo que estaba en condiciones de hacer, traduje por mi cuenta todo un capítulo.

Sorprendentemente, unos días después, recibo en mi casa una llamada telefónica de Olof Lagerkrantz. Con un muy agradable tono y con una exquisita pronunciación high class -en todos los idiomas las clases altas pronuncian de un modo particular, al igual que los sectores populares-, me invita a encontrarnos a tomar un café o una cerveza en Kungsträdgården, junto a la Ópera, en el centro de Estocolmo. Ya estábamos en el año 1980.

Unos días después me encontré con Olof Lagerkrantz. 

Era una situación extraña. Yo era un inmigrante latinoamericano de 32 años, que vivía en los suburbios del Gran Estocolmo, y que hablaba muy bien el sueco, pero con una fuerte pronunciación extranjera -el sueco tiene un sistema fonético que es muy difícil de adquirir de adulto-. Él era un reconocidísimo periodista, escritor y crítico literario de 68 años, cuyas raíces familiares en Escandinavia se remontaban al siglo XIV. 

Pero, debo decir, Olof Lagerkrantz -su apellido quiere decir Corona de Laurel- era un verdadero caballero. Charlamos alrededor de una hora, sobre diversos temas. Sobre todo estaba interesado en mi carácter de exilado político y en la situación general suramericana. Se interesó sobre cómo había aprendido a hablar el sueco, elogiando mi léxico y pronunciación. Hablamos sobre Strindberg y su biografía. Le entregué mi traducción de uno de sus capítulos. Le expliqué mi idea de traducirlo. Se manifestó relativamente interesado y pasamos a hablar de literatura latinoamericana. García Márquez aún no había recibido el Nóbel, ya que ello ocurrió en diciembre de 1982. Hablamos de Augusto Roa Bastos, que en esos días había visitado Estocolmo, de Vargas Llosa, de Cabrera Infante, de Octavio Paz y, obviamente, de Borges. Él estaba interesado en mi opinión sobre esos autores, o por lo menos era lo que intentaba manifestar. Y obviamente yo di rienda suelta a mi afán de alardear sobre mis conocimientos literarios.

En algún momento llegamos a Gabriel García Márquez y a lo que por acá se dio en llamar el “realismo mágico”. Cambiamos algunas ideas sobre eso hasta que Lagerkrantz me dice, no sin una sonrisa:

– A mi me parece que todo eso del realismo mágico y su importancia está un poco exagerado. No es para tanto. Creo que hay una gran operación de prensa alrededor de eso. Pero, bueno, son opiniones.

Quedé un tanto estupefacto, pero consideré que no era momento, ni había muchas razones, para ponerme a discutir eso con quien era, más o menos, el mandarín cultural de la Suecia socialdemócrata.

Nos despedimos muy cordialmente. Lagerkrantz era un hombre elegante, sencillo y atento. Establecía de inmediato una gran cercanía y confianza, es decir no ponía distancia de ningún tipo con su interlocutor. Por otra parte, pese a su origen social, Lagerkrantz se opuso a la guerra de Vietnam y apoyó abiertamente al Vietcong. Consideraba que la visión occidental sobre la política internacional sufría de "la dominación occidental sobre las noticias".

Unas semanas después recibí otra llamada de Lagerkrantz. Me contó que había hablado con su agente literario y que, hasta ese momento, no había interés en publicar su obra en español. Me agradeció el contacto y la charla y nunca más supe de él.
Busco en internet y no encuentro que su biografía de August Strindberg haya sido publicada en España.

Olof Lagerkrantz falleció en 2002, a los 91 años de edad.

Su hijo David Lagerkrantz es también un estimado escritor y ha sido quien terminó de escribir la saga de Millenium que comenzara el escritor Stieg Larsson, quien falleciera antes de conocer el éxito mundial de su obra.

