10 de febrero: 1912
La Primera Inclusión Política:
La ley Saenz Peña
Cuando el 10 de febrero de 1912 el presidente Roque Saenz Peña sanciona la ley 8.871 -que lleva su nombre- e impone el sufragio secreto, universal y obligatorio, había recorrido ya un largo camino en la política argentina. Había nacido en 1851, en el seno de una familia de federales de la provincia de Buenos Aires, y desde muchacho tuvo una activa y destacada actuación política, opuesta frontalmente al mitrismo porteño.
El partido que enfrentaba en la provincia de Buenos Aires -recuérdese que la ciudad de Buenos Aires formaba parte de la misma y era su capital- a Bartolomé Mitre era el encabezado por Adolfo Alsina, el Partido Autonomista, heredero de los llamados chupandinos, los liberales nacionales que en la década del 60 se enfrentaban con los “pandilleros” de la secesionista burguesía comercial porteña. Don Adolfo era hijo de Valentín Alsina, pero no pensaba igual que su padre, expresión destilada y pura del unitarismo liberal de la ciudad puerto. Su público se reclutaba en los sectores humildes de la ciudad, en las pulperías de la campaña y en las viejas familias de tradición federal. A este partido se unió el joven Roque Saenz Peña, después del conato de golpe de Estado de Mitre en 1874.
Y es en ese partido donde conoció a otro joven porteño un año menor, plebeyo, silencioso y astuto: Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Irigoyen Alem, don Hipólito, sobrino de otro autonomista, Leandro N. Alem.
General Roque Sáenz Peña Lahitte
Héroe del Morro de Arica
Ambos serán los personajes centrales y excluyentes en la lucha y gestación de esa Ley del 10 de febrero de 1912.
Como tantos políticos de la época, Saenz Peña también empuñó la espada -y el fusil- cuando fue menester. En 1879 Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú, por la zona del desierto de Atacama, rica en yacimientos de guano y salitre. Saenz Peña, en crisis con la política del autonomismo, ofreció sus servicios al Perú, en cuyo ejército actuó con el grado de teniente coronel. Fue herido en combate y cayó prisionero de los chilenos. Su entrega a la causa peruana le valió un lugar de honor en el país andino que lo ha considerado un héroe patrio.
Ya de vuelta en una Argentina que ha federalizado el puerto y la ciudad de Buenos Aires, Roque Saenz Peña tuvo una destacada actuación en la Conferencia de Washington, en 1889, en la cual se opuso a la Doctrina Monroe, con su célebre “América para la humanidad”. El enfrentamiento a la Doctrina que justificaba el expansionismo yanqui sobre el continente le valió la admiración de los países más amenazados por esta política. El mexicano Carlos Pereyra escribió: “La corriente de los estadistas profundos, que tienen la prudencia de los hombres prácticos y la videncia de los poetas, Su numen es Bolívar; su hombre de Estado, Sáenz Peña. Ellos saben que los norteamericanos no llevan a la América del Sur sino el propósito de la absorción económica y de la dominación política, y que ayudarles en esta obra es un suicidio...”. Que el Imperio Británico protegiese a la Argentina de entonces no impidió que latinoamericanos patriotas reconociesen la importancia de las palabras de Saenz Peña.
Este era el hombre que sancionó la ley que estableció la democracia de masas en la República Argentina. Don Hipólito Yrigoyen había confrontado con el “régimen falaz y descreído”, en varias revoluciones cívico-militares. Sus artes de conspirador, la atracción irresistible que su fama provocaba en los argentinos excluídos de la política, su astucia táctica y sus inflexibilidad estratégica habían creado las condiciones para que uno de los hombres más sinceros y justos del viejo patriciado permitiese, con la ley, lo que el caudillo venía exigiendo con las armas y la abstención. El voto secreto, universal y obligatorio permitió el triunfo de Yrigoyen y un nuevo país comenzaba. Los antiguos peones federales y los nuevos ciudadanos hijos de la inmigración habían encontrado un lugar.
Publicada en Telam el 10 de febrero de 2012