viernes, 27 de noviembre de 2020

Soneto a un hijo de los dioses

 


Aquella noche, en Villa Fiorito,
descendieron Apolo y Dionisio 
para dar, con su presencia, auspicio 
a misteriosa concepción del mito. 

Con el vuelo que Apolo dejó inscripto 
en tus pies, estallaron en bullicio 
millones de hombres que, gracias al juicio 
de Dionisio, te creyeron bendito. 

Tardes con Apolo y madrugadas 
dionisíacas; con una bribona 
mano se alzaron las agrietadas 

conciencias a las que una sajona 
traición había dejado holladas. 
Fue un héroe Diego Armando Maradona.

martes, 27 de octubre de 2020

Soneto a los amores argentinos

¿Qué duende, ángel o diablillo

signó la inspiración de Clío

cuando tejió los destinos

de estas tierras y estos ríos?

Un cendal tenue y romántico

perfumó el furor impío

de los civiles agravios

con amoroso extravío.

Guadalupe y Mariano,

La Delfina y el Supremo,

Encarnación y su ruano

poderoso de Palermo,

Evita y Perón lozano,

Cristina y Néstor extremo.


lunes, 26 de octubre de 2020

La noche que se inició ese día quedó atrás

Recuerdo exactamente aquella noche del 11 de septiembre de 1973.

Vivía con Isabel y Guadalupe, que tenía dos años, en un pequeño departamento en Avellaneda, en Mendoza y Galicia. Durante todo el día habíamos estado recibiendo las noticias que llegaban de un Santiago arrasado por la furia oligárquica y por la conspiración imperialista.

Allende había muerto en La Moneda, bombardeada por el fuego criminal de la reacción. Llegué a casa y cenamos como todos los días, hablando sobre lo que ocurría en Chile. Era el Día del Maestro, en Argentina e Isabel no había ido a trabajar. Y mientras en la televisión pasaban las imágenes terribles del bombardeo a La Moneda escribí esas líneas que posteé más arriba.

Posiblemente, la noche que se inició ese día quedó atrás. Vendrán seguramente otros amaneceres y otros atardeceres, pero hoy el pueblo chileno, el que fue masacrado en Iquique, en las vísperas de la Navidad de 1907, el que defendió Balmaceda hasta el suicidio, el Chile de Fernando Alegría y de Pablo Neruda, el de Gabriela y el de Violeta, el de Víctor Jara y el de Nicanor Parra, todo el Chile de mis queridos amigos que en cuarenta y siete años jamás, ni un día, dejaron de soñar con que las alamedas prometidas por Chicho volverían a abrirse, ese Chile, ¡mierda!, vive ese momento epifánico en donde todo es posible "donde el hombre forjará de la mañana a la noche,/donde lento vencedor, someterá a las cosas/persiguiendo los efectos, buscando las grandes causas/pasando encima de todo, como se monta a caballo", como escribió el adolescente Rimbaud ante el espectáculo de la Comuna.

Viva Chile, ¡mierda!

martes, 29 de septiembre de 2020

Geraldine: Cuando Afrodita cayó a la milonga

Geraldine: Cuando Afrodita cayó a la milonga 22 de enero de 2005
Los lunes la cita es en el Canning.

Se trata de un hermoso local con un señorial toldo hacia la calle, que queda en la avenida Raúl Scalabrini Ortiz. Como todo porteño sabe la avenida tenía el nombre del primer ministro británico que reconoció nuestra Independencia y, de paso, nos despojó de la Banda Oriental, es decir, de lo que hoy es la República Oriental del Uruguay. Tuvieron que venir varios gobiernos peronistas para que la avenida fuese bautizada con el nombre de aquel escritor y poeta argentino que descubrió y explicó el sistema de dominación británica en el Río de la Plata y craneó la nacionalización de los ferrocarriles. Después que los ingleses nos volvieron a echar a patadas de las Malvinas y nos impusieron una cierta forma de democracia, le pusimos, como simbólica revancha, Scalabrini Ortiz a la vieja avenida Jorge Canning. Fue casi todo lo que pudimos hacer contra los ingleses. 

Bien. 

Los lunes, como digo, la cita es en el Canning, en el amplio salón con piso de parquet del Club Helénico. Sus altas paredes exhiben las inmensas pinturas de la gran Marcia Schwarz. Las amplias telas muestran las infinitas posibilidades de la angustia femenina, bajo la forma de milongueras gozando del delirio que sus cuerpos oferentes generan en el misterio de la danza y sufriendo el desengaño de esas palabras dichas sin pensar y el olvido de un cuerpo cuyo nombre nunca será recordado. Óleos cuyo único color dominante es el rojo: el rojo de las ingles de una parturienta; el texto en letras rojas escritas con un tampón; la copa de vino que derrama el himen de la virgen sacrificada. Ese es el único color que Marcia ha puesto en sus pinturas del Club Helénico. El eterno color femenino. El de la pasión y la sangre. 

Y en la pista del Canning, en el Club Helénico, está bailando Afrodita. 

Geraldine es el nombre que le han puesto sus padres, viejos sacerdotes del rito porteño. Es morena. Su pelo suelto y espumoso ha sabido de un par de trenzas cayendo sobre el marfil de sus hombros redondeados y suaves. Los ojos negros ponen en la noche la luz de todas las mañanas de enero y sus pestañas mueven el aire, como las plumas de un abanico que intenta que nada amenace su resplandeciente grandeza. Las formas de Geraldine son la cifra de la belleza porteña. No es más alta que ningún hombre. La armonía de su rostro oliváceo, la forma redonda de su mentón, la suave curva de una nariz, cuyas fosas oscuras se abren sedientas al bailar, la boca carnosa y brillante, la sonrisa refulgentemente blanca, las orejas pequeñas ocultas bajo las guedejas del pelo renegrido, toda esa belleza que acongoja, no es sino expresión, quizás la más alta, de nuestra única y mestiza singularidad. Geraldine es una resplandecientemente hermosa criolla. 

Y está bailando el tango. No importa quién la lleva. Geraldine es, en los brazos de su pareja, la eterna seducción femenina. Sus pies responden con gracia la propuesta pícara del hombre. Su cuerpo se vuelca generoso al quieto paso atrás del compañero. Golpea la punta del pie dos veces, en el silencio y la quietud del paso, se marca su gloriosa grupa bajo la segunda piel de la falda, y ahí devuelve con un giro y un ocho hacia atrás, la propuesta gentil de su pareja. 

Nadie como Geraldine despliega en la pista esa seducción que el hombre impone a la mujer en el tango. Cuando baila Geraldine se hace evidente que el hombre en el tango solamente tiene un papel que cumplir: que todos deseen con violencia a la mujer que baila con él. 

Cuando baila Geraldine, baila Afrodita, en la helénica pista del Canning.

sábado, 12 de septiembre de 2020

María Baraibar, la Negra, mi madre

 Hoy cumpliría 102 años María Baraibar, la Negra.

Había nacido en el campo, en una chacra cercana a la localidad de Uriburu en La Pampa. Era hija de una pareja de vascos del valle de Lecumberri, don Pedro Baraibar y doña Carmen Echeveste, llegados al Plata a fines del siglo XIX. Eran 14 hermanos, de los cuales solo sobrevivieron hasta edad adulta diez de ellos. Don Pedro falleció cuando María, la menor, tenía dos años. A excepción de ella que fue bastante longeva, todos murieron en edad relativamente temprana.