26 de enero de 2025.


viernes, 20 de diciembre de 2024

Una generación

In memoriam a Héctor Recalde


Nacimos cuando la más horrible guerra llegaba a su fin,

cuando una ola de cópulas postergadas

repobló un mundo devastado,

cuando los ingleses se replegaban del Río de la Plata,

cuando las reses vendidas en Smithfield

se convertían en chimeneas, hiladoras y telares mecánicos.

En los años en que las cosas comenzaron

a volverse argentinas.

Los ferrocarriles, los barcos, los teléfonos, los casimires,

los manteles, los carreteles de hilos y las heladeras

se volvieron argentinas.

Y los trabajadores, los empleados de comercio,

las cocineras y las sirvientas,

los peones, los albañiles

y hasta los militares

se volvieron peronistas.

Nacimos cuando el país en el que nacimos

se volvió a dividir encarnizadamente.

Perón y Evita sonaba dulcemente

en las orillas, en las fábricas,

en los cañaverales y en la matera de las estancias.

El degenerado y la yegua sonaba odiosamente

en las mansiones,

en los nuevos chalets californianos,

en los estudios jurídicos, en los directorios,

en la Sociedad Rural.

Aprendimos a leer con El Alma Tutelar.

Y todas las noches escuchábamos

la radio que anunciaba:

“Son las ocho y veinticinco,

hora en la que Eva Perón

entró en la inmortalidad”.

Y un día nos dijeron que había que arrancar

esa página inicial e infamante de los libros

con la imagen del tirano prófugo.

Nuestros padres arrancaron gozosos

las páginas coloreadas con un Perón de cincuenta años

y una Evita joven para siempre

y su vestido evanescente.

Vimos, oímos, supimos, nos enteramos

que aviones argentinos, con pilotos argentinos,

habían ametrallado a argentinos de a pie,

que los habían matado, destrozado, amputado.

Y vimos

-yo lo vi personalmente-

que muchos aplaudían la masacre,

que solo lamentaban que en la cuenta de las víctimas

no estaba el degenerado,

el monstruo,

el engendro,

el que te dije,

Perón.

Y crecimos en un país sin elecciones,

con un tirano depuesto y proscripto.

Y vimos como el tango,

que había inundado las radios y los fonógrafos,

se iba apagando,

ya no estaba El Glostora Tango Club,

y en los bailes de carnaval

ya no estaban esas orquestas

de cuatro bandoneones,

cuatro violines,

un piano,

un contrabajo

y un cantor de traje oscuro y blanca camisa.

Pero nos llegó un cantor muy joven,

de patillas, pelo revuelto y labios carnosos

que cantaba en inglés

y rogaba que no le pisaran

sus zapatos de gamuza azul.

Aprendimos que eso era rock and roll.

Fuimos los primeros

que escuchamos Love Me Do.

Nuestras chicas usaban

conjuntos de banlon y “chatitas”,

botas y minifaldas.

Un día resolvieron abandonar

el portasenos, el sujetador, el brassier, el corpiño.

Los pechos de nuestras chicas

saltaban debajo de la remera.

Adoptamos un pantalón de trabajo

que inventaran dos sastres judíos en California

y durante un tiempo los llamamos Far West.

Íbamos a asaltos,

nos abrazamos, ávidos y pudorosos, con Ray Conniff.

Y aprendimos a tocar la guitarra

para cantar Zamba de la Candelaria

en fogones reales o supuestos.

De Literatura de cuarto año

descubrimos a Lorca y sus Heredias y Camborios,

platónicos gitanos que pedían ser recitados.

Cuando aún no habíamos terminado la secundaria

pasó algo que, por misteriosas razones,

signó sus vidas:

unos barbudos habían entrado en La Habana

para echar a un tirano que,

según los diarios y nuestros padres,

era como Perón.

Y un día descubrimos, por las nuestras,

a un negro cubano

que escribía sones críticos y musicales,

que por primera vez nos hacía evidente

que el mundo no era tan perfecto como parecía.

En mesas de cafés pueblerinos,

en bares de extramuros o del centro,

en los pueblos y en las capitales,

descubrimos el mundo de las palabras mágicas,

los textos que iluminaban,

los libros que superaban por lejos

la fantasía de El Tony o de Fantasía

o de la colección Robin Hood.

