lunes, 20 de diciembre de 2021

Soneto a las elecciones chilenas



Las siniestras jornadas que recuerdo,

en una noche larga como esta,

se llenaban de luto por un pueblo

que al perder a su hombre, perdía su gesta.

El camino fue solitario y yermo.

Negras eran las noches y abyectas.

Un criminal régimen financiero

se impuso sobre tus veloces cuecas.

Cuarenta y ocho años de injusticia

terminaron esta noche gloriosa

con un pueblo feliz, muerto de risa.

Ya el futuro no es cosa de derrota,

este lunes anuncia una victoria:

la larga noche es sueño de palomas.

, Buenos Aires, 20 de diciembre de 2021

jueves, 18 de noviembre de 2021

Volvió la fiesta peronista



Tiene el mundo otra cara. Se acerca lo remoto

en una muchedumbre de bocas y de brazos.

Se ve la muerte como un mueble roto,

como una blanca silla hecha pedazos.

Miguel Hernández

Volvió la fiesta peronista y la Plaza del Cabildo volvió a ser lo que siempre fue y ha sido.

Pasaron dos años, los dos años más singulares, difíciles y complicados que hayan ocurrido en el mundo, posiblemente, jamás. Dos años en los que la totalidad del género humano, todos los hombres y mujeres que viven en este planeta, sin excepciones, vivieron bajo la amenaza de un virus que mataba boca abajo, entre estertores, ahogos, esófagos entubados e inútil bombeo de oxígeno. Ningún hombre o mujer había vivido una situación similar, cualquiera fuese su edad. La humanidad trabajadora se retiró de la producción, dejó de concurrir a talleres, fábricas, oficinas, galpones. Los trenes y camiones dejaron de llevar mercaderías de un lado al otro del planeta. Los aviones dejaron de cruzar los cielos de ambos hemisferios. Cayó verticalmente la producción mundial y, por ende, la generación de bienes y servicios, haciendo evidente, a su vez, que es la mano humana la única creadora de riqueza y no la parasitaria actividad financiera y bursátil, que, aún cuando nunca se detuvo, no pudo evitar ese derrumbe.

Hace dos años, el Frente de Todos ganó las elecciones, porque un conjunto mayoritario del país decidió que debía poner punto final a la destrucción de la economía nacional, que llevó a cabo, con la firmeza de un verdugo, el gobierno de Mauricio Macri, expresión del más puro capital financiero. Y en el momento mismo en que ese nuevo gobierno se disponía a gobernar, a restaurar la economía nacional, la producción y el trabajo argentinos, recuperar el valor del salario y, encima, arreglar la bomba de tiempo de la inaudita deuda con el Fondo Monetario Internacional, en ese momento, se disparó la peste negra del siglo XXI.

No es el objetivo de estas líneas analizar lo que el gobierno hizo e intentó hacer en ese contexto. Simplemente queríamos puntualizar que la pandemia, y la prudencia natural y el respeto por la propia vida y ajena, que caracteriza a las grandes mayorías, hizo que el movimiento nacional, el peronismo y sus aliados, cuya política siempre estuvo respaldada por la movilización popular, debió retirarse de las calles y las plazas. Cada uno de los hombres y mujeres del gran movimiento nacional era consciente de que esa retirada sanitaria de las plazas y las calles sería aprovechada por la oposición para debilitar al gobierno y al presidente Alberto Fernández. Pero también era consciente de que la salud pública, la vida de los argentinos era un bien superior que había que cuidar.

Y, entonces, la calle se llenó de gente extraña. Parecían esas marchas de zombies tambaleantes y enajenados, marchando por calles de ciudades devastadas, que las películas del género han hecho conocer en el cine y la televisión. En lugar de afirmar derechos, repudiaban el uso de barbijos. Pequeñas multitudes salidas de la soledad de la gran ciudad y su catálogo de solitarios delirantes, jóvenes trastornados con diversas interpretaciones paranoicas y conspirativas, pequeños fascistas impotentes con sueños de grandeza, ancianos cuya fuente de inspiración son los canales hegemónicos, mujeres a quienes la mezcla de clonazepam y Viviana Canosa producía visiones apocalípticas salieron, durante estos dos años, a las calles y plazas de Buenos Aires y de todo el país, denunciando su rechazo a las vacunas y la falta de ellas, la inexistencia del virus y la ausencia de medidas para contrarrestarlo, la ineptitud del gobierno en combatir la pandemia y su despótico mandato de usar barbijo y otras medidas preventivas.