La Negra, mi mamá, fue una mujer signada por su firme determinación de huir de la horrible vida en el campo ajeno, de las dificultades que abrumaron su infancia y, posiblemente, parte de su juventud. Como don Julio, mi padre, no tuvo una gran educación escolar. Pero era inteligente, determinada y bastante manipuladora. Logró, junto con don Julio, huir de aquellas condiciones que recordaba como una pesadilla: el viento, el sulky, los cardos rusos que atravesaban eternamente la estepa. Odiaba el viento como a una maldición. Le recordaba permanentemente una niñez dura, de la que poco hablaba.

Los años peronistas, ya lo he dicho, les permitieron a don Julio y doña María un importante ascenso social. Y María amó siempre esa nueva situación de ser amiga de las señoras encumbradas del Tandil de los años 60. Se invitaban a tomar el té y nunca pudo aprender a jugar a la canasta como le hubiera gustado para poder participar también de esa actividad social, muy de moda en aquellos años.

Era delgada y elegante. Siempre dijo adolecer de una frágil salud que, curiosamente, mejoró con los años. Nunca le gustó el cine ni el teatro, aunque lamentó toda su vida el despotismo de sus hermanos varones que le impidieron venir a Buenos Aires como modelo de Gath y Chaves, que quedó como una de sus aspiraciones truncas.

Estaba convencida de que los hombres, es decir los varones, eran seres manejables y que las mujeres que se quejaban de sus maridos eran responsables por no haberlos sabido manejar. Lo peor fue que intentó convencer de lo mismo a quien fue la madre de mis hijas, en los primeros meses de casamiento.

La Negra era bastante intolerante con quienes no se sometían a sus designios. Odiaba la rebeldía y tenía una particular aversión por lo que llamaba el resentimiento. Nunca supe exactamente a qué se refería pero lo consideraba algo verdaderamente deleznable. Todo su antiperonismo podría sintetizarse en su definición de los peronistas como "resentidos". Profesaba una gran admiración y cariño por Mirtha Legrand.

Tuve con ella algunas peleas memorables. Recuerdo tres. Una fue el día que le dije que me casaba. Empezó a actuar un ataque de nervios. Apretó los puños, comenzó a temblar y a morderse la lengua. Otra fue en Suecia, cuando vino a visitarme acompañada por mi suegra. En el medio de un almuerzo con otros amigos comenzó a defender empecinadamente a la dictadura, diciendo que dónde verdaderamente había inseguridad era en Italia con las Brigadas Rojas. La tuve que amenazar con echarla de mi casa. La tercera tuvo que ver con el embarazo de mi hija y por ello no entro en detalles. Pero dejé de verla casi por un año.

Nunca tuve con ella una conversación cercana, íntima. Era mi madre y, obviamente, la quería. Pero siempre hubo una distancia que aún el afecto filial nunca pudo achicar.

Bueno, hoy cumpliría 102 años.

Buenos Aires, 9 de septiembre de 2020.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Porteño nacido en Tandil

 Si leen mi perfil verán que he puesto hace ya varios años "porteño nacido en Tandil". Buenos Aires es definitivamente mi lugar en el mundo. Es la ciudad que quiero, es donde quiero vivir y he tenido la suerte de poder elegir dónde vivir. No puedo estar lejos de Buenos Aires más de un mes. Conozco, gracias a la lucha política, todo el país y muchos otros países, pero nada hay más bello, más dulce, más grato al corazón que tomar un café en la mesa de la vidriera de alguna esquina porteña. Bailo tango, me encanta cantar tangos, Miguel Caló y Aníbal Troilo me conmueven tanto como Rachmaninoff o Bach.

Pero como Dorrego, como José Hernández y como nuestro presidente Alberto Fernández, reniego del privilegio que la historia y la nefasta constitución de 1994 le han dado a esta ciudad.

Me considero federal, me considero políticamente hermano de las reivindicaciones, históricas y actuales, del interior de la Argentina y de su gente. Y apoyo firmemente el decreto presidencial que devuelve, en parte, a la provincia de Buenos Aires y su área del conurbano -una síntesis del conjunto del pueblo argentino- lo que le arrebató el régimen macrista.

Y digo con otro porteño nacional:

¡Cuántos medran a tu sombra!

Tu campiña es verde alfombra,

tus astros vivos topacios;

habitando tus palacios

¡cuántos medran a tu sombra!”

Buenos Aires, 11 de septiembre de 2020


domingo, 6 de septiembre de 2020

Las plagas de Breslavia o el retorno de Simón Radowitsky

 Las plagas de Breslavia - Tu web de ocio

Acabo de ver “Las Plagas de Breslavia”, un policial polaco que esta en Netflix.

La historia de Breslavia, también conocida como Breslau o Vrastislava, es la síntesis del drama histórico de la nación polaca, de eso que los socialistas de la Segunda Internacional llamaban “la Cuestión Polaca”. Su primer registro data del año 1000 y su nombre actual, en grafía polaca, es Wrocław, que se pronuncia algo así como Vrotsuaf, pero que a lo largo de la historia ha sido llamada Breslau, en alemán, Vratislav, en checo o bohemio y Vratislava en latín. Construída a orillas de lo que hoy llamaríamos la hidrovía del Óder, formó parte de la Liga Hanseática y es la capital de la Baja Silesia. Formó parte del Sacro Imperio Romano Germánico, al imperio Austríaco hasta que Federico el Grande logró arrebatársela a los Habsburgos de Viena y la convirtió en capital de la Silesia alemana. Fue en Breslavia donde se inició, en 1813, el levantamiento contra la ocupación francesa de Napoleón Bonaparte.

El Partido Nacional Socialista, en las elecciones de 1933, obtuvo en Breslau el más alto porcentaje de votos en toda Alemania, 51,7%. Poco tiempo después se estableció, en las afueras de la ciudad, el campo de concentración de Breslau, con el objeto de encerrar allí a la minoría judía de la ciudad, pero también a la población polaca. Para 1945, Breslau se había convertido en uno de los principales asientos de la industria alemana de guerra hasta que, ese mismo año, cayó ante el asedio del Ejército Rojo durante más de tres meses.

Toda esta información para explicar la densidad histórica de Breslavia. Nada de esto aparece en la película, pero es seguramente este pasado el que convierte a la película en una de las más densas y tortuosas películas policiales que he visto en tiempos de pandemia y de películas policiales.

