domingo, 21 de abril de 2024

Fantasmas


Volver a donde fui niño,

a donde fui un muchachito de 14 años.

Volver a lo de la abuela Adela

cuando ya tengo tantos años como la abuela Adela.

Fantasmas

Del comisario peronista,

el tío Raúl y su leve síndrome de Diógenes,

Evelia, Pilar y Lisinia,

las tías feas.

A ese mundo de primas y primos de la infancia,

ausentes siempre,

menos esos días de estío cuando mi padre proponía:

- Vamos a Santa Rosa.

Y eran los tíos y tías de mi papá,

los hermanos y hermanas de doña Adela,

a quienes mi padre mostraba su progreso,

lo bien que le iba.

Fantasmas

Y las tristes hermanas de mi madre,

sus muertos juveniles,

y el recuerdo de Magdalena, de Carmen y de Pancho, 

que murió tan joven

y en el Sur, 

ese abismo que se comía a la gente en los años 30,

y el de Perico, el otro muerto,

y de Luis y de Pepe, el más inteligente y que no pudo estudiar,

y de Joaquina, la mayor,

y de Valentina,

la pobre Valentina se decía,

y de Luisa, que no tuvo suerte con su matrimonio,

también se decía.

Fantasmas

Volver a todos los fantasmas

de un tiempo que era feliz,

de un tiempo de juegos,

de descubrimientos, de sorpresas.

Pocas cosas quedan en pie.

La estatua de Yrigoyen,

que alguna vez visitó la ciudad

-recordaba mi padre-,

la plaza y sus glorietas blancas

-ya nadie da vueltas alrededor

como lo hacía entonces-,

el hermoso Hogar Escuela que construyó Evita,

y que se convirtió en regimiento en 1976.

Don Julio Argentino desapareció

de calles y estatuas,

el nombre de San Martín cubre, 

con su gloria, la agachada a la memoria del hombre

que convirtió estos medanales pampas, 

estos caldenes y estos piquillines

en República Argentina.

Doña Adela de la Mata

es una plazoleta,

con una hamaca y un tobogán,

donde aún resuena su autoridad,

su aspereza de campesina de León,

sus golpes de hacha contra el leño terco.

Fantasmas

Espectros de la memoria.

Sombras sinuosas del recuerdo

que resucitan al volver donde fui niño. 

Santa Rosa de Toay, 28 de mayo de 2023

martes, 16 de abril de 2024

Después del Ensayo


El domingo, Violeta Harte y yo fuimos a El Picadero a ver Después del Ensayo, la obra de Ingmar Bergman, dirigida por Daniel Fanego e interpretada por Osmar Nuñez, Vanessa González y Silvina Sabater.

Por esas cosas de la programación la obra, intensa y por momentos despiadada, se da solamente los domingos a las cuatro de la tarde, un momento de la semana más propicio para ver dibujos animados o una de cowboys. El texto de Bergman, las intimidades que desnuda, las confesiones, arrepentimientos y culpas que despliega son ese tipo de temas más propicios a ser ventilados en una noche de viernes, pasadas las doce y con un par de whiskies encima. Pero eran las cuatro de la tarde. Al salir todavía era una tarde domingo, lluviosa y apesadumbrada, preparada para tomar con mi bella nieta un chocolate con churros o un té con lemon pie.

El texto de Bergman es notable. La traducción es muy buena y expone el claroscuro del alma del maestro de Farö, su relación casi obsesiva con la mujer, con sus viejas actrices del cine en blanco y negro y las nuevas actrices del tecnicolor, la presencia permanente de ese pastor de la catedral de Uppsala, que era su padre, y el misterio creativo de modelar como un alfarero a sus actrices para que encuentren dentro suyo el personaje.

Osmar Nuñez está impecable. Su interpretación es digna del texto y a la altura del gran Erland Josephson, que interpretó a Vogler en el debut sueco en Sveriges Television. Es imposible no ser subyugado por la voz, la mirada, el hastío, el cansancio y la obsesión creativa del anciano director teatral. También están magníficas las dos intérpretes femeninas. La joven Vanessa González evoluciona de una ingenua casi adolescente a una seductora y ambiciosa actriz queriendo conquistar el corazón de su director-padre-amante. Y la estupenda Silvina Sabater se pone sobre los hombros a la vieja actriz, la vieja amante, la alcohólica suplicante de amor, la Gorgona exigente de sexo. Obviamente, todo ese mecanismo emocional estaba finamente regulado por Daniel Fanego desde una dirección magistral.

Salimos del teatro Violeta y yo con la sensación de que habíamos pasado un maravilloso instante. Violeta atinó a decir:

- ¿Viste que Osmar Núñez parecía como que las palabras se le iban ocurriendo a medida que las decía?

Me hubiera encantado que Osmar escuchara ese comentario. Mejor elogio no se me ocurre.

Y seguimos conversando sobre Bergman, sobre su cine, sobre su historia personal y, obviamente, sobre Estocolmo y el Dramaten o Kungliga Dramatiska Teatern, la más importante sala teatral de Suecia que tanto Bergman como Josephson dirigieron oportunamente.

Fuimos a la Ópera, en la esquina de Corrientes y Callao, la vieja confitería porteña que hace un tiempo fue bellamente renovada. Hicimos nuestro pedido, mientras yo seguía hablando de Bergman y de Strindberg y los actores suecos.

Al llegar el pedido a nuestra mesa, Violeta y yo fuimos sorprendidos por uno de esos guiños de la realidad, esas grietas en la continuidad espacio-tiempo, que hacen de la vida y la historia una mera casualidad.

Sobre el soberbio tostado de jamón y queso que Violeta iría a devorar, se erguía una pequeña bandera sueca, con los conocidos y cercanos colores azul y amarillo.


Inevitablemente largamos una carcajada.