La oposición política y social al gobierno del Frente de Todos, el capital financiero, los sectores agroexportadores, los grandes evasores y el sistema de medios privados hegemónicos sintió que el peronismo había perdido la calle, que ahora pertenecía a estas tribus delirantes. No hubo el menor temor al patetismo. Exhibieron bolsas mortuorias con nombres de políticos oficialistas, de Alberto y Cristina, en primer lugar. Armaron, dos veces, un ridículo monumento de piedras y ensuciaron los símbolos de las Madres alrededor de la Pirámide de Mayo. No dejaron provocación por realizar ni insulto a la convivencia democrática.

El gobierno, por su parte, intentó en varias oportunidades detener este desatino y llamó a la oposición a la cordura y a alguna forma de acuerdo mínimo. Todo fue en vano. Desde los canales más acérrimos, un remedo de periodismo paniaguado, a tanto el insulto, sostenía la provocación con mentiras, falsas noticias, exageraciones, burlas y agravios de todo tipo. Habían ganado la calle, no estaban dispuestos a retroceder ni un milímetro.

Bueno, ayer, esa extraña situación, esas marchas espectrales de consignas atrabiliarias, esa procesión de solitarios azorados, conducidos por figuras opositoras dispuestas a todo, han terminado.

El pueblo argentino de las grandes jornadas volvió a las calles, con la alegría de siempre, con sus bombos y redoblantes, con sus parrillas rebosantes de chorizos, preparados para el litúrgico choripán. Y viejos militantes, hombres y mujeres del Perón Vuelve, que cruzaron el Matanza para rodear al General, se encontraron con los jóvenes militantes, chicos y chicas de los barrios lejanos del Gran Buenos Aires y de los colegios secundarios de toda el área metropolitana. Señoras con aspecto de profesionales, se entreveraban con rotundas señoras que sostuvieron sus comedores en los dos años de plaga. Trabajadores con la pechera de sus sindicatos, encabezados por sus dirigentes se cruzaban con las caras criollas de las largas columnas de los movimientos sociales, con sus banderas y su esperanza.

Volvió la fiesta peronista, el presidente de la República estableció un diálogo con esos festejantes que, simbólicamente, volvían a reencontrarse con Perón después de su exilio -ese acto fundacional del 17 de octubre- y todo ha cambiado en la Patria.

Pero, de nuevo, Miguel Hernández lo ha dicho mucho mejor:

Avanza la alegría derrumbando montañas

y las bocas avanzan como escudos.

Se levanta la risa, se caen las telarañas

ante el chorro potente de los dientes desnudos.

18 de noviembre de 2021.

sábado, 13 de noviembre de 2021

María Remedios del Valle


 I

Tus abuelos habrán llegado en un barco,

encadenados y flacos.

Seguramente en Retiro, sobre la misma barranca,

los vendieron.

-No había estaciones,

ni trenes,

ni hoteles cinco estrellas-

Cinco estrellas tristes y llorosas iluminaron, quizás,

su primera noche en la barrosa aldea,

junto a ese río que parecía un mar

tranquilo y sin honduras,

como un charco marrón.

Y les revisaban los dientes,

les medían los músculos de los brazos,

calculaban si esas caderas eran buenas

para el trabajo y el parto.

Songosongo que songó

los morenos no se van.

Y lo repite el tambor

en el barrio Montserrat.

Ellos te habrán contado

de las bellas noches allá en la aldea,

de la luna que plateaba sus cuerpos jóvenes,

del tam tam en las danzas de la lluvia,

del vaivén en las danzas del amor.

África dicen que se llamaba el paraíso,

galeón y cadenas se llamó el infierno

del sucio traficante portugués.

Yambambó, yambambé!

Repica el congo solongo,

congo solongo del Songo,

baila Changó sobre un pie.

Alguien los arrancó de la suave sabana,

de sus animales y sus frutos,

a punta de fuego y pólvora.

Y fue el hedor de la sentina, el látigo del marinero,

el duro hierro en la garganta, los grilletes en los pies,

el trueque infame del europeo.