Un personaje femenino de una intensidad psicológica y de una dureza que sorprende, una trama de corrupción, avaricia y abandono estatal que la identifica con todo el mundo a merced del capital financiero y con un final sorprendente, Las Plagas de Breslavia, los va a desconcertar. El genero policial negro, una vez más, se hace cargo de las miserias de la Europa posterior al estado de bienestar. Y el vengador Simón Radowitsky vuelve a encarnar en una mujer, gorda y sufrida, que bien podría vivir en La Matanza.

sábado, 11 de julio de 2020

Sifrinos venezolanos y atorrantes mercosurianos

Sifrinos venezolanos y atorrantes mercosurianos
El barrio donde vivo en Caracas no es un barrio, es una "urbanización". El barrio, acá en Venezuela, es una barriada pobre, de chabolas y casillas, de mucha arepa y poca leche. Un barrio es un barrio de negros, de desdentados, de chavistas en suma. La gente como la gente vive en "urbanizaciones". Mi urbanización, entonces, se llama Sebucán. El nombre recuerda un viejo instrumento de piedra con el que se escurría la pasta de maíz.
Sebucán es un barrio casi privado, con torres de trece o catorce pisos rodeadas de muros, muchos de ellos electrificados, con garitas de seguridad en la entrada, con piletas de natación y reposeras en los amplios y tropicales jardines y una miríada de 4 x 4s. Llenar el tanque de una de ellas cuesta la ridícula suma de 3 pesos con 50.
A poco de llegar pude observar en los postes de la luz y en otros lugares muy visibles, unos primorosos afiches anunciando la actuación exclusiva en un hotel de los célebres Bossa'n Roses. El pubis de una muchacha cubierto con una escuetísima tanga y su mano bajo el triángulo de tela rascándose vaya a saber qué era el icono de la publicidad. No presté mayor atención al anuncio ya que muchas otras cosas tenía para conocer en Caracas antes que un, para mí, ignoto conjunto llamado de esta paródica manera.
El viernes, a la semana de haber llegado recibo, desde Buenos Aires, la llamada telefónica de una amiga brasileña, seguramente con la finalidad de constatar que efectivamente me encontraba en Caracas. Mi amiga Luiza frecuenta dos lugares claves para la colectividad brasileña en Buenos Aires, Maluco Beleza y el Bar da Bahia, situados uno enfrente del otro en la cuadra de trasnoche de la calle Sarmiento. Me cuenta que se encontró con Joazinho en el bar da Bahia, quien le contó que viajaba a Caracas con su conjunto para dar un recital. Joazinho –que se llama de otra manera- es un "negão", de dos metros de altura, un guitarrista fantástico que solía tocar en Maluco Beleza y al que alguna vez invité a algún programa de radio, de esos que hacemos para tratar de instalar en los porteños la idea del Mercosur cultural. Joazinho es simpático, buen tomador de caipirinha y de cuantas cosas suele ofrecer la calle Sarmiento al 1700 a las tres de la mañana. Me cuenta Luiza que le dio mi teléfono a Joazinho quien me va a llamar para invitarme al recital. Le agradezco a mi amiga haberse acordado de este pobre autodesterrado y me quedo a la espera de que Joazinho me llame.
Unas horas después estoy conversando en portugués con mi amigo guitarrista. Me dice que tiene reservados dos lugares para mí y que vaya un rato antes de las 10 de la noche a la habitación número tal del Hotel Eurobuilding. Carola, mi amiga venezolana, me informa que se trata de un hotel cinco estrellas de alto nivel internacional y que se encuentra en un lugar donde el Metro no llega, de manera que me tendré que gastar unos bolívares en taxi.
A las 9 y 30 llego al hotel que es, por cierto, majestuoso en ese estilo carente de estilo que caracteriza a los hoteles internacionales, esos "no lugares" que tan bien ha descrito Paul Ricoeur. Joazinho baja a buscarme al inmenso y despersonalizado lobby y subimos a su habitación. Allí me encuentro con un primo de él, otro simpático bahiano que toca el bajo eléctrico y con quien también he tomado algunas cervejas en el bar da Bahia, y con dos argentinos, un guitarrista y un flautista. Charlamos un rato hasta que los vienen a buscar para ir a los camarines. En los pasillos nos encontramos con Conce, una bonita bahiana encargada de la percusión, y con Natalia, una preciosa flaquita porteña cuya función en el grupo se me escapa.
Los camarines están provistos con todo tipo de bebidas y viandas. Johnny Walker Etiqueta Negra, Ron 1792, vinos chilenos, además de cientos de latas de gaseosas y agua preparados para acompañar tres o cuatro inmensas bandejas de fiambres y de frutas, más una incalculable cantidad de sándwiches y saladitos de toda especie. Los amigos músicos me cuentan que ya han venido dos o tres veces a Caracas y que les va muy bien. Ahí me entero que la entrada al recital en este lujoso hotel ha costado 290 bolívares fuertes, es decir unos 85 dólares. No deja de sorprenderme el alto precio de la entrada, habida cuenta de lo desconocidos que son en Buenos Aires, ciudad donde residen y a duras penas pueden pagar el alquiler y han sido muchas las veces en que hemos tenido que dejar debiendo algunas cervezas hasta la próxima vez.
Me despido de ellos, deseándoles mucha mierda, cómo se hace en Buenos Aires, y me voy al salón para presenciar desde allí el recital. Cuál no sería mi sorpresa al encontrarme con aquel afiche que vi en Sebucán, a poco de llegar, pero esta vez en tamaño gigante. La tanguita de la muchacha alcanza para cubrir a un elefante durante la lluvia y su mano gigantesca se pierde ahora en insondables anfractuosidades. Estaba, ni más ni menos, que en el recital de los famosos Bossa'n Roses, que con el auspicio de Globovisión, El Universal, Telefónica, Cerveza Solera y no sé cuantas otras firmas de similar calibre, se presentaban en exclusividad ante el selecto público caraqueño en condiciones de abonar 85 dólares de entrada y el doble por cada botella de Etiqueta Negra. El público estaba formado por hombres y mujeres de entre veinticinco y cincuenta años, con ropas en lo que lo principal era la marca: Tommy Hilfinger, Prada, Versace, Kenzo, Dulce y Gabana. La multitud parecía una publicidad de un free shop. Las mujeres, todas sin excepción, cualquiera fuese su edad, se habían hecho las tetas. Unos enormes y redondos montículos abultaban sus vestidos, sus remeras, sus blusas y se desbordaban duros y turgentes de sus abismales escotes. Con todo esa cantidad de siliconas se podría haber hecho un símil plástico del monte Avila, cuya concesión podría darse a algunas de las empresas auspiciantes, para que este mismo público lo visitase sin necesidad de mezclarse con el oscuro populacho que ha comenzado a conocerlo desde que este orate de Chávez quitó la concesión privada y rebajó la entrada al cable carril de 60 bolívares a 25.
Amigos, estaba en una verdadera fiesta escuálida, libre de toda contaminación de la chusma, escuálido puro de oliva, el más ramplón chetaje que alguna vez haya visto. Había movileras de Globovisión tratando de entrevistar a los músicos y al público, entre los que seguramente se contaban cientos de conocidos y conocidas, con maquillaje recién compuesto en el baño, después de meterse en las narices una línea de cocaína sobre la tapa del inodoro. Y desde el escenario mis amigos comenzaron a interpretar un repertorio tipo cover, en inglés, de temas de los Rolling Stones, de Guns'n Roses, de los Beatles y muchos otros que yo desconocía completamente, en una versión bossa nova de música funcional. Natalia, la linda flaquita cantaba y se movía sensualmente en el borde del escenario y el público, ese público, alucinaba, gritaba, aplaudía, cantaba los temas, sacaba fotos de los artistas y se sentía como si estuviese en un concierto de von Karajan y la Filarmónica de Viena. El Etiqueta Negra había comenzado a hacer un cierto efecto en mis sentidos y mientras recorría el amplio salón donde unas mil quinientas de las mejores personas de Venezuela se embriagaban y drogaban, comencé a descubrir cuál era el misterio de esta transfiguración de mis amigos en figuras del jet set caraqueño.
Unas noches antes, recién llegado y con ganas de conocer, había encontrado un magnífico lugar llamado El Sarao. Una cantidad similar de gente había pagado una entrada de unos 35 bolívares y bebía copas a razón de 25 bolívares cada una, con el objeto de escuchar y bailar al ritmo de unas maravillosas bandas salseras. Aquello era verdaderamente una fiesta. Un intenso color café con leche dominaba dentro del público. Un ánimo festivo que hacía que todos charlaran con todos, que invitaran a bailar a aquel que se encontraba solo sentado a la barra. En ese lugar, el locutor pedía aplausos por las mujeres, por las mujeres menores de veinticinco años, por las vírgenes y por las que ya no lo eran. Y la multitud rugía en aplausos y bullas (aquí le llaman bulla a lo que nosotros llamamos ovación) por todas las cosas que valen la pena ser aplaudidas y ovacionadas. Eran muchachos y muchachas que acababan de graduarse, había mucha gente del interior del país, estudiantes, oficinistas, cajeras de supermercado, vendedoras de tienda, eran los caraqueños del montón que se divertían. También había siliconas, es cierto, lo que revela un cierto grado de democratización de la sociedad venezolana, pero también había ubérrimos pechos heredados de la bisabuela africana que cederían paulatinamente con el paso de los años, pero que mantendrían siempre esa imponderable maleabilidad al tacto y a la vista.
Fue al recordar esta visita a El Sarao –para mí es como inevitable entrar a un lugar nocturno que se llame El Sarao- que entendí cuál era la razón para que estos patanes con plata pagaran una fortuna por ver a mis anónimos amigos. Allí no había chusma, allí se cantaba en inglés, allí no había desbordes populacheros. Poca importancia tenía para estos mil quinientos boludos que los Bossa'n Roses no fueran nada. Ellos los convertían en algo excelso y deseado.
Y eso era lo que el rapidísimo productor porteño de los Bossa'n Roses había descubierto. Había sifrinios, tilingos venezolanos dispuestos a dejarse sacar el dinero por estos atorrantes mercosurianos en la medida en que creyesen que eran exclusivos y sofisticados.
Al terminar el recital me reencontré con ellos en los camarines. Los felicité por la proeza. Una estafa es siempre una obra de arte. Y Natalia, la linda Natalia, me miró con ojos cómplices y me preguntó: "El público es una caterva de gorilas, ¿no?"
Y me dieron ganas de que en Caracas haya muchas como Natalia.
Después de terminar dos o tres botellas de Etiqueta Negra gratis, me tomé, como pude, un taxi a casa.
Bah, no fui directamente a casa. Pero esa será otra historia que quizás nunca contaré.
Caracas, 15 de abril de 2008.

