martes, 25 de febrero de 2020

Jojo Rabbit y El Joker.

Anoche vi dos películas. 
El estreno del viernes: ‘Jojo Rabbit’, cómo reírse de Hitler y ser favorito al Oscar
Una fue Jojo Rabbit. Una comedia un tanto zonza, con estética de cuento de Navidad. La idea de metaforizar todo el mal de la humanidad en la figura de Hitler, después de lo que hemos vivido desde 1945 hasta hoy, ya me resulta un tanto hinchapelotas. Si siguen así, el austríaco se va a convertir, como el rumano Vlad Dracul, en un interesante y, hasta, simpático personaje literario.
'El Joker de Phoenix no es el verdadero villano de Batman'
La otra que vi fue El Joker. Más allá del drama individual del pobre payas
o fronterizo, abusado por su madre, fracasado hasta como payaso y el maltrato al que es sometido, todo el clima es un homenaje, quizás inconsciente, quizás previsto, a lo que ocurre en Chile, en Francia, en Colombia y amenaza ocurrir en cada país de occidente: una rebelión por hartazgo sin mucho programa ni rumbo. 

Para la visión norteamericana, la psicosis se transforma así en epopeya social: la locura individual en locura colectiva, explicadas ambas por el maltrato.

La forzada vinculación de la película con el asesinato mitológico y litúrgico de los padres de Bruce Wayne, el futuro Batman, intenta convertir a los personajes de DC en una especie de módica teodicea norteamericana y se vuelve un tanto funambulesca.

Es una película para ver, pese a su abrumadora psicopatía.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Kirk Douglas fue mi amigo del Cine Americano


El cartel del Cine Americano, mientras se construye el nuevo correo, y en la esquina un pedazo de El Mangrullo. La línea 4 unía entonces el cementerio con La Movediza, donde estaban los cuarteles y el barrio militar.
Quien no pasó su infancia en Tandil no puede entender el significado del Cine Americano.
Estaba en General Rodríguez, casi esquina San Martín, al lado de El Mangrullo, como se conocía al modernoso edificio de Rentas de la Provincia -se sabe que nada envejece más rápido que lo moderno- y daba tres películas, todas de acción: de cowboys, de policía, de espías, de guerra, de piratas, como conocíamos esos géneros en aquellos años. Uno entraba a las 15.30 y salía a las 9 y media de la noche, listo para ir a casa a cenar.
En el cine Americano se fumaba. Era el único en Tandil donde se podía fumar. Y en la parte de atrás, separado por un fino vidrio, había un, digamos, buffet, donde despachaban unos poco glamorosos sandwiches de una fragante mortadela entre un enorme pan felipe, cortado al medio. Eso podía ser bajado con una Coca Cola, una Bidú, una Crush o una Quilmes de tres cuartos. En la mitad de la segunda película, a eso de las seis de la tarde, el sandwich de mortadela era casi una necesidad. También era una necesidad salir al baño en el medio de la función como resultado de las gaseosas o la cerveza que acompañaba la ingesta. El baño del Americano, recuerdo, era un extracto concentrado de humo de cigarrilos y orines masculinos, que, de niño, me obligaban a contener la respiración, o respirar por la boca, en la obligada visita.
El cine Americano de Tandil fue mi infancia cinematográfica. No hubo película de cowboys, policial, de piratas o de guerra que no haya visto en sus largas funciones. En general, eran películas que ya habían sido estrenadas varios años antes y por las que el dueño de todas las salas de cine tandilenses, Cantarelli, ya había pagado los derechos de estreno y conservaba las copias para completar las tres películas del Americano, en programas que cambiaban semana a semana.
Gary Cooper, Alan Ladd, Kirk Douglas, Burt Lancaster, John Wayne, Richar Widmark, Roy Rogers, el ridículo cowboy cantor con falsete alpino, Victor Mature, James Stewart, llenaron mi niñez tandilense de inolvidables momentos de aventuras. Después, ya en casa o en la vereda, se trataba de reproducir en nuestros juegos y con una cartuchera y un revólver Texas en la cintura, esas historias de tiroteos, robo de ganado y duelos en la puerta de un saloon con puerta vaivén.
En esas tardes me hice amigo de Kirk Douglas para toda la vida.
Buenos Aires, 5 de febrero de 2020

martes, 4 de febrero de 2020

El virus que Jack London esparció en la China



Hoy me encontré con un viejo amigo, antiguo militante del Partido Comunista Revolucionario, bailarín de tango, orfebre, de origen ruso judío y hombre formado en la gran cultura de la izquierda anterior a la caída del Muro. Y él, hablando de otras cosas, trajo este impresionante recuerdo a la mesa del bar.
Jack London fue el gran escritor norteamericano de principio de siglo. Su partida de nacimiento, que hubiera permitido saber si su padre era un charlatán astrólogo, se perdió en el incendio de San Francisco. No tuvo una educación académica formal, pero fue la más potente pluma de ese país salvaje y plebeyo, que a la sombra de una descarada plutocracia crecía después de la devastadora guerra civil.
Recorrió a pie y como vagabundo el gigantesco país, buscó oro en Alaska, fue obrero industrial y a los 20 años se hizo socialista. Jack London fue la expresión de ese proletariado que había llegado a la sociedad capitalista sin haber pasado por el Renacimiento y el Iluminismo. Tan solo el afán de lucro, el más salvaje individualismo y el Antiguo Testamento como mandato de un destino manifiesto, regían el destino de aquellos hombres pujantes, fuertes y convencidos de su misión.
Murió a los cuarenta años por propia decisión. Había escrito El Talón de Hierro y en sus páginas se describía la dictadura absoluta del capital financiero sobre el conjunto de la sociedad. Hoy, esa distopía debería leerse en las escuelas.
Vivió como una amenaza la inmigración, muchas veces forzada, de la población china en la costa oeste y, con la impiadosa mirada de los poetas y los genios, convirtió sus miedos en una espantosa obra de anticipación. Se llamó La Invasión sin Paralelo. Se puede leer aquí.
No se asusten. Jack London era simplemente un genial hijo de la clase obrera norteamericana.
4 de febrero de 2020

George Steiner: la crítica al papel de la crítica en la cultura


Al mirar hacia atrás, el crítico ve la sombra de un eunuco. ¿Quién sería crítico, si pudiera ser escritor?”.
George Steiner.

George Steiner, en la feria del libro de Edimburgo, en 2008.

Leí esto hace ya más de treinta años y su autor se me convirtió en la idea misma de la discusión sobre literatura, arte y sociedad. Era un crítico capaz de mirar con estos ojos su propia profesión, a la que enalteció, convirtiéndose en una figura central del debate cultura de la segunda mitad del siglo XX.
Fue uno de los más grandes exponentes de ese pensamiento crítico que surgió entre las dos guerras en Europa y que proyectó su luz hasta ya entrado en el siguiente siglo. A los 90 años ha muerto el gran George Steiner. La sentencia que inicia este hilo es la clave de su ciclópea tarea. El mundo es un lugar un poco más pobre.
Buenos Aires, 3 de febrero de 2020