Y a partir de esa noche terrible, la tierra africana en la que habían nacido,

sus dioses del trueno y del agua, de la fronda y de la llanura,

de la guerra y el amor,

se fueron convirtiendo en una brumosa historia

contada en las penumbras del barracón

y un nuevo sol, más distante, más indiferente,

anunciaba los duros días de trabajo,

las mañanas lluviosas enseñaban

el arte del mate y la torta frita

y en las siestas cesaba la mirada del amo.

Y en las siestas empezaba el deseo del amito,

la lujuria despótica del patrón embriagado

y se iba llenando de pardos el patio de la casa.

Songosongo que songó

los morenos no se van.

Y lo repite el tambor

en el barrio Montserrat.

Parda, entonces, naciste en la familia del Valle.

Alguien decidió que te llamaras María Remedios,

como esa virgen milagrera que veneraban tus amos

y que tu madre parda

y todos los pardos de la casa del fondo

llamaban Obaluayé en sus rezos y en sus cantos,

el que cura a los enfermos, el que ayuda a los heridos,

el que restaura las fuerzas de los que desfallecen.

Y tu vida, María Remedios,

no fue otra cosa que llevarle el chocolate a los señores,

el ajetreo en la cocina de las comidas interminables,

lavar la ropa en el río cercano,

acompañar a los amos a la misa del domingo.

Habías nacido esclava, María Remedios,

solo se esperaba de vos

obediencia y silencio.

Songosongo que songó

los morenos no se van.

Y lo repite el tambor

en el barrio Montserrat.

¿Qué pasa Remedios, que hoy nada es igual?

El ama entró en la cocina y ha dejado extrañas órdenes.

Que calentáramos agua en todas las ollas hasta que hierva,

que si el agua se achicaba le pusiéramos más,

que no podía faltar el agua.

Y el amo ha sacado las armas de ese baúl

que no se toca

y les ha dicho a todos en la casa

que de nuevo han llegado los ingleses,

esos herejes, les dijo, esos enemigos de España,

que quieren quedarse con Buenos Aires,

con los blancos y los negros.

Échale el agua que hirve,

Suéltale bala al inglés.

El esconderse no sirve,

que rueden sobre sus pies.

Y en esos días no te quedaste en la casa

con las mujeres que vertían las cacerolas de agua hirviendo

en las cabezas de esos ingleses herejes.

Herejes te habían dicho

y herejes repetías, Remedios,

con todo lo confusa que te sonaba esa extraña palabra,

que solo la usaba el cura en la iglesia,

cuando los domingos hablaba en San Pedro Telmo.

Te fuiste hasta Barracas, allá en el sur,

pasando el Zanjón de la Convalescencia,

con el Tercio de Andaluces,

y te hiciste conocida por esos hombres

por cumplimentar el mandato de tu nombre:

te quedaste a cuidarles el peso de sus mochilas

mientras ellos marchaban hacia la Plaza Miserere

-hoy se llama Once, Remedios, y sigue habiendo allí

Pardas venidas de lejos, de tierras más cálidas,

Que siguen despertando el mismo deseo,

la misma violencia,

la misma injuria-.

Que yo le llevo esa carga,

su merced debe llegar

la marcha será muy larga,

al inglés vamos a echar.

Te quedaste, parda Remedios, con los andaluces,

Que nunca más devolvieron los arcabuces a sus baúles.

Hasta te casaste, Remedios, con otro pardo,

fuerte para el trabajo y valiente para el entrevero,

otro que, como vos, Remedios, llevaba el apellido de sus amos.

Quizás había aprendido el oficio de talabartero o de zapatero,

hábil con la lezna y el matacantos,

o era carpintero, como el José que te enseñaron en la iglesia,

resplandecía como Oshalá cuando lo conociste.

Yambambó, yambambé!

Repica el congo solongo,

congo solongo del Songo,

baila Oshún sobre un pie.

II

Ya nada es como antes, Remedios.

Ni las armas han vuelto al baúl,

ni el virrey gobierna desde el Cabildo.

Se han formado batallones

que al Norte quieren marchar.

Con tu marido y tus hijos

y las armas del baúl que no se toca

y desde entonces vacío

vas a irte con Anzoátegui

rumbo al Alto Perú.

Remedios del Valle

vidalita,

bálsamo en la guerra.

¿Adónde corres, Remedios, en medio de la batalla?,

si el mismo Manuel Belgrano te dijo que no te fueras.