miércoles, 8 de julio de 2020

Miguel Aguirre y su donación al Estado nacional

Muy temprano, el 21 de septiembre del año 2012 escribí este pequeño relato. Todavía me emociona.
Esta madrugada tengo otra historia. Hace unos quince días regresé a mi oficina en la Casa Nacional del Bicentenario a buscar mi notebook. Me abrió la puerta un compatriota de seguridad. Al salir me dijo algo que todavía me conmueve.
- Don Julio, quisiera donar dos libros que he leído a la Casa.
- ¿Eh?
- Que me gustaría donar dos libros de Eduardo Galeano, que ya he leído a la Casa Nacional del Bicentenario, para que otros los puedan leer.
Me fui conmovido pensando qué carajo pasaba en este país para que un muchacho del conurbano, con, posiblemente un secundario más o menos bien hecho, se le ocurriese donar dos libros que eran de su preferencia a una entidad del Estado que se dedica a la cultura.
No se trataba de Beatriz Sarlo que donaba su biblioteca. Se trataba de un robusto agente de seguridad que quería que esos libros que a él le habían conmovido fuesen también leídos por otros argentinos.
Hoy volví a buscar mi portafolio a las doce de la noche. Me encontré con el hombre. Me abrió la puerta y me dijo:
-Don Julio, que suerte que lo veo, porque traje los libros
-¿Como te llamás?, le pregunto.
-Miguel Aguirre, me dice.
Pensé inmediatamente en Klaus Kinsky interpretando "Aguirre, la ira de Dios", con su locura fundacional en el medio del Amazonas, rodeado de monos y su famélica hueste.
-Bueno, vení conmigo y trae los libros.
El hombre fue a su lugar de trabajo y sacó dos libros, leídos, ajados, con la tapa doblada al medio, de Eduardo Galeano. Ni siquiera pude leer los títulos. Las lágrimas me empañaban la vista.
-Muchas gracias Miguel.
-Yo ya los leí varias veces y me gustaría que otros los lean.
-Bueno, está bien, pero quiero que sepas que la Secretaría de Cultura de la Nación valora mucho tu actitud.
-No, por favor, aquí se hace mucho por la cultura de todos nosotros.
Y me dio la mano, mientras me franqueaba la puerta.
¿Que mierda pasa o, mejor dicho, qué cosa grande está pasando en nuestra Argentina para que esto no sea un relato, sino una nota periodística. Algo inmenso, sin duda.
Miguel Aguirre cobra un sueldo para evitar que nadie robe en la Casa del Bicentenario. Y resulta que no le alcanza. Considera que su responsabilidad social incluye donar libros que le parecen importantes para que la Secretaría de Cultura pueda cumplir con su cometido. Con argentinos así aguanto cualquier parada.
Miguel Aguirre es, desde ahora, la idea que tengo en la cabeza de un argentino bien nacido.
Ojalá que Miguel Aguirre pudiera leer esto. Es uno de los momentos más Viva Perón que he experimentado en mi vida.

miércoles, 1 de julio de 2020

Ahí andamos, General, dando batalla

Se han escrito montañas de letras y tinta:

torrentadas, ríos, maremotos de opiniones

apasionada, fervorosamente a favor,

fervorosa, odiosamente en contra.

Versos resistentes improvisados en los estadios,

cantos épicos y chuscos lanzados al viento de las multitudes,

platónicos, idealistas sonetos,

rítmicos y pausados versos alejandrinos,

odas clamorosas que celebraban tu epifánica aparición

aquella hoy lejana tarde de primavera,

cuando era Octubre y parecía Mayo.

Discursos ditirámbicos de fáciles imágenes,

vituperios soeces de oscura retórica,

juicios, análisis, críticas, estudios, investigaciones, tesis y tesinas

novelas y ensayos,

definiciones y condenas.

Yo lo tuve ahí, General Juan Domingo Perón,

sentado delante de mí, fumando, uno tras otro,

los Winstons que había traído de España.

Era joven, como lo éramos todos entonces,

menos usted, General, que era El Viejo.

Durante una hora nos habló del mundo,

de sus sistema de intereses y enfrentamientos,

de la pugna de los pueblos por alzarse en su dignidad plena,

de la lucha entre las grandes potencias,

del África y del Asia, nos habló, General,

de Cuba y de Perú, del Brasil y sus militares antiargentinos,

de Chile y de Bolivia nos habló también, General.

Lo miraba, General, casi como si fuera la Historia misma

la que se sentaba ahí, delante d mí, ese mediodía, en Vicente López.

Me guiñó ese ojo guiñador con que subrayaba un chiste.

Esa voz ajada que era, casi como su rostro,

una seña de identidad,

escuchada en grabaciones clandestinas, en reportajes radiales

en entrevistas televisivas,

en imitaciones profesionales,

en el compañero que al imitarlo quería hacerlo presente,

llenaba el cuarto soleado y remitía a treinta años de extrañarla,

a treinta años de pelear, de morir,

de esperar esa voz inconfundible y ajada.

