Eva
Piwowarski nos recuerda que hoy se cumple el 120° aniversario del
cine.
Gracias
al maestro Ingmar Bergman por la Fuente de la Doncella que vi a los
17 años en el cine Avenida de Tandil, y cuyos primeros planos nunca
pude apartar de mi memoria.
Y por el juego de naipes entre el Hombre
y la Muerte y por el largo viaje de ese anciano hacia el Rincón de
la Frutillas Silvestres y por enseñarme, siendo muy joven, el
misterio del dolor y de la muerte.
Gracias a Lucchino Visconti por la
desgarradora historia de Rocco y sus hermanos, la sangrante
incorporación de Italia al mundo capitalista de posguerra,
y por El
Gatopardo, que puso en imágenes la desgarrante lucha por construir
una nación -tan cercana a nosotros-.
Y gracias a Jacques Demy y sus
Paraguas de Cherburgo, que me hicieron llorar a la salida del Cine
Arte en 1968.
Y por Vittorio de Sica y su Ladrón de Bicicletas, con
el primer plano final más apabullante de la historia del cine.
Y
gracias a Leonardo Favio que, con su Crónica de un Niño Solo, me
convenció a los veinte años que había un cine argentino que tenía
mucho que decirle al mundo.
Y
a Jorge Coscia, cuya confianza y amistad me permitió entrar en el
mundo de las imágenes proyectadas en la pantalla de plata, para
interpretar los sueños, como dijo Breton , de las multitudes.
Mi
generación se formó con el libro y el cine.
Que ambas notables
creaciones humanas sigan formando a las nuevas generaciones no es
solo un deseo, sino una necesidad “tan eterno como el viento, como
el aire”.
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