Las mujeres en el frente solo causan extravíos

te dijo ese general vecino de Montserrat,

allá en el Buenos Aires cuando eran tiempos de paz.

Te acuerdas, Remedios, de Manuel Belgrano.

Lo encontrabas cuando ibas al mercado de la plaza.

Él no te conocía, pero habías escuchado su nombre

en las reuniones de la casa,

cuando en la cocina el ajetreo se ponía más intenso.

- General, déjeme ir al combate, le dijiste.

Remedios es mi nombre y para eso sirvo, General.

Obaluayé te decía desde adentro que ahí tenías que estar.

Que habría dolores que calmar

aullidos que acompañar,

muertes a las que ofrecerles un último alivio.

- No, mujer, el frente se alborota con las mujeres,

te dijo el general, con su voz fina.

Que ya no se calle,

vidalita,

tu voz en la tierra.

Pero ya no eras esclava, parda Remedios,

o ya casi ni importaba eso.

La revolución y la guerra habían cambiado todo.

Ya no había virrey,

peleabas contra los españoles.

Chapetones, maturrangos les decías ahora.

¿Cómo iba a venir un general de los nuestros,

ese hombre de leyes y decretos,

a impedirte la ayuda, el paño húmedo en la herida,

la mano tibia en la frente afiebrada,

las palabras suaves de consuelo,

a esos hombre caídos, pardos, como vos, muchos de ellos.

María Remedios del Valle,

la parda porteña,

se escapó, con los hombres, al frente.

Y le cantabas en voz baja a Obalayué,

el señor de las plagas y la consternación,

el que trae el remedio después de traer el mal.

Gracias, Capitana,

vidalita,

por curar la herida.

¿Quién puede negarte, Remedios,

que esas langostas que cubrieron el cielo tucumano

y desconcertaron a los chapetones de Tristán

no las envió el señor del rostro oculto

que se oculta detrás de tu nombre, Remedios?

Y fuiste remedio en la batalla

y le diste ánimo a los hombres.

-Vamos, pardo Pedro.

- No me afloje, sargento Baez.

- Es solo un golpe en el pecho, capitán.

Y muchas vidas volvían con tu voz de aliento.

Y muchas almas se escurrían ante tu impotencia,

Remedios.

Ya tocan a diana,

vidalita,

y vuelve la vida.

Y el generalito de Montserrat,

el que no te permitió ir a la batalla,

ese cuya orden desobedeciste,

Remedios,

te está hablando delante de todos los hombres

cansados, agotados por la batalla,

el general Manuel Belgrano,

Remedios,

está diciendo que eres Capitana

del Ejército Expedicionario del Norte.

¡Capitana Remedios del Valle!

Remedios del Valle

vidalita,

bálsamo en la guerra.

Que ya no se calle,

vidalita,

tu voz en la tierra.

Gracias, Capitana,

vidalita,

por curar la herida.

Ya tocan a diana,

vidalita,

y vuelve la vida.

María Remedios, capitana,

¡qué feo fue lo de Ayohúma!

Del cerro bajaron los de Pezuela y los cañones tronaban.

Como moscas caían los hombres a tu alrededor, Remedios.

Y actuaste como capitana al frente de tus soldados.

Ya no eran palabras de aliento,

eran gritos, órdenes, palabras como sables,

como explosiones en la boca del fusil.

¡A no aflojar, carajo!

¡Carguen, mierdas, no abandonen!

Las palabras te salían nunca supiste de donde.

Ogún mismo hablaba por vos, Remedios,

San Pedro, San Miguel Arcángel o San Jorge,

vaya a saber que fuerza te impulsaba y te daba valor.

El cielo se volvió añil y la tierra roja.

¡Y te han pegado un balazo, Remedios!

Rodaste por la tierra altoperuana

y seguías dando órdenes,

mientras pensabas en Obalayué,

el que hiere y restaña la herida.

Madre de la Patria,

vidalita,

estás prisionera.

Se nos fue la savia

vidalita,

de tu alma guerrera.

Y esa libertad que te había dado el ejército y la revolución

engrilló de nuevo tus tobillos.

Y lo que no habían hecho tus amos, allá en San Telmo,

te lo hicieron los maturrangos sanguinarios.

Nueve días,

nueve días,

nueve días

te azotaron, Remedios, en la espalda.

