Anoche fui al teatro. Se daba, por segunda vez, La lluvia seguirá cayendo y Oscar Barney Finn, su director y coautor, había tenido la gentil deferencia de invitarme. Fui entusiasmado porque sabía de las grandes condiciones de Barney Finn como director y me iba a reencontrar con Osvaldo Santoro, como artista, después de los duros trances a los que lo sometió la vida en los últimos años.
Pero esto es solo información. Esta obra, escrita por Barney Finn y Marcelo Zapata, tiene total autonomía de aquella y, en todo caso, lo único que advierte es la cíclica reiteración de las crisis argentinas y su permanente efecto sobre nosotros, los argentinos. Un hijo (Pablo Brunetti) vuelve, después de 20 años de vida en EE.UU. con una exitosa carrera en el mundo de la computación. Lo recibe el padre (Osvaldo Santoro), un pintor reconocido pero en quiebra económica. La obra recorrerá sus enfrentamientos, sus miserias, sus fracasos, con el país y su errabundo devenir como fondo.
Pasé una hora y pico dejándome llevar por la notable interpretación de Osvaldo Santoro, la débil fortaleza de ese pintor soberbio, altivo y solitario en pugna con su hijo, también en muy feliz interpretación de Pablo Brunetti. Vale la pena la obra, la puesta y la actuación. La escenografía de Carlos Gómez Centurión, me reencontró con las telas del artista mendocino y su hermosa residencia al pie de los Andes.
Vayan a verla, realmente la actuación de Osvaldo Santoro, sus cambios, sus enojos y su desazón desgarran el alma.
La función terminó con un estruendoso y largo aplauso del público. A todos les había pasado lo mismo que a mí.