domingo, 17 de febrero de 2019

Los Perros de Berlín y la adictiva pérdida de la metáfora


Acabo de ver la primera sesión -ignoro si hay segunda- de Los Perros de Berlín.
El género novela y película policial ha sido, desde la aparición de la novela negra, un gran develador de las condiciones sociales y morales de una sociedad. Si se analiza El Largo Adiós de Chandler o Chinatown de Polanski uno se enfrenta a una situación criminal -una muerte, una desaparición- que esconde algo que no se ve a primera vista o se niega verlo. Y queda evidenciado que lo que se ha vista es una especie de metáfora, donde hay por lo menos dos planos: la historia policial propiamente dicha y por debajo en capas sucesivas, la hipocresía, la inmoralidad, la venalidad, la lucha de clases y todos los elementos que componen las relaciones humanas, en este caso, capitalistas. Bien.

Cuando uno se enfrenta a una serie, que dura cinco o seis veces más que un largometraje, que más que una novela es casi una saga, donde, debido justamente a la duración, hay una mayor cantidad de datos, de subhistorias, de personajes principales y secundarios, la metáfora de la que hablaba más arriba se convierte en una especie de hipérbole, de exageración.


La serie es, obviamente, buenísima, apasionante, una vez empezada no se puede dejar de ver. Grandes actuaciones, personajes verosímiles, conflictos creíbles. Pero ese ojo puesto en el mundo del delito, durante tantas horas, deja la impresión de que, o bien Berlín es la ciudad más corrompida del mundo y Alemania es un estado a punto de convertirse en fallido, o todo eso que hemos visto es exagerado. Quiero decir, si uno describe una ciudad con aspectos solamente angelicales no se hace creíble. Pero si uno describe una ciudad con aspectos solamente demoníacos o infernales, tampoco se hace creíble.



Lo mismo me pasó con Un Gallo para Esculapio. La descripción inicial de los tres o cuatro primeros capítulos es de un realismo y una verosimilitud casi documentales. El espectador -yo- siente que efectivamente es así y que nadie hasta ahora había logrado pintarlo de esa manera. Pero a medida que se estiran los capítulos la sordidez abruma y se convierte en irreal, en fabulada. Uno sabe que esa realidad existe, que esos personajes despiadados, degradados, miserables, despóticos, psicopáticos existen y que ese paisaje social es muy cercano a la realidad. Pero en un momento se pierde el misterio de la metáfora, de la alusión, es puro realismo crudo, casi "snuff".



Los Perros de Berlín se mete con varios negocios: el de las apuestas, el de las drogas, el de la corrupción policial, el del racismo, el de la mafia turca y la mafia croata. Vale la pena verla, es muy atractiva y apasionante. Pero deja la impresión que en algún momento se fueron al demonio.

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