martes, 23 de febrero de 2021

Dos historias de taxis

I

Tomo un taxi desde el Htal. Fernández. A poco de andar lo llamo a mi compañero MP para conversar sobre los acontecimientos de la tarde. Hablamos un rato, nos reímos, insultamos, calificamos grosera y graciosamente y todas esas cosas que dicen dos políticos cuando hablan.

Por fin cuelgo. Tímidamente el conductor me pregunta que pasó con Verbitisky, cuyo nombre había oído en la conversación. Le cuento y eso dio inicio a una linda charla con un tachero peronista, informado e interesado en lo que ocurre. Llegamos a mi casa. Me bajo y nos saludamos amistosamente.

A la media hora de estar en casa y ya acomodado en la computadora, suena el celular.

Número desconocido.

Era el taxista para decirme que me había dejado el cuaderno de mis anotaciones personales y laborales. Que tarde, ya en la noche me lo alcanzaría. Que la charla que habíamos tenido ameritaba el viaje para devolverme mi cuaderno.

¡Viva Perón!


II

O estoy teniendo una gran suerte con los taxis que tomo o la pandemia ha hecho un milagro en el gremio.

Paro un taxi en Río de Janeiro y Rivadavia y le pido que me lleve a Rosario al 800.

- En Primera Junta, me dice el joven conductor.

- Si. le respondo. Hay que doblar en... la calle esa donde empieza la plazoleta...

- Centenera, me replica rápidamente.

- Eso, del Barco Centenera, le digo. El primer poeta que usó la palabra Argentina para llamar a estas tierras, comienzo ya en pesada e inútil exhibición.

- Ah, no sabía, me dice el taxista.

- Así es, continúo, dejándome llevar por mis propias asociaciones. Creían que por aquí había plata y por eso lo del Río de la Plata y Argentina.

- Pero no había, me responde, siguiéndome la corriente.

- No, por acá no había nada. Había, pero en Bolivia, en Potosí.

-Y se la llevaron toda, me dice.

- Efectivamente, y produjeron la primer gran inflación europea.

De pronto me doy cuenta del giro que tomó la conversación y le pido disculpas:

- Perdoná, digo, me agarró un ataque de Libro Gordo de Petete.

Así me bautizó hace años mi viejo amigo Juan Carlos Ursi, el mismo que justicieramente llamó La Protesta Humana a mi hija Soledad, cuando era una protestona nenita de dos o tres años.

- No, por favor, me encanta la historia, pero me gusta más cerca. Mi preferido es José de San Martín.

Quedé atónito.

- Al principio, continuó, no me gustaba. Eso de pelear en el ejército español, de pelear en África por los españoles, no me gustaba nada. Pero después empecé a leer y entendí mejor todo.

Yo no podía creer la situación y el giro de la conversación.

-Por eso me gustó la película de Rodrigo de la Serna, siguió el sanmartiniano conductor, porque habla como un español, si él no había vivido aquí, ¿como iba hablar?

Y seguimos así. Le conté de los hermanos que habían muerto en Filipinas peleando por el mismo rey contra el cual había luchado José. Le conté que, con Jorge Coscia, habíamos hecho una película que la podía ver en Youtube, El General y la Fiebre.

- Ah, de cuando se enferma, me respondió, no, no la vi, pero esta noche la voy a ver.

Y le conté de su paso por Saldán y de su idea de llegar al Perú por Chile y esas cosas de las que casi nunca hay oportunidad de conversar.

Estábamos llegando.

- Yo fui granadero, me confesó, pero todavía ahí no era tan hincha de San Martín. Después me hice, cuando empecé a leer sobre él.

Nos dimos la mano.

-Esta noche voy a escribir este encuentro en Facebook, le dije.

-Y yo voy a ver su película, me prometió.

Y ahí partió, montado en su caballo negro y amarillo, un hijo contemporáneo del Gran Capitán de los Andes

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