El latigo te envolvió con fuego,

la carne tierna de tus ijares se abrió en labios dolorosos,

la sangre se te pegaba en la blusa

con que escondías tus pechos de chocolate

de tus camaradas y tus guardianes.

Nueve días de castigo

y nueve noches de dolor y lágrimas.

Los azotes de los godos son fuego

(Quema, quema, quema)

La espalda de los morenos es tajo

(Quema, quema, quema)

Sin piedad me pegan los caporales

(Quema, quema, quema)

Esta saya me quita los dolores

(Quema, quema, quema)

Es tierra dura el Alto Perú

(Queda, queda, queda)

Lejos, muy lejos me quedó el Sur

(Queda, queda, queda)

Quedó muy lejos el el arroz con leche

(Queda, queda, queda)

Con el guardamontes me voy con Güemes

(Queda, queda, queda)

V

Y un día se terminó la guerra.

Ya no había godos allá en el norte

y don Martín,

-con cuyos hombres luchaste codo a codo,

cuyas heridas curaste,

después de esos ataques sorprendentes,

con el zumbar de los guardamontes

y el aullido de los Infernales-

se había muerto de un balazo artero,

cuando los mismos que despreciaban el color de tu piel,

Remedios del Valle,

se unieron a los godos para entregarle Salta.

Este triunfo, Remedios,

americano, americano,

es también el triunfo

de los esclavos, de los esclavos.

Nadie te conocía ya en San Telmo.

Ya no había esclavos, es cierto,

pero tampoco había la gran mesa

en la que comían todos los esclavos,

ni había nadie que se preocupara

por tu salud o por tus ropas o por vos misma.

Eras Capitana de un ejército que ya no existía,

honrada por Manuel Belgrano,

que había muerto pobre, hinchado y enfermo.

Esas cicatrices, esos costurones en tu pellejo,

esos agujeros de bala que adornaban tu cuerpo,

no significaban nada en una aldea

que nunca conoció la guerra.

Que saben los porteños

de aquella guerra, de aquella guerra

si no ha corrido sangre

en esta tierra, en esta tierra.

Y como ha pasado, tantas veces

a lo largo de los siglos,

con los soldados, triunfantes o derrotados,

María Remedios, la Capitana,

se hizo Remedios, la pordiosera.

Remedios en la plaza

pide limosna, pide limosna.

Es un triunfo triste

el de Remedios, el de Remedios.

También vende pasteles,

bien calentitos, bien calentitos,

ricas tortas fritas,

bien doraditas, bien doraditas.

¿Recuerdas, Remedios, esa mañana,

cuando estabas en la plaza con tu canasta?

Pasó delante tuyo

el general Juan José Viamonte.

Ya lo habías visto alguna otra mañana.

Pero, ese día, fue Viamonte el que te vio,

María Remedios.

Y fue verte y decirte lo que venías esperando hace tanto:

¡Capitana del Valle!

¡Usted luchó como leona!

¡Yo la vi ayudando a los caídos!

¡A usted la Patria le debe su libertad!

¡Qué bien haiga el triunfo,

general Viamonte, general Viamonte,

que a la Capitana

le quite el hambre, le quite el hambre.

Poco a poco cambió tu suerte,

negra Remedios.

Ya no se burlaban cuando hablabas de la guerra

o cuando mencionabas los nueve días de latigazos

y las nueves noches de ardor y llaga.

Y hasta un diputado Anchorena,

que dijo cosas hermosas

de vos, de Belgrano y de la guerra,

en la Legislatura, ha pedido

que todo un sueldo te sea pagado.

VI

Hasta que un día llegó Juan Manuel

Y en Montserrat se festejó con él.

Suena que suena el tambor,

ya los negros y los pardos

sienten de nuevo el calor

de un renovado fervor.

Este candombe gallardo

está esperando un cantor.

Por fin, Remedios, parecía que el mundo se ordenaba.

Tu sueldo creció y se hizo regular y constante.

Un día, te lo recuerdas bien,

llegaron a la puerta de tu casa

a decirte que el Restaurador

te reincorporaba al servicio activo

y que eras, desde ese momento, Sargento Mayor.

Si vos ya eras Capitana de don Manuel Belgrano.

Pero ese mes, Remedios, comprendiste

lo que eso significaba.

Ese mes, Remedios, tu sueldo fue una fortuna.

Nunca habías tenido tanto dinero junto.

