Hoy me encontré
con un viejo amigo, antiguo militante del Partido Comunista
Revolucionario, bailarín de tango, orfebre, de origen ruso judío y
hombre formado en la gran cultura de la izquierda anterior a la caída
del Muro. Y él, hablando de otras cosas, trajo este impresionante
recuerdo a la mesa del bar.
Jack London fue el
gran escritor norteamericano de principio de siglo. Su partida de
nacimiento, que hubiera permitido saber si su padre era un charlatán
astrólogo, se perdió en el incendio de San Francisco. No tuvo una
educación académica formal, pero fue la más potente pluma de ese
país salvaje y plebeyo, que a la sombra de una descarada plutocracia
crecía después de la devastadora guerra civil.
Recorrió a pie y
como vagabundo el gigantesco país, buscó oro en Alaska, fue obrero
industrial y a los 20 años se hizo socialista. Jack London fue la
expresión de ese proletariado que había llegado a la sociedad
capitalista sin haber pasado por el Renacimiento y el Iluminismo. Tan
solo el afán de lucro, el más salvaje individualismo y el Antiguo
Testamento como mandato de un destino manifiesto, regían el destino
de aquellos hombres pujantes, fuertes y convencidos de su misión.
Murió a los
cuarenta años por propia decisión. Había escrito El Talón de
Hierro y en sus páginas se describía la dictadura absoluta del
capital financiero sobre el conjunto de la sociedad. Hoy, esa
distopía debería leerse en las escuelas.
Vivió como una
amenaza la inmigración, muchas veces forzada, de la población china
en la costa oeste y, con la impiadosa mirada de los poetas y los
genios, convirtió sus miedos en una espantosa obra de anticipación.
Se llamó La Invasión sin Paralelo. Se
puede leer aquí.
No
se asusten. Jack London era simplemente un genial hijo de la clase
obrera norteamericana.
4
de febrero de 2020
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