sábado, 19 de enero de 2019

Los esclavos que sostienen a Roma

Disiento totalmente con lo que escribió, por ejemplo Noriega sobre Roma. 
No es una mirada cariñosa sobre el personal doméstico. Es una mirada despiadada sobre la clase media mexicana, en cierto sentido peor que la clase media argentina, lo que ya es decir. No describe la curiosidad de dos clases sociales diferentes económica y culturalmente, conviviendo en el mismo espacio, como refiere aquel comentarista, sino que describe de qué manera el México blanco debe su existencia al México profundo, aborigen, que habla otro idioma, más antiguo en el lugar que el español. 
El cariño de los niños a la mucama india no se presenta, en el filme de Cuarón, como la melaza que endulza la situación de explotación, sino que prefigura la ley del amo y el esclavo que intentó describir Hegel. 

Y el guión y la puesta, los detalles mínimos de la película, la convierten en una obra de arte, que no se regodea ni pretende romantizar la explotación de esas mujeres, sino que, por el contrario, la pone en evidencia, sin convertirse en un panfleto, sino desde una perspectiva humana magistral. 
Por eso, me recuerda a Bergman, tan criticado por los suecos socialdemócratas por describir, dicen también edulcoradamente, la burguesía. 
La tarea del artista es, en mi humilde opinión, describir bella, certera, universalmente, el mundo en el que vive o ha vivido. Después vendremos, si podemos, los políticos a invitar a cambiar esa realidad, tarea en la que hemos sido bastante ineficaces.
Pocas películas han logrado un equilibrio semejante entre el contenido y la forma. Este filmada exquisitamente, pero ese refinamiento es necesario a la sutileza del contenido. La escena del hospital pertenece a la antología de la historia del cine, comparable al cochecito y las escaleras de la Perspectiva Nevsky de Einsenstein. Igualmente, el plano secuencia del mar cuando uno de los niños casi se ahoga y Cleo, la maravillosa protagonista, que no sabe nadar, lo salva. La burguesía blanquita mexicana debe su vida a esas indias bajitas y retaconas.
Cuando me muestren una secuencia mejor que la del hospital durante el parto de Cleo, o la del salvataje en el mar, o, simplemente, el toque irónico de la escena en la que la madre de los niños cuenta que va a separarse de su marido y padre de ellos, mientras atrás se celebra una fiesta de casamiento, diré que esa película es tan buena como Roma de Alfonso Cuarón, cuyas anteriores películas, sinceramente, no me gustaron.

domingo, 6 de enero de 2019

Llegaron ya, los Reyes y eran tres



Recibí de Aldo Duzdevich el vídeo de los Reyes Magos, con Los Fronterizos, Jaime Torres y Domingo Cura. Lo escuché y miré. Me produjo una honda vibración interna, una mezcla de orgullo, pena y angustia que me humedecieron los ojos. Quedé sorprendido por ese efecto. Inmediatamente se lo envié a algunos amigos como saludo del Día de Reyes y recibí de una querida amiga el siguiente comentario:
- Estoy llorando.
- Sí, es muy emocionante. Son todos jóvenes. Están lejos, en Alemania, le contesté
- Sobrecogedor, diría, fue su respuesta.
Lo subí a este muro y los comentarios que estoy recibiendo son, en su mayoría, muy parecidos al de mi amiga.¿Qué tiene ese vídeo que desata esa especie de congoja, de melancolía y, a la vez, de íntimo orgullo?
He estado toda la tarde pensando una respuesta.
Creo que hay varios elementos.
El primero, obviamente, es la belleza de la obra y su interpretación. Pero además ese sonido se vincula en la memoria a una lejana adolescencia, cuando apareció la excepcional Misa Criolla y Navidad Nuestra. Vivíamos aún el impulso industrial y obrero que el peronismo había impuesto al país y que la reacción oligárquica no había podido detener. Atravesábamos un momento en nuestra cultura en el cual el folklore del interior del país se había convertido en música de moda, moda que tenía en Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Los Cantores del Alba, Los Quilla Huasi y una incontable cantidad de extraordinarios intérpretes individuales su "star system", sus héroes y heroínas. Una moda que se manifestaba en la aparición de la guitarra en las ruedas adolescentes, en las que, quizás por primera vez en el país, las zambas, las chacareras, las guaranias, las chamarritas y las tonadas, la música de todo el país, se cantaba a lo largo y lo ancho del mismo. Y en donde una generación de "teen agers", como ya se había comenzado a decir, se preparaba para vivir horas tormentosas, dolorosas, brutales, descubriendo la historia patria, sus luchas y sus fracasos. Todo eso evoca esta canción.
Y no sólo eso. Esos hombres jóvenes, Jaime Torres, Gerardo López, Domingo Cura hoy están muertos y en el vídeo los vemos jóvenes, llenos de vida, alegres y orgullosos. Y Felix Luna y Ariel Ramírez también son ya muertos gloriosos y forman parte del acerbo cultural argentino. Somos conocidos en el mundo por esos hombres y su obra.
Y además se grabó lejos de Salta o de Jujuy o de San Juan o de Corrientes. Se grabó en Alemania, en una iglesia varias veces centenaria. Y es imposible dejar de pensar en las navidades, nevadas, alegres, pero lejanas y extrañas, de Suecia, donde rigurosamente escuchábamos cada 24 de diciembre el disco, el único disco, que habíamos llevado en nuestro equipaje al partir de un desangelado aeropuerto de Ezeiza en reconstrucción, con andamios y escombros, cuando nos fuimos. Y lo escuchábamos porque queríamos, muy concientemente, que nuestras hijas llevasen para siempre en su memoria que esa era nuestra música de Navidad. Que "Nu är det Jul igen" o "Heliga Natt" también las cantábamos con ellas, porque de esa manera agradecíamos al lugar y la gente que nos había dado cobijo, pero que nuestra Navidad era Navidad Nuestra.
Y el orgullo de saber que así ocurrió, que nuestras hijas vuelven a escuchar a estos muertos inolvidables, a estos ángeles criollos, morenos y alados de música junto con sus hijos.
Y el orgullo de sentir que el arrope, la miel y el poncho de alpaca real es el regalo que en esta parte del mundo se le hace a los dioses que tienen la costumbre de nacer, pobres como una araña, en un miserable pesebre.
No sé. Posiblemente sea eso.
Buenos Aires, 6 de enero de 2019