Ahí estaba el General

que había sido elegido dos veces como presidente

y que todos queríamos que lo fuese una tercera vez.

Ahí estaba el Pocho,

amado, odiado, caricaturizado,

sin su motoneta, sin su gorrita con visera que se llamaba “pochito”.

Ahí estaba solo,

pero en su voz se cifraba la voz millones,

la esperanza de los desesperanzados,

la memoria de los olvidados,

el pan de los hambrientos,

el amor de los despreciados.

Se suspendió el tiempo ese mediodía.

Duró una eternidad y sigue durando.

Ahí estaba el anciano exiliado

con su cortesía criolla,

con el cuero sabio de Martín Fierro frente a sus hijos

y la socarronería de Viejo Vizcacha ante sus enemigos.

Las órdenes de ese General septuagenario

todavía no se cumplieron.

Ya me estoy acercando, General,

a su edad en aquella reunión que la memoria no abandona.

Y los hijos y los nietos de quienes vivaban su nombre en aquellos años

siguen gritando Viva Perón en días de dolor y en días de alegría.

Un ejército de hombres y mujeres por nacer

siguen recibiendo, en esta tierra, esas órdenes marciales

que usted, General, lanzó hace ya siete décadas

y nos hizo creer -el arte de la conducción-,

que era fácil cumplirlas.

No, por cierto, no,

no nos ha sido fácil llevarlas adelante.

Y vaya a saber usted, General, si lo logramos.

Pero su voz, que todavía recordamos e imitamos,

nos grabó en el alma la patria.

Justa, libre y soberana nos indicó desde el vamos.

Latinoamericana nos confirmó después.

Y ahí andamos, General,

dando batalla.

Buenos Aires, 1° de Julio de 2020.


domingo, 28 de junio de 2020

Esa magnífica diversidad de voces y procedencias



Mañana de domingo y de cuarentena. Me levanto. Subo las persianas del departamento para que entre la grisácea luz del invierno. Presiento que afuera, en la temida calle donde acecha el virus, hace frío. Veo un hombre que, con barbijo y gorra, lleva una bolsa de compras del supermercado.

Preparo el desayuno mientras prendo la computadora.

Al abrir Twitter me aparece un posteo de mi querido amigo venezolano, el caraqueño Roberto Hernández Montoya, un maravilloso conversador, culto y echador de vainas. Roberto, que nunca ha pisado la Argentina, es un fervoroso admirador de nuestra música, tanto del folklore como del tango. Es capaz de recitar versos del Martín Fierro o algún tango de Celedonio Flores. Su programa radial suele adornarse con D'Arienzo, Pugliese o Piazzolla. En su tuit, Roberto pone un enlace a un programa del canal Encuentro dedicado a la milonga de Atahualpa Yupanqui y Romildo Rossi, Los Ejes de mi Carreta.

Comencé a verlo en mi notebook y ahí se me desplegó, como en un gigantesco friso, como en una iluminación, la notable, la magnificente y prodigiosa diversidad que encierra nuestra gigantesca Patria.

Otro viejo amigo de esas cenas de la Oesterheld con su galería de espectros queridos, Emilio del Güercio, desde su noble rostro de príncipe siciliano, me cuenta cómo fue que el pampeano Héctor Chavero, Atahualpa Yupanqui, y el montevideano Romildo Rossi -otro hijo de italianos- pergeñaron ese clásico rioplatense. Y convoca a una decena de argentinos para que nos hablen sobre los autores y el tema.

Así pasan Verónica Condomí y su belleza de princesa incaica, el gran pianista tanguero y notorio tano José Colángelo, el centroeuropeo judío David Blaustein, Marcelo Simón y Silvia Majul, dos sirio-libaneses enamorados como pocos de nuestra música paisana, el pintor Raúl Borré, de agudo apellido francés o catalán, las cantarinas “ies” del correntino Acuña, una mención al Siglo de Oro español que nos dio esta prodigiosa lengua y su deslumbrante creatividad poética. Y al final, para cerrar esta babel de orígenes unida por el idioma, la cultura y la historia, el gallego Raúl Carnota toca y canta, con su leve acento jazzeado y su dejo santiagueño, el tema de Atahualpa.

Roberto Hernández Montoya debe estar matándose de risa. Eso sí que fue una vaina, pana.

Buenos Aires, 28 de junio de 2020


viernes, 26 de junio de 2020

Ritmo Astral o cuando René Guenon se encontró con el bailantero Alcides

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En septiembre de 1991 hubo elecciones a gobernador en la Provincia de Buenos Aires y, por primera y única vez, se presentó a elecciones Saúl Ubaldini. El entonces Partido de la Izquierda Nacional había obtenido una personería política en la provincia bajo el nombre de Acción Popular para la Liberación y se la ofrecimos a Saúl para que se lanzara a su debut político.

No es el propósito de estas líneas reflexionar sobre aquella experiencia política, sino contar que, después de las elecciones, me quedé sin trabajo y, lo que es peor, sin ingresos. En algún momento de ese mes de septiembre, mi amigo Rubén Tizziani al que, como ya conté, había conocido a raíz de la filmación de El General y la Fiebre -su hija Licia era la protagonista femenina de la película- me llama y me dice que me quiere ver.

Voy a la reunión a un departamento en la zona de Montserrat y allí Rubén me cuenta su proyecto y su propuesta.

En ese año habían comenzado a salir varias publicaciones que tenían como eje temático la astrología, la quiromancia, la cafeomancia y las diversas ocurrencias que la incertidumbre humana ha inventado para escudriñar el inaccesible futuro. La editorial Perfil y el diario Crónica habían lanzado sendas publicaciones y los programas de televisión abrumaban con adivinos y nigromantes de diversa especie.

-¿Qué es lo que más le interesa a la gente, Julio?, me preguntó Rubén al comenzar la conversación.

No esperó que le contestara.

- La astrología y la bailanta, se respondió con su voz ronca, mientras se levantaba del sillón y daba unos pasos por la habitación, como solía hacerlo, con gesto nervioso. -Vamos a hacer una revista que junte esos dos temas, la astrología y el ocultismo, por un lado, y la música tropical, por el otro. Se va a llamar Ritmo Astral y va a estar los miércoles en los quioscos. Ya tengo arreglada la distribución en la playa.

Y así comenzó mi breve vida como redactor de la Revista Ritmo Astral. La redacción no eran más que tres personas y la ayuda ocasional de Licia, la hija de Rubén que, como ya conté, fue protagonista de nuestra película sobre San Martín. Había un secretario de redacción que era un veterano periodista, cuyo nombre se me ha olvidado, buen bebedor y, quizás por ello, enfermo de gota, que veía la vida con una suave e inconmovible resignación. Estaba yo, que me encargaba un poco de todo y había un chileno notable, tanto por su aspecto físico como por sus características personales que se especializaba, como después nos enteramos, en hacer entrevistas imaginarias -que vendía como reales- a Gabriel García Márquez, a Vargas Llosa o a Carlos Fuentes. Por su parte, Rubén se encarcaba de los aspectos comerciales y de tomar contacto con productores y artistas del mundo de la bailanta, para hacerles entrevistas y ver si podía surgir algún negocio complementario.

Para cubrir los aspectos vinculados al mundo de la magia, el ocultismo, la adivinación y las mancias, Rubén proveyó a la “redacción” de un ejemplar de Fonde de Cultura Económica de La Rama Dorada, el mítico libro de James Frazer sobre el pensamiento mágico y un libro del esoterista francés René Guenon, cuyo nombre se me ha olvidado. Dichas obras vendrían en ayuda de los redactores si, en algún momento, la imaginación y ciertos conocimientos enciclopédicos no alcanzaban para completar alguna nota.