Don Juan Manuel de Rosas había terminado

lo que Belgrano comenzó aquel día inolvidable

en que te llamó Capitana.

Y tuviste una buena vejez, María Remedios.

Hasta te quitaste el del Valle con que te habían conocido

y por agradecimiento al gobernador

que se enfrentó con los ingleses y los franceses

y te sacó de la miseria, te pusiste Rosas de apellido

Ya van a ser doscientos años

y, por fin, has ocupado el lugar que merecías.

Tu nombre, María Remedios del Valle Rosas,

tu vida heroica, tus cicatrices y tu pobreza

son bandera de argentinos, blancos y negros,

y orgullo de argentinos que descendieron

de los inmundos barcos negreros

y pusieron su sangre y su trabajo

para hacer una patria comun y generosa.

El tambor sigue sonando

en el barrio Monserrat

y en San Telmo están cantando

los negros que no se van.

María Remedios del Valle

nuestra mujer africana,

la historia enredó tu talle

en la Patria americana.

Buenos Aires, noviembre 2021.








sábado, 11 de septiembre de 2021

La Caída de las Torres

 Hace exactamente 20 años había pasado una hermosa noche en la casa de una amiga. Unas copas de vino, sexo, ternura, chistes y la noche en cucharita.

Ya entrada la mañana me desperté con esa extraña sensación de haber dormido en una cama ajena, hospitalaria, pero extraña. No sabíamos que hora podía ser. No era temprano, en la mañana, pero tampoco cerca del mediodía.
Mi bella amiga corrió, desnuda como estaba, hasta el living de su departamento y prendió la televisión.
Recuerdo exactamente su grito:
-Julio, ¡vení, mirá, unos aviones chocaron las Torres!
Corrí, también desnudo, al living.
. ¿Cómo chocaron? ¿Qué Torres?
Y el televisor mostraba las imágenes que en ese preciso momento conmovían al mundo entero.
Nos quedamos unos minutos estupefactos ante el televisor, hipnotizados por las imágenes reiteradas de los aviones chocando contra las humeantes Twin Towers neoyorquinas.


De pronto estallé en un carcajada.
Sonó el teléfono de la casa de mi amiga. Su hermana la llamaba para contarle lo que estaba pasando.
No atinábamos a decir nada. Mi cabeza iba del impacto sensorial de las imágenes a buscar un hilo argumental, una explicación. Solo encontraba retazos de información. La lógica, el razonamiento, era obvio, que estaban en otra parte y vendrían después.
Aun hoy tengo en mi memoria esa imagen de un hombre y una mujer desnudos mirando caer las Torres Gemelas.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Boedo

Con mi amigo Eduardo Auzmendi habíamos quedado, anoche, sábado, en pasar por la inauguración de un local político de unos amigos, que estaban inaugurando en el medio de la campaña. El local está en Boedo, cuando todavía es calle y no se ha convertido en avenida.

Ahí estuvimos, como a las ocho, nos tomamos unos fernéts con coca, recorrios el local, charlamos con compañeros y compañeras, encontramos algunos amigos y hasta jugamos un rato con un fulbito que tenían. Los fulbitos han cambiado la disposición de los jugadores siguiendo, posiblemente, las nuevas tácticas del fútbol de verdad. Cuando era niño la disposición de los jugadores era 2 - 3 - 5 y el arquero. Ahora están dispuestos en 3 - 4 - 3 y el arquero lo que confunde levemente a mi un poco herrumbrada técnica. Pero ok. Jugamos igual un rato.

Después de algunos discursos y ya habiendo cumplido con nuestra presencia, continuamos con lo que era la segunda parte del programa sabatino: buscar una parrillita en Boedo y cenar con despliegue de chinchulines, riñones, morcillas, chorizos, tira de asado, pollo y algún trozo de cerdo, acompañado de papás fritas a la provenzal y, obviamente, vino tinto. Ah, y soda.

Continuamos por la calle Boedo y nos encontramos con algunas pizzerías, bastante elegantes, bien puestas, con mesas a la calle envueltas en un espacio de nailon. Pero no era eso lo que buscábamos.

