jueves, 26 de diciembre de 2019

Los Dos Papas, un duelo entre dos mundos





Acabo de ver Los Dos Papas. Es una muy buena película. Pero partamos de que es una película. Es decir, no es un documental, un ensayo o un libro de historia, sino una obra de ficción.
Antes que nada y desde una perspectiva exclusivamente artística es una especie de desafío actoral entre dos enormes intérpretes, como son Anthony Hopkins y Jonathan Pryce.
La película podría ser tranquilamente una obra teatral, un duelo ideológico, humano y religioso entre dos personalidades muy distintas, entre dos figuras que representan dos visiones del mundo, una europea y la otra latinoamericana.
¿Hay inexactitudes históricas? Sí, varias. Pero, personalmente, creo que no inciden en el balance claramente positivo que el filme genera en un espectador argentino.
La trascendencia política y religiosa de nuestro compatriota Jorge Bergoglio, el papel que ha decidido jugar en el mundo contemporáneo y la crisis en que se encontraba -y quizás aún se encuentra- la Iglesia están claramente descriptas en la película que está dirigida al gran público.
Es una película obviamente apologética y está bien que así lo sea. El director Fernando Meirelles, un brasileño, es decir, un hombre del país que contribuyó decididamente a poner al padre Jorge en el sillón de San Pedro, ha logrado un excelente filme, bello, con diálogos notables por su agudeza, inteligencia y sentido del humor y donde, obviamente, las bellezas de Roma y del Vaticano dan grandiosidad al drama histórico que ahí se desarrolla.
Y, para terminar, es una película para que lo argentinos nos sintamos orgullosos, cosa que en general es bastante fácil, pero que con los huracanes que ha desatado el padre Jorge se ha dificultado.
"Que Dios les perdone lo que acaban de hacer" dice el cardenal en el momento en que el Colegio Cardenalicio lo unge obispo de Roma. Que Dios nos perdone a los argentinos por no dimensionar la trascendencia de este compatriota, dice este redomado no creyente.
Buenos Aires 26 de diciembre de 2019

martes, 24 de diciembre de 2019

Pregunta


¿Acaso soy todos estos libros que me rodean?
¿Soy tan solo estos recuerdos?
¿Soy este caballito de Dalecarlia
y este mate misionero que me acompañan
en la biblioteca junto a las obras completas de Borges
y los cinco tomos de Jorge Abelardo Ramos?
O quizás soy acaso los kilómetros de películas
que se enrollan en mi memoria,
desde el atardecer en que vi La Fuente de la Doncella,
hasta la noche en que una mujer que amé
expuso el huracán de su alma insomne,
cuyo rigor había conocido,
en veinticuatro fotogramas por segundo.
La pregunta que esta noche me asalta es
si soy esa imagen de Lenin,
comprada en Varsovia,
o esa fotografía de Perón que me sonríe
desde la biblioteca,
mientras Marechal chupa siempre de su pipa
y Discépolo me recuerda que alguna vez lo merecí.
Sé que soy otra cosa que este malón de objetos.
Sé que soy otra cosa que esta pregunta
obsesiva y permanente sobre nuestro destino.
Sé que he sido feliz, sé que he sido valiente.
Sé que enfrenté la vida con alegría y coraje.
Esos libros y esas pequeñas huellas de una vida,
esas imágenes y esos talismanes de la memoria
solo intentan convertir en objetos permanentes
la fútil, la vana, la evanescente huella
de un pie sobre la arena.

Buenos Aires, 24 de diciembre de 2019

sábado, 21 de diciembre de 2019

La Forma de las Horas o la angustia de la mujer

La imagen puede contener: una o varias personas y texto

La Forma de las Horas, la última película de Paula de Luque, no es fácil.
Una pareja se va a separar para siempre, para no volverse a ver. La casa donde ambos fueron, quizás, felices se va entregar a un nuevo dueño y Ana, la protagonista, escribe y borra y vuelve a escribir un texto que, quizás, relata la historia de una pareja que se va a separar para siempre, para no volverse a ver.
Y la memoria de la escritora Ana -y la memoria de la protagonista Ana- vive, revive, revuelve y vuelve obsesiva y reiterativamente a esos momentos en que, quizás, pudieron ser felices o se desencontraron o se dijeron un chiste que hizo reir a ambos o confesaron sus debilidades y sus traiciones. Los recuerdos o la sensación de un recuerdo, la posibilidad de que haya sido de otra forma, de que en algún momento se tomara un camino distinto que no llevara a este final es el material de la película, el material con el que trabaja la escritora y el material del desasosiego, la inquietud, la angustia y la melancolía de Ana que se expanden sobre un paisaje bello, ventoso, acongojante y solitario.
La Forma de las Horas es una película bella, angustiante y total y exclusivamente femenina. El sufrimiento, el tormento espiritual, el volver y revolver sobre un presente que ya es pasado y quizás nunca logró tornarse futuro que vive Ana solo puede ser vivido por una mujer. Paula de Luque hace en esta película una introspección en el alma de una mujer que termina con su pasado, con quien fuera su hombre y con la que fuera su casa, como si se internara en su propia alma. Una mujer, un fantasma, un recuerdo, alguien que quizás ya no sea baila bajo los álamos y acompaña a Ana en su infinita y casi ontológica desazón.
Julieta Díaz y Jean Pierre Noher interpretan la pareja que alguna vez fue y ha dejado, quizás, de serlo y Paula Robles pone el cuerpo a esa danza que, quizás, sea la última. Julieta Díaz lo hace con la precisión y maestría de siempre. Jean Pierre Noher supera con solvencia y experiencia el desafío.
El color desvaído, apastelado de la fotografía le da a la película algo como la inconsistencia de la memoria, la fragilidad del alma femenina.
La Forma de las Horas no es fácil. Pero verla es meterse en el laberinto de la sensibilidad de una mujer y salir airoso del intento.
Buenos Aires, 21 de diciembre de 2019