Y cuando llegamos a la libreta marrón

que habían llamado papeleta,

y que nos permitía, entre otras cosas,

votar, elegir al presidente, a los diputados,

al gobernador, al intendente,

muchos descubrimos que podíamos

hacer las otras cosas,

pero no votar.

Muchos ya lo habían descubierto cuando sus padres

les dijeron que no dijesen las palabras prohibidas,

que no podían decir Perón o Evita.

Descubrimos que cuando, en la radio,

sonaba la marcha Ituzaingo o Avenida de las Camelias,

esa libreta marrón carecía de todo otro valor

que no fuese ser incorporado a marchar

al ritmo de sus marciales acordes.

Y fue ahí que empezamos a existir de otra manera.

Junto con Zamba de mi Esperanza, cantada interminablemente,

descubrimos al Gallo Negro y al Gallo Rojo

de una guerra vieja, pero que seguía cantando.

Y empezaron a aparecer los libros y los autores.

Pasamos de Salgari a Herman Hesse,

de Rockwell y Louisa Alcott a Proust y Huxley.

En los diarios nos contaba de una guerra lejana,

en Indochina, decían, y para nosotros era un misterio.

Arrojaban bombas de fuego y quemaban niños

y los norteamericanos ya no nos parecían lo mismo

que cuando leíamos las memorias

de William F. Cody, ese cazador de búfalos

y dueño de un circo.

Y aquellos barbudos que habían echado

a un tirano como Perón

ya no eran tan elogiados por los diarios.

Y había un argentino entre ellos

cuyo nombre ya comenzaba a electrizarnos,

sin saber muy bien por qué.

Un Papa gordo y con fama de bueno

había llamado a una reunión

de obispos y cardenales.

Concilio lo llamaron y nos contaron

que hacía 90 años que no ocurría algo así.

La palabra aggiornamento conmovía

los ambientes católicos,

pacatos y conservadores como eran.

Y todo ese torrente de historia,

de acontecimientos, de libros y lecturas,

de barbudos y guerrilleros,

de golpes de estado y militares bigotudos,

de elecciones anuladas y de presidentes asesinados,

de Marilyn, de Morir en Madrid y de Ingmar Bergman,

se condensó en Perón Vuelve,

Patria sí, Colonia no,

Por un Gobierno Obrero y Popular,

Se siente, se siente

Perón, Perón

o Muerte,

lucha armada o insurrección popular,

socialismo nacional,

que estalló en Córdoba en 1969,

cuando empezamos a actuar

los que nacimos cuando la más horrible guerra

llegaba a su fin.

Vivimos los tiempos más revueltos

del siglo XX.

Pusimos a los trabajadores

como sujetos, centro y destino,

de toda la política.

Logramos el regreso del proscripto,

del esperado, el anhelado.

Escribimos, después de haber leído tanto,

Discutimos, discutimos y volvimos a discutir.

Cada asamblea,

en las universidades o en las fábricas,

eran apasionadas discusiones.

Llenamos hojas mimeografiadas,

periódicos impresos en viejas cabrentas,

conocimos las linotipos, las tituleras,

las planas y las rotativas,

solamente para cambiar la Argentina.

Acompañamos, poco después,

al antiguo proscripto,

al que la muerte le dio un golpe de estado.

Defendimos lo que quedaba

de voluntad popular

hasta que, una horrible noche,

se descargó la noche, la metralla,

el falcon verde, la picana,

la desaparición y la muerte clandestina.

Vivimos el exilio,

dentro o fuera de la patria.

Sin internet, sin whatsapp

el exilio era más intenso, más lejano.

Hicimos cola para hablar con Argentina

desde un teléfono público fallado

que permitía hacerlo

sin depositar las pesetas, las coronas o los francos.

