En el Clarín del 3 de abril de este año, en su sección Debates, salió publicada una nota firmada por Carlos Gervasoni, quien se presenta como politólogo y profesor-investigador de la Universidad Torcuato Di Tella. También agrega, aprovechando la oportunidad publicitaria que acaba de salir su libro Hybrid regimes within Democracies en la Cambridge University Press. Ignoramos con qué nombre se comercializa en castellano. La nota en cuestión lleva el título de Raíces provinciales del subdesarrollo (https://www.clarin.com/opinion/raices-provinciales-subdesarrollo_0_tI9V8Ys9V.html).
Para
empezar y que quede claro desde el comienzo, el artículo del
profesor Gervasoni es una retahila de lugares comunes liberales,
mantras republicanos, sonsonetes antifederales y ditirambos a la
alternancia con que semanalmente desborda las pantallas de los
televisores la señora Elisa Carrió.
Como
suele ocurrir con este tipo de académicos liberales, la nota
comienza con un elogio a la política de Uruguay y Chile, a la que
describe como más limpia que la de la Argentina. Inmediatamente
afirma que “la
Argentina del pasado, por ejemplo la de Frondizi e Illia, tenía
muchos problemas, pero tampoco acusaba el actual nivel de deterioro
institucional”.
Detengámonos
un instante en estas dos afirmaciones. Ni Uruguay ni Chile, dos
países que vivieron, en los años setenta dictaduras similares a la
sufrida en nuestro país, han logrado juzgar y condenar a los
militares y civiles que consumaron las brutales violaciones a los
Derechos Humanos como lo hizo la aparentemente deteriorada calidad
política de la Argentina. Pero este no es un dato que el profesor
Gervasoni considere relevante.
Por
otra parte, elogiar la Argentina de la época de Arturo Frondizi o de
Arturo Illia, en comparación con la actual, significa que, para el
profesor, la proscripción del movimiento político mayoritario, el
Plan Conintes, la militarización de los ferroviarios, la amenaza
permanente del gorilismo castrense, la anulación de elecciones, la
colaboración con la dictadura brasileña para impedir el regreso de
Perón, los golpes de Estado militares, la situación de permanente
persecución al peronismo, entre otros aspectos que caracterizaron la
política de aquellos años, fueron “muchos
problemas”
como dice el autor, sin que ellos menoscabasen la corrección
institucional argentina.
El
profesor-investigador estima, al pasar, que esta “medianía”
no comenzó con el bombardeo a Plaza de Mayo, con el golpe de Estado
de 1955, con los fusilamientos de 1956, con la permanente violación
a los derechos y garantías constitucionales, con el exilio y la
proscripción de Juan Domingo Perón. No, comenzó en “la
violenta década del 70”,
recortando así, a voluntad, el continuo histórico argentino en el
cual esas tormentas fueron la consecuencia de aquellas tempestades.
Considera
que “hubo
en el actual período democrático dos largos episodios de agudo
declive en nuestra calidad moral e institucional, el menemismo y el
kirchnerismo, ambos caracterizados por tendencias hegemónicas,
corrupción generalizada y una marcada politización de la justicia
federal”.
Esta afirmación apodíctica le permite ignorar los acuerdos entre
Alfonsín y la cúpula militar procesista, que desencadenó los
hechos de Semana Santa de 1987, el intento de poner a disposición
del Poder Ejecutivo a un grupo de ciudadanos sin estado de sitio, las
provocaciones al movimiento obrero, el apañamiento al ministro de la
Corte Suprema Augusto Belluscio, sospechoso de haber arrojado por el
balcón de un hotel en París a su amante Mirta
Schwartzman, el
papel de los servicios de inteligencia en la infiltración en marchas
populares, como los sucesos de Modart o, por fin, la extraña y nunca
aclarada participación de sectores del gobierno y el estado en el
intento de toma del cuartel militar en La Tablada. Para no mencionar
que olvida el uso de la Banelco, por parte del republicano Fernando
de la Rúa, para intentar obtener una mayoría legislativa para
sancionar una reforma laboral y el consecuente desaguisado con los
fondos de la entonces SIDE, a cargo del banquero Fernando de
Santibañes. Es decir, también acá el profesor Gervasoni determina
a su voluntad y arbitrio cuales gobiernos considera
institucionalmente correctos y cuales no.
Según
este políglota politólogo ,
“una
interpretación atribuye los excesos de Menem y el matrimonio
Kirchner a su común pertenencia al Partido Justicialista,
históricamente movimientista, personalista y antiliberal”.
Al parecer, el argumento formaría parte de su propia convicción al
respecto, dado que ni se preocupa por contradecirlo o criticarlo. No
obstante, como entiende que es de un rampante gorilismo que,
posiblemente tampoco sea tan bien visto en los ambientes académicos
a esta altura del siglo XXI, a continuación hace conocer su
principal aporte al enigma. Dice Gervasoni:
“Sin
embargo, es probable que haya operado un factor común menos obvio:
antes de ser presidentes, Carlos Menem y Néstor Kirchner fueron
gobernadores de las muy poco democráticas provincias de La Rioja y
Santa Cruz, respectivamente”. Sigamos
el razonamiento de este sommelier de democracias en que se ha
convertido el profesor Gervasoni.
“Ejercieron
allí el poder casi sin límites, rodeados de jueces adictos y medios
complacientes. Kirchner desarrolló en sus tres períodos de gobierno
(1991-2003) equipos y esquemas que luego llevó a la Casa Rosada: ya
contaba en aquellos años con la asistencia de Lázaro Báez, Julio
De Vido y Ricardo Echegaray, entre otros, y ya le había vendido el
51% del Banco de Santa Cruz a la familia Eskenazi, a la que años más
tarde alentaría a comprar, de forma muy turbia, el 25% de YPF”.
Como
se ve, toda esta tremebunda parrafada no explica ni prueba nada.
Néstor Kirchner fue gobernador por tres veces consecutivas, como
resultado del voto popular y fue una muy buena gestión de las
finanzas públicas santacruceñas lo que permitió su reelección.
Pero acá aparece el argumento estilo Lilita Carrió, mirando de
soslayo a la cámara: mencionar tres personas a las que el sistema
judicial, mediático y de espionaje montado por el gobierno macrista
ha intentado convertir en enemigos públicos número 1, a través de
operaciones que día a día se evidencian como amañadas, con
episodios de extorsión, chantaje, amenazas y corrupción judicial.
La ominosa sombra de “la causa de las fotocopias” se proyecta
sobre el razonamiento del investigador Gervasoni y convierte su
intento académico en complicidad intelectual con los prevaricadores
judiciales.
Pero
el profesor aún no ha desplegado la totalidad de su teoría. Aquí
viene:
“Ocurre
que, a grandes rasgos, hay dos tipos de provincias desde el punto de
vista electoral. En algunas, como Buenos Aires, Córdoba, Mendoza o
Tierra del Fuego, la democracia funciona como se supone: hay intensa
competencia electoral, los oficialismos a veces ganan elecciones (a
menudo por márgenes estrechos y sin lograr mayoría legislativa), y
otras las pierden”. (…) “En otras provincias, en cambio, el
oficialismo triunfa indefectiblemente, generalmente con mayorías
abrumadoras en votos y/o bancas. Así ocurre en Formosa, La Rioja,
San Luis, Santa Cruz y Santiago del Estero”.
Y
aquí está la madre del borrego, el vellocino de oro, la piedra
filosofal del liberalismo semicolonial: la
alternancia. La
obsesión de la alternancia en el poder, la idea de que, en una
verdadera democracia, dos o tres grandes partidos ocupan
sucesivamente la Casa Rosada ha sido la idea misma del paraíso para
el liberalismo argentino, representación en la cual el infierno es
la posibilidad de reelección indefinida. Y acá Gervasoni va al
meollo de la cuestión y tomando el toro por las astas declara:
“Tomemos
el claro ejemplo formoseño. El PJ ganó todas las elecciones desde
1983. Gildo Insfrán fue elegido gobernador con el 59% de los votos
en 1995, y desde entonces obtuvo cinco reelecciones consecutivas,
todas con más del 70% de los votos. El casi cuarto de siglo que
lleva en el poder es récord en la Argentina contemporánea”.
Al
profesor Gervasoni ni se le pasa por la cabeza que el pueblo
formoseño es el que ha permitido, con su voto, ese récord. Le basta
con decir “cuarto
de siglo”
para que todo intento de explicar que eso es lo que los votantes
formoseños han querido y defienden sea arrastrado por la imagen de
un déspota asiático que impone su presencia omnímoda y arbitraria.
Y
para que la imagen adquiera carnadura real, el politólogo y
sommelier de democracias agrega:
“Solo
12 de los actuales jefes de estado de los casi 200 países del mundo
han tenido mandatos más largos. Se trata en todos los casos de
dictadores, por ejemplo los de Camerún, Chad, Congo, Kazajistán y
Sudán. Los líderes democráticos que recordamos como políticamente
longevos –Adenauer, Kohl, Roosevelt, Thatcher– gobernaron entre
11 y 16 años. Luego de 12 años en el cargo, la actual canciller
alemana Angela Merkel logró ser reelegida en 2017 con apenas el 33%
de los votos (y el 35% de las bancas)”.
Epa,
profesor, no galope que hay aujeros.
Estamos
hablando de un gobernador provincial, no de un jefe de estado. El
gobernador de Iowa, Terry Brandstrand, ha gobernado su estado durante
22 años, y no son poco frecuentes los casos de gobernadores yanquis
que lo han sido durante largos períodos. Con el mismo criterio
científico que esgrime el profesor Gervasoni podríamos deducir que
tanto Gildo Insfrán como Terry Brandstrand han gobernado tantos años
debido a sus antecedentes noruegos.
Por
otra parte, Tage Erlander, el creador de la Suecia moderna, fue
primer ministro de su país por 23 años, sucediendo a Per Albin
Hansson, que lo había sido por diez años. El Partido Republicano de
los EE.UU. gobernó su país durante 48 años, de los cuales 25 años,
entre 1860 y 1895, fueron consecutivos.
Podríamos,
además, agregar que fueron justamente esos largos períodos de
tiempo, esos largos mandatos populares, los que permitieron
desarrollar y consolidar la gigantesca estructura industrial de los
EE.UU. que hoy conocemos, en un país que salía de una devastadora
guerra civil, o sentar las bases del despliegue industrial sueco y su
economía de bienestar que, hoy, es vista con admiración por quienes
permanentemente buscan modelos en el exterior de nuestra propia
patria.
Por
último, el profesor e investigador Carlos Gervasoni, aprovechando
para hacer publicidad de su libro, sostiene sin falsa modestia:
“En un reciente libro sobre democracia y autoritarismo provincial
muestro que el factor que más consistentemente explica la falta de
competencia democrática (y las frecuentes prácticas autoritarias)
en varias provincias es la centralidad económica del Estado: la
mayor parte de los trabajadores son empleados públicos, y una parte
importantísima de los ingresos de las empresas y medios de
comunicación locales proviene del presupuesto provincial”.
El
profesor, como se ve, no intenta mostrar, como aconsejaría la
modestia, sino que muestra algo que es común a la mayoría de las
provincias argentina, incluídas aquellas donde la alternancia se le
presenta como el desideratum democrático: el peso que el presupuesto
provincial tiene en la actividad económica de la provincia. Ese
fenómeno, derivado básicamente del atraso de la estructura
productiva argentina, determinada por Buenos Aires, Santa Fe y
Córdoba, de la incapacidad que han tenido todas las administraciones
liberales desde 1955 en adelante, para poner en marcha un modelo
económico que respete, fomente y desarrolle el federalismo de
nuestra constitución. Ni Formosa, ni ninguna de las provincia que a
los ojos del profesor porteño son fuente de degradación
institucional, son responsables de la debilidad de su sector privado.
Por el contrario, ha sido el estado provincial, en el caso de
Formosa, por lo menos, que conocemos mejor, el principal factor de
desarrollo económico del sector privado. Ha sido el Modelo
Formoseño, impulsado desde la gobernación, lo que ha permitido unir
los distintos circuitos productivos de la provincia, vincular al
conjunto de la provincia con sus vecinos, con los puertos e, incluso
entre los pueblos y ciudades de su propio interior. Ha sido, como ha
ocurrido siempre, el estado el que ha promovido y facilitado la
actividad privada, lejos de la distopía liberal de una iniciativa
privada ahogada por la presencia del estado en manos de un autócrata
perpetuado en el poder.
En realidad, señor profesor investigador Gervasoni, en estos más de treinta años de democracia, han sido los gobernantes oriundos de la ciudad de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires, como Alfonsín, De la Rúa y Macri, los que han eternizado el atraso y la falta de desarrollo de las provincias del interior. Y en el caso de Formosa, que ud. toma como ejemplo, hubo ministros que llegaron al límite de declararla “inviable”.
En realidad, señor profesor investigador Gervasoni, en estos más de treinta años de democracia, han sido los gobernantes oriundos de la ciudad de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires, como Alfonsín, De la Rúa y Macri, los que han eternizado el atraso y la falta de desarrollo de las provincias del interior. Y en el caso de Formosa, que ud. toma como ejemplo, hubo ministros que llegaron al límite de declararla “inviable”.
Y
ha sido la voluntad de esa gente y de sus gobernantes electos por
ellos mismos los que han hecho lo posible por sacarlas del atraso
económico y, en muchos casos, del olvido de Buenos Aires.
Y
la prejuiciosa y centralista visión porteña del profesor Gervasoni
termina por hacerle escribir:
“Se
trata entonces de distritos que viven mayormente de rentas
(originadas en nuestro federalismo fiscal, y a veces también la
explotación de hidrocarburos, como es el caso de Santa Cruz).
Al
igual que ocurre en los países rentísticos (por ejemplo los
emiratos petroleros del Golfo Pérsico), la democracia no prospera
porque, allí donde prácticamente todos los actores relevantes
dependen económicamente del Estado pocos quieren ser opositores.
Quien
ha vivido de rentas -de la renta agraria- ha sido históricamente la
oligarquía pampeana que tiene en la provincia de Buenos Aires sus
propiedades y en la Ciudad de Buenos Aires sus viviendas. Quien ha
tenido una conducta rentística ha sido ese sector social y el
sistema financiero exportador-importador a él asociado. Las
provincias como Formosa -a la que Buenos Aires obligó durante años
a ser “no
man's land”,
“tierra de nadie”, en la estúpida y aldeana idea de una invasión
brasileña- tuvieron que luchar a brazo partido, sin recursos, sin
asistencia y siendo despreciados, para ser reconocidos como
provincia, para poder gobernarse por sí mismos, para conseguir
educación, salud y bienestar. Como un emirato árabe petrolero se
comportó históricamente la oligarquía porteña, dilapidando el
recurso de la fertilidad pampeana. En Formosa, cuesta trabajo, sudor
y dolor de cintura sacarle su riqueza a la tierra. Si algo no conoce
el formoseño es el parasitismo rentístico del que habla el profesor
porteño.
La democracia de nuestras provincias, el reconocimiento muchas veces plebiscitario de sus dirigentes no es otra cosa que resultado de la dedicación, la entrega y el cariño por el lugar en que han nacido y por sus coprovincianos. Que no venga el profesor Gervasoni a buscar las causas de la crisis argentina en los lejanos lugares que han resistido y encontrado respuestas a esa crisis.
La democracia de nuestras provincias, el reconocimiento muchas veces plebiscitario de sus dirigentes no es otra cosa que resultado de la dedicación, la entrega y el cariño por el lugar en que han nacido y por sus coprovincianos. Que no venga el profesor Gervasoni a buscar las causas de la crisis argentina en los lejanos lugares que han resistido y encontrado respuestas a esa crisis.
Buenos
Aires, 6 de abril de 2019.
EL MENSAJE QUE TE ENVIÉ NO ERA UN COMENTARIO SINO UNA MANERA DE COMUNICARME CON VOS, J. (NO SÉ TU NOMBRE DE PILA). QUERÍA PEDIRTE, SI LA TENÉS, LA DIRECCIÓN DE CORREO ELECTRÓNICO DE SILVIA DE PAOLI, DE QUIEN PUBLICASTE ALGO EN 2012. ÉRAMOS SUS AMIGOS Y QUERÍAMOS SABER DE ELLA. ALEJANDRO SIMONETTI, ANA ROSA SIMONETTI, BEBA RODRÍGUEZ.
ResponderEliminarMI CORREO ELECTRÓNICO ES simonettitemastrabajo@gmail.com
ResponderEliminarDURANTE SIETE AÑOS VIAJÉ TODOS LOS MESES A FORMOSA PARA DAR CLASES DE PSICOLOGÍA SOCIAL, PERO AHORA QUERÍA USAR ESTE MEDIO PARA ENCONTRAR EL CONTACTO QUE TE PIDO CON SILVIA DE PAOLI, MADRE DE MOIRA Y BERENICE, PAREJA DE MIGUEL TODAVÍA, ESPERO. Alejandro Simonetti.
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