Así fue como me interné en el mundo de la música tropical. Conocí y entrevisté a Pocho La Pantera, antes que se hiciera evangélico, y recuerdo como si fuera hoy un viaje en taxi con él. También a Lía Crucet, a quien no le pude entender lo que me decía y tuve que inventar la entrevista. Le hice una nota a Gladys La Bomba Tucumana y a Ricky Maravilla. Tuve una inolvidable noche en el Fantástico Bailable de José C. Paz donde pude conocer personalmente a La Tota Santillán que allí oficiaba de disc jockey, cuando aún su nombre no había llegado a la pantalla de la televisión. Recuerdo que Licia, la hija de Rubén, y yo viajamos hasta allá en un remis y luego nos volvimos en el bus del grupo Malagata, a eso de las cinco de la mañana. Los consumos en ese bus no se reducían al agua mineral, hay que decirlo.

Nigromantes de todo tipo pasaron por la redacción. Telépatas, quiromantes, tarotistas, astrólogos, hipnotizadores aparecían traídos no sé por quien y yo era el encargado de entrevistarlos y ver si sus capacidades tenían alguna posibilidad de ser inmortalizadas en Ritmo Astral. Había actores y actrices que nos contaban sus experiencias extrasensoriales y hasta Cacho Castaña relató sus vivencias como pae de santo en la macumba.

Los primeros números de la revista fueron un éxito de venta. Pero, según nos contó su creador, Crónica y Perfil -que editaba la revista Predicciones, a un precio superior a Ritmo Astral- comenzaron a apretar a los kiosqueros para que la escondiesen en el microcosmos de sus cajas de chapa. Un par de meses después de su lanzamiento Ritmo Astral dejo de salir. El negocio de reunir la bailanta y el esoterismo había fracasado por obra del manejo monopólico de las grandes editoriales, según la heroica interpretación que nos ofreció Rubén Tizziani.

Mi experiencia en el mundo que cruzaba a René Guenón con Alcides había terminado.

La amistad con Rubén Tizziani continuó hasta ayer, cuando una artera neumonía le impidió seguir respirando sueños.

Buenos Aires, 26 de junio de 2020


jueves, 11 de junio de 2020

“La metafísica sonríe, bien arropada en su batón de seda”

“La metafísica sonríe, bien arropada en su batón de seda”
Treinta y cinco años sin Leopoldo Marechal
Este artículo salió publicado en la revista Línea, en 1996. A casi veintiséis años de su muerte, Leopoldo Marechal volvía a estar en las librerías y en la Feria del Libro. El primer tomo de sus Obras Completas, dedicado a su obra poética, reaparecía en los anaqueles con un prólogo de Pedro Luis Barcia, un profundo estudioso de la obra marechaliana. El mayor poeta nacional del siglo XX restablecía así el diálogo con sus lectores, suspendido desde el 26 de junio de 1970, cuando un síncope cardíaco dio fin a sus batallas terrestres. A los treinta y cinco años de su partida, bien vale su circulación por la red, este platónico espacio sostenido en el rotundo aristotelismo del sílice. 
Buenos Aires, 12 de junio de 2005
Leopoldo Marechal no dejó tras de sí, como Borges, un gran aparato generador de prestigio. No se convirtió en el hastiante lugar común de todo mono sabio que quisiese posar de culto. Después de haber sido exiliado de la vida literaria, entre 1955 y 1965, por la reacción antiperonista, con su muerte comenzó un lento e injusto deslizamiento hacia el olvido, pese a que su obra, tanto poética como en prosa, constituye el más perfecto sistema verbal que la cultura argentina contemporánea haya sido capaz de generar.

Villa Crespo y el Mar del Tuyú: el mundo 
Había nacido en el barrio de Almagro, en la calle Humahuaca al cuatrocientos, hijo de un mecánico uruguayo (u oriental, como entonces se diría), descendiente, a su vez de un comunero francés que logró salvar su cabeza de la masacre ordenada por Thiers. Su madre, Lorenza Beloqui, era porteña. La calle Monte Egmont (actualmente Tres Arroyos) a pocas cuadras del arroyo Maldonado, hoy entubado bajo la advocación del severo doctor Juan B. Justo, vieron pasa su infancia y su adolescencia. De ellas conservó dos paisajes que aparecerán a lo largo de toda su obra. Villa Crespo, sus calles y su populoso y abigarrado vecindario darán forma al cosmos espacial y humano de su “Adán Buenosayres”. La pampa, allá donde en el Sur se abraza con el Atlántico, y en donde pasaba sus veranos infantiles, volverá en forma de elegía, en su producción poética.
Centro del mediodía y de la tierra, 
galopas como ayer hacia Maipú: 
tu corazón redobla y tu caballo 
tambores fraternales. 
 ¡Resucita, si puedes, una infancia 
que se durmió en Maipú! 
“Elegía del Sur”, 1941
Se recibió de maestro en la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta”, que aún existe. Ejerció como maestro de grado en la escuela Nº 5 “Juan Bautista Peña”, en la calle Trelles al 900. Era el año 1919. La docencia primaria será su profesión durante más de 20 años. En 1922 publica su primer libro “Los Aguiluchos”, un olvidable intento poético que el propio autor excluyó de su propia bibliografía. Todavía no había encontrado su voz y su registro. No obstante, a partir de este momento toma contacto con los diferentes grupos literarios de Buenos Aires e integra la redacción de la revista “Proa”, junto a Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges y Pablo Rojas Paz. Se vincula, en esa época, con el pintor Lino Enea Spilimbergo y, a través de éste, con el escultor José Fioravanti, autor del hermoso bronce con su juvenil cabeza. Con veinticinco años de edad se integra a la redacción de “Martín Fierro”, el órgano del vanguardismo literario argentino de entonces. Además de Borges y Rojas Paz allí publicarán Oliverio Girondo, Xul Solar, Ernesto Palacio, Raúl Scalabrini Ortiz (entonces poeta), la pintora Norah Borges, el genial y enigmático Jacobo Fijman. Y por encima de ellos la figura venerable y extrañamente patriarcal de Macedonio Fernández. Muchos de ellos volverán a encontrarse, con sus nombres levemente cambiados, en las páginas de su novela “Adán Buenosayres”. La aparición, en 1926, de “Días como Flechas” inaugura, según el propio Marechal, “su historia literaria personal”.
Mi pulgar afinó tu vientre más liso 
que la piel de los tambores nupciales. 
He puesto cuerdas al arco nuevo de tu sonrisa 
y engarcé dos noches en el sitio de tus ojos. 
“Días como flechas”. 1926
Ese mismo año viaja por primera vez a Europa. El tema del viaje será desde entonces recurrente y de alto valor simbólico en toda su obra, plena de asociaciones metafísicas y religiosas.