De pronto, en la vereda de enfrente vemos un cartel de dudosa perfección artística que dice PARRILLA - EMPANADAS. Echamos un vistazo. Era el lugar que nuestra imaginación buscaba. Una brillante iluminación fluorescente , nada de sombras y claroscuros flamencos, mesas y sillas que eran de cada pueblo un paisano, paredes de colores brillantes, adornadas con la bandera argentina, una guitarra y un bombo, de un lado, y del otro, una colección de negros discos de vinilo de 33 rpm, que si uno se acercaba podía leer La historia del Trío Los Panchos. Lo Mejor de Sandro, Leo Dan, El Cuarteto Imperial. Y en un rincón ese motivo cumpleañero que se ve en la fotografía y que anunciaba una celebración.

Entramos, nos acercamos a una hermosa muchacha, de gran busto y prodigiosas grupas, resaltadas por unas calzas negras que habían crecido con ella, y le preguntamos si se podía comer una parrillada. Nos contesto que sí y nos acompañó a una de las heterogéneas mesas, carente, por supuesto, de mantel o cualquier tipo de ornamentación extra.

Pedimos lo que habíamos venido a comer y una botella de López, que era lo mejor que la casa tenía para ofrecer. Ah, y una soda.

Llegó, como siempre, primero el vino. Comenzamos a brindar y beber con recato y mientras tanto observábamos la concurrencia. Eran hombres y mujeres de mediana edad, en su mayoría, robustos, de rasgos típicamente argentinos. Hombre panzones, bien vestidos de sport, igual que las mujeres, y con un indisimulable, franco y desparpajado estilo "transtévere" o, para decirlo en criollo, "conurba".

Mientras tanto, había aparecido en el local un hombre alto, delgado, de rasgos finos, de unos 50 años de edad, acompañado de una señora muy anciana. El hombre empezó a acarrear al salón de la parrilla diversos trastos: trípodes, focos estroboscópicos, una computadora, parlantes, micrófonos. Había sentado a la señora anciana, que evidentemente era su madre, a una de las mesas donde parecía tener amigos, e iba y venía por el salón ordenandos sus enseres. Con mi amigo nos mirábamos pensando qué sería lo que ocurriría de allí en mas. Mientras tanto, y observando a esa extraña pareja de madre e hijo, pude desarrollar ante Eduardo mi conocida tesis de que la Argentina es el país que tiene la más larga adolescencia del mundo. Era obvio que ese cincuentón, bien conservado, con un moderno corte de pelo y vestido con una notoria elegancia plebeya, era soltero y vivía con la mamá, quien lo observaba en sus desplazamientos con ojos de admiración y ternura.

Llegó la parrilla, llegaron las papas fritas a la provenzal, llegó otra botella de vino y mientras tanto el ambiente se iba caldeando. De pronto, el hombre de los faroles estroboscópicos aparece de rutilante pantalón blanco, zapatos blancos, un elegante blazer azul, camisa blanca y corbata y comienza su notable show de animación. Comenzó a cantar y a bailar sobre unas pistas grabadas, canciones que mi amigo y yo desconocemos pero que todo el resto del público acompañaba a viva voz. La cumbia santafesina dominaba la selección bailable y entre canción y canción nuestro showman saludaba a quienes conocía mientras comentaba de dónde eran: Moreno, Merlo, Lomas de Zamora, Malvinas Argentina y Boedo. Descubrimos Eduardo y yo un hilo invisible, una especie de portal místico que une espiritual y materialmente a Boedo con ese planeta social, político y cultural que el el conurbano.

Y, amigos, fue una noche inolvidable. Después de más de dos años, volví a bailar, como atestigua el vídeo que acompaño. Nuestro showman resultó ser un gran animador y lo que vivimos fue algo así como la sensación de que la plaga, que nos tuvo encerrados dos años, alejados de nuestros amigos y compañeros, sin poder abrazarnos, besarnos en la mejilla al encontrarnos, abrazar en un tango a una desconocida señorita y hacerla dar vueltas por una pista de madera, que esta maldita pandemia estaba llegando a su fin y una ola de libido, de demanda postergada de erotismo real y no virtual, nos ha comenzado a atravesar.


Pedimos otra botella de López, probamos la torta de cumpleaños de la agasajada, nos unimos en palmas y risas con otros argentinos y argentinas completamente desconocidos y felices como nosotros. Y como a las tres de la mañana, nos fuimos. En la mesa solo quedaba la botella de soda que no habíamos probado.

Al irnos yo pude escuchar a Julio de Caro que desde un zaguán interpretaba su tango inolvidable.