Hoy era un sábado importante. Los compañeros de la Agencia Paco Urondo me habían invitado a hablar con ellos sobre Jorge Abelardo Ramos y los ejes centrales de su pensamiento, así como la aplicación de este marco teórico y conceptual en la realidad política de hoy. La invitación fue cautivante. Han pasado casi 30 años del fallecimiento de Ramos y más de 56 años de la publicación de sus obras fundamentales, Revolución y Contrarrevolución en la Argentina e Historia de la Nación Latinoamericana.
Estos libros han sido determinantes en mi formación política y en la de miles de compatriotas de mi generación. Pertenezco a una generación que ingresó a la política de la mano de poderosas movilizaciones obreras y populares y para la cual la formación política significaba la lectura exhaustiva de los grandes textos revolucionarios del siglo XIX y XX -Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Gramsci-, la de los revisionistas históricos rioplatenses -Pepe Rosa, Ernesto Palacio, los hermanos Ibarguren, Manuel Gálvez, Vivián Trías, Alberto Methol Ferré-, los libros de Perón, de Arturo Jauretche, de Manuel Ugarte y de Raúl Scalabrini Ortiz. Que un grupo de compañeros y compañeras escandalosamente jóvenes y militantes me convocara para hablar sobre el hombre que más ha influído en mi visión de la Argentina, de América Latina y del mundo era para mí una fiesta.
La reunión era en la Federación Gráfica Argentina. Llegué y un compañero me invitó a subir al primer piso.
¡El primer piso de la Federación Gráfica Argentina!
Ese lugar es, para mí, el “sancta santorum”, el lugar donde mi vida cambió para siempre y encontré un cauce y un sentido, que no he abandonado pese a los 55 años transcurridos, a las persecuciones, los exilios, las dictaduras y las desilusiones.
Fue allí, en ese primer piso de la Federación Gráfica, donde me encontré con la política, con la clase trabajadora y con los compañeros que me han acompañado a lo largo de todos estos años. Ahí funcionaba la CGT de los Argentinos, la convocatoria lanzada por Raimundo Ongaro y un grupo de sindicalistas peronistas combativos, en 1968, contra la dictadura del estólido general de Remonta Juan Carlos Onganía. Y ahí fue donde conocí a los compañeros del entonces Partido Socialista de la Izquierda Nacional, que era la formación política encabezada por Jorge Abelardo Ramos. En ese salón cambió mi vida. La vida que he vivido comenzó ahí. Ahí estuve en aquel glorioso año previo al Cordobazo y solo volví, muchos años después, para despedir a Raimundo Ongaro y hoy.
De modo que hablar con estos nuevos compañeros tuvo, para mí, el sentido de una teofanía sin Dios.
Intenté explicar a los amigos cuál era el clima intelectual y político de la Argentina posterior a 1945, qué era el viejo Partido Socialista y su deletérea influencia en la clase media urbana de hace 70 años. Traté que se comprendiera de qué manera los sucesos de la Revolución Rusa, ocurrida 50 años antes -es decir, como si hoy pensáramos en 1973- influían en el pensamiento político de aquella generación y qué significaba, entonces, luchar por la recuperación de la soberanía popular como legitimación del poder político.
Las preguntas de mis interlocutores eran de una riqueza y una precisión sorprendentes. Sorprendentes, digo, en un contexto donde pareciera -y no es cierto- que cualquier texto superior a los 240 caracteres es inabordable para las nuevas generaciones.
Trate de explicar la génesis y el sentido del pensamiento de la Izquierda Nacional e, incluso, el significado mismo de este concepto. Pasar revista, en una hora y media, a la Revolución Rusa, al proceso de descolonización de los pueblos coloniales a partir de la Segunda Guerra, a la gestación y desarrollo de la idea de la Unidad de la Patria Grande, al significado del 17 de octubre y su interpretación por parte de la izquierda cipaya argentina y a la naturaleza social objetiva del movimiento peronista fue un ejercicio de despliegue conceptual e ideológico que solamente me llenó de satisfacción y gusto. El acompañamiento que mis interolocutores hicieron de este ambicioso periplo ha sido una de las más grandes satisfacciones intelectuales y políticas que he vivido en los últimos quince años.
Obviamente, son ellos y no yo quien puede decir si todo eso sirvió para algo. Pero, para mi, el hecho de que haya ocurrido -y en ese lugar- es algo que ocupa un lugar de privilegio en mi corazón y mi cerebro.
Pero el día no terminó ahí.
Uno de los compañeros me invita a seguir la conversación en algún bar de San Telmo. Encontramos, a la vuelta misma de la Federación Gráfica, un lindo lugar que ostenta el nombre de Je suis Lacan. Nos sentamos a una mesa en la vereda y tomamos algo. Conversamos sobre las cosas que habíamos visto y sobre la actualidad política, cuando veo venir un hombre a quien conozco.
-- ¿Qué estás haciendo en mi barrio?, me dice mientras se acerca.
Me levanto para saludarlo. Es el novio -peronista- de una querida amiga, gracias a la cual lo he conocido.
Intercambiamos algunas palabras y nos sacamos una foto. Me dice que está esperando a mi amiga para ir al show de Lidia Borda y Ariel Ardit en el Torquato Tasso. Sin que me diera cuenta le envía por el teléfono la foto a mi amiga quien le propone que me invite a acompañarlos al show. Parece que habían comprado una entrada para alguien que, al final, no pudo acompañarlos y la tienen a disposición. Obviamente, acepto de inmediato la gentil invitación.
Y así fue como pude presenciar, como cierre a toda orquesta de la noche, del extraordinario espectáculo de estos dos maravillosos intérpretes de nuestra música.
Buenos Aires, mis amigos, es un maravilloso lugar en el universo. A esta altura de mi vida no podría vivir en otra parte y, si me apuran, tampoco tengo muchas ganas de conocer otras ciudades.
El Torquato Tasso, obviamente, estaba lleno, muchos amigos y todos amantes del tango y admiradores de estos dos artistas formidables.
Lidia Borda es una de las mejores cantantes de tango de todos los tiempos. Ha superado, a mi gusto, a Ada Falcone, que inspiró su modo de cantar y frasear la música popular porteña. Ariel Ardit ha crecido y se ha convertido en un enorme cantor. La elección del repertorio de ambos cantantes es de una delicadeza y calidad poética y musical única. Los dos pianistas que los acompañan son descollantes y el resultado es un show digno de reunir a 35.000 personas en un estadio porteño. Esos valses y esas milongas cantadas a duo por Borda y Arditt son ya parte de la más refinada antología de la música por la cual los argentinos somos universales.
En suma, le debo a mis amigos, los de la Agencia Paco Urondo y mis amigos personales, un sábado inolvidable que comenzó a las seis de la tarde y se extendió hasta el nuevo día.
No hay manera. He pasado la experiencia de vivir lejos de Argentina y de Buenos Aires. Siete años fueron los que tuve que vivir en Estocolmo, Suecia. Suecia, de alguna manera, es mi otro lugar en el mundo. Pero vivir lejos de esta ciudad, este país y esta gente, amigos, es un triste destino. No hay lugar en el mundo en el que un argentino pueda sentirse mejor que aquí.
Estamos condenados a ser argentinos.
Buenos Aires, 29 de octubre de 2023.
Excelente resumen de un espléndido día, gracias por compartir querido Julio,, abrazo
ResponderEliminarNunca es tarde leer una bella descripción de sentimientos plenos,...
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