La Batalla Terrestre y la Batalla Celeste 
De vuelta en Buenos Aires, integra en el año 1927 el Comité Yrigoyenista de Intelectuales Jóvenes, presidido por un juvenil Borges -“ya el corralón gritaba: ¡Yrigoyen!”- e integrado, entre otros, por Macedonio Fernández, Raúl y Enrique González Tuñón, Nicolás Olivari, Roberto Arlt y Francisco Bernárdez. Jóvenes provenientes de la literatura proletaria del grupo de Boedo se unían a los vanguardistas pequeñoburgueses de Martín Fierro, tras la figura del viejo caudillo popular. A partir de este momento la política será, en Marechal, una parte esencial de su poética. Desde su particular visión, impregnada de idealismo platónico y de gnosticismo cristiano, la política se le presentaba como una función del Amor. Lo dirá mucho después, en “La Biografía del Poeta”:
Desde que me vestí con la forma del hombre, yo me incliné a los otros en oblicua de amor: yo fui el Otro, según la caridad, y en consecuencia el Otro fue yo mismo. Heptamerón, 1966
Dos años después, en 1929, da a conocer su segundo libro “Odas para el hombre y la mujer”. Pedro Luis Barcia sostiene que “las Odas marcan el comienzo de una ‘mitología’ personal, de una simbología que se enraizará, poco a poco, en antiquísimas tradiciones culturales, primero de Occidente y luego de Oriente”. La mujer en Marechal se convierte en clave de toda la existencia: la mujer terrestre como figura y expresión material de la mujer celeste, como arquetipo universal de la Belleza divina. Tanto en su obra poética como en su novelística y en sus dramas volverá a aparecer bajo la forma de Solveig Celeste, en “Adán Buenosayres”, de Lucía Febrero en “Megafón o la Guerra”, o la Novia Olvidada, en el drama “Las dos batallas de José Luna”. A fines de ese año, Marechal se embarca nuevamente a Europa. Este segundo viaje y las atentas lecturas realizadas en su estancia europea dejaron en el poeta una profunda huella espiritual. Estudia los clásicos griegos, especialmente Platón, y los filósofos medievales san Agustín, san Buenaventura, san Dionisio y santo Tomás. En especial las obras del español san Isidoro de Sevilla y del platónico León Hebreo serán la fuente inspiradora de su posterior desarrollo artístico y filosófico. Y, por supuesto, Dante Alighieri, de quien para siempre se considerará un simple discípulo. Como lo ha explicado Mario Casalla, en su excelente ensayo titulado “La Estética de Leopoldo Marechal, un ejemplo de apropiación nacional de la cultura universal”, nuestro poeta logra “encontrarse” con estas tradiciones de valor universal y las introduce en el atanor de lo nacional, nutriendo y enriqueciendo este cauce de creación colectiva. En Buenos Aires es derrocado don Hipólito Yrigoyen y comienza la Década Infame. Los años posteriores estarán signados por dos hechos fundamentales en su vida. Después de una crisis espiritual vuelve a la práctica del catolicismo. Se integra a los Cursos de Cultura Católica, un grupo de intelectuales nacionalistas que, dirigidos por Tomás Casares –que luego sería presidente de la Corte Suprema en el gobierno del general Perón- y de César Pico, integraban Ignacio B. Anzoátegui, Marcelo Sánchez Sorondo, Hipólito J. Paz y Federico Ibarguren, entre otros. Y por esta vía, llegará, años después, a vincularse al naciente peronismo. Entre 1937 y 1940 publica algunos de los libros de poesía que lo ubican en el lugar quizás más relevante de la lírica argentina y uno de los más representativos de la lengua española: “Laberinto de Amor” y “Poemas Australes”, en 1937; “Sonetos a Sophia” y “El Centauro”, en 1940. Con motivo de la Segunda Guerra Mundial, Marechal da a conocer su punto de vista sosteniendo la neutralidad argentina en el conflicto interimperialista. La consecuencia inmediata de su toma de posición será la expulsión sin explicaciones de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), cuya presidencia era ejercida por Ezequiel Martínez Estrada. Este, como toda la intelectualidad liberal de izquierda y derecha, condenaba como filonazi la defensa de la neutralidad. Curiosamente, la SADE no ha conservado actuaciones sobre este hecho tan poco democrático.

“¡Y Juan y Eva Perón fueron banderas!” 
Mientras tanto, el golpe del 4 de junio de 1943 daba fin a la Década Infame. Los amigos nacionalistas católicos llamaron a Marechal a colaborar en el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, donde llega a desempeñarse como Director General de Cultura. En esa área y con distintas funciones continuará hasta que el golpe de 1955 derroque al gobierno del general Perón. El 17 de octubre de 1945 convierte al golpe militar del 4 de Junio en una verdadera revolución nacional y popular. Desde su particular visión, tradicional y revolucionaria, sostuvo que “la gran virtud del peronismo fue la de convertir una ‘masa numeral’ en un ‘pueblo esencial’”. Es ese pueblo el sujeto activo de su soneto al 17 de Octubre:
De pronto alzó la frente y se hizo rayo 
(¡era en Octubre y parecía Mayo!), 
y conquistó sus nuevas primaveras. 
El mismo pueblo fue y otra victoria. 
Y, como ayer, enamoró a la gloria, 
¡y Juan y Eva Perón fueron banderas!
En 1948, Leopoldo Marechal da fin a su primera y gigantesca novela, “Adán Buenosayres”, la empresa literaria más osada y singular que nuestras letras habían, hasta entonces, encarado y “una de las mayores del siglo en lengua española”, según el juicio de Tomás Eloy Martínez, diecisiete años después. Sus casi 700 páginas fueron escrupulosamente ignoradas por la crítica de entonces, a excepción de la voz solitaria de Julio Cortázar, quien calificó la aparición del “Adán Buenosayres” como “un acontecimiento excepcional en las letras argentinas”. En el lapso que media entre 1948 y 1965, cuando apareció su segunda novela, “El Banquete de Severo Arcángelo”, no habían logrado venderse la totalidad de los 3.000 ejemplares de la primera edición. Los viejos amigos martinfierristas, la gran prensa y la crítica bienpensante habían dado la espalda al funcionario de la “tiranía”, que, por si ello fuera poco, publicaba una novela que se alejaba de la prosopopeya enfática y doctoral de la cultura oficial y mandaba a un infierno porteño y reconocible a los principales sacerdotes de esa religión laica.

Un Robinson literario 
El golpe gorila de 1955 lo arrojó al castigo que el revanchismo oligárquico le había impuesto. Durante diecisiete años Leopoldo Marechal no existió. El sistema de prestigio tejió un manto de silencio impenetrable sobre su persona y su obra. Desapareció su nombre de las antologías, de las revistas literarias, de los suplementos culturales de La Nación y La Prensa. No hubo más entrevistas ni gacetillas. Con el humor que caracterizó su obra y su pensamiento, Marechal consideró esta etapa como “de robinsonismo literario”. En su departamento de la avenida Rivadavia al 2300 soportó estoicamente la condena. Acompañado de su segunda esposa y de unos pocos y leales amigos se refugió en el trabajo y en las macarrónicas novelas radiales de Juan Carlos Chiappe, que gozoso escuchaba “junto a mi pueblo, silenciado como yo mismo”, como después contaría. De ese exilio urbano surgieron “El Heptamerón”, deslumbrante síntesis poética de todo su sistema de pensamiento, y su segunda novela ya mencionada, “El Banquete de Severo Arcángelo”. Esta obra, aparecida en 1965, logró romper el silencio al que había sido condenado y a los 65 años de edad irrumpió con la fuerza desbordante de un escritor primerizo. El éxito editorial de “El Banquete...” arrastra toda su obra. Al poco tiempo se reedita su “Adán...”. Las nuevas generaciones de argentinos se reencontraban por fin con su poeta. Marechal se convierte nuevamente en una figura conocida. La televisión y hasta la revista “Gente” se sentían obligados a entrevistarlo. El país había cambiado y ya comenzaba a despuntar el sol de la nueva etapa de luchas populares que se iniciarían en el Cordobazo, en 1969.