sábado, 14 de diciembre de 2019

Escribir en el Aire o dar vida a los sueños



Vengo de la Sala Lugones y de cenar en una mesa de amigos y amigas. 
Estuve en el estreno de Escribir en el Aire, la segunda película que Paula de Luque estrena en este fin de año.
He visto una película deslumbrante, apabullante por lo bella, estoy tentado de escribir genial.
Es un homenaje, rendición de cuentas, abrazo y puesta en valor de un gran creador argentino, el bailarín y coreógrafo de larga trayectoria en la Argentina y de fama mundial, Oscar Araiz, un notable artista que se merecía un homenaje de esta talla estética y creativa.
Paula de Luque se inició, de pequeña, en el mundo de la danza en la escuela del Teatro Colón. Fue bailarina. En realidad, fue una gran bailarina de ese género que descolló en la segunda mitad del siglo XX, que es la Danza Contemporánea. Integró diversos grupos, entre ellos Nucleodanza, en los 80 y el Grupo de Danza Contemporánea del Teatro San Martín que dirigía, en los 90, Oscar Araiz. Esa fue su forja estética que volcó, posteriormente, a la realización cinematográfica.
Escribir en el Aire es una película que, a la vez que intenta introducirse en el sentido que para Oscar Araiz tiene esa evanescente y efímera belleza del movimiento y el espacio, en el mundo interior que esas formas expresan y materializan, logra situar la mirada del espectador en el centro mismo de la danza, en el escenario junto con el conjunto coreográfico, desplazándose en un primer plano con la primera bailarina, acompañarla en su interrelación con el resto de los bailarines y, de pronto, tomar la distancia que el creador, Oscar Araiz, necesita para ver el resultado de sus propuestas. Escribir en el Aire es una película sobre un coreógrafo y su obra visto y expresado por una de sus bailarinas, por otra creadora que conoce los códigos secretos y logra transmitirlos con un uso extraordinariamente libre de su instrumento, la cámara.
Wim Winders filmó hace unos diez años una notable película sobre la gran creadora de Wuppertal, Pina Bausch, la heredera coreográfica del expresionismo alemán. Escribir en el Aire es un filme que encuentra puntos de contacto con esa obra de Winders, en la medida en que se interna en el mundo de movimientos, emociones, convicciones y sueños que la danza convoca. Y también logra su propio herramienta expresiva incorporando al espectador no solo a los sueños dentro de otros sueños que menciona Oscar Araiz, sino a la energía del o de los intérpretes que dan vida a esos sueños.
Quedé estupefacto.
Paula de Luque ha logrado, una vez más, una película de una belleza que acongoja, que arrebata. Con la música maravillosa de la Consagración de la Primavera, con El Cisne del Carnaval de los Animales de Saint Saëns y la fascinante interpretación de los bailarines y bailarinas de Oscar Araiz, Escribir en el Aire es un homenaje deslumbrante a un gran creador argentino y al movimiento del que forma parte, junto con sus maestras Renatte Schottelius y Ana Itelman y su contemporánea Ana María Stekelman.
Paula de Luque ha logrado llevar al cine esa pugna entre el tiempo y el espacio que es la danza y que ha sido el desafío que ha signado la vida de Oscar Araiz
Buenos Aires, 14 de diciembre de 2019

sábado, 7 de diciembre de 2019

A la inmortalidad de un viejo amigo que por inmortal se ha ido
























Vivir como si fuéramos inmortales,
convencidos, hasta el último momento,
de que la inmortalidad se asegura
en la fugacidad de ese convencimiento.

Este pequeño gigante,
nacido en la tierra de los lobos marinos
que impresionó al propio Juan de Garay,
y que acaba de dejarnos,
me contó una noche de hace años que su padre,
heredero de viejas tradiciones socialistas,
le mostró -el pequeño gigante era un niño-
un retrato de un hombre serio, de barba blanca
y un extraño monóculo colgando sobre su negra solapa.

“Se llama Carlos Marx, Luisito”,
me contó que le había dicho.
“Fue un gran hombre y dedicó su vida
a luchar por los pobres y los explotados”,
y sus palabras, me dijo,
no se borraron jamás de su memoria.

La seriedad de su padre joven al decirlo,
el peso sacramental de esas palabras,
hicieron que Luisito, ya convencido de ser inmortal,
dedicase todo el tiempo que su inmortalidad le permitió
a ser fiel a un destino paterno que le dio sentido
a cada uno de los infinitos momentos
que conformaron su inmortal vida.

Luis Gargiulo no entró en la inmortalidad,
vivió y murió inmortalmente,
aún cuando la muerte tocase muy de cerca
la hermosa familia que armó en el medio de la pelea,
aún cuando la desazón y el fracaso fuesen el resultado
de dedicarle su vida a luchar
por los pobres y los explotados.

Y ahora que has entrado en la inmortalidad
de la memoria,
el recuerdo, la evocación y la historia
tu pequeña estatura de gigante desterrado
tu risa, tus dichos pampeanos,
tu ironía de dios sin religión ni liturgia,
se han hecho eternos,
tan eternos como la inmortalidad
con que enfrentaste la vida, la lucha
y la esperanza inmortal y tozuda
de que la vida solo vale
si estamos convencidos
que somos inmortales.

Luis Gargiulo vivió.
Esa fue su victoria.

Buenos Aires, 6 de diciembre de 2019