Un día nos juntamos en Buenos Aires

y en París, en Ciudad México, en Madrid,

en Estocolmo, en Amsterdan y Copenhague,

para protestar contra los usurpadores,

contra los asesinos.

Y al día siguiente nos juntamos en Buenos Aires

y en París, en Ciudad México, en Madrid,

en Estocolmo, en Amsterdam y Copenhague,

para reivindicar que la Argentina

recuperaba las Islas Malvinas.

Y comenzamos a explicar,

en cada una de esas ciudades,

que nos habían recibido hospitalariamente,

que ante la agresión colonial,

que ante la provocación de Thatcher,

éramos patriotas, gobernase quien gobernase.

Después arreglaríamos las cuentas

con quien correspondiese.

Y lloramos la tristeza de la derrota.

Y empezamos a volver,

de afuera y de adentro

Y fuimos los protagonistas centrales

de un ejercicio largamente postergado,

entrar a un cuarto llamado oscuro,

elegir un papel impreso de entre muchos otros,

ponerlo en un sobre

y luego en una caja de cartón sellada.

Por primera vez la libreta marrón

tenía un uso desconocido hasta entonces:

votar y elegir presidente.

Ya teníamos hijos e hijas que iban a la escuela,

ya habíamos pasado los treinta años

y ya teníamos un pasado

con el que volver a construir

el viejo paraíso del que nos habían expulsado.

Y no fue fácil,

si es que era posible.

Muchos se ilusionaron con

la arcaica retórica

de un viejo boticario de provincia.

Muchos lo enfrentaron

con las viejas palabras

anteriores a la noche terrorífica.

Vimos cómo los mismos intereses,

que pugnaban tras el terror,

se consolidaban

tras un palíndromo.

Volvimos a poner muertos y palabras,

con viejas consignas que,

de pronto,

se hicieron multitudes.

Y nos volvimos a encender,

como en los viejos tiempos,

con nuevos caudillos,

con nuevas mujeres, ahora jefas,

con nuevas muchedumbres

que desplegaban,

como en nuestros mejores sueños,

una Patria Grande como nunca.

Y nosotros,

que impulsados por una idea de la historia

que era el pleno despliegue del hombre

de la necesidad a la felicidad,

nos habíamos lanzado a realizarla,

nos encontramos viviendo el infierno

de una historia cíclica

en hélices descendentes.

Nos queda, eso sí,

la esperanza en el futuro,

en que los mandatos históricos

son, por fin, cumplidos.

Hemos sido una generación

que quiso,

pero no pudo o no supo,

hacer una revolución.

Y, como en las murgas montevideanas,

cantamos una retirada

que sintetiza lo vivido

y pone un mandato

a lo por vivir.


Uno por uno se van

despidiendo los murgueros.

El siguiente Carnaval

nos tendrá como estandarte.

Algunos nos llorarán,

otros serán más austeros.

Todos se van, al final,

con la música a otra parte.

Buenos Aires, 20 de diciembre de 2024

domingo, 15 de diciembre de 2024

El Aleph de los lasallanos

Ayer tuve oportunidad de conocer un riquísimo proyecto estético y de contenido histórico. Mi nieto Gaspar me había comentado, semanas atrás, sobre un extenso y aún no terminado mural, en el Instituto La Salle de Florida, en el municipio de Olivos. La institución es hermana mayor del Colegio Lasalle de la ciudad de Buenos Aires y fue fundado en 1925 como un seminario para los Hermanos de las Escuelas Cristianas, tal como se llama la orden religiosa no sacerdotal creada por el francés Juan Bautista de Lasalle alrededor de 1680. Gaspar me invitó a conocerlo y tener una visita guiada por su creador, el artista plástico Mauro Buscemi.

Allí llegué, a Panamericana e Hipólito Yrigoyen, después de largo viaje con el 15, y tuve la grata sorpresa de que, además de mi nieto, su mujer Nuria, mi nieta Violeta y algunos amigos, también había sido invitada la compañera y amiga Felisa Miceli, a quien hacía tiempo que no veía.

Mi espíritu al entrar a la característica arquitectura de los colegios religiosos no es el óptimo. La primaria y la secundaria en el Colegio San José de Tandil, sus alumnos pupilos, sus maestros religiosos de sotana, el ancho cíngulo, como una faja, alrededor de unas cinturas con prominente abdomen, el baberito ese que usaban en el cuello, el olor a transpiración vieja son los primeros recuerdos que me aparecen, junto con una adolescente rebeldía a todo lo que de ahí pueda salir.

Pero los tiempos han cambiado, Julio, me dije. E inicie el recorrido con el mejor de los ánimos.

Y, debo reconocerlo, valió la pena tanto el viaje hasta Florida, como la larga caminata de dos horas por las galerías del colegio.

A iniciativa, como mencioné, de Mauro Buscemi, las amplias y extensas paredes de esas galerías han sido pintadas con figuras y hechos históricos, siguiendo una perfecta secuencia entre la historia europea y la argentina y latinoamericana. El pintor contó con la autorización, el beneplácito, la colaboración y la discusión histórica del Hermano Santiago Rodríguez Mancini y el Licenciado Carlos Díaz, ambos autoridades responsables del colegio. Santiago Rodríguez Mancini, por esas coincidencias de la vida, es hijo de Jorge Rodríguez Mancini, quien fuera mi profesor de Economía Política y Política Económica en la Facultad de Derecho de la UCA, allá por el año 1967 o 68. Era uno de los pocos profesores no liberales de la facultad, en la que enseñaban, entre otros, Alberto Rodríguez Varela, Luis María De Pablo Pardo, Luis Cabral, Santiago de Estrada o el insigne Fernando de la Rúa. En los pasillos se comentaba entonces que era medio peronista.

La tarea comenzó en 2012 y aún no se encuentra terminada o, mejor dicho, es motivo de permanentes precisiones. Se inicia en 1776 y finaliza, por propia decisión, con la caída del Muro de Berlín. La idea es que lo posterior no es aún historia, es contemporaneidad y continúa escribiéndose.



El resultado no puede ser más maravilloso, exhaustivo y riguroso. Quien haya leído a Hobswaum, a Jim Thompson o a Edward Hallett Carr se sentirá interpretado y quien haya sido alcanzado por las páginas de José María Rosa, José Luis Busaniche o Jorge Abelardo Ramos no podrá sino aplaudir la brillante ilustración de la historia argentina y de la región. La obra intenta, como el Aleph de Borges en una escala menor, poner ante el espectador lo qué ocurrió en determinado momento y aún incide sobre nosotros. Los autores, Mauro, Santiago y Carlos, deben haberse preguntado, como lo hizo Borges acostado en el sótano de la calle Garay: “¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?” Tan ambiciosa como esto es la obra propuesta y realizada. Ahí estaba la Revolución Francesa, que profanó la tumba de Lasalle, contada sin sectarismos. Ahí estaba representada la Libertad de Delacroix con su pecho desnudo, ahí había santos y científicos, revolucionarios y hombres de estado, el industrialismo, con su sobreexplotación y su progreso, la lucha de las mujeres y de los negros, la rebelión de los homosexuales en Stonewall, el campeonato mundial, los desaparecidos y hasta un Maradona diestro, pisando la pelota con su pie derecho, algo que nunca existió.

El recorrido resultó fascinante. Me quedó con el autor una deuda. En uno de los frisos, vinculado a la Guerra Civil Española, se ven sillas que vuelan desde un bar llamado Iberia, en una esquina, hasta el bar sin nombre de la esquina de enfrente. Me comprometí a encontrar el nombre de ese bar que servía de punto de reunión de los españoles franquistas que se tiraban sillazos con los españoles republicanos en el Buenos Aires de 1936.



Como decía, los tiempos han cambiado, Julio. Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río, ni visitamos el mismo colegio religioso.

Con Felisa comentábamos la quijotesca locura de Mauro Buscemi y de los religiosos que lograron este pequeño aleph en el conurbano porteño.