Un viejo cristiano en la revolución cubana 
En 1967, Leopoldo Marechal y su esposa son invitados a La Habana por la Casa de las Américas para integrar el jurado de narrativa. El viaje –nuevamente un viaje– vuelve a conmover al poeta. Su admiración por la revolución cubana es inmediata. Ve en ella el mismo impulso liberador y justiciero que percibió en aquel 17 de octubre de 1945. Encuentra en su enfrentamiento con Estados Unidos los ecos de Rubén Darío y Blanco Fombona. Percibe como un fenómeno pasajero la presencia de esos extraños rusos que encuentra en el comedor o el ascensor del hotel, se sonríe angelicalmente de la incomprensión y azoramiento que cree ver en los ojos, azules y un tanto brillantes por la resaca del Havanna Club, de esos técnicos eslavos. Al llegar a Buenos Aires, la revista Primera Plana publica el Reportaje a la Isla de Fidel realizado por Marechal. El general Onganía, sedicente católico y autoelegido presidente de la República, y su ministro del Interior, Guillermo Borda, secuestraron la edición con el artículo, que adquirió una extraordinaria popularidad en ediciones clandestinas. Dos años después da fin a su tercera y última novela “Megafón o la Guerra”, que sería publicada al año siguiente. Con su técnica, en la que se manifiesta una cierta narrativa prenovelística, anterior a la aparición de la novela burguesa, y que abreva, como en toda su obra, en la tradición medieval, Marechal anticipa los enfrentamientos civiles que caracterizarían a la siguiente década. Toda la vida cotidiana del Buenos Aires de los ’60, con sus personajes y sus discusiones adquieren características épicas en esta novela, cuyo personaje central, Megafón, es una metáfora del pueblo argentino como guerrero colectivo por su liberación. El humor desbordante y desacralizador de Marechal adquiere en su última obra en prosa un carácter abiertamente subversivo, porque la totalidad del sistema oligárquico es puesto en la picota de la ridiculización y la ironía. El poeta no alcanzaría a ver la dramática realización de su profecía. El 26 de junio de 1970 falleció de un ataque al corazón. Cordialmente, como le hubiera gustado decir, con su “humor angélico”. También había escrito sobre la Muerte, a quien llamaba Eutanasia o buen morir:
Cierta vez, en un ancho cañadón de Maipú, 
le pregunté a una rana que tañía 
su vihuela de junco 
si era dable y sensible comparar a la muerte 
con un sistema refrigerador. 
Y ella me dijo, punteando 
su cordaje verdecaña: 
“Morir es partir un poco.” 
Luego, Elbiamor, no es justo dedicar elegías 
a lo que apenas es un motivo de vals. 
Heptamerón, 1966
No había tristeza en el viejo poeta. Había sido fiel a quien consideraba su Creador y a su Patria, ese “dolor que aún no sabe su nombre”.

sábado, 23 de mayo de 2020

Ovillejo a Luis Brandoni


Porque tu voz tremulante,
comediante,
ya no conmueve al país,
Luis,
tu figura es la de un tony,
Brandoni.
Es muy penosa la escena
de verte subido a un pony
agitando la melena,
Comediante Luis Brandoni

lunes, 18 de mayo de 2020

A un inglés metido e insolente



Hay en esta vecindad
cierto inglés embajador
que pretende sin rubor
alardear con su bondad.
La bondad en un inglés
es siempre una felonía
y es por eso que a este quía
hay que darle un buen revés.

martes, 21 de abril de 2020

Horacio Fontova





Hay en todos los grupos humanos un hombre, por lo general con un eterno aspecto juvenil, que es jodón, que siempre aparece con un chiste en los momentos más desafortunados, que acompaña con su buena onda las desventuras de amigos y amigas, que en los asados trae la guitarra y canta cosas que sabemos todos y otras de su propia invención, en general graciosas, con actualidad, con picardía.


Es el tipo que siempre tiene la palabra oportuna para la amiga que se ha peleado con su pareja o para el tipo que lo echaron del laburo.

Nosotros, todos nosotros teníamos un amigo así. Solo el verlo, al encontrarlo en una manifestación, en la milonga, en un bar nos llenaba de alegría, nos hacía acordar de una canción optimista o de un chiste subido de tono. Lo veíamos y, aunque nunca nos hubieran presentado, nos venía unas ganas casi irrefrenables de decirle "¿te acordás cuando le dijiste...?" o alguna otra anécdota que se nos venía a la cabeza.

Se ponía sobrenombres, se hacía llamar General si había que cargar a los milicos o se disfrazaba de mujer y se hacía llamar Sonia.

Ese amigo de la barra, ese alegrador de asados, ese tocador de culo a toda reverencia se llamaba El Negro Fontova y se acaba de morir.

La puta que lo parió.

No me siento bien, para nada.

Buenos Aires, 20 de Abril de 2020

miércoles, 15 de abril de 2020

Un recuerdo de hace casi 50 años

Hace dos días fue el cumpleaños de Juan Cruz Cabral. En ese momento quise contar esta pequeña historia pero los avatares de esta procelosa cuarentena (?) postergaron la decisión.

Era el año 1971. Yo tenía entonces 24 años y acababa de nacer mi hija Guadalupe. Con su madre y mi compañera de entonces, María Isabel Santamaría, éramos muy amigos y compañeros de militancia de Luis María Cabral y Teresita Borda y Tere e Isabel habían llevado juntas su primer embarazo.


Como cuento, en ese mes de abril de 1971 estábamos en nuestro pequeño departamento en el barrio La Mosca, en Avellaneda, en la avenida Galicia y Mendoza, cuidando, mirando, sorprendiendonos con la nueva presencia que desde hacía un mes dormía en nuestro cuarto. Estábamos, como digo, tirados en la cama, con el pequeño bollito berreante y tomador de teta en el medio, mirando la televisión. Era uno de esos programas de la tarde, con invitados que hablaban sobre diversos temas, sin la virulencia ni la violencia verbal que hoy impregna ese tipo de programas. De pronto aparece como invitada la presidenta de LALCEC, Liga Argentina para la Lucha contra el Cáncer, entonces una prestigiosa institución mucho más presente que hoy en los medios. La distinguida presidenta no era otra que Beba Vitón de Borda, la madre de nuestra amiga Teresita. Pusimos entonces atención a la pantalla.


La periodista o conductora, podía ser Annamaría Muchnik o Canela, le pregunta algo a su invitada, y esta responde y en la respuesta agrega: "Además a partir de hoy tengo un nieto que se llama Juan Cruz".


Así, por televisión, y anunciado por su señora abuela, nos enteramos que Tere había tenido su bebé. Tuvimos que esperar un rato para llamarla por teléfono para felicitarla a ella y a Luis María. No teníamos teléfono en casa y el teléfono público, si funcionaba, quedaba a varias cuadras.


Juan Cruz y Guadalupe se convirtieron en unos meses más en una presencia obligada en las reuniones políticas y aprendieron desde pequeños a dormir en camas armadas con dos sillas.


Entonces, ¡feliz cumpleaños Juan Cruz Cabral!


Buenos Aires, 15 de abril de 2020