domingo, 15 de diciembre de 2024

El Aleph de los lasallanos

Ayer tuve oportunidad de conocer un riquísimo proyecto estético y de contenido histórico. Mi nieto Gaspar me había comentado, semanas atrás, sobre un extenso y aún no terminado mural, en el Instituto La Salle de Florida, en el municipio de Olivos. La institución es hermana mayor del Colegio Lasalle de la ciudad de Buenos Aires y fue fundado en 1925 como un seminario para los Hermanos de las Escuelas Cristianas, tal como se llama la orden religiosa no sacerdotal creada por el francés Juan Bautista de Lasalle alrededor de 1680. Gaspar me invitó a conocerlo y tener una visita guiada por su creador, el artista plástico Mauro Buscemi.

Allí llegué, a Panamericana e Hipólito Yrigoyen, después de largo viaje con el 15, y tuve la grata sorpresa de que, además de mi nieto, su mujer Nuria, mi nieta Violeta y algunos amigos, también había sido invitada la compañera y amiga Felisa Miceli, a quien hacía tiempo que no veía.

Mi espíritu al entrar a la característica arquitectura de los colegios religiosos no es el óptimo. La primaria y la secundaria en el Colegio San José de Tandil, sus alumnos pupilos, sus maestros religiosos de sotana, el ancho cíngulo, como una faja, alrededor de unas cinturas con prominente abdomen, el baberito ese que usaban en el cuello, el olor a transpiración vieja son los primeros recuerdos que me aparecen, junto con una adolescente rebeldía a todo lo que de ahí pueda salir.

Pero los tiempos han cambiado, Julio, me dije. E inicie el recorrido con el mejor de los ánimos.

Y, debo reconocerlo, valió la pena tanto el viaje hasta Florida, como la larga caminata de dos horas por las galerías del colegio.

A iniciativa, como mencioné, de Mauro Buscemi, las amplias y extensas paredes de esas galerías han sido pintadas con figuras y hechos históricos, siguiendo una perfecta secuencia entre la historia europea y la argentina y latinoamericana. El pintor contó con la autorización, el beneplácito, la colaboración y la discusión histórica del Hermano Santiago Rodríguez Mancini y el Licenciado Carlos Díaz, ambos autoridades responsables del colegio. Santiago Rodríguez Mancini, por esas coincidencias de la vida, es hijo de Jorge Rodríguez Mancini, quien fuera mi profesor de Economía Política y Política Económica en la Facultad de Derecho de la UCA, allá por el año 1967 o 68. Era uno de los pocos profesores no liberales de la facultad, en la que enseñaban, entre otros, Alberto Rodríguez Varela, Luis María De Pablo Pardo, Luis Cabral, Santiago de Estrada o el insigne Fernando de la Rúa. En los pasillos se comentaba entonces que era medio peronista.

La tarea comenzó en 2012 y aún no se encuentra terminada o, mejor dicho, es motivo de permanentes precisiones. Se inicia en 1776 y finaliza, por propia decisión, con la caída del Muro de Berlín. La idea es que lo posterior no es aún historia, es contemporaneidad y continúa escribiéndose.



El resultado no puede ser más maravilloso, exhaustivo y riguroso. Quien haya leído a Hobswaum, a Jim Thompson o a Edward Hallett Carr se sentirá interpretado y quien haya sido alcanzado por las páginas de José María Rosa, José Luis Busaniche o Jorge Abelardo Ramos no podrá sino aplaudir la brillante ilustración de la historia argentina y de la región. La obra intenta, como el Aleph de Borges en una escala menor, poner ante el espectador lo qué ocurrió en determinado momento y aún incide sobre nosotros. Los autores, Mauro, Santiago y Carlos, deben haberse preguntado, como lo hizo Borges acostado en el sótano de la calle Garay: “¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?” Tan ambiciosa como esto es la obra propuesta y realizada. Ahí estaba la Revolución Francesa, que profanó la tumba de Lasalle, contada sin sectarismos. Ahí estaba representada la Libertad de Delacroix con su pecho desnudo, ahí había santos y científicos, revolucionarios y hombres de estado, el industrialismo, con su sobreexplotación y su progreso, la lucha de las mujeres y de los negros, la rebelión de los homosexuales en Stonewall, el campeonato mundial, los desaparecidos y hasta un Maradona diestro, pisando la pelota con su pie derecho, algo que nunca existió.

El recorrido resultó fascinante. Me quedó con el autor una deuda. En uno de los frisos, vinculado a la Guerra Civil Española, se ven sillas que vuelan desde un bar llamado Iberia, en una esquina, hasta el bar sin nombre de la esquina de enfrente. Me comprometí a encontrar el nombre de ese bar que servía de punto de reunión de los españoles franquistas que se tiraban sillazos con los españoles republicanos en el Buenos Aires de 1936.



Como decía, los tiempos han cambiado, Julio. Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río, ni visitamos el mismo colegio religioso.

Con Felisa comentábamos la quijotesca locura de Mauro Buscemi y de los religiosos que lograron este pequeño aleph en el conurbano porteño. 

4 comentarios:

  1. Excelente! Tan preciso es calificar a Jorge R.M. de "medio" peronista como que fue un brillante juslaboralista y gran tipo, efectivamente cierto es que no se repite la realidad del rio como tampoco la del pueblo y por eso como dice Bergoglio hay que construirlo de nuevo, gracias por la invitacion a visitar esa obra, cordialmente; Hernan, amigo de Chacho y esposo de Alicia

    ResponderEliminar
  2. Santiagorodriguezmancini@gmail.com16 de diciembre de 2024, 2:14

    Muchas gracias por interesarse en esta obra. Ya hay otro piso terminado que mira los siglos previos a la modernidad. Ha sido un trabajo fascinante y complejo. Mauro es un gran artista y un investigador empeños. Y gracias por el comentario sobre papá.

    ResponderEliminar
  3. Muy interesante la obra!Muchas gracias

